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sábado, abril 26, 2008

LAS DISCREPANCIAS SON SANAS

He sostenido ya que, con independencia de que, en el fondo, venga alimentado por ambiciones personales, el debate que vive la Derecha española me parece muy sano. Y lo mantengo, la verdad, después de estos últimos días.

Más allá de que las palabras de Mariano Rajoy en Elche fuesen, primordialmente, dedicadas a fustigar a Esperanza Aguirre, no se puede negar que es la intervención pública más ideológicamente cargada que se recuerda del líder gallego o, cuando menos, yo no recuerdo haberle oído definirse con semejante nitidez. No digo que me agradara en absoluto lo que dijo, pero no estuvo mal que lo dijera. Rajoy se definió, creo, como un socialdemócrata tibio.

La política española se ha venido caracterizando, durante el Franquismo, por supuesto, pero también durante toda la Democracia –no así en época de la Segunda República, ni tampoco en todas las etapas previas- por un nivel intelectual ínfimo. Indigencia a diestra y siniestra. Salvadas muy honrosas excepciones, en los partidos políticos españoles no ha habido grandes esfuerzos de construcción de discursos ni de expresión de valores y principios. Antes al contrario, los combates de ideas, cuando han sido, han sido en otros lares, no en el terreno de la política y los políticos, en su sentido más corriente.

Ya digo que esto es así a Izquierda y Derecha. Pero es así, en especial, en el terreno de la Derecha. Son muy contados los casos de políticos españoles, convencionalmente adscribibles a lo que llamamos “Derecha” que han procurado contribuir a la construcción de un aparato teórico mínimo. Por supuesto, esto tiene mucho que ver con la historia. Aunque pueda sonar paradójico, el Franquismo, desde este punto de vista, dañó más a la Derecha que a la Izquierda. Es muy discutible que, al morir Franco, este país tuviera unos partidos de izquierdas homologables con los europeos, pero lo que seguro que no tenía eran partidos de derechas. El experimento UCD, montado deprisa y corriendo, con fines eminentemente prácticos, no contribuyó nada a remediar la situación.

Por supuesto que sí existían grupúsculos, algunos tan mínimos que eran, de hecho, reducibles a individualidades o, todo lo más, a un individuo y unos cuantos adláteres; pero nada comparable a partidos políticos. Como digo, el subirse al autobús de la UCD y, después, la creación de ese gran ómnibus que es el Partido Popular impidieron del todo que llegaran a cuajar, en España, los partidos habituales en el menú de los distintos países europeos.

En el seno del PP, como apuntó Mariano Rajoy, conviven, es cierto, las tres grandes familias idelógicas de la Derecha (nótese bien que digo “grandes familias”, toda vez que, en el seno de cada grupo, son perfectamente identificables variaciones): conservadores, demócrata cristianos y liberales. Pero nunca se han hecho públicos los debates entre ellas, si es que los ha habido, ni ninguna de ellas ha llegado nunca a formular un programa electoral medianamente completo conforme a sus pautas ideológicas.

Puede decirse –y creo que es lo que piensan los estrategas de Génova- que esto, a la gente, salvados los cuatro gatos que tenemos cierto interés en estos temas, no le interesa en absoluto. El otro día, Antonio Pérez-Henares, en un debate televisivo, afirmaba que todo esto es una filfa, que no existen conservadores, demócrata-cristianos, liberales y demás. En suma que la gente del PP “es del PP”. Y hasta le puede incordiar y molestar que se tengan que plantear la posibilidad de ser otra cosa. Yo no lo comparto.

No niego que haya gente, mucha gente, que es “del PP” o “de PSOE” como quien es del Madrid o del Barcelona, pero hay otra mucha, cualquiera que sea su comportamiento electoral –a la hora de votar, uno elige entre lo que le ofrecen- que tiene unas determinadas ideas o creencias. Y quizá pudiera orientar su voto al partido que crea que mejor las represente, en todo o en parte. Para eso, es imprescindible que las ideas se expliciten.

En democracia hay, básicamente, dos modos de comportarse: haciendo como que los ciudadanos son mayores de edad y haciendo como que no. La mayor parte de los partidos políticos, es cierto, toman la segunda opción, y por eso tienden a estructurar sus mensajes de modo cerrado, sin fisuras, simplificándolos al máximo. La complejidad es igual a debilidad, parecen entender. Sin duda, para ser comprendido por los más, es necesario expresarse de modo comprensible, pero eso no significa, creo, que sea imprescindible simplificar las cosas groseramente o partir de que la gente es del todo incapaz de percibir que vive en un mundo complejo.

¿Es, de veras, inasequible a la mayoría de los mortales la idea de que un partido político está integrado por personas más afines entre sí que con los demás, pero no necesariamente afines en todo? ¿Acaso no ha aceptado el ciudadano la idea de “coalición electoral” (pre o post) y convive pacíficamente con la realidad de la formación de gobiernos en el que coexisten distintos cuños ideológicos?

En el mundo ideal, las diferentes familias de la Derecha española hubieran contado, desde el principio, con diferentes partidos, sin perjuicio de que la alternativa al PSOE se hubiera articulado en forma de coalición. Es posible, sí, que muchos de esos partidos hubieran ido muriendo de inanición electoral, pero no sin dejar tras de sí algún rastro ideológico apreciable. Sostengo que eso hubiese sido muy saludable, incluso en el supuesto de que, a fin de cuentas, todos los ríos hubieran ido a morir al PP.

Un liberal, un demócrata cristiano y un conservador no piensan lo mismo. Pueden convivir bajo un mismo techo, sin duda, y presentarse juntos a unas elecciones, pero lo normal será que discrepen en bastantes cosas.

No es grave.

domingo, abril 13, 2008

EL CASO AGUIRRE

Se conoció el nuevo gobierno, y me disculparán si despacho el asunto con un par de párrafos, por dos motivos: el primero, porque ante el nombramiento de un nuevo ejecutivo casi siempre debe imponerse la prudencia, al menos en lo que se refiere a la valoración individual de cada uno de sus integrantes –aunque en el caso que os ocupa, pueda excusarse la duda, ante la evidencia de que se trata de los mismos y nefastos personajes-; el segundo, porque lo que tengo que decir creo que ya está dicho por otros, y no se me ocurre mucho más. La formación del gabinete es, sin duda, la decisión de más calado que debe tomar el Presidente del Gobierno. Es más, si es una persona inteligente, una cierta dosis de sabiduría en el trance podrá llevarle a elevarse muy por encima de sus limitaciones, eligiendo un equipo capaz. Al formar un consejo de ministros se debe atender, y se atiende, a una pluralidad de fines –algunos de ellos totalmente ajenos a la gestión-, pero el primordial es intentar colocar a las mejores personas que uno sea capaz de encontrar para cada tarea, barajando nombres y competencias en aras de una mejor gobernación.

Pues bien, es a todas luces evidente –o, a mí, así me lo parece- que Zapatero ha colocado, una vez más, sus ganas de provocar y epatar, sus ganas, precisamente, de que se escriban comentarios como éste, muy por delante de consideraciones puramente gerenciales y de búsqueda de una eficaz gestión. No hay, ya digo, por qué insistir mucho sobre esto. En todo caso, a medida que se van cumpliendo los hitos del calendario y al evanescente discurso de investidura sucede el anuncio del gobierno que cabía esperar, como es lógico, sucede lo razonable: el socialismo gobernante prosigue por los senderos que le han conducido a la victoria, dando a su público doble ración de aquello que desea. Si, en 2012, hay nueva victoria electoral, el respetable, además de ministerio de igualdad, tendrá también otro de fraternidad, por supuesto. ¿Por qué demonios van a cambiar, si esta más que probado que al público le encanta?

El interés político está, creo, más bien a estribor. Y seguirá estando ahí unos cuantos meses. Retomo, entonces, el hilo de la semana pasada y, tal como me comprometí con alguno de mis lectores más amables, abordo el “affaire Espe”. Sin duda, el asunto que más me llama la atención de cuantos salpican la actualidad.

Aunque es disculpable que haya quien piense lo contrario, uno no es demasiado iluso y, por tanto, lo del entusiasmo y apoyo a ultranza concedidos a un político, a cualquiera, me parecen un signo de escasa sensatez. Si para algo no están hechos los políticos es para los pedestales. Anticipo el matiz para que se entienda lo que quiero decir si, al tiempo, me declaro aguirrista –cosa que tampoco sorprenderá a quienes sean habituales de la casa-. Dicho de otro modo, si tengo que elegir un político que me interese en el campo de la Derecha, sin ningún género de dudas, ese político sería Esperanza Aguirre. Tampoco descubro nada si digo que la raíz de ese interés reside en sus proclamadas ideas.

Sé de sobra que Esperanza Aguirre, en su quehacer político, no siempre hace honor a su credo liberal, y yo mismo le he criticado algunas cacicadas de órdago. Pero no voy a negar que, por un lado, su labor política me merece un juicio globalmente positivo y, sobre todo, que no veo por qué no es posible hacer esta disociación entre dichos y hechos, por otra parte tan habitual cuando se trata de políticos de izquierdas (como bien sabía nuestro añorado Revel, a un político de derechas se le juzga por sus obras, a uno de izquierdas, solo por sus intenciones). Aguirre no es siempre fiel a sus ideas, cierto, pero eso no significa que no las tenga y, sobre todo, las proclama, habla de ellas, cosa insólita en un político de la Derecha española. De entrada, es la única responsable política del PP que se autoadscribe sin empacho a una familia ideológica –la liberal-; cosa que no conoce equivalente en sus compañeros democratacrisitianos, por ejemplo.

Esperanza Aguirre tendrá sus ambiciones personales, sin duda –y, si se me pregunta, diré que me parecería una excelente candidata a las próximas generales, pero esto es secundario- y no creo que su invitación sea desinteresada, pero no cabe la menor duda de que su sugerencia, primero, de hacer una discusión abierta de la situación y, segundo, de elaborar un discurso con carga ideológica son de extremo interés en la acera de la Derecha. Creo no equivocarme si digo que Aguirre ha entendido perfectamente –y así se atreve a proclamarlo- algo que dicta el sentido común pero, por alguna razón, es un tabú en el PP: que la Izquierda ha de ser combatida y vencida en el terreno de las ideas.

Porque eso, y solo eso, es ganar de veras un espacio político.

Es llamativo que, a lo largo de la legislatura, el PP le ha dicho al socialismo gobernante, prácticamente, de todo. Incluso cosas desproporcionadas e injustas. Pero nunca, insisto, nunca, ha pretendido plantar cara al PSOE en un terreno netamente ideológico. Como si lo llevaran en el código genético, los voceros del PP rehúyen de inmediato todo concepto abstracto con el que se topan. Son el partido del “llegar a fin de mes”, objetivo sin duda encomiable, pero de escaso alcance.

Aguirre no parece ser así. Cuando explica, por ejemplo, el porqué de su acción de gobierno en la Comunidad de Madrid, suele hacerlo en términos de ideas. No proclama, por ejemplo, que su objetivo sea hacer de Madrid la comunidad más rica de España. Eso, en todo caso, debería ser –de hecho, es- mera consecuencia de lo que sí es su objetivo proclamado: hacer de Madrid un espacio de libertades individuales, en el que la acción gubernamental se reduzca al mínimo. Por supuesto, la jauría progre ladra, la odia, la desprecia… pero a ella no parece importarle en exceso. Se siente cómoda en la confrontación, y es posible que no se crea lo que dice, pero, desde luego, no lo parece. Aguirre no le reconoce a la Izquierda ninguna superioridad en ningún terreno, absolutamente en ninguno. Y es posible que, si eso se hace con convicción, la Izquierda aparezca en su verdadera dimensión.

Puede que la mayoría del PP no comulgue con esos puntos de vista. Es posible que PP no esté, en realidad, conforme con un modelo liberal. Es posible que la médula del partido esté mucho más cerca de otras tradiciones. Pero, al menos, debería avenirse a discutirlo. No creo que le hiciera ningún daño, sinceramente. Hasta es posible que, a la vista de, cuando menos, un amago de democracia interna, cierta opinión extendida sobre el PP comenzara a cambiar. Algunos ya le están reprochando a Aguirre que haya jorobado la posibilidad de un congreso a la búlgara, que es como gustan en los partidos españoles. Es muy probable que, al final, tengan el congreso que quieren… pero harían bien en tomar en consideración alguna de las cosas apuntadas por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, o me temo que el siguiente congreso pueda no ser a la búlgara sino refundacional y con debate intenso.

(Coda: al parecer, tanto en Francia como en España, se está organizando un movimiento para salvar de la extinción al punto y coma (;). La anglosajonización que todo lo invade está relegando al olvido la elegante y muy latina combinación de punto y virgulilla. Parece que los bárbaros del norte son de frase corta y, claro, los signos de puntuación les sobran casi todos. Como dice Gregorio Salvador, él usa punto y coma cuando el punto le sobra y la coma se le queda corta… Al paso que vamos, nos puede acabar viniendo ancha hasta la coma misma.)

domingo, abril 06, 2008

VALORACIÓN (TARDÍA) DEL 9M (y II)

La semana pasada quedé, tras dar una vuelta somera a cómo queda el ganador, en hacer también algún comentario sobre la situación del perdedor tras el 9M. Cosa que, dicho sea de paso, parece interesar bastante más en estos días, a juzgar por la tinta que está corriendo sobre el PP, Mariano y sus tribulaciones. Al período de exasperante silencio del señor Rajoy, han seguido unas decisiones –dedocráticas, por supuesto, conforme es regla en nuestros partidos políticos- muy, muy polémicas. La cosa es, ahora, saber si en el congreso previsto para junio, habrá candidatura alternativa a la de Rajoy, lo que implica, de entrada, dar absolutamente por hecho que el gallego piensa optar a la reelección, cosa que parece no haber motivos para dudar.

El resultado del PP no fue nada malo, esta es la verdad. No tengo los datos a la vista, pero no me consta que ningún partido opositor, nunca antes, haya gozado de semejante número de diputados, lo que, unido a cuotas de poder local y regional más que respetables y a apoyos mediáticos de relevancia, configura un formidable bagaje para una legislatura de oposición. Pero no es menos cierto, además de lo obvio –que la legislatura será de oposición- que, precisamente por su entidad, el resultado no se convierte en un gran incentivo a la renovación. Mi opinión personal es que Rajoy y su equipo deberían hacer mutis, no tanto por la derrota del 9M como por todos los antecedentes –conviene recordar que no son unos aspirantes derrotados, sino los mismos aspirantes que fueron previamente descabalgados siendo gobierno, que es muy diferente- pero entiendo que, en sus números, don Mariano puede encontrar árnica y bálsamos para las heridas. Al menos puede encontrar una línea argumental para sostener que, si algo debe cambiar en el partido, no es, precisamente, él.

Insisto en que discrepo. Creo que él también debería dejar paso a nuevas caras pero, en realidad, no es esto lo más importante. Un cambio de equipo no servirá de mucho si no se realiza un análisis en profundidad de la situación de la Derecha en España y de cuál es la estrategia que podría llevarla al poder en 2012, si es que tal cosa es posible. Y conste que el ejercicio no es nada fácil de hacer, con todo el ruido que hay. Si en algo se están especializando tirios y troyanos es en dar consejos al PP acerca de cómo ordenar sus propios asuntos. Hay dos escuelas que, en esto, descuellan. Ambas, creo, erradas: las de la “línea dura” y las de la adaptación de la Derecha a los gustos de la Izquierda. Ambas conducen al fracaso, porque la primera produce una identidad falsa –una identidad que no se corresponde con la Derecha social que debería aspirar a representar un partido ganador- y la segunda implica una renuncia a toda identidad.

La primera pregunta, claro, debe ser: ¿hay, de verdad, una fórmula viable? ¿Puede el PP ganar las elecciones? Me refiero a si puede ganarlas de veras, algo más que anecdóticamente. ¿Puede una victoria de la Derecha ser algo más que circunstancial? La pregunta parece absurda, toda vez que la historia reciente muestra, claro está, que la Derecha no solo ha ganado antes, sino que lo ha hecho con márgenes muy notables –con mayorías absolutas-. Empero, el historial electoral no termina de despejar esa duda, ¿ocupa la Derecha, cuando lo ocupa, el Poder de modo, diríase, interino? ¿Puede reinar, además de gobernar? La semana pasada hablábamos de esa conexión psicológica privilegiada entre el PSOE y buena parte del electorado que se ha convertido, con mucho, en el mayor tesoro del que goza la Izquierda y que, dicho sea de paso, ésta se aplica diligentemente a cuidar con mimo y notable éxito. Esa misma conexión se erige, claro, en un hándicap para la Derecha, que no parece tener algo similar, o no parece tenerlo en la misma medida.

Y, sin embargo, hay lugar para la esperanza –perdóneseme el juego de palabras-. En el nivel regional es donde el PP demuestra que es posible hacer quebrar ese vínculo. Es posible que España sea “sociológicamente de Izquierdas”, pero es muy dudoso que lo sean Madrid o la Comunidad Valenciana. Ítem más, la situación de Madrid no solo demuestra que es posible hacer quebrar ese “cordón umbilical” entre PSOE y electores sino que, más bien, prueba que es posible invertirlo, dejando a los socialistas en una situación de menesterosidad rayana en lo patético, a solas con sus verdaderos activos electorales, en muchas ocasiones, entre escasos y nulos.

Es evidente que ni el modelo de Madrid ni el de la Comunidad Valenciana son directamente exportables a otras regiones ni elevables regla general sin más. Y también es cierto que el PP ha conseguido consolidar también poder regional en otras zonas a través de esquemas no parangonables. Pero hay que preguntarse dónde puede estar la diferencia, y si pueden hallarse claves para animar una solución más o menos válida para todo el país.

En mi opinión, la lección, especialmente de Madrid, es que el PP debe apostar a las claras por la democracia liberal. Dicho así suena tonto, pero no lo es. El futuro del PP pasa por el retorno del Barón de Montesquieu. Pasa porque la democracia funcione, porque supere esta especie de menor edad en que, desde hace treinta años, se encuentra enquistada en nuestro país. He comentado muchas veces que el mayor error que puede cometer la Derecha española –después, claro está, del de iniciar una regresión a posiciones ultraconservadoras- es el de intentar buscar su sitio en un sistema diseñado para excluirla. Desengáñense don Mariano y los que pudieran aconsejarle ciertas cosas: en la “democracia avanzada” zapateril, el PP no cabe, porque eso es cualquier cosa menos democracia.

Es raro, pero a veces sucede, que la viabilidad de la apuesta de un partido político pase por el desarrollo de la Nación a la que dice servir. Ya digo, a veces, sucede. Podemos estar ante el caso. Es posible, creo, que los intereses del PP y los de los españoles estén bastante alineados, aunque no sé si el PP es consciente de ello. En otras palabras, salvando su propio futuro, el gran partido de la Derecha española podría hacer, de veras, un servicio impagable al país al que dice servir. Ayudando a romper el modelo de democracia fundado en un socialismo hegemónico, el PP se ayudaría a sí mismo.

Frente al enterramiento de Montesquieu, recuperación de una genuina separación de poderes –aunque ello implique renunciar al trocito de poder que siempre toca en las exequias del Barón-. Frente a un sistema electoral adulterado, una reforma electoral de alcance, que haga valer, de una buena vez, el principio de “un hombre, un voto” –aunque ello implique renunciar a la sobreprima que, al igual que el PSOE, disfruta ahora el PP-. Frente a una distribución de competencias caótica, una estructura territorial clara –aunque eso implique dañar la posición de algún líder regional en concreto-. Frente al afán por gobernar lo que no debe ser gobernado, una apuesta limpia por la independencia judicial –aunque ello implique renunciar a poseer candidatos propios y a tener el propio “partido”-. Frente a una presencia gubernamental omnímoda, un respeto escrupuloso por la autonomía de la administración y, especialmente, de los órganos reguladores especializados. Frente al buenismo intervencionista y paternalista, frente a la presunción continua del ciudadano como un inútil que no sabe cuidar de sí mismo, respeto por el individuo y por sus iniciativas, desplazando el énfasis de las normas a la propia responsabilidad (“no podemos conducir por ti, no queremos hacerlo… solo atente a las consecuencias si tu conducta es lesiva para ti mismo y para los demás”).

Y, sobre todo, frente a la hidra progre-pastosa en que se ha transformado el mundo de la educación y la cultura, frente a la peste de los “creadores” que hace tiempo que no crean nada más que saldos en cuenta corriente, en fin, frente al “mierda para todos” en que se ha transformado nuestro mundo del espíritu, recuperación de un sano elitismo. No está en disposición de afirmar que Rodolfo Chikilikuatre es una ofensa al buen gusto, desde luego, quien no tiene del todo clara la diferencia entre Alejandro Sanz y el Arcipreste de Hita o Juan Ramón Jiménez –dicho sea sin desmerecer a ninguno de ellos, Chikilikuatre incluido, cada uno en su respectivo ámbito-.

Es posible, es seguro, que sostener un discurso así conduzca a la confrontación, incluso a la bronca. A veces, será inevitable. Ciertamente, la confrontación debe ser evitada cuando es gratuita y, desde luego, siempre será posible mantener unas formas apropiadas. Pero la batalla es, y debe ser, dura. Sencillamente porque hay mucho en juego. Un discurso verdaderamente liberal, el intento de transformar España no en una democracia avanzada, sino en una democracia a secas –como si la modernidad, de veras, hubiera sucedido y hubiera dejado poso- está destinado a escocer mucho más que cualquier alternativa. Porque es mucho más dañino.

Por resumir en una frase, igual el PP debería probar a hacer un discurso partiendo de la base de que el ciudadano es, primero eso, ciudadano, y después inteligente. A ver qué pasa. Sería lo nunca visto. Igual funciona.