EL FUTURO SEGÚN JUARISTI
En una entrevista en Debate 21, Jon Juaristi ofrece su diagnóstico sobre el futuro probable de España: “Vamos poco a poco, pero muy derechos, a una confederación de microestados ibéricos. Veo tan factible, posible y poco evitable la independencia vasca como la catalana en el seno de una España postnacional que sólo servirá para asegurar que se juegue la Liga y que mandemos soldaditos bolivianos al Líbano.”
Convengo con el escritor vasco. Ese es, hoy por hoy, el futuro más probable. Si se sabe hacer bien, puede ser un escenario al que se arribe sin dramas, no tanto por un proceso de destrucción como de dilución, de evaporación –como bien señalaba Zarzalejos hace un par de semanas-. Bien es cierto que, de la torpeza de los actores protagonistas de la obra no cabe dar por hecho que sean capaces de desarrollar todo el guión sin rasgones, así que tampoco es descartable del todo que esto acabe como el rosario de la aurora.
Una estructura confederal, que puede marcar un hito absoluto en la historia de la teoría política y el derecho constitucional (al menos un servidor no conoce caso alguno de ningún país que, abjurando por completo de una construcción nacional de cinco siglos largos, la dé por fallida, instituyendo, además, una forma de unión de estados que solo existe, como puro modelo teórico, en los libros de texto), es el mejor de los escenarios posibles para todos –dejando, obviamente, de lado a aquellos que creen en España como nación y que, no obstante su número mayoritario, tienen todos los visos de ir a ser los grandes perdedores de este juego-. El mantenimiento de cualquier tipo de trabazón lábil puede permitir a algunos no pasar por los enterradores de una España reducida a las raspas, al tiempo que esa mínima urdimbre puede bastar a otros para no tener que arrostrar los costes de una independencia a las bravas, en las que nunca sería oro todo lo que reluce.
Este escenario, en sí, nada tiene de bueno ni de malo. Es una estupidez, pero nadie ha dicho nunca que las estupideces estén prohibidas. El único problema es, me temo, que la mayoría de los españoles –incluida la mayoría de los catalanes y casi la mitad de los vascos- no se reconocen en él y, probablemente, de ser plenamente conscientes, no lo aprobarían. ¿Entonces, por qué nos movemos, de modo inexorable, hacia ese escenario o hacia otro semejante?
Porque la alternativa no era otra que una verdadera democracia avanzada. Dejada a sus fuerzas, la democracia española tendía a consolidarse y, con toda probabilidad, el complejo y magmático entramado territorial del 78 tendía también a solidificarse en un punto determinado. Con el agotamiento del proceso estatutario, el sistema político español se aproximaba a un statu quo de cierta estabilidad. El caso paradigmático es Cataluña: no existían, ni existen, demandas masivas de profundización en el autogobierno, y por eso el proceso estatutario de 2005-06 no tuvo nada que ver con el de 1979. Entiéndaseme bien: estabilidad razonable nada tiene que ver con armonía absoluta. No pretendo decir que hubiéramos llegado a la solución de todas nuestras cuitas, ni mucho menos, sino simplemente a un marco más o menos generalmente aceptado. La pregunta, entonces, es obvia, ¿por qué ese escenario era malo, sobre todo cuando venía acompañado de una cierta prosperidad económica? ¿Por qué era mala la normalización de España?
La normalización de España era, y es, mala, porque fuerzas muy poderosas en nuestro país han construido su posición de privilegio desde la excepcionalidad. Me refiero, claro, a la izquierda y el nacionalismo –aliados mucho más que coyunturales- que son dominantes en sus respectivos ejes (izquierda-derecha y nacionalismo-no nacionalismo, respectivamente) en virtud de las anomalías de un país traumatizado y con una democracia no consolidada. La Transición les dio todos los triunfos, pero esa mano está ya agotada. Y no estaban, ni están, dispuestos a que se baraje de nuevo y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Los lectores habituales de esta bitácora saben que he sostenido esta tesis en otras ocasiones, y es la que me lleva a convenir con Juaristi: el modelo del 78 tenía que ser replanteado porque no garantizaba ya las hegemonías respectivas a quienes las habían disfrutado durante treinta años. Las “señales de vuelta” eran demasiado obvias. En las regiones con mayoría nacionalista, sobre todo en el País Vasco, amén de agotarse el proceso estatutario, se estaba empezando a producir un brote de reacción demasiado temprano como para que las legiones de jóvenes adoctrinados salidos de las escuelas nacionalistas estuvieran en la calle para detenerlo. Cataluña y el País Vasco (porque el nacionalismo gallego no ha logrado cuajar un marco similar) estaban, están, en un verdadero punto crítico. Desde la perspectiva nacionalista, éste es el verdadero punto de no retorno: la mayoría sociológica adoctrinada aún no ha llegado a consolidarse, aún puede irse todo al garete. Es ahora o nunca.
Es verdad que hubo muchos otros factores, algunos incluso de carácter internacional, como la evidencia de la viabilidad de algunos microestados que llegan a integrarse por sí en la UE, haciendo patente que una Euskadi independiente no tiene por qué ser un absurdo (el famoso, “nosotros, como Lituania”). Pero la propia dinámica interna de las comunidades sirve para explicar el por qué y el por qué ahora. Porque, si no, ¿qué? ¿Convertirse en gobiernos de gestión a los que la gente pueda pedir cuentas? ¿Arrostrar una democracia de alternancia que, siquiera de vez en cuando, pudiera expulsarlos del poder, royendo los fundamentos de unos regímenes eminentemente clientelares y que, por tanto, no pueden subsistir lejos del poder?
A escala nacional, la “señal de vuelta”, la que puso en marcha el Zapaterismo (incluidos sus contactos con ETA) fue, por supuesto, la mayoría absoluta del PP en 2000. La anécdota del 96 –por lo demás achacable a muchos factores- elevada a categoría. Algo sencillamente intolerable y que también puso muy nerviosas a las inmensas clientelas de la progresía.
El esquema confederal se constituye, por tanto, en el mejor de los mundos, dentro de lo posible, para unos y otros. Incluso, es posible hacerse a la ilusión de que, como la realidad es tozuda y los españoles existen y se hablan entre sí, las cosas sigan razonablemente igual. Habrá tres estados soberanos pero, como dice Juaristi, entre todos pagaremos a los bolivianos que irán a representar a la confederación por el mundo y las embajadas en sitios indeseables, el castellano seguirá siendo la lengua franca entre todos nosotros y en todos los territorios seguirá habiendo Corte Inglés. Por supuesto, la liga española seguirá empezando igual a finales de agosto o primeros de septiembre, con el Barcelona convertido en una suerte de Toronto Raptors. Como ellos son los mejores en todo, se demostrará que, libres de la losa española, Cataluña será campeona del mundo de fútbol, baloncesto, balonmano, judo, petanca y bolos, los vascos ganarán siempre el Tour (sin molestos gregarios extremeños) y ambas regiones acumularán tantos premios nobel que no habrá sitio en las vitrinas. Pepe Rubianes será recibido en Madrid en loor de multitudes y, con toda probabilidad, los euros españoles serán multilingües. Será todo idílico y los españolitos que no tengan la suerte de vivir en los nuevos estados tendrán su pedrea: tendrán paz y tranquilidad.
Y será todo gracias a un socialismo preclaro, que habrá sabido sacar la verdadera España del ropaje, ya mohoso y gastado a fuerza de arrastrarlo por la historia quinientos años.
El lector es libre de pensar que hace falta ser gilipollas o pensar que los votantes de uno lo son, o que pasan de todo hasta extremos insospechados, para tragar con esto. Pero todo indica que más de uno se lo cree de veras, y puede que no ande desencaminado.
Convengo con el escritor vasco. Ese es, hoy por hoy, el futuro más probable. Si se sabe hacer bien, puede ser un escenario al que se arribe sin dramas, no tanto por un proceso de destrucción como de dilución, de evaporación –como bien señalaba Zarzalejos hace un par de semanas-. Bien es cierto que, de la torpeza de los actores protagonistas de la obra no cabe dar por hecho que sean capaces de desarrollar todo el guión sin rasgones, así que tampoco es descartable del todo que esto acabe como el rosario de la aurora.
Una estructura confederal, que puede marcar un hito absoluto en la historia de la teoría política y el derecho constitucional (al menos un servidor no conoce caso alguno de ningún país que, abjurando por completo de una construcción nacional de cinco siglos largos, la dé por fallida, instituyendo, además, una forma de unión de estados que solo existe, como puro modelo teórico, en los libros de texto), es el mejor de los escenarios posibles para todos –dejando, obviamente, de lado a aquellos que creen en España como nación y que, no obstante su número mayoritario, tienen todos los visos de ir a ser los grandes perdedores de este juego-. El mantenimiento de cualquier tipo de trabazón lábil puede permitir a algunos no pasar por los enterradores de una España reducida a las raspas, al tiempo que esa mínima urdimbre puede bastar a otros para no tener que arrostrar los costes de una independencia a las bravas, en las que nunca sería oro todo lo que reluce.
Este escenario, en sí, nada tiene de bueno ni de malo. Es una estupidez, pero nadie ha dicho nunca que las estupideces estén prohibidas. El único problema es, me temo, que la mayoría de los españoles –incluida la mayoría de los catalanes y casi la mitad de los vascos- no se reconocen en él y, probablemente, de ser plenamente conscientes, no lo aprobarían. ¿Entonces, por qué nos movemos, de modo inexorable, hacia ese escenario o hacia otro semejante?
Porque la alternativa no era otra que una verdadera democracia avanzada. Dejada a sus fuerzas, la democracia española tendía a consolidarse y, con toda probabilidad, el complejo y magmático entramado territorial del 78 tendía también a solidificarse en un punto determinado. Con el agotamiento del proceso estatutario, el sistema político español se aproximaba a un statu quo de cierta estabilidad. El caso paradigmático es Cataluña: no existían, ni existen, demandas masivas de profundización en el autogobierno, y por eso el proceso estatutario de 2005-06 no tuvo nada que ver con el de 1979. Entiéndaseme bien: estabilidad razonable nada tiene que ver con armonía absoluta. No pretendo decir que hubiéramos llegado a la solución de todas nuestras cuitas, ni mucho menos, sino simplemente a un marco más o menos generalmente aceptado. La pregunta, entonces, es obvia, ¿por qué ese escenario era malo, sobre todo cuando venía acompañado de una cierta prosperidad económica? ¿Por qué era mala la normalización de España?
La normalización de España era, y es, mala, porque fuerzas muy poderosas en nuestro país han construido su posición de privilegio desde la excepcionalidad. Me refiero, claro, a la izquierda y el nacionalismo –aliados mucho más que coyunturales- que son dominantes en sus respectivos ejes (izquierda-derecha y nacionalismo-no nacionalismo, respectivamente) en virtud de las anomalías de un país traumatizado y con una democracia no consolidada. La Transición les dio todos los triunfos, pero esa mano está ya agotada. Y no estaban, ni están, dispuestos a que se baraje de nuevo y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Los lectores habituales de esta bitácora saben que he sostenido esta tesis en otras ocasiones, y es la que me lleva a convenir con Juaristi: el modelo del 78 tenía que ser replanteado porque no garantizaba ya las hegemonías respectivas a quienes las habían disfrutado durante treinta años. Las “señales de vuelta” eran demasiado obvias. En las regiones con mayoría nacionalista, sobre todo en el País Vasco, amén de agotarse el proceso estatutario, se estaba empezando a producir un brote de reacción demasiado temprano como para que las legiones de jóvenes adoctrinados salidos de las escuelas nacionalistas estuvieran en la calle para detenerlo. Cataluña y el País Vasco (porque el nacionalismo gallego no ha logrado cuajar un marco similar) estaban, están, en un verdadero punto crítico. Desde la perspectiva nacionalista, éste es el verdadero punto de no retorno: la mayoría sociológica adoctrinada aún no ha llegado a consolidarse, aún puede irse todo al garete. Es ahora o nunca.
Es verdad que hubo muchos otros factores, algunos incluso de carácter internacional, como la evidencia de la viabilidad de algunos microestados que llegan a integrarse por sí en la UE, haciendo patente que una Euskadi independiente no tiene por qué ser un absurdo (el famoso, “nosotros, como Lituania”). Pero la propia dinámica interna de las comunidades sirve para explicar el por qué y el por qué ahora. Porque, si no, ¿qué? ¿Convertirse en gobiernos de gestión a los que la gente pueda pedir cuentas? ¿Arrostrar una democracia de alternancia que, siquiera de vez en cuando, pudiera expulsarlos del poder, royendo los fundamentos de unos regímenes eminentemente clientelares y que, por tanto, no pueden subsistir lejos del poder?
A escala nacional, la “señal de vuelta”, la que puso en marcha el Zapaterismo (incluidos sus contactos con ETA) fue, por supuesto, la mayoría absoluta del PP en 2000. La anécdota del 96 –por lo demás achacable a muchos factores- elevada a categoría. Algo sencillamente intolerable y que también puso muy nerviosas a las inmensas clientelas de la progresía.
El esquema confederal se constituye, por tanto, en el mejor de los mundos, dentro de lo posible, para unos y otros. Incluso, es posible hacerse a la ilusión de que, como la realidad es tozuda y los españoles existen y se hablan entre sí, las cosas sigan razonablemente igual. Habrá tres estados soberanos pero, como dice Juaristi, entre todos pagaremos a los bolivianos que irán a representar a la confederación por el mundo y las embajadas en sitios indeseables, el castellano seguirá siendo la lengua franca entre todos nosotros y en todos los territorios seguirá habiendo Corte Inglés. Por supuesto, la liga española seguirá empezando igual a finales de agosto o primeros de septiembre, con el Barcelona convertido en una suerte de Toronto Raptors. Como ellos son los mejores en todo, se demostrará que, libres de la losa española, Cataluña será campeona del mundo de fútbol, baloncesto, balonmano, judo, petanca y bolos, los vascos ganarán siempre el Tour (sin molestos gregarios extremeños) y ambas regiones acumularán tantos premios nobel que no habrá sitio en las vitrinas. Pepe Rubianes será recibido en Madrid en loor de multitudes y, con toda probabilidad, los euros españoles serán multilingües. Será todo idílico y los españolitos que no tengan la suerte de vivir en los nuevos estados tendrán su pedrea: tendrán paz y tranquilidad.
Y será todo gracias a un socialismo preclaro, que habrá sabido sacar la verdadera España del ropaje, ya mohoso y gastado a fuerza de arrastrarlo por la historia quinientos años.
El lector es libre de pensar que hace falta ser gilipollas o pensar que los votantes de uno lo son, o que pasan de todo hasta extremos insospechados, para tragar con esto. Pero todo indica que más de uno se lo cree de veras, y puede que no ande desencaminado.
4 Comments:
Y al final de ese proceso sutil e inadvertido los impuestos en la Republica Socialista Euskaldun de Baskia y el la Confederació d'Andorra Sud no subirán.
No se producirá ninguna crisis económica.
No habran pretensiones anexionistas, por tanto, que justifiquen el desastre en que "los otros" son malos y nos putean y hay que anexionarlos para evitar sus agresiones.
Ni tampoco se cristianizará a los valencianos, que son catalanes tan tontos que ni saben que lo son.
Y, gracias a dios, no habrá guerra entre las regiones.
Ni Alava pedirá la entrada en los USA para defenderse.
Ni na de na.
Y al final, caperucita se casa con el lobo y son felices comiendo perdices.
Y colorin colorado ... (este colorado cobraba del Gal, creo, no se... sera el tiempo)
By Unknown, at 6:59 p. m.
"No le extrañe que nos queramos largar, y pronto."
No sé a qué esperas, las fronteras están abiertas. Desde luego con los catalanes no cuentes.
Lo de los emigrados extremeños y su "perfil" (¿será que los conoces a todos gracias a la omniscencia nazionanista?) ha quedado superior, toda una muestra de lo que decimos que es el nazionanismo.
1714 es una gran fecha, la de la supresión de los fueros y la entrada en la modernidad y la prosperidad. Yo celebro el 11 de Septiembre como lo hacía Rafael de Casanovas, dando vivas a España, no como lo hacen los paletos de régimen catalufo, con la llorera esa más falsa que un duro de madera.
By Anónimo, at 9:12 p. m.
La cosa empezaba bien aunque a Juaristi le he visto meter la pata más veces de las necesarias para desonfiar ya a priori, pero tras el 5º párrafo se empieza a desbarrar ya de manera escandalosa.
Hace algún tiempo decía yo en este mismo lugar que la unidad de España no estaba en peligro, algunos más decían entonces lo mismo y quien suscribe el blog nos sorprendía poco después (si no al día siguiente) con una nota en que llegaba a clamar que la unidad de España en sí misma no le importaba nada, sino que eran el desenvolvimiento de la libertad lo que se habría de preservar. No entendí muy bien a qué venía aquéllo pero ya sabía que decir tales cosas era muy de liberales.
Me parece bastante penoso son teorías como la que aquí se expone, igual que otra vez leí, casi con muy parecidas fórmulas ("hace tiempo que sostengo") que Zapatero quería algo así como "entontizar" a España para asegurarse la hegemonía socialista. Tanto maniqueísmo me asombra, la izquierda es mala y la derecha es buena, o al menos no es mala, o al menos no tiene por qué serlo, y luego están los liberales que les pasa lo que a la derecha (quizá sea porque en este país quien era de derechas ahora se dice "liberal" que, y aquí sí, suena más "progre", al menos en sentido estricto; progresismo). Y no llega, sin duda que no lo hace, el decir simplemente "sus votantes parece que tragan con todo"; es qu, además, el votante de izquierda es tonto, o no muy listo, y el de derecha pues los mismos matices que antes -y el liberal lo mismo que la derecha.
Lo bonito es la prosa, la forma de cuadrar los argumentos, se escupe una tesis trascendental y se articula con lo dicho antes "izquierda y nacionalismos/aliados/mala gente o tontos".
Como dije en su momento (yo también sostengo cosas, quiero decir durante lapsos de tiempo más o menos largos que es lo difícil... quiero decir siendo "de izquierdas") los nacionalismos están por fenecer, aunque sólo sea por las cosas del mundo, y eso por mucho que aquí se pretenda argumentar continuamente:
1) Que España va al revés (en todo, siempre; "siempre pero ahora").
2) Que la culpa es de la izquierda y sus aliados nacionalistas.
3) Que la derecha es rematadamente imbécil así como los liberales (si no no se entiende que siendo la mitad del país pasen estas cosas, payasadas de ETA y del 11 de marzo aparte, que eso no merece comentario).
Y esto no es así porque:
a) Que España no va al revés en todo.
b) Que la izquierda no tiene la culpa de todo.
c) Que la derecha y sus amigos los liberales no son tan imbéciles (ni cándidos, ni parados).
d) Que aunque 1, 2 y 3 fueran ciertos ni la izquierda, siquiera aliada con los nacionalismos es capaz de volver del revés las tendencias mundiales de estos tiempos, ni siquiera en España.
[Se obvia el que esas cosas ni las es la izquierda ni en su caso las pretende]
Todo sea dicho con todo el respeto, menos lo de ETA, pero es que ya estos "trascendentalismos" parecen un poco de chiste. El PP volverá a ganar las elecciones algún día, no lo dude nadie, y entonces España estará más consolidada que nunca, con pacto del Majestic incluido, o sin él, y decir ahora que uno no se refiere nunca al PP o a la derecha o hablar de la libertad parecería una salida tangencial como otra cualquiera, ya dije que la prosa era muy bella.
Saludos
PD: No me aceptaba algunos códigos html así y lo redacté para utilizarlos; no me deja y ya no lo corrijo.
By Fritz, at 4:51 a. m.
"España fue vencida por el terrorismo islámico entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. Los socialistas no han hecho más que administrar esta derrota en provecho de las obsesiones infantiles de sus dirigentes. No recuerdo una época más catastrófica, ni siquiera en el franquismo, porque entonces, al menos, había alguna esperanza de que aquello cambiase."
Pues eso: TRISTÍSIMO. ¡Ah! y una cosa ¡el PP no mintió!... ¡cuánto realismo!
By Fritz, at 5:23 a. m.
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