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viernes, septiembre 29, 2006

UNA INSTITUCIÓN QUE FUNCIONA

Ya hemos comentado en otras ocasiones que resulta muy habitual que ciertos personajes se parapeten tras las instituciones para tapar su desvergüenza. Así, es recurrente que, precisamente quienes las emputecen y ensucian con su presencia todos, los días tengan por costumbre espetar a sus críticos, cuando cumplen su obligación de denunciar su comportamiento indecente, que “minan la credibilidad de las instituciones”, “atacan al marco institucional” o bien que “carecen de sentido del estado”.

Pero las instituciones están muy por encima de los personajillos que pululan por ellas. El Parlamento no deja de ser el Parlamento porque haya en él tanto paniaguado ágrafo, mudo y apesebrado al calorcillo de la disciplina de voto, como los Tribunales no dejan de ser los Tribunales por más que haya algún juez desviado, parcial e incompetente. Tampoco la Policía deja de ser una policía fiable porque, de cuando en cuando, se encuentre allí alguna oveja negra, capaz de cualquier cosa, como en todo colectivo humano.

Las instituciones en España no son perfectas, ni mucho menos –y hay que hacer por que se perfeccionen, desde luego nunca con el silencio cómplice-, pero funcionan razonablemente, pese a que se les pongan muchos palos en las ruedas. Y es que bastan un juez independiente, un parlamentario valeroso o unos pocos policías honrados para que el sistema despliegue sus virtudes. En este sentido, quienes dañan de veras la credibilidad del marco institucional, aunque sea tarde, se terminarán encontrando a la intemperie de su oprobio.

De cuando en cuando, por cierto, las propias instituciones nos dan algún ejemplo positivo que glosar. Creo que merece destacarse, en este sentido, la actitud de Enrique Múgica, el Defensor del Pueblo, a la hora de recurrir el estatuto de Cataluña. El mérito está, claro, en que Múgica ejerce su prerrogativa contra una ley promovida por su propio partido político, poniendo sus responsabilidades por encima de sus devociones.

No creo que pueda cuestionarse la trayectoria humana y política del señor Múgica, como no creo que nadie tenga derecho a reprocharle falta de firmeza en sus convicciones. Pero su compromiso es antes con la ley, y creo que ha sabido demostrarlo. De paso, su hombría de bien da ocasión a otros para hozar en su propia miseria, por si no había quedado ya claro a todo el mundo de qué calaña son. Hay quien se ha atrevido a decir que su recurso al estatuto de Cataluña viene motivado por su descontento con el proceso de paz con esa ETA que asesinó a su hermano, como ha asesinado a tantos otros representantes señeros del socialismo vasco. El comentario debería servir para enterrar políticamente a quien lo profirió.

Múgica ha demostrado, dicho sea de paso, que una institución ajena a nuestra tradición jurídica como la que él encarna puede ser útil. Es verdad que el Defensor del Pueblo no es percibido por los ciudadanos como una defensa eficaz y, en general, poco es lo que puede hacer en su condición de Alto Comisionado de las Cortes. Pero el Constituyente le dotó de un arma fundamental: está legitimado para interponer recurso de inconstitucionalidad y, en este sentido, puede erigirse como baluarte de defensa del ciudadano frente a los abusos del poder legislativo.

Frente a las leyes, irresistibles para los jueces, los ciudadanos de a pie estamos indefensos. No tenemos medio de oponernos a ellas en su condición de disposiciones generales. Tan solo podemos instar al Defensor del Pueblo que, haciéndose eco de la demanda ciudadana, lleve la cuita al Tribunal Constitucional. Así ha sido en este caso. Múgica recurre en virtud de las quejas recibidas de muchos ciudadanos. Tiene también motivos propios para acudir al tribunal, en la medida en que el estatuto ataca sus propias competencias que, recuérdese, derivan de la Constitución misma.

Mira tú por dónde, los ciudadanos disconformes con el estatuto han encontrado el amparo de un viejo socialista que ha decidido ser más amigo de la ley que de sus propios conmilitones. Un socialista que tilda de “nazis” a los que otros llaman “gente de paz”. O sea, un socialista que llama a las cosas por su nombre. Su comportamiento le honra en lo personal y dignifica a la institución que personaliza.

Y, de paso, pone a la altura del betún a mucho malnacido y a mucho cobarde.

miércoles, septiembre 20, 2006

LA MARCHA DEL PENÚLTIMO BARÓN

Dice que se va. Y habrá que creerle, digo yo. En sí mismo es una buena noticia porque, como mínimo, facilitará un cambio de estilo aunque sigan gobernando los mismos, y puede que haga más sencilla una alternancia. Por otra parte, y lamentablemente, no puede decirse que los problemas de salud de Juan Carlos Rodríguez Ibarra sean ningún invento. Son muy reales, y ojalá el paso a una vida más tranquila sirva para que no vayan a más.

No parece nada bueno que una misma persona ejerza más de veinte años un cargo de tanta enjundia como el de presidente de una comunidad autónoma. El proceso de acoplamiento que se da entre culo y sillón tiende a convertirlos en cuerpo único, y luego cuesta un mundo separarlos. No estoy seguro de que, como piden algunos, una limitación de mandatos por ley cuadre a la esencia de nuestro sistema que, al fin y al cabo, es parlamentario. Pero sí creo que debía implantarse como uso, como buena costumbre, la retirada voluntaria al cabo de ocho años, si no existen razones que aconsejen continuar –no parece muy elegante hacer mutis por el foro en mitad de la tormenta, por ejemplo.

No creo que haya sido un buen gobernante para Extremadura. En realidad, lo que no creo es que el socialismo tenga respuestas para Extremadura –en el fondo no creo que tenga respuestas para casi nada, la verdad-. Sería una necedad negar que la hermosa región occidental ha progresado, y mucho, desde que accedió a la autonomía. Pero, en primer lugar, contra lo que piensan los políticos, el desarrollo no suele deberse solo a su venturosa presencia y, segundo, no ha habido una mejora palpable en términos relativos. Extremadura sigue primera por la cola en casi todos los índices de desarrollo.

Justo es reconocer que el reto no debe minimizarse. La tarea no es fácil, porque Extremadura no es ninguna Arcadia mal explotada. Los desequilibrios regionales –a menudo causados por el capricho gubernamental, que prima unas zonas en detrimento de otras- son difíciles de corregir. Las oportunidades no llueven del cielo y lo cierto es que Cáceres y Badajoz quedan lejos de casi todo, como capítulo más señalado del más amplio problema del Poniente español.

Pero, difícil como es, el reto del progreso no encuentra, por lo común, buena solución en la demagogia izquierdista. Es conocido que, si la izquierda hace poco por el mundo en general, suele hacer menos aún por los que menos tienen. Más que producir progreso, lo que proporciona son coartadas para explicar que no lo hay y echarle la culpa a alguien. El discurso reivindicativo algún fundamento tiene, la verdad, porque los gobiernos de España no nacieron ayer y llevan tiempo haciendo y deshaciendo como para que sea pertinente pedirles explicaciones acerca de por qué a unos sí y a otros no. Pero no basta con eso. No basta con gestos efectistas, ni con la creación de impuestos extemporáneos que lleven a la gente a ver en su gobierno autónomo una suerte de Robin de los Bosques.

Los extremeños deberían aprovechar para sacudirse la inercia y dar una oportunidad a otras formas de hacer las cosas que, quizá, sea también una manera de darse una oportunidad a sí mismos.

Pero la salida del lenguaraz Rodríguez Ibarra se está leyendo también como la caída del penúltimo contestatario. Repasando la historia, los cronistas dan cuenta de cómo el otro Rodríguez, el monclovita, ha ido eliminando poco a poco las notas discordes, cada una en su estilo: Redondo, Vázquez, Terreros, Bono, Maragall... Todos los que, por unas razones u otras, ponían palos en las ruedas de los designios del líder han ido hallando acomodos poco molestos o, lisa y llanamente, están en casa. El Comité Federal es ahora una auténtica comunión en los principios que dieron vida a la cruzada antifascista.

Se lamentan algunos de que los bastiones de un cierto socialismo hayan ido cayendo. Ibarra y compañía representaban algo así como el muro de contención de la marea zapaterista, de un socialismo irreconocible, carente por completo de principios y sentido común.

Aunque reconozco que, en ocasiones, yo mismo piqué de ingenuo, creo que no hay nada de qué lamentarse, porque me temo que esos bastiones nunca fueron tales. Protestones, bocazas, sí, pero, a la hora de la verdad, disciplinados como el primero. El bochornoso espectáculo de la tramitación del estatuto de Cataluña, verdadera exhibición de desvergüenza por parte de algunos que se postulaban como reserva espiritual del socialismo dio la medida de lo que cabía esperar. Si alguna vez se abrigó –confieso que así fue, por lo menos en mi caso- la esperanza de una reforma desde dentro, creo que nunca fue una esperanza fundada. El Partido va antes de todo, Patria y libertades incluidas.

Comprendo que haya quien se niegue a aceptarlo, pero me temo que es un empeño vano. El socialismo zapateril es el único realmente existente, y quien se quiera socialista de otro se quiere partícipe de una quimera. Ni Rodríguez Ibarra, ni Bono ni nadie. El Partido Socialista que estamos esperando no existe. No está ni se le espera.

En cuanto al todavía Presidente de la Junta de Extremadura, solo queda darle la enhorabuena por su sabia decisión. Agradecerle, lo que se dice agradecerle... que nos haya entretenido con alguna voz discorde. Insuficiente para aliviarle de su responsabilidad, me temo.

martes, septiembre 19, 2006

LA DERECHA EN SUS TRIBULACIONES

Jesús Cacho se apunta hoy en El Confidencial a la cuestión de la crisis existencial de la derecha española. A saber: ¿cuál es la mejor estrategia para que Mariano Rajoy –o quienquiera que le sustituya- alcance la Moncloa lo antes posible? Las alternativas parecen ser dos: el modelo batallador que abanderan Acebes y Zaplana o el modelo dialogante cuyo máximo exponente sería Alberto Ruiz Gallardón y, en otra onda, Josep Piqué. Normalmente, quienes se plantean la cuestión en los medios suelen estar decantados hacia lo segundo. Dicho de otro modo, desde muy diversos foros se previene a Rajoy contra una táctica que tiende a parar el tiempo en el 11M y los días posteriores. Hay quien cree que una vinculación excesiva del PP con Mundo y COPE puede derivar en una sangría de votos. En suma, Jiménez Losantos erigido en fiel de la balanza.

No entro en el asunto, aunque quienes así piensan quizá deberían tener en cuenta que, mientras los citados medios ganan lectores y oyentes sin parar, los supuestos “moderados” no dejan de perderlos. Por algo será. Pero no llamó Dios a la derecha por el camino de la demoscopia, se conoce. Personalmente, creo que uno de los más perversos efectos colaterales del 11M fue que el PP no se vio en la necesidad de hacer un análisis en profundidad de la campaña y sus consecuencias. Nadie discute, por supuesto, la anormalidad de los sucesos y su incuestionable efecto sobre el comportamiento electoral. Pero eso no lo explica todo. Los gurús de Génova decidieron, en aquella ocasión, hacer una campaña de perfil bajo que, de haber seguido las cosas como iban, bien podría haber resultado en un paso a la oposición absolutamente frustrante, tras una victoria por la mínima. Pero no sucedió eso, sino una desgracia de proporciones bíblicas que, elevada a coartada, sirve para que algunos no hagan frente a sus responsabilidades. ¿Dónde fueron los catorce puntos de ventaja que había a finales de 2004? Pregunta que jamás tendrá respuesta. (Inciso: observo que Acebes tiene poca escapatoria: la izquierda le acusó de mentir vilmente, la derecha de dejarse engañar; el caso es que este hombre estaría mejor en casa, me temo).

Una cosa es bien cierta. Si por los “moderados” hubiese sido, quizá no hubiera habido lugar a los ocho años de gobierno de Aznar, porque nunca se habría producido la crisis del felipismo, habida cuenda de que el enorme sentido del estado de ciertos elementos les impide hurgar donde no deben.

Pero no deja de ser curioso que, al final, la dichosa derecha “moderna” (lo de que queremos una derecha “moderna” empieza a ser como lo de que queremos una economía no basada en la construcción – me da a mí que se trata de que más de uno pueda seguir siendo tan de derechas como hasta ahora, pero que no le dé vergüenza decirlo) pase a ser una cuestión de táctica o, incluso, de buena educación. El problema es caer bien, por lo que se ve. Se puede ser poco menos que un ultra (como alguno que yo me sé) mientras no se note o se autodefina uno como colindante con el centro izquierda. Eres moderno o no, en función de a qué lado del micro de FJL caigas, parece.

Ahora bien, de debate ideológico propiamente dicho, nada de nada. La derecha española ve urgente acertar con el envase, pero no se preocupa ni lo más mínimo por el producto. La verdadera modernización de la derecha debería surgir de un debate abierto entre conservadores y liberales. Una derecha moderna sería –por la novedad, digo- una derecha con ideas, más allá de tópicos como el de la “gestión eficaz” o el “sentido común”. La forma en que Mariano Rajoy ha encarado, por ejemplo, la cuestión de la inmigración, con propuestas positivas y bastante juiciosas, es una buena vía para comenzar.

Al menos a mí me daría igual que el PP destinara buena parte de sus recursos a dar la matraca con el 11M si, a cambio, se pudiera leer de una vez por todas esa tan cacareada propuesta de reforma constitucional que introduzca un mínimo de sensatez en nuestro sistema jurídico-político, si existiera un plan de privatización de las televisiones públicas y un compromiso firme de hacer cumplir la ley a las privadas (cumplimiento de sentencias incluido), si se dijera claramente que se van a abolir de raíz los principios inspiradores de la LOGSE, si se hicieran propuestas para reducción del estado del bienestar y se tuviera el valor de abrir el debate sobre el demencial sistema de pensiones, si se propusiera un retorno sin matices a una política exterior de orientación atlantista, si se asegurara que la Iglesia Católica no tendrá la voz cantante en políticas de ciencia, si se planteara una reforma de la legislación urbanística (acompañada de una reforma en profundidad de la fiscalidad municipal) que apostara por terminar de una santa vez con el cáncer de corrupción que padecemos... En fin.

La derecha no es, no tiene que ser, el socialismo con corbata y cara de meapilas. Para eso, ya tenemos el socialismo genuino, el casual. Lo mejor del debate que propongo es que está absolutamente inédito, por lo que, al menos, merecería la oportunidad. Algunos creen que esto debe consistir en más simpatía y más talante. Pero lo que necesitamos es una revolución thatcherista. La pregunta es si la derecha española es capaz de proporcionárnosla o prefiere seguir diciendo paridas como lo de “yo soy del centro-derecha, igual que la derecha francesa, la derecha italiana...” A lo Anson, a lo Zarzalejos, a lo Gallardón.

Lo diré de otro modo. En un momento en el que la izquierda ha abdicado de todo rigor intelectual y que, en compañía del nacionalismo, se dedica a infantilizar completamente el discurso político, lo novedoso, lo moderno, sería que la derecha empezara denunciando eso y, para variar, comenzara a tratar a los ciudadanos como adultos.

lunes, septiembre 18, 2006

LO INADMISIBLE

Traigo de nuevo a colación un comentario de Fritz. Y lo hago no tanto porque quiera cruzar con él opiniones como porque, por una vez, sí veo necesario defenderme. Cada uno tiene sus rayas rojas, ya se sabe, y así como hay cosas de las que no creo que merezca la pena hacer aprecio, hay otras que sí. Fritz afirma sentirse muy decepcionado con mi artículo “semana aciaga” en la que glosaba la pugna periodística abierta entre El Mundo y El País, a propósito del 11M (inciso: gracias a Fritz porque, al menos, no cae en el automatismo, habitual entre los críticos de esta bitácora, de negarme el carné de liberal, que ya se sabe que algunos, en cuanto no les gusta lo que dices, te lo retiran – no es el estilo de ese corresponsal, afortunadamente).

Por mucho que pese a quien sea, nadie es responsable por haber dicho nada más que lo que ha dicho. En este sentido, quien se atreva a afirmar que existe cualquier clase de relación entre el PSOE y la tragedia del 11M que lo haga y peche con las consecuencias, que habrán de ser graves. Desde luego, yo no he dicho tal cosa, ni tampoco el diario El Mundo, que yo sepa, lo ha hecho.

Ahora bien, lo que yo, como tantos otros, sí he afirmado, es que creo que existen numerosos cabos sueltos en torno a la investigación del atentado. Cabos sueltos que justifican la petición de que se continúe trabajando sin desmayo, hasta que se esclarezcan por completo. La comparación con quienes pretenden demostrar que no ocurrió el Holocausto como, en general, las continuas ridiculizaciones de que son objeto quienes, simplemente, manifiestan no verlo todo tan claro son una salida de tono que no merece mayor comentario, creo.

Por lo demás, lo de que a algunos no nos merezca la menor confianza el señor Rubalcaba, a la vista de los antecedentes, no creo que sea del todo reprochable. Por si esos antecedentes no bastaran, ahí están las recientes filtraciones de información a El País –cuya calificación jurídica, por cierto, no suena nada agradable- que, con independencia de su contenido, no dejan en buen lugar al Ministerio del Interior, único origen posible de las grabaciones de conversaciones en las que el “diario independiente” basó su andanada contra el Mundo. La mujer del César, además de serlo tiene que parecerlo y, por lo mismo, quien pretenda sonar convincente hará bien en rodearse de gente cuya palabra tenga algún valor para quien se pretende convencer.

Pero lo que verdaderamente es inaceptable es aquello, tan viejo de “el que dude, pone en cuestión las Instituciones”. Hasta ahí podíamos llegar. La acción de las instituciones puede, y en ocasiones debe cuestionarse. El poder ejecutivo, legislativo y judicial se hermanan, a menudo, a la hora de meter la pata ¿Es preciso callar?

Es muy común que, cuando alguien no quiere hablar de algo, espete a su interlocutor que se trata de un asunto sub iuduce. ¿Y? La intervención de los tribunales, o de cualquier otra instancia, en un asunto no los sustrae, sin más, del debate público. Es lícito, por supuesto, hablar antes, durante y después de la actuación de las instituciones. ¿La sentencia de Rumasa, por ejemplo, o la del referéndum andaluz, dejan de ser despropósitos jurídicos por el solo hecho de que el Tribunal Constitucional las pronunciara? En absoluto. Lo que son es despropósitos jurídicos inatacables, que es cosa diferente. La decisión del TC debe acatarse, aunque no se comparta.

Cuestiona las instituciones Andrés Manuel López Obrador cuando se niega a acatar la decisión del Tribunal Federal Electoral. Cuestiona las instituciones quien publica un decreto ad casum con el ánimo indisimulado de violar la ley. Cuestiona las instituciones quien pretende abrir una mesa de negociación “alternativa” basándose en la falta de representatividad del Parlamento Vasco elegido conforme a derecho. Cuestiona las instituciones quien deja de recurrir un tercer grado para ciertos presos cuando no se cumplen las condiciones exigidas en derecho para obtenerlo. Cuestiona las instituciones quien no da medios suficientes a la defensa de algunos procesados en juicios de magna envergadura (¿O es que ya son “terroristas” convictos y confesos? ¿Es que ya la “versión oficial” ya ha destruido su presunción de inocencia?) Cuestiona las instituciones quien subvierte el espíritu de una comisión de investigación parlamentaria negando pruebas y comparecencias. Cuestiona las instituciones quien pretende sin desmayo cambiar la ley de composición del Consejo General del Poder Judicial hasta que consiga uno afín a sus intereses. Cuestiona las instituciones quien exige a un Gobierno que actúe en función del “clamor de la calle” y tacha de ilegítima la negativa. No cuestiona las instituciones quien habla del tres por ciento, sino el que lo cobra. Y así podríamos seguir.

No cuestiona las instituciones quien expresa dudas sobre su correcto funcionamiento, a condición de que estas estén fundadas o sean razonables. Nadie cuestiona la legitimidad del resultado electoral del 14M, ni la potestad del juez del Olmo para llevar adelante su instrucción como estime procedente.

Ya hemos visto en otras ocasiones –y perdón por la insistencia- a otras personas envolverse en la bandera y convertir el cuestionamiento de su actuación en una andanada contra los mismísimos pilares del Estado.

domingo, septiembre 17, 2006

LA POLÍTICA EXTERIOR Y EL LEGADO DE ZP

Cuentan quienes entienden de esto que la política exterior de los Estados Unidos, como la de tantos otros países, circula a través de dos canales, normalmente complementarios pero no siempre del todo bien avenidos: el Departamento de Estado y la propia Casa Blanca. Mientras uno se dedica al mantenimiento de relaciones con todo el Planeta, como corresponde a su función, la otra se desenvuelve en un círculo más selecto, tratando con un conjunto mucho más reducido de países y ocupándose de un elenco notablemente menor de problemas. Digo que el esquema es habitual y, desde luego, así era también en España hasta hace no mucho.

Pues bien, no hace ni tres años, España formaba parte del muy selecto grupo de países que, de manera estable, integra ese “núcleo de consulta necesaria”. Por supuesto, nuestro país venía siendo considerado, en el mundo occidental, como un aliado claramente decantado, miembro de pleno derecho de una serie de organizaciones que presuponen ciertos compromisos, pero el paso adicional sólo se dio durante la administración de Aznar. Altos funcionarios españoles departían de manera habitual con sus contrapartes estadounidenses, británicas, francesas o alemanas, por citar los otros –y por otra parte esperables- miembros más destacados del grupo.

No sé si merece la pena cansarse en señalar que tal estado de cosas, aun cuando pudiera suponer sacrificios y costes importantes, era extremadamente ventajoso para España. Creo no equivocarme si digo que nuestro país nunca estuvo tan cerca de alcanzar el tan soñado puesto en el G8 e incluso de poder plantearse sin que suene a quimera –no de manera inmediata, desde luego, pero sí en el medio plazo- una silla permanente en el Consejo de Seguridad. Es claro que lo que separa a España de estos sueños no son los méritos de fondo, puesto que somos ya una economía más grande que la de Canadá (cuyo sitio en el G8 nadie discute) y somos, desde hace tiempo, uno de los pocos países que sustenta financieramente a la ONU. Lo que nos viene impidiendo, hasta la fecha, acceder a esos selectos clubes es el juicio de quienes, aun, no están seguros de que seamos un país lo suficientemente serio.

Pues bien, tampoco creo que yerre demasiado si afirmo que todo eso se ha desmoronado como un castillo de naipes. España ha tirado por la borda veinticinco años de trabajo de sucesivos gobiernos en busca de un anclaje definitivo, primero, y de un peso específico, después, en el seno de las naciones occidentales. Dos años cortos de zapaterismo han sido, con toda probabilidad, más que suficientes para que la labor haya de recomenzar casi de cero. El prestigio internacional es algo que cuesta mucho levantar, pero muy poco destruir, y no existe una compensación simple entre aciertos y errores. No por mandar tropas a diestro y siniestro como sea y donde sea se puede eludir fácilmente el baldón de haberlas retirado de donde hacían falta y cuando hacían falta, por ejemplo, faltando a la palabra dada.

Las relaciones internacionales, sustentadas al fin y al cabo sobre compromisos y pactos que no tienen más base que la recíproca confianza, se avienen mal con el zapaterismo del “como sea” y el “mañana no importa”. ZP es devastador en el ámbito doméstico, pero se comporta como una verdadera plaga en el exterior.

Y lo más grave –y esto es algo que es perfectamente perceptible por nuestros aliados- es que no estamos ante ninguna muestra de torpeza, ningún error o malentendido. La política exterior de España se ha vuelto delirante porque así lo han querido quienes la diseñan. Uno no suele plantarse en la cumbre de los no alineados –ni siquiera como observador- por casualidad. Tampoco suele desoír las recomendaciones de la Unión Europea por un súbito ataque de sordera. Tampoco es habitual que nadie se ponga a partir un piñón con cuanto régimen de frenopático hay por el mundo. No se suele invitar a otros a la deserción y al incumplimiento de compromisos por un calentón de boca... Y tampoco es casual que uno reciba elogios del jefe de Hezbollah por su simpatía personal.

Miguel Ángel Moratinos y Bernardino León serán muchas cosas excepto legos en relaciones internacionales. Son dos diplomáticos experimentadísimos que se dan perfecta cuenta de los efectos sobre el prestigio de España de cada declaración, cada visita, cada fotografía y cada toma de postura. Imposible creer que los jerarcas de exteriores son tontos, ni mucho menos inexpertos.

Estamos, pues, ante un posicionamiento ideológico y, por tanto, intencionado. No se trata de un “regreso al corazón de Europa” ni de una reorientación admisible dentro del margen de maniobra que dan las coordenadas en las que España se ubica. Se trata de que, en efecto, algunos quisieran que el nuestro se convirtiera en un país no alineado, caduco eufemismo para designar a los países alineados, fundamentalmente, contra los Estados Unidos.

Ciertamente, es difícil que España se transforme en un no alineado de derecho, pero me temo que empieza a serlo de hecho. Por desgracia, la política exterior es uno de esos ámbitos cuyos efectos sobre la vida diaria del ciudadano son mediatos y no fácilmente perceptibles. Por eso mismo sigue siendo un campo apto para experimentos y donde la izquierda puede aún hacer, con la impunidad acostumbrada, una política “diferente” (la educación es el otro gran campo en el que se pueden seguir dando lujos ideológicos a costa de los más desvalidos, como tienen por costumbre).

Este será, sin duda, uno de los campos en los que el legado zapateril será más imborrable. Al tiempo.

sábado, septiembre 16, 2006

SEMANA ACIAGA

O mucho me equivoco, o esta semana que termina ha tenido algo diferente. Cabría pensar que el recrudecimiento de la tensión política en una legislatura que, por lo demás, viene siendo bastante bronca tiene que ver solo con la nada desdeñable circunstancia de que abrimos un curso electoral, el que nos conduce al último domingo de mayo de 2007, con unos comicios municipales y autonómicos cuyo resultado, importante por sí mismo, puede determinar también si se anticipan o no las elecciones generales – porque es harto probable que, si las urnas le regalan, por fin, a ZP, una victoria que no pueda calificarse de raquítica, el presidente nos haga la merced de ahorrarnos los meses postreros de un mandato cuyos argumentos están todos más que desplegados.

Pero tengo para mí que eso no es suficiente. Hay algo más. Esta ha sido la semana de la decantación definitiva de las posiciones. Todos los actores políticos y mediáticos han tomado partido y parecen anunciar que la lucha no va a conocer cuartel. La ofensiva abierta del diario El Mundo ya no deja lugar a dudas: si existió un período de gracia para el Presidente del Gobierno, ese período ha concluido. Pero lo más llamativo de todo ha sido, claramente, la bajada a la arena del caballero blanco del socialismo. Ofendida, la dama ha clamado y su campeón ha acudido raudo. El diario El País hace suyas –por si cupieran dudas- las afrentas al Partido y al Gobierno con el que forma ya un todo indistinguible, una amalgama de intereses mezclados hasta volverse inseparables. Socialismo y polanquismo comparten suerte y, por tanto, aparecen litisconsorciados en esta causa.

A muchos llama la atención que la antaño venerable cabecera madrileña, el ABC, aparezca del lado en el que a priori no se le esperaba. Al fin y al cabo, poco tiene de raro. Por si no bastaran todos los elementos anteriores para dar un inconfundible aire de déja vu a todo esto, un perfume claramente tardofelipista, ahí está el tancredismo del ABC. El mismo que practicaron con los GAL, cuando decidieron que ellos de cosas de dinero sí hablaban –salvo cuando afectaran a ciertas instancias (¿alguien se acuerda de aquella hilarante expresión de la “trifulca entre financieros” para aludir a los rifirrafes entre Javier de la Rosa y quien, al fin y al cabo, no era más que un testaferro de alguien mucho más importante?)-, pero que su “sentido del Estado” les impedía mancillar el honor de las instituciones.

Paradojas de la vida, aquí el único que no termina de definirse, perdido en sus tribulaciones, es el principal partido de la oposición, tan dividido, me temo, como la derecha mediática (permítaseme que utilice esta noción para agrupar el conglomerado de todo lo diferente a El País y los dos periódicos catalanes de importancia nacional).

Como trasfondo, el 11M. Siempre el 11M. El pecado original de la legislatura. Unas palabras sobre este asunto... pese a que es un charco en el que preferiría no meterme. Pero es inevitable, toda vez que parece que se va convirtiendo en el mismo eje de la política española.

No he seguido con detalle las polémicas acerca de las pruebas, los indicios y la evolución del sumario. No sé si Luis del Pino y Fernando Múgica ven lo que quieren ver, simplemente deliran o qué. Y por esto mismo creo, modestamente, representar a un porcentaje significativo de la población española. Hay mucha gente que cree, creemos, que las acusaciones sin pruebas, sobre todo en este terreno, se convierten en infamias y que, en tanto no se disponga de pruebas en contra, lo que es de dominio público, y en los términos que se ha hecho público es lo único que sabemos. Y esto se reduce a que una serie de individuos volaron los trenes con los consiguientes efectos.

Eso es todo lo que podemos decir sobre lo que conocemos. Pero eso mismo llama la atención sobre lo que no conocemos que es, básicamente, quién ordenó y planificó esos atentados. No creo que sea irrazonable exigir que la investigación continúe hasta que eso se sepa, asumiendo que puede ocurrir que no se sepa nunca. Por lo mismo, no parece muy sensato, ni muy decente, afirmar que “ya se sabe todo”, porque es obvio que no es así, y mucho menos sugerir que se abandonen los esfuerzos o se permita que el asunto quede en el olvido.

Pero es que, además, se da un montón de circunstancias que no parecen invitar a la tranquilidad como, por ejemplo (y cito de memoria y sin ánimo de exhaustividad): parece evidente que la custodia de pruebas esenciales para el sumario no fue todo lo diligente que hubiera debido ser, pese a la gravedad del asunto; el crimen se urde y materializa en un ambiente literalmente trufado de confidentes de la policía; los autores materiales del atentado mueren todos en una operación policial que, según cuentan, no se ajustó en exceso a los protocolos habituales de los GEO (y en la que esta unidad pierde un policía, por primera vez en su historia); se reconoce que existen informes policiales sobre una posible conexión con ETA que, por lo visto, descartan tal cosa, pero, vaya usted a saber por qué, nadie quiso hacer referencia a ellos; se reconoce que, a estas alturas, no es posible conocer con certeza cuál fue el explosivo utilizado, pese a que, de nuevo, según dicen, tal cosa es detectable con microgamos de sustancia; y, sobre todo... el atentado cambia el Gobierno de España por otro mucho más favorable a las tesis de mucha gente que estaba muy incómoda con el anterior. Cuando digo “cambia el gobierno de España” no estoy afirmando que, sin mediar atentado, el señor Rajoy hubiese sido presidente del Gobierno, sino que fue el atentado lo que eliminó todas sus opciones. No estaba escrito, me temo, que las urnas del 14M fuesen a arrojar una incontestable mayoría absoluta para el PP, pero parece evidente que tampoco hubieran garantizado al PSOE, sin más, la opción de gobernar.

Buena parte de la ciudadanía –sin llegar a extremos “conspiranoicos”, como ahora se dice, con un desprecio un tanto insensato, por cierto- no ha saciado, ni mucho menos, sus ansias de saber sobre el asunto, percibe muchos aspectos grises y, sobre todo, percibe muy poco interés en otra parte por conocer. Y, casualmente, la parte que no parece querer saber nada se diferencia de la primera en una cosa: siendo el atentado igualmente trágico para todos, es evidente que sus tesis políticas se vieron favorecidas. Lo que he dicho no implica más que una mera concatenación de hechos, por supuesto, pero debería ser más que suficiente para generar una incomodidad tal en los ganadores de aquella elección como para extremar su celo investigador. Tanto más cuanto que, como han repetido hasta la saciedad, ellos no eran gobierno cuando el atentado se produjo.

Otra cuestión llamativa es que los socialistas actúan como si hubieran vuelto a nacer el 14 de marzo de 2004. Curiosamente, un partido político que no duda en invocar su historia cuando así le conviene, sufre de amnesia respecto a episodios recientes y, además, pretende que el resto del mundo también la sufra. Solo así puede explicarse que alguien pueda esperar que la presencia de Pérez Rubalcaba y otra gente por el estilo en todo lo relacionado con el 11M (empezando por las aciagas horas inmediatas) no active una desconfianza inevitable en quienes tienen algo de memoria y no han caído subyugados por el encanto del talante. No fiarse, conociendo a todos estos clásicos, tiene bastante de natural, la verdad.

Todo lo anterior viene, simplemente, a sustentar que, en mi opinión, El Mundo no está cometiendo ningún crimen de lesa patria. Ni siquiera cuando entrevista a personajes cuya catadura pudiera ser dudosa –quedando, por supuesto, a juicio de los lectores valorar esas declaraciones- y que, por cierto, no tienen por qué tener menos valor en sus palabras que algún convicto y confeso que goza de toda la estima de según que ambientes.

La reacción de El País el otro día, amén de estar plenamente en la línea de la casa, no se compadece para nada con la tesis oficial de que todo el que cuestiona la versión correcta, o alberga la menor duda sobre lo que sucedió el 11M (en los días posteriores no hay ninguna duda, se conoce) es un loco peligroso. ¿Ha hecho El País un favor al Gobierno que dice estar “harto” de la teoría de la conspiración?

Creo que la polémica solo ha servido para ahondar en las respectivas posiciones. Quiero decir: el ataque del diario gubernamental ha reforzado, probablemente, a los “conspiranoicos” en sus posiciones, creando una clara impresión de que el Gobierno está tocado y un aire de “ladran, luego cabalgamos” y, desde luego, habrá reforzado la convicción, extendida en su propia parroquia, de que los de enfrente, además de unos enajenados, son unos antidemócratas y poco menos que unos golpistas. La polarización de la sociedad española sobre este asunto es total, me temo.

¿Y el Partido Popular? El caso es que el diario ABC, arrimando al ascua su sardina de la confrontación con la COPE y El Mundo, ha denunciado otra conspiración (y van...). Esta vez se trataría de algo puramente intra-derecha. La derechona intratable, que tiene en FJL su ayatolá particular y en Ramírez su propio Cebrián querría provocar la caída de Rajoy por la vía de hacerle estrellarse contra un muro. La derecha exaltada querría ver cómo el gallego se desloma en los próximos comicios generales, y contra este tipo de gente le previene la derecha “buena”, o sea la moderna, la tolerante, la centrada, la de toda la vida, cuyos representantes son, el propio diario de Vocento en lo mediático y ¿no lo adivinan? Alberto Ruiz Gallardón en lo político. Piensan los analistas (es un decir) del diario monárquico, que la insistencia en el asunto del 11M no hace sino restar votos al Partido Popular, que queda desacreditado ante su electorado.

Es muy cierto, probablemente, que este asunto sirve para poner en evidencia que la derecha no está pasando por sus mejores momentos, pero convendría hacer dos puntualizaciones.

La primera es que, si de veras Pedro Jota y compañía creen lo que hacen y se creen lo que dicen, proseguir su investigación debería ser para ellos un imperativo moral. Por lo mismo, si alguien en el PP cree que no ya que hay cosas insuficientemente aclaradas –que esto está fuera de duda- sino que el Gobierno no es todo lo diligente que debiera en relación con el criminal atentado que segó la vida de más de 190 ciudadanos, debe actuar en consecuencia, pase lo que pase y sean cuales sean los impactos electorales. Por lo mismo, espero que, si algún día ese diario u otro investigador dispone de evidencias que contradigan o cuestionen – mediando pruebas, por supuesto- la versión conocida, lo haga público inmediatamente, porque Dios nos libre de los periodistas con “sentido del Estado”. Para decir que “no hay pruebas ni las habrá” ya están quienes todos ustedes saben.

Segundo. No está nada claro que esto tenga por qué dañar las expectativas electorales del PP. Lo que es seguro es que las daña mucho más el barrunto de que se trata de un partido que quiere hacerse grato a Pepe Rubianes. El ABC acierta al hablar de la necesidad de una derecha “diferente”, pero yerra muy gravemente cuando se autoproclama depositario de los valores que la inspiran. Si por algo sigue sin ser aceptable la derecha –o aceptable a regañadientes- me temo que es porque continúa pareciéndose demasiado al ABC, no por lo contrario.

Lo dicho. Terminó el verano...y algo más. Bienvenidos a la guerra.

jueves, septiembre 14, 2006

GRADUALISMO

Hace unos meses, y entre bromas y veras, exponía yo, a propósito de Navarra, cómo creía que se iban a desarrollar las concesiones al mundo abertzale. O, más bien, cómo se puede llevar a un país adonde no quiere ir de ninguna manera de forma tal que, a la arribada, quede convencido de que el estatus final era poco menos que inevitable. Incluso se puede lograr que algunos estén contentos.

La clave para lograr tal cosa se llama gradualismo. Ir haciendo las cosas poco a poco. Así de simple. Un buen ejemplo nos lo proporciona este editorial de El País de hoy, en el que el diario independiente (è vero, los que son dependientes son los demás, que dependen del diario) se pregunta dónde estamos en el “proceso” por excelencia. Son muy llamativas las reflexiones en general, y el particular la relativa a si no será conveniente que el Estado haga “algún gesto” para engrasar el asunto. Pero me interesa, sobre todo, este párrafo:

No puede haber negociación si uno de los interlocutores amenaza con disparar si no se le da la razón. Y la negociación de una reforma del marco político en una mesa extraparlamentaria (lo que ya es una concesión, motivada por la ausencia de Batasuna de las instituciones) sólo es posible si todos los interlocutores aceptan acatar la legalidad y las reglas de juego, como ocurriría en cualquier Parlamento. Pero Batasuna no sólo no la acata, sino que considera una humillación tener que renunciar a la violencia para recobrar la legalidad

Observen ustedes, pues, qué dos perlas tan bien dejadas (y si cuela, cuela...). Primera: va a haber una negociación de reforma del marco político y segunda: como Batasuna no puede participar en el foro ordinario que sería el Parlamento Vasco –por no sé qué zarandajas de que es un grupo terrorista- se busca un foro alternativo, que es una mesa de partidos. Ergo, se admite la no representatividad del Parlamento Vasco.

Si yo, cualquier otro blogger, o cualquier periodista serio (asumo que se pueda decir que los aficionados no lo somos) que no trabajara para Polanco insinúa esto hace unos meses, se le tendría por: mentiroso, felón, enemigo de la paz... Cualquier cosa menos guapo, de veras. ¿Cuántas veces se ha dicho, en un alarde de impudicia con pocos precedentes que “la paz” no tiene precio político? Pues ahí lo tienen. La paz está concatenada nada menos que con una “negociación de una reforma del marco político”. Y no lo digo yo –infame blogger semiiletrado, sectario y de aviesas intenciones- sino que lo dice el Evangelio que nos llega cada día a los quioscos. Los que, día tras día, dictaminan sobre la salud mental de los que creen según qué cosas.

Obviamente, si semejante párrafo se casca sin anestesia hace unos pocos meses, aquí se podía haber liado una buena. Y esto nos permite comprobar cómo el gradualismo despliega todas sus virtudes. Poco a poco, Batasuna ha vuelto a entrar en el mundo político de los españoles, hasta asumir un estatus poco más o menos igual al que tenía antes de su ilegalización –mejor, de hecho-. De este modo, Batasuna es legal de facto, porque su presencia se impone con la fuerza de los hechos.

Progresivamente, nos hemos ido acostumbrando a la certeza de que hay una negociación política de alcance entre bambalinas, que va atada a la negociación con la banda terrorista como las dos caras de Jano. De nuevo, se trata de una evidencia, algo que se introduce poco a poco, como valor entendido, en el discurso diario. A través de frases equívocas, de falta de desmentidos a tiempo... De contrabando, en suma. Pero eficazmente. A estas alturas, ya nos da la sensación de que siempre lo hemos sabido. De hecho, en breve, hasta nos sorprenderá que alguien diga que altos dignatarios gubernamentales dijeron alguna vez que las cosas podrían ser de otra manera.

Es de todo punto evidente –y así lo avalan las maniobras preelectorales que se desarrollan- que Navarra es (o será) parte de cualquier eventual trato. Y dudo que, a estas alturas, alguien se moleste en negarlo.

Ayer nos preguntábamos cómo es posible que una opinión pública trague con ruedas de molino de calibre impensable. Parece claro que de la misma manera que una boa se puede tragar y digerir una vaca preñada: poco a poco y con paciencia. También se llama manipulación. No es ilegítimo proponer una solución al terrorismo que pase por una serie de concesiones, incluso que pase por una rendición completa. No es ilegítimo que alguien piense que Navarra es, o debe ser, una sola comunidad autónoma con Euskadi. Y tampoco es ilegítimo que haya quien discrepe de la ley de partidos (es ilegítimo pretender que no se aplique, que es diferente).

Lo que no es legítimo es ocultar todas esas cosas a los españoles –en particular, a los navarros- y a sus representantes. Quien crea en la anexión de Navarra por el País Vasco, que tenga el valor de presentarse a las próximas elecciones diciéndoles a los navarros que está dispuesto a enterrar la Comunidad Foral. Quien, verdaderamente, piense que el Parlamento Vasco no es un foro representativo de aquella comunidad autónoma, que lo diga alto y claro (y, por supuesto, reclame su inmediata disolución).

En suma, lo que no es legítimo es mentir o hacer exactamente lo contrario de lo que se predica. Y no lo digo yo. Lo dice El País.

miércoles, septiembre 13, 2006

CONOCEN A SU CLIENTELA

El diario El Mundo se preguntaba ayer, a la vista de la fotografía de su portada –en la que aparecía un joven militante del PSC luciendo una camiseta con la leyenda “todos somos Rubianes” flanqueado por unos sonrientes Montilla, Clos, de Madre y Chacón, entre otros- si puede ser ministro de España alguien que insulta a España o presta apoyo a quien insulta a España o, en rigor, a la mitad de los españoles. La respuesta, claro, es que depende. Si se es socialista, sí.

El mismo diario viene llamando la atención desde hace tiempo sobre la deriva del PSC, que se ha convertido en un auténtico guirigay del “todo vale”. De los socialistas catalanes puede uno esperar, literalmente, cualquier cosa, ahora que ya es imposible ubicarlos ideológicamente. Pero lo mismo podría decirse del socialismo español, en general.

El PSC y sus candidatos aplican exactamente los mismos principios que la casa madre a escala nacional. Dicen lo que en cada momento haya que decir para complacer a quien deba ser complacido. Y en Cataluña, ese electorado es el nacionalista, por la sencilla razón de que el no nacionalista o es cautivo o va a quedarse en casa. Así pues, si hay que “cagarse en la puta España” o en lo que toque, se cisca uno y tan a gusto. Todo por la sonrisa del respetable.

Hace mucho que el socialismo, en España, disfruta de una total ausencia de constricciones. Hace mucho que se emancipó de los rigores de un discurso ordenado y de la tiranía de la coherencia. Amparado en la más absoluta vacuidad que tan bien ejemplifica su líder máximo, el partido se orienta a la consecución y mantenimiento del poder “como sea”. Ante eso, las ideas y sus exigencias son zarandajas y remilgos. Se es de izquierdas y, por tanto, hay patente de corso. Se presupone la buena intención. Así pues, entre ellos y el objetivo no pueden alzarse más obstáculos insalvables que los estrictamente necesarios. Si alguien se pone en exceso tiquismiquis, se le tacha de “dogmático” y de carecer de “talante”.

Intelectualmente es una impostura, pero desde el punto de vista de la mercadotecnia no se les puede reprochar. Al fin y al cabo ¿por qué deberían hacer algo que nadie les ha pedido?

El Partido Socialista Obrero Español sabe de sobra que ha acumulado méritos suficientes para necesitar una refundación. Y pudo pasarse sin ella. Ha repetido muchas veces el intento, y siempre ha salido bien. Sabe bien que el apoyo a Rubianes, o lo que sea, puede acarrearle votos en Cataluña y que, cuando eso pueda llegar a tener trascendencia en otras partes de España, el asunto estará olvidado. O desempolvarán la las huestes españolistas, que también las tienen, y las sacarán pasear, diciendo a quien quiera oírles que ellos son más españoles que el toro de Osborne.

Al final, en suma, el Partido Socialista conoce, y muy bien, a su electorado. Y sabe que no lo va a descabalgar por contradecirse, ni por gobernar esperpénticamente, ni por ofender a quienes se puedan sentir ofendidos por las barbaridades de Rubianes (por otra parte, es más que probable que capas amplísimas del electorado socialista comparta las opiniones del cómico, una vez matizadas y dirigidas a quienes “lo merecen”). Sabe de sobra que lo que se entiende por “desgaste” es un goteo lento hacia la abstención, que llevará su tiempo. Aún no han agotado su crédito, ni mucho menos.

Alguien dijo una vez que el Partido Socialista es el partido que más se parece a España. Estoy de acuerdo, y mis lectores saben que no es un piropo hacia mi país, precisamente. Al césar lo que es del césar, han conseguido conectar perfectamente con una capa amplísima de electores. Han conseguido reflejar el país o, más bien, lo han moldeado a su imagen y semejanza.

Un partido incoherente, de pensamiento fofo, maniqueo, con una concepción –llamémosle- elástica del estado de derecho, para un país poco cívico, de nuevos ricos, cainita y, por eso mismo, de eterna segunda división, porque no quiere ser de primera, porque es el peor enemigo de sí mismo. Sí, señores, España se parece mucho al PSOE, mal que nos pese. Los españoles odian más al vecino de lo que se quieren a sí mismos –ese es nuestro drama- y el Partido Socialista lo sabe. Rubianes será un cabrón, pero es un cabrón de izquierdas, y por tanto, por mucho asco que se le tenga, siempre será mejor que el alcalde que lo vetó.

El día que no se pueda ser ministro de España odiando a España, el día que no se pueda ganar una elección sin exponer una sola idea, el día que las incoherencias pesen y uno tenga que arrepentirse de las estupideces que se dicen, el día que la mentira y la desvergüenza tengan coste, el día que los votantes no perdonen que se apruebe un estatuto para tener, al día siguiente, la soberana jeta de decir que pone al país en el camino seguido por la URSS y el día que todo lo anterior se aplique a todos por igual... ese día España habrá dejado de parecerse al Partido Socialista, y el Partido Socialista tendrá que elegir entre seguir dando palos de ciego o tener más cuidado con lo que dice y hace.

Hasta que no se lo pidan, seguirán igual, por supuesto. ¿Ustedes que harían? Conocen a su clientela.

martes, septiembre 12, 2006

CONVERSACIONES CON FRITZ

Un comentarista que firma Fritz me deja un largo e interesante apunte en mi artículo de ayer. Fritz es una de estas minas de oro con las que, hasta la fecha, tengo la suerte de contar: es amable, inteligente... y discrepante. Se toma la molestia de leer antes de criticar, lo cual es muy de agradecer.

El caso es que Fritz está en profundo desacuerdo con mi visión de las cosas. No pretendo, desde luego, que asuma mi punto de vista, y doy por hecho que tampoco uno se expresa siempre con toda la corrección que debiera y, por supuesto, que mete, y mucho, la pata. No obstante, sí quisiera matizar algunas cosas, apoyándome en su comentario.

Firtz discrepa de mi tesis sobre el interés de la izquierda en romper el consenso del 78, con la consiguiente alianza natural con quienes coinciden en ese objetivo –los nacionalistas-. Ese interés radica, a mi juicio, en que el consenso del 78 ha dejado de serle útil. Fritz objeta que mi argumentación exige dos peticiones de principio inaceptables, a saber: que los votantes de izquierda sean poco menos que unos tontos de baba que dejan hacer y que la derecha española (liberales incluidos) sea una tropa de inanes incapaces por completo de oponerse. Pues ni una cosa ni otra, al menos en esos términos.

De entrada, creo que mi teoría, sin ser nada más que eso, una teoría, se acomoda bastante bien a los hechos y da cuenta de lo que efectivamente viene sucediendo. Al menos, me parece más plausible que pensar que, un buen día, Zapatero se levantó de la cama con ganas de poner la casa patas arriba. Tampoco creo que el socialismo español sea una especie de nave a la deriva, que navega según venga el viento. Existe una tendencia de fondo reconocible y, sobre todo, existen unos hitos identificables que permiten sostener, creo, la idea de que el socialismo ve en los cambios constitucionales un medio –quizá incluso un desagradable peaje- para lograr el objetivo que no es otro que un poder hegemónico. A eso sirven también otros procesos paralelos como el de la “recuperación de la memoria histórica”, por otro nombre avivar los rescoldos de la hoguera de la que nace la superlegitimidad que se trata de mantener.

¿Son tontos los votantes de izquierda? Desde luego, ni más ni menos que los de derecha. Lo que sí son, me temo, es extremadamente sectarios. Hay sectarios en la derecha también, claro. Gente que se dejaría cortar la mano antes de introducir el voto en la urna incorrecta, pereat mundi. ¿Por qué hemos de suponer que ese tipo de votante es más abundante en la izquierda? En primer lugar, porque la robustez del suelo electoral así lo indica –ni en los peores tiempos ha llegado la izquierda (socialista) española a sufrir debacles electorales semejantes a las que han padecido sus homólogas europeas en circunstancias parecidas (en rigor, en circunstancias mejores porque, hasta donde yo conozco, sólo el socialismo español ha llegado a tener ministros en la cárcel – lo cual puede ser un indicativo, simplemente, de que la justicia en España es mejor)-pero, sobre todo, porque el votante de izquierda tiene la impresión de estar en el lado correcto desde el punto de vista moral. Porque todo, absolutamente todo a su alrededor, le refuerza en sus convicciones. Siempre fue más fácil estar dentro de la comunión que ser hereje y, por lo mismo, el paso de la apostasía es difícil de dar. La gente de izquierdas está convencida de que es moralmente buena, porque ellos son solidarios, ellos están en contra de la guerra, ellos creen en la cultura, ellos son modernos, ellos son progresistas... La derecha no proporciona esos bálsamos y, por lo mismo, tiene más complicado fidelizar clientela (lo que no quiere decir, obviamente, que no lo consiga).

Pero, recordemos, la otra premisa es que la derecha se chupa el dedo. ¿Es esto cierto? Pues me temo que sí, por fuerte que suene. La derecha española es de una incompetencia proverbial, y negarlo es el mejor camino para que esa situación se prolongue indefinidamente. A menudo, los problemas de la derecha se enfocan como un problema de venta, un problema de marca. Es innegable que esos problemas existen, pero soy de los que piensan que las dificultades de la derecha son aún más fundamentales: son de producto.

La derecha española es un precipitado, el resultado de una inercia. Jamás se ha planteado en serio la construcción de un discurso ideológico (sí, he dicho “ideológico”) fuerte. No hay un trabajo teórico, un armazón del que colgar una estrategia de comunicación coherente, a menos que se crea que naderías como la del “centro” pueden servir para algo. De hecho, una de las pocas cosas buenas que tiene la deriva insensata del socialismo –que, insisto, sí sabe adónde va, no se encuentra perdido ni nada por el estilo- es que ofrece pistas para construir ese discurso. Pero se trata de una tarea algo más compleja que apelar al “sentido común”, así que tengo muchas dudas de que la única derecha española existente (por sobrenombre PP) sea capaz de hilvanar algo medianamente robusto.

Por último, hay una tesis sostenida por Fritz con la que no puedo estar de acuerdo: la supuesta decadencia del nacionalismo. Si le he entendido bien, el nacionalismo es algo en regresión, fuera del mundo y superado por los tiempos. Se concluye, en última instancia, que poco hay que temer de él. Conforme en que el nacionalismo es algo completamente anacrónico y, en efecto, antihistórico. Pero su postración intelectual no le impide ser una poderosa fuerza movilizadora y, a la vista de casi todos los ejemplos, extremadamente dañina. No sé si el nacionalismo irá a parar al desván de los cachivaches inservibles de la historia, y ojalá sea así, pero sí sé que, en sus variadas formas, puede aún infligir infinitos sufrimientos a mucha gente.

En el caso particular de España, mucho me temo que si nos sentamos a esperar a que la historia haga su trabajo, puede ya no haber nada que salvar. Creo que la pujanza del nacionalismo en España es muy evidente por sí misma y, sobre todo, es completamente incontestada. El factor diferencial entre nuestro país y el resto del mundo es que, aquí, el nacionalismo no solo no encuentra obstáculos a su desenvolvimiento sino que, más bien, encuentra cooperación en distintos grados: activa o pasiva.

Termino esta página dedicada a Fritz glosando una frase que, a su vez, reseñaba un artículo mío: “Hace algún tiempo decía yo en este mismo lugar que la unidad de España no estaba en peligro, algunos más decían entonces lo mismo y quien suscribe el blog nos sorprendía poco después (si no al día siguiente) con una nota en que llegaba a clamar que la unidad de España en sí misma no le importaba nada, sino que eran el desenvolvimiento de la libertad lo que se habría de preservar. No entendí muy bien a qué venía aquello pero ya sabía que decir tales cosas era muy de liberales”. Tampoco yo recuerdo ahora a qué venía, pero sí que puedo suscribirlo. Con independencia de cuestiones sentimentales –soy español, me siento español y me daría mucha pena que mi país dejara de existir como tal- no creo que los estados, como construcciones humanas, sean inmutables ni tengan por qué serlo. Los españoles nos hemos desenvuelto en la historia con distintos ropajes jurídico-institucionales y nada ha sucedido. Los estados y su unidad no son bienes en sí mismos. Creo en la unidad nacional por lo mismo que creo en la democracia representativa, porque creo que son buenas para la preservación de derechos y libertades individuales. Y, sí, decir “estas cosas” es muy de liberales. De hecho “ser liberal” consiste, en el fondo, en no decir mucho más.

Un cordial saludo y gracias, Fritz.

domingo, septiembre 10, 2006

EL FUTURO SEGÚN JUARISTI

En una entrevista en Debate 21, Jon Juaristi ofrece su diagnóstico sobre el futuro probable de España: “Vamos poco a poco, pero muy derechos, a una confederación de microestados ibéricos. Veo tan factible, posible y poco evitable la independencia vasca como la catalana en el seno de una España postnacional que sólo servirá para asegurar que se juegue la Liga y que mandemos soldaditos bolivianos al Líbano.”

Convengo con el escritor vasco. Ese es, hoy por hoy, el futuro más probable. Si se sabe hacer bien, puede ser un escenario al que se arribe sin dramas, no tanto por un proceso de destrucción como de dilución, de evaporación –como bien señalaba Zarzalejos hace un par de semanas-. Bien es cierto que, de la torpeza de los actores protagonistas de la obra no cabe dar por hecho que sean capaces de desarrollar todo el guión sin rasgones, así que tampoco es descartable del todo que esto acabe como el rosario de la aurora.

Una estructura confederal, que puede marcar un hito absoluto en la historia de la teoría política y el derecho constitucional (al menos un servidor no conoce caso alguno de ningún país que, abjurando por completo de una construcción nacional de cinco siglos largos, la dé por fallida, instituyendo, además, una forma de unión de estados que solo existe, como puro modelo teórico, en los libros de texto), es el mejor de los escenarios posibles para todos –dejando, obviamente, de lado a aquellos que creen en España como nación y que, no obstante su número mayoritario, tienen todos los visos de ir a ser los grandes perdedores de este juego-. El mantenimiento de cualquier tipo de trabazón lábil puede permitir a algunos no pasar por los enterradores de una España reducida a las raspas, al tiempo que esa mínima urdimbre puede bastar a otros para no tener que arrostrar los costes de una independencia a las bravas, en las que nunca sería oro todo lo que reluce.

Este escenario, en sí, nada tiene de bueno ni de malo. Es una estupidez, pero nadie ha dicho nunca que las estupideces estén prohibidas. El único problema es, me temo, que la mayoría de los españoles –incluida la mayoría de los catalanes y casi la mitad de los vascos- no se reconocen en él y, probablemente, de ser plenamente conscientes, no lo aprobarían. ¿Entonces, por qué nos movemos, de modo inexorable, hacia ese escenario o hacia otro semejante?

Porque la alternativa no era otra que una verdadera democracia avanzada. Dejada a sus fuerzas, la democracia española tendía a consolidarse y, con toda probabilidad, el complejo y magmático entramado territorial del 78 tendía también a solidificarse en un punto determinado. Con el agotamiento del proceso estatutario, el sistema político español se aproximaba a un statu quo de cierta estabilidad. El caso paradigmático es Cataluña: no existían, ni existen, demandas masivas de profundización en el autogobierno, y por eso el proceso estatutario de 2005-06 no tuvo nada que ver con el de 1979. Entiéndaseme bien: estabilidad razonable nada tiene que ver con armonía absoluta. No pretendo decir que hubiéramos llegado a la solución de todas nuestras cuitas, ni mucho menos, sino simplemente a un marco más o menos generalmente aceptado. La pregunta, entonces, es obvia, ¿por qué ese escenario era malo, sobre todo cuando venía acompañado de una cierta prosperidad económica? ¿Por qué era mala la normalización de España?

La normalización de España era, y es, mala, porque fuerzas muy poderosas en nuestro país han construido su posición de privilegio desde la excepcionalidad. Me refiero, claro, a la izquierda y el nacionalismo –aliados mucho más que coyunturales- que son dominantes en sus respectivos ejes (izquierda-derecha y nacionalismo-no nacionalismo, respectivamente) en virtud de las anomalías de un país traumatizado y con una democracia no consolidada. La Transición les dio todos los triunfos, pero esa mano está ya agotada. Y no estaban, ni están, dispuestos a que se baraje de nuevo y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Los lectores habituales de esta bitácora saben que he sostenido esta tesis en otras ocasiones, y es la que me lleva a convenir con Juaristi: el modelo del 78 tenía que ser replanteado porque no garantizaba ya las hegemonías respectivas a quienes las habían disfrutado durante treinta años. Las “señales de vuelta” eran demasiado obvias. En las regiones con mayoría nacionalista, sobre todo en el País Vasco, amén de agotarse el proceso estatutario, se estaba empezando a producir un brote de reacción demasiado temprano como para que las legiones de jóvenes adoctrinados salidos de las escuelas nacionalistas estuvieran en la calle para detenerlo. Cataluña y el País Vasco (porque el nacionalismo gallego no ha logrado cuajar un marco similar) estaban, están, en un verdadero punto crítico. Desde la perspectiva nacionalista, éste es el verdadero punto de no retorno: la mayoría sociológica adoctrinada aún no ha llegado a consolidarse, aún puede irse todo al garete. Es ahora o nunca.

Es verdad que hubo muchos otros factores, algunos incluso de carácter internacional, como la evidencia de la viabilidad de algunos microestados que llegan a integrarse por sí en la UE, haciendo patente que una Euskadi independiente no tiene por qué ser un absurdo (el famoso, “nosotros, como Lituania”). Pero la propia dinámica interna de las comunidades sirve para explicar el por qué y el por qué ahora. Porque, si no, ¿qué? ¿Convertirse en gobiernos de gestión a los que la gente pueda pedir cuentas? ¿Arrostrar una democracia de alternancia que, siquiera de vez en cuando, pudiera expulsarlos del poder, royendo los fundamentos de unos regímenes eminentemente clientelares y que, por tanto, no pueden subsistir lejos del poder?

A escala nacional, la “señal de vuelta”, la que puso en marcha el Zapaterismo (incluidos sus contactos con ETA) fue, por supuesto, la mayoría absoluta del PP en 2000. La anécdota del 96 –por lo demás achacable a muchos factores- elevada a categoría. Algo sencillamente intolerable y que también puso muy nerviosas a las inmensas clientelas de la progresía.

El esquema confederal se constituye, por tanto, en el mejor de los mundos, dentro de lo posible, para unos y otros. Incluso, es posible hacerse a la ilusión de que, como la realidad es tozuda y los españoles existen y se hablan entre sí, las cosas sigan razonablemente igual. Habrá tres estados soberanos pero, como dice Juaristi, entre todos pagaremos a los bolivianos que irán a representar a la confederación por el mundo y las embajadas en sitios indeseables, el castellano seguirá siendo la lengua franca entre todos nosotros y en todos los territorios seguirá habiendo Corte Inglés. Por supuesto, la liga española seguirá empezando igual a finales de agosto o primeros de septiembre, con el Barcelona convertido en una suerte de Toronto Raptors. Como ellos son los mejores en todo, se demostrará que, libres de la losa española, Cataluña será campeona del mundo de fútbol, baloncesto, balonmano, judo, petanca y bolos, los vascos ganarán siempre el Tour (sin molestos gregarios extremeños) y ambas regiones acumularán tantos premios nobel que no habrá sitio en las vitrinas. Pepe Rubianes será recibido en Madrid en loor de multitudes y, con toda probabilidad, los euros españoles serán multilingües. Será todo idílico y los españolitos que no tengan la suerte de vivir en los nuevos estados tendrán su pedrea: tendrán paz y tranquilidad.

Y será todo gracias a un socialismo preclaro, que habrá sabido sacar la verdadera España del ropaje, ya mohoso y gastado a fuerza de arrastrarlo por la historia quinientos años.

El lector es libre de pensar que hace falta ser gilipollas o pensar que los votantes de uno lo son, o que pasan de todo hasta extremos insospechados, para tragar con esto. Pero todo indica que más de uno se lo cree de veras, y puede que no ande desencaminado.

sábado, septiembre 09, 2006

EL AFFAIRE RUBIANES

Al final, el alcalde decidió que temía más perder mucho de su voto “natural” –sobre todo ahora que se barrunta que el Partido Socialista puede echarle a la cara a alguien con verdadero peso- que suspender las oposiciones a progre. Elección entre males en que le ha colocado un previo error en la elección de sus colaboradores. Un papelón en de Gallardón, al que parar in extremis la humillación que iban a sentir muchos madrileños no le ha congraciado del todo con ellos y, desde luego, sí le ha echado encima a toda la opinión correcta. Ahora, es el alcalde “censor”.

La jauría ha reaccionado como se esperaba. Rubianes cometió un pecadillo venial –que rectificó oportunamente-, y es víctima ahora de las invectivas de la derecha más ultra, que ha conseguido doblegar al único representante genuino del ala “liberal”. ¿La víctima? La libertad de expresión, sin duda. Mario Gas se atrevió a calificar las declaraciones de Rubianes de “jocosas”, por contraste con las invectivas de la derechona que ha sufrido estos días en sus carnes. Utilizando el lenguaje “jocoso” de Rubianes, no les molestará que diga que mierda para él, mierda para la concejala que lo avala y mierda para que los que suscriban la catarata de gilipolleces que se están diciendo. ¿Debería completarlo con un “ojalá les revienten los cojones a todos los responsables del área de cultura municipal”?¿A que suena “jocoso” de narices? Ahora voy y matizo: sólo deseo que les revienten los cojones a aquellos que representan a la pseudocultura progre, o sea a los que son amigos de Rubianes, por supuesto que no a los que piensan como yo. Veamos...

Todo el mundo cree que lo execrable es lo que Rubianes dijo. Pues no, lo que Rubianes dijo (por cierto, en inciso: además de cagarse en la “puta España”, Rubianes hizo también comentarios muy ofensivos para con los extremeños y su presidente, comentarios que, muy convenientemente, la izquierda correcta ha decidido olvidar a la hora de recordar el suceso) es mucho menos importante que cómo y dónde lo dijo. No sé si Rubianes piensa lo que dijo –él sabrá-, lo que sí sé es que fue muy cobarde y muy miserable, porque lo dijo desde la convicción de que no asumía por ello absolutamente ningún riesgo. Se subió, simplemente, al carro de lo correcto, al carro de lo fácil. Y sus pretendidas excusas pecan de lo mismo. Al matizar sus declaraciones no las corrige sino que las circunscribe, las precisa para dirigirlas al conjunto de los españoles que él cree que se puede insultar impunemente.

El fondo de la cuestión es, precisamente, este. Todo el mundo tiene asumido, como cosa entendida, además que, así como existen grupos intocables, existen personas que bastante hacemos con dejarlas existir. Gente que no merece respeto alguno ni en sus convicciones, ni en sus ideas ni en sus símbolos. Tan es así que produce pasmo el que esa gente pueda plantearse incluso el reaccionar. Rubianes pensó que lo que hacía era gratis, sencillamente, porque así es de manera habitual.

La libertad de expresión de Rubianes no ha sido cercenada ni ha sufrido limitación alguna. Ha dicho, y puede seguir diciendo, lo que quiera y cuando quiera. Ahora bien, además del Código Penal –límite absoluto y mínimo de todas las libertades- los límites de nuestras libertades los marcan las de los demás. Cuando yo escribo estas líneas, por ejemplo, hago uso de mi libertad, y espero que nadie me lo impida. Pero tampoco espero que Rubianes me invite a escribirle una felicitación de cumpleaños. Entendería perfectamente que no lo hiciera, la verdad. Es más, si mis convicciones son tan firmes ¿por qué iba a querer yo participar en nada con Rubianes? La intelectualidad española de izquierdas no ve las cosas así, ni mucho menos. No se siente vinculada por sus propios actos, y ni tan siquiera contempla que puedan tener consecuencias.

Un regidor municipal no tiene, desde luego, derecho a impedir que se desarrolle un espectáculo que crea que puede ser ofensivo para muchos ciudadanos, pero sí tiene derecho a que no se sufrague con fondos municipales. Si Rubianes encuentra quien financie su espectáculo, adelante. Así lo hacen todos los días muchos grupos teatrales que no tienen teta de la que mamar, y que no se creen con derecho a que el dinero público pague sus creaciones. Rubianes sólo tiene que convencer a un empresario de que le contrate -¿consideran, por cierto, estos señores, que los empresarios tienen libertad para contratar a quien les pete, o es también un deber exigible? Además, ahora seguro que las colas del teatro darán la vuelta a la manzana, atestadas de progres de manual en apoyo de la causa. Mario Gas y Alicia Moreno igual van a varias funciones por día. Perfecto. Algo ha sacado el gallego: publicidad gratis.

Gas y compañía siguen insistiendo en que la obra nada tiene de ofensivo y que, por tanto, se veta porque es Rubianes quien la promueve. Siguen insistiendo en que a ellos les da igual la posición ideológica de la gente. Tan loable como falso. Gas y compañía no estrenarían nunca según qué montajes de según qué autores. Seguro. Y, por cierto, lo que Gas y Moreno deberían hacer es dimitir, si de verdad creen que están siendo objeto de censura.

Otro recurso fácil y muy demagogo es el de que “Lorca vuelve a ser asesinado”. El gilipollesco retruécano es muy ofensivo, supongo, para la familia del genial poeta, cuya sombra, por lo que se ve, ampara ahora a cualquier imbécil y sirve de parapeto contra la discrepancia. Lo de la apropiación de la figura de Lorca raya lo asqueroso, pero de eso hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, comprendo que Gallardón lo estará pasando fatal. Pero era lo esperable. Puesto que tan aficionado es a ciertos clásicos, debería tomar ejemplo de ellos. Señor alcalde: esto son quince días de periódicos. Aguante un poco el tipo, hombre. Aprenda de Rubalcaba. Usted y todo su partido. ¿O es que espera que esta banda sufra en silencio?

Les tienen miedo, esa es la verdad. Pero no hay para tanto. Ladran pero no muerden. Es la primera vez que algo les sale mal. Es lógico que estén cabreados.

jueves, septiembre 07, 2006

UN DEBATE NECESARIO

En la contraportada del diario Expansión, edición de papel, se encuentra una columna a cargo de David Mathieson (“Tormenta en una Taza de Té”, se titula el artículo), en la que el autor sostiene que el debate sobre el envío de tropas al Líbano está un tanto fuera de lugar.

Los argumentos del columnista, todos ellos muy razonables son, en síntesis, los siguientes: España es la novena economía del mundo, y un país de cierto empaque entre las naciones. Es, además, un país de relativo tamaño, con más de cuarenta millones de habitantes. El número de soldados que se va a enviar al Líbano excede con poco de mil, algo así como la mitad de los que envían Francia o Italia –que, sin duda, nos superan cualquiera que sea el parámetro que se tome, pero tampoco nos doblan, sobre todo esta última-. Más en general, y a propósito de si es mucho o poco que haya cerca de tres mil soldados españoles por el mundo, se recuerda que Australia tiene cerca de dos mil quinientos, estando, como está, alejada de casi todos los centros de conflicto, con unas prioridades geoestratégicas muy distintas de las de España y con poco más de veinticinco millones de almas censadas.

En suma, concluye el periodista, el debate que estamos viviendo es más propio de los años ochenta y de un país que no sabe encontrar su sitio en el mundo.

Como decía hace un momento, la línea fundamental del argumento no sólo me parece razonable, sino que la comparto. España no es, ciertamente, una potencia planetaria, pero dista mucho de ser un país insignificante. Ello nos crea –nos guste o no- una serie de obligaciones de las que no podemos autoexcluirnos con recurso a discursos demagógicos. Algunos pensamos que el concurso de España en ciertas causas es un imperativo moral y aun jurídico -¿acaso no nos obliga nuestra Constitución, siquiera como vocación, a procurar que todos los pueblos de la Tierra disfruten de las mejores condiciones?-. Pero, por si esto no bastara, ahí está toda la retahíla de tratados que nuestro país ha suscrito y que convierten ese evanescente deber en un mandato más que positivo y, sobre todo, ahí están nuestros propios intereses, cuyo alcance excede con mucho de las estrechas miras de algunos. Ojalá llegue un día en que más de uno se dé cuenta de que la primera línea de defensa del calorcito y la comodidad de que disfruta en su casa puede muy bien encontrarse a miles de kilómetros de distancia.

Dicho todo lo anterior, cabe señalar algunas cosas que también son importantes.

La primera de todas es que el compromiso general de cooperación –el “sí” a lo que se nos pida, en línea de principio- ha de matizarse a la hora de traducirlo en misiones concretas. No cualquier cosa que se le ocurra a cualquier mandatario mundial se convierte, de por sí, en algo razonable. Y bien podría suceder, por tanto, que la misión del Líbano no fuese una buena idea. Al fin y al cabo, no es un argumento tan extraño, toda vez que hubo quien, ferviente partidario de la primera guerra de Irak, se opuso a la segunda. Imagino que, sin cuestionar para nada la disponibilidad general de España, se debió pensar que algo hacía diferentes a las dos misiones. Así pues, la aceptación del rol de nuestro país en la escena internacional no puede servir como excusa para hurtar el debate que merece un hecho, al fin y al cabo trascendente, como es el envío de tropas españolas fuera de nuestro suelo.

En cuanto al límite de tres mil efectivos que, parece ser, no puede rebasarse, es cierto que suena paupérrimo. Pero me temo que, de nuevo, esto debe conducirnos a un debate más general, cual es el de la entidad de nuestras Fuerzas Armadas, que no están muy sobradas de medios. Mucho me temo que, si se ha de atender de manera primordial a la defensa del territorio, el contingente disponible para misiones en el extranjero ha de tener un límite, y supongo que la cifra de tres mil no ha sido elegida caprichosamente. Como, en efecto, parece algo liliputiense en comparación con otros países de envergadura pareja, hay que plantearse, entonces, si la dimensión de nuestros ejércitos es la adecuada.

Por otra parte, no deja de ser llamativo –por más que sea lo normal- que sea un Gobierno demagogo hasta la náusea y que basó su elección en la crítica no ya de una operación militar concreta sino del carácter “belicista” del anterior el que ahora muestre tal entusiasmo y predisposición a “lo que sea”. Desde luego que la archiimbecil apelación a la distinción entre “guerra y paz” de las campas de Rodiezmo no es justificación suficiente.

En suma, sí, existe –o debe existir- una predisposición favorable de España a asumir las cargas que le toquen. Pero esto no convierte ciertos debates en innecesarios. Al igual que el Gobierno se siente muy cómodo cambiando de opinión, tampoco la Oposición debería sentirse en exceso atada por sus decisiones anteriores. Con buen o mal criterio, que se juzgara oportuna la misión en Irak o en Afganistán no tiene por qué implicar que se considere correcta y bien fundada la de Líbano, y ni una cosa ni otra tienen por qué implicar el cuestionamiento de la mayor.

Hay muchas razones que pueden justificar una determinada misión, más allá del compromiso en abstracto. Algunas de esas razones ni siquiera tienen por qué estar relacionadas con la misión en sí misma, porque la acción exterior es un complejo de vasos comunicantes. Pero la acción exterior –de la que las intervenciones militares son un capítulo más- debe ser explicable. Es verdad que España es un país grande y que, por tanto, su red de relaciones es tupida y complicada. Pero, precisamente, por ser un país grande, merecería una cierta racionalidad en su política. La política exterior norteamericana –yendo al arquetipo- puede ser correcta o equivocada, pero está formulada de manera que pueda ser conocida por todo el mundo. ¿Dónde está la formulación de la política exterior española, más allá de las bobadas de Rodiezmo y otras similares?

miércoles, septiembre 06, 2006

EDUCACIÓN: ¿MERECE LA PENA SEGUIR DENUNCIANDO?

El otro día me enteré de que la escala de calificaciones que se está aplicando actualmente en nuestro sistema educativo tiene sus dos grados máximos en “bien” y “muy bien” o algo así. Es decir, que, al menos en la educación primaria y secundaria, creo, han desaparecido las menciones de “notable” y “sobresaliente”, por no hablar de la matrícula “de honor”. Parece una tontería, pero no lo es. La eliminación del matiz comparativo, el que las cosas estén “bien” o “muy bien” pero nadie pueda hacerse “notar”, “sobresalir” y mucho menos merecer “honor” por estudiar mucho es muy ilustrativa.

El Consejo de Estado, por su parte, cuando hizo el preceptivo informe sobre la LOE llamó la atención sobre la circunstancia de que, en la lista de objetivos del sistema educativo, se hubiera eliminado la transmisión de conocimientos. Es decir, el sistema ha de servir para que los educandos sean mejores personas, tengan “talante”, sepan que es normal que un niño tenga dos papás... pero de ciencias, artes y humanidades, de ortografía, lectura y cálculo, nada de nada.

Últimamente, vuelve a la palestra un hecho archiconocido. A saber: que el sistema educativo del País Vasco se aplica a describir a los estudiantes un país irreal, eliminando sistemáticamente toda referencia a España, los españoles y, en general, a todas las estructuras económicas, políticas y sociales en las que Euskadi está incardinada. Si eso se combina con el desmadre lingüístico, el cóctel es explosivo – y en este caso, no se trata de ninguna figura literaria.

Por último, son cada vez más abundantes las denuncias procedentes de las profesiones docentes, que ya proceden de gente con los más diversos perfiles pedagógicos. Incluso personas de impecable perfil progresista y, por tanto, inatacable por los medios de costumbre, clama al cielo. Es lógico y natural, toda vez que un oficio siempre muy mal pagado y poco reconocido, pero al cabo respetado y entrañable, parece estar mudando en una profesión de riesgo.

Todo lo que he contado hasta aquí es de sobra conocido. Conocido por todos, además. Ya nadie se molesta en negar que nuestro sistema educativo es un desastre, que es mentira casi todo el discurso oficial pretendidamente justificativo o, simplemente, enmascarador y que, en las comunidades autónomas regidas por nacionalistas, la cosa toma, además, un tinte ideológico como para asustar al más pintado. Insisto, casi nadie serio se molesta en objetar. Y es que habría que ser imbécil, o muy insensato para ver natural que un sistema educativo no se plantee siquiera la transmisión de conocimientos como objetivo prioritario, que los profesores tengan que guardar bien el secreto de cuál es su auto si quieren que el seguro no les rescinda la póliza o para aceptar con comodidad que las pautas del sistema estén dictadas por una patulea de nazis enfermos.

Para poner la guinda, está llamando a la puerta lo que puede ser el acabóse: la “educación para la ciudadanía”. Pues bien si, más o menos, convenimos todos en que se están cometiendo errores de bulto y, me barrunto, también tenemos casi todos una idea clara de cómo rectificar (no digo que sea fácil ni que se pueda alcanzar, de la noche a la mañana, un consenso sobre tema tan espinoso, pero sí creo que hay unos mínimos que no deberían ser polémicos como, por ejemplo, que no es deseable que se cometan faltas de ortografía o que no se debe pegar a los compañeros – sí, me refiero a eso, no a cuestiones más complicadas), la pregunta es obvia: Qui prodest?, ¿Por qué seguimos adelante con esta insensatez? ¿Por qué no se recupera la exigencia como patrón fundamental –es decir, por qué no se acaba con el fraude a los que menos tienen-?, ¿Por qué se sigue consintiendo que circulen por ahí libros de texto que, lisa y llanamente, cuentan mentiras? Me imagino que todo el mundo podría pies en pared si un libro enseñara que “Las Señortias de Aviñón” es un cuadro del Bosco, ¿por qué, entonces, es aceptable un mapa autonómico que no se corresponde con la autonomía que pretende describir sino que incluye otra comunidad distinta y territorios de un Estado extranjero?

Y la respuesta, me temo, es también evidente. Los políticos que encargaron, a finales de los ochenta, la reforma del sistema ya sabían que los pedagogos a los que les iban a encargar el trabajo eran unos tarados, porque no son tontos (los políticos, y probablemente tampoco los pedagogos – la enfermedad es de otro tipo). El sistema es como es porque su objetivo primordial no es otro que el de formar futuros votantes de izquierda o nacionalistas. Así de simple, me temo. No cabe otra explicación.

Prefieren un pequeño nazi con talante que una persona con juicio crítico. Triste, pero cierto. Visto así, no sé si merece la pena seguir denunciando, curso tras curso, que en algunos lugares de España se enseñan mentiras.

domingo, septiembre 03, 2006

ALATRISTE

Confieso que fui anoche a ver Alatriste entre espoleado por declaraciones que había ido leyendo a Arturo Pérez-Reverte, en las que mostraba su satisfacción con el trabajo de Díaz Yanes y su equipo, y el escepticismo habitual provocado por la costumbre, cada vez que el cine español se aproxima a una temática donde está presente la historia de España, aunque sea como escenario.

Salí doblemente satisfecho, porque disfruté de la película y porque recuperé un poco la confianza en nuestro cine y sus capacidades. El filme tiene defectos, como no puede ser de otro modo pero, en conjunto, es una gran obra que, por lo que se ve, está mereciendo una enorme aceptación. Anoche, el cine estaba abarrotado y era difícil encontrar entradas en cualquiera de las múltiples salas donde se proyecta. Inútil, nada de esto llevará, a buen seguro, a la autocrítica en las próximas ediciones de los Goya (¿por qué hay películas españolas que sí se ven y otras no, pese a ser todas geniales por definición?)

El puntal de la película es, como no, un Viggo Mortensen enorme. Mortensen cuaja un soldado de los Tercios fabuloso. Altivo el gesto, con cara de pocos amigos, siempre alerta ante un peligro que acechaba en cada esquina, en los frentes y, por supuesto, en las calles de un Madrid lleno de gente pendenciera y ociosa. Su perceptible esfuerzo por adaptar su español al castellano –Mortensen aprendió nuestra lengua en Argentina, y conserva el deje de allá- que se le suponía al personaje, lejos de ser un inconveniente, refuerza el aire de la figura. Dice Mortensen que cree que muchos actores españoles se hubieran muerto por hacer su personaje. Temo que muy pocos hubiesen sido capaces de cuadrar tan bien un español del siglo XVII.

De la aportación española, destacaría el Quevedo de Juan Echanove. Maravillosa recreación del gran testigo de nuestro siglo de Oro. Los demás, tampoco están mal.

Pero lo mejor de la película, sin duda, es la recreación de la España de Felipe IV. Una recreación nada edulcorada, pero tampoco cruel ni hostil. Algo atípico en el cine patrio, ya se sabe. Se trataba de contar, no de reivindicar ni de vengarse de nadie. El XVII es un siglo de luces y sombras, como ese Madrid lleno de mendigos, clérigos y soldados de fortuna en el que, entre la mugre, brillaron como nunca el idioma y el orgullo de un país que se creía dueño del mundo.

La historia enseña que no hay ejércitos invencibles. Ni los Tercios españoles, ni las legiones romanas, ni las tropas de Napoleón, ni la Armada Real inglesa, ni los soldados del Sultán Otomano. Todos ellos conocieron su gloria y su ocaso. Tampoco hay guerra que se pueda sostener para siempre y contra todos. Siempre hay un Flandes, un Vietnam o una Rusia en la que el imperio de turno queda atrapado, enfrentado a quienes tienen mucho menos que perder. Y en las guerras, en todas las guerras, se escriben páginas heroicas y se derrocha nobleza, a veces, pero todas ellas, sin excepción, son carnicerías que sacan lo peor de los seres humanos.

La historia de un país grande está siempre llena de claroscuros. Alatriste, como trasunto de la España del XVII, es un personaje ambiguo, capaz de lo mejor y de lo peor. Representativo, precisamente por no ser importante. Porque si algo ha sido una constante en la historia de nuestro país –y probablemente su hecho diferencial real, el único auténtico, con el resto de Europa- ha sido la sucesión de personajes despreciables en sus clases dirigentes. Inútiles, antipatriotas, cuando no simples parásitos, raramente han sido capaces de encarnar cabalmente a la España de cada momento. Sargentos, curas de a pie, funcionarios de medio pelo, hidalgos del tres al cuarto, han sido muchos más y mucho mejores españoles que generales, obispos, ministros, grandes y, por supuesto... reyes.

Mortensen puso el dedo en la llaga cuando dijo que, a su juicio, ser español es saber perder. De hecho, cree que Alatriste es un tipo que sabe perder. Y no es mala descripción, si bien se mira. Los españoles siempre hemos de estar preparados para que el imbécil, el malnacido, el traidor, lleguen y lo echen todo por la borda. Incluso hoy, que el imperio hace mucho que cayó, en buena hora con sus lastres, y hemos metido a los curas en las sacristías, los militares en los cuarteles y, por fin, casi todos los españoles se han puesto a trabajar, hay que andar ojo avizor, porque no faltan hijos de puta de distintos extractos dispuestos a mandarlo todo al carajo. Pero es lo que hay, qué quieren que les diga.

La película termina, cómo no, en Rocroi. Y, ¿saben qué? Hubo quien se arrancó a aplaudir y todo, al final. No muchos, es verdad, pero sí unos cuantos. Creo que más de uno se fue contento, y hasta orgulloso. ¿Se puede estar orgulloso de los desastres? Pues sí, se puede. Basta que no te llamen imbécil. La clave puede estar ahí. En que unos españoles fueron a ver una película, al fin y al cabo histórica, hecha por españoles y, además de pasar un buen rato, nadie les insultó por eso, por ser españoles. Bien es verdad que el protagonista es un extranjero, y quizá por eso, cuando interpreta a un español, lo hace sin complejos.

sábado, septiembre 02, 2006

EL PLURALISMO DEL TEATRO ESPAÑOL

EL Teatro Español, dependiente del Ayuntamiento de Madrid, tiene previsto estrenar una obra cuyo director es Pepe Rubianes, famoso no tanto por haber encarnado a personajes de la complejidad de Maki Navaja como por haberse despachado a gusto, en una de las exhibiciones de ordinariez más gratuitas que se recuerdan en estos pagos, contra España y los españoles.

Por supuesto, el señor Rubianes puede despreciar a los españoles todo lo que tenga por conveniente –luego matizó que sus exabruptos sólo iban dirigidos a la gente de derechas, con lo que la cosa quedó en un malentendido-, incluso de manifestarlo en público. Lo verdaderamente execrable en el comportamiento de Rubianes, y lo que le convierte en despreciable –imagino que, igual que nadie plantea objeciones a que el señor Rubianes desee que a los españoles (bueno, a los españoles de derechas) nos “exploten los cojones” (sic), tampoco deberá molestar que otros expresemos nuestro desdén por el personaje- es el contexto, de riesgo absolutamente nulo, en el que hizo sus manifestaciones. Porque, como por otra parte es habitual en estos provocadores de vía estrecha, el señor Rubianes no se subió a una estatua, digamos en Badajoz por poner un ejemplo, y empezó a escupir mierda. Lo hizo en el amoroso nidito que, para cuanto subnormal tenga alguna cuita con este país, preparan las televisiones autonómicas nacionalistas, acompañado por un público entregado y, por supuesto, por un presentador que le rió las gracias. Por cierto que el siniestro CAC despachó el triste suceso diciendo que, en efecto, las salidas de pata de banco de Rubianes y la babosa actitud del conductor del programa pudieron ser ofensivas para “algún segmento” de la audiencia (esto es, se colige que en Cataluña ya ha dejado de existir la vergüenza ajena, porque uno esperaría que semejante catarata de improperios resultara ofensiva no para “algún segmento”, sino para “casi toda” la audiencia, que sufraga con sus impuestos el espectáculo).

Pues bien, el comportamiento del señor Rubianes no solo no tiene consecuencias especialmente negativas para él –antes al contrario, una legión de tarados mentales, en Cataluña y fuera de ella, le encontrará ingenioso y hasta “audaz”- sino que se le recibe en Madrid como si fuera un director de prestigio. En el Madrid al frente de cuyo ayuntamiento se halla un político que dice pertenecer al partido que ampara a esos españoles que no tienen quien les defienda, y que ahora afirma –el político- no saber quien es Rubianes ni cuáles fueron los hechos.

La dirección del Teatro Español, algo así como un implante de valientes progres que, no obstante su manía hacia todo lo que la derecha española es y significa, no tienen inconveniente en aceptar gabelas y cargos, se conoce que con el noble fin de humanizar un poco a la bestia, dice que ellos aceptan los montajes por su calidad artística, con total independencia de las opiniones de los directores. Bonito, sí señor. Y muy noble.

Lástima que sea mentira.

Porque ni el Teatro Español, ni absolutamente ningún otro de la red pública española nacional, autonómica o local estaría dispuesto a estrenar una obra a un autor que, en una televisión autonómica hubiera deseado que “les exploten los cojones a estos (catalanes, vascos, musulmanes, homosexuales, inmigrantes, socialistas..., y un largo etcétera)”. De entrada, por supuesto, la hipótesis peca de irrealista, porque si eso hubiese sucedido el presentador se hubiese puesto verde y la cadena de marras hubiese emitido mil y un comunicados intentando echar tierra sobre el asunto. Lo que el Teatro Español, como todos los sufragados con dinero público, está dispuesto a admitir es cualquier pensamiento “heterodoxo” a condición de que sea correcto. Las patologías de otro signo, normalmente, se las ha de pagar el que hace gala de ellas. Eso las que no suponen una muy justificada muerte social.

Pero Rubianes y los que son como él tienen suerte. Suerte de vivir en una España en la que pueden disfrutar del apoyo de los propios y de los inmensos complejos de los ajenos. Sinceramente, y a no ser que su comportamiento cambie mucho, le desaconsejaría a Rubianes que emigrara. En ningún país le puede ir tan bien como en esta “puta España”- que pruebe a cagarse, ante las respectivas audiencias, en los Estados Unidos, en Francia, en Inglaterra, en Italia... o, por supuesto, en la Cataluña sagrada y mítica-. Él dice que sólo se refiere a la España de derechas, y con esto demuestra lo corto que es. Porque es ésta, y no otra derecha, la que representa para él el mejor de los mundos.

No sé cuáles eran los méritos de Pepe Rubianes antes de su intervención en TV3. Pero que no le quepa duda de que fue esa actuación y no otra la que le convirtió en estrella para el tipo de derecha que gobierna en el Ayuntamiento de Madrid. La que le convirtió en objeto de deseo y en prueba viviente de cosmopolitismo. En realidad, se quedó corto, porque imagino que, de haber sido un poquito más grosero, le hubieran ofrecido la dirección de algún teatro municipal. Por supuesto, ni Rubianes ni los que son como él pagarán jamás con la misma moneda.

Alberto Ruiz Gallardón ha dicho ya que él quiere representar un tipo de derecha fronteriza con la izquierda. Falso. Lo que quiere es representar un tipo de derecha que a la izquierda le resulte aceptable. Una derecha a la que no comparen con ETA con desventaja (Boris Izaguirre dixit). Una derecha de la que no se rían en Cuatro. Una derecha a la que él no tenga complejo de pertenecer.

No digo que los complejos del alcalde no estén justificados porque, al fin y al cabo, él es perfectamente consciente del tipo de derecha al que verdaderamente pertenece. Pero creo que sus consejeros deberían recomendarle que, si tiene problemas, se los trate de otra manera. Deberían decirle, entre otras cosas, que el intento es vano. La izquierda nunca le concederá un certificado de homologación. Tan solo le van a usar como proyectil contra la “otra” derecha, la mala, la horrible, la que no les da trabajo (en realidad, la que les da menos trabajo). Si, un buen día, no hubiera otra derecha de la que reírse, no le quepa la menor duda, señor Alcalde, de que se reirían de usted. Hoy por hoy, es usted más útil donde está y haciendo lo que hace.

Rubianes cobrará su cheque y se volverá a TV3, a desearle a usted que le exploten los cojones, entre las risas de un público entregado y los ríos de baba de un presentador sectario.