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domingo, mayo 27, 2007

ANIVERSARIO DE UN POEMA

Hoy es jornada electoral. Pero la verdad es que no me apetece hablar de ello y, por otra parte, en lo poco que hay que decir se concentra toda la grandeza del asunto: los españoles votan, sólo queda esperar a su decisión. Tiempo habrá para darle vueltas al tema. Así pues, por si les apetece entretenerse en esta jornada de domingo, busco otra materia.

No sé si sabrán los lectores –y confieso que yo me enteré por casualidad, en un apartado oscuro de no recuerdo qué periódico- que una de las efemérides más notables del año es la del Poema del Cid. Rebuscando en alguna de las ediciones de las que dispongo, observo que hay cierta polémica en la datación –no del poema, sino del Códice que ha llegado hasta nosotros- que unos colocan en el 1207 según nuestro cómputo, y otros en el 1307 (parece que hay una “C” venenosa, bailando por ahí). Al caso, da igual, sean setecientos u ochocientos, el Códice cumple años en la calma de la Biblioteca Nacional, y siempre es bueno acordarse de él. Porque no veo a Rosa Regàs haciéndole una bonita fiesta de cumplesiglos al Poema del Cid, la verdad.

Sepan los de la Logse y, en general, aquellos que no estén al corriente, que Rodrigo Díaz de Vivar es el héroe nacional español –ahora, “héroe nacional castellano”-. Y que, aun idealizado por el poema que, como es natural, canta sus gestas con evidente exageración, existió de verdad, y fue, desde cualquier punto de vista, un tipo extraordinario. Al parecer, atesoró de veras muchas de las virtudes que el Cantar le atribuye.

Cuando yo era niño, incluso demasiado para acceder a la lectura directa del poema, recuerdo que se hacían adaptaciones del mismo para que los canijos pudiéramos conocer la historia y quedar fascinados con ella (inciso: diré, con ilusión, que hace unos días, yendo a buscar cuentos para una niña muy pequeña, me topé con algunos, muy bonitos, libros infantiles que siguen narrando las andanzas de Rodrigo, Jimena y compañía a los españolitos: hay esperanza o, por lo menos, contrapunto a “Alibabá y los Cuarenta Maricones”).

De nuevo, sepan los de la Logse que la historia es, más o menos, la siguiente: Rodrigo Díaz de Vivar era un joven –y descollante- caballero que, por mor del oficio, se encontró poniendo sitio, con el rey de Castilla, Sancho, a la plaza de Zamora (sí, una guerra entre hermanos, que es como se dirimía, alrededor del año mil cien, una testamentaría de gente bien); en esas, y en una celada urdida por un tal Bellido Dolfos –cuyo nombre sigue, en la nómina de traidores, sólo al de Judas- Sancho es asesinado. Le sucede por derecho su hermano Alfonso (VI, por más señas, en la vida real conquistador de Toledo), al que, como también era uso, debía el reino aceptar antes de obedecer. En Santa Gadea de Burgos, Rodrigo –que ya es el primer caballero de Castilla- hace jurar a Alfonso que no tuvo nada que ver con la muerte de su hermano, pues sólo entonces le rendirá pleitesía. Alfonso jura de mala gana, pero jura... y se la tiene jurada a Rodrigo, como es de rigor. Tanto que, a la primera ocasión que tiene –y espoleado por insidias de envidiosos maledicentes- lo destierra. Rodrigo, al que ya sus enemigos han dado el apelativo de “el Cid” (“Cid” es castellanización del árabe “sidi” que, por lo visto, significa “señor”), parte –iba a irse solo, pero sus amigos no lo consienten, y se marchan con él unos cuantos- y se dedica a guerrear con todo el mundo... salvo con el que era su señor natural, Alfonso VI, haciendo patente que su palabra valía más, mucho más que la del Rey. Entre otras cosas, conquista Valencia –y la incorpora a la Corona de Castilla- y su leyenda crece y crece, hasta el punto de que, según esa leyenda, la visión de su cadáver, montado a lomos de su caballo, Babieca, fue suficiente para hacer huir despavorido a todo un ejército musulmán que cercaba Valencia. Hay más, mucho más, y mucho más divertido, pero baste con esto.

Baste con esto para ver cómo, en la vida del Cid y en el Poema, están presentes tantas y tantas cosas de interés. El poema enseña un poco cómo era España en la edad media. Un pequeño caos en el que, no obstante la existencia de dos bandos, moros y cristianos, todos guerreaban ocasionalmente con todos. Cómo eran las relaciones sociales y políticas, qué es lo que un hombre podía hacer y de qué podía vivir...

Pero enseña también otras muchas cosas. El Cid, de entrada, no es una persona de alta cuna, sino un hombre de clase media, un capitán, alguien que tenía que ganarse la vida con sus armas y menguadas posesiones. Su valor, fuerza y nobleza contrastan vivamente con la mezquindad de quienes todo lo tenían por cuna, mostrando, a las claras, el drama de un país –prolongado hasta hoy mismo- con unas clases altas miserables, y cuyas virtudes se atesoran en las capas medias y bajas de la sociedad. No falta la institución españolísima del traidor –que tampoco nos ha abandonado y se resiste a abandonarnos-, el Bellido Dolfos de turno, el cobarde, como los infantes de Carrión –vejadores de las hijas del Cid y, por supuesto, inmediatamente apiolados por sus muchachos- o, en fin, los envidiosos que hurgan en la herida de un Rey que se reconcome por lo que entiende una humillación.

Hay, en fin, altos valores: la negativa a someterse a un poder que se considera ilegítimo –nadie, por mucho derecho que ostente, puede pretender sentarse en el trono de un hermano asesinado y, si lo hace, es un monarca indigno-, la lealtad no a quien no la merece, sino a la palabra dada o, en fin, el valor quienes prefieren la compañía del amigo injustamente desterrado antes que la vida muelle al lado de quien comete la injusticia. También, cómo no, entre enemigos que, enfrentados sañudamente, son capaces de reconocer el valor del otro, de tratarlo de “señor” o de rendirle tributo de honra.

No sigo. Creo que es suficiente para entrever que –aunque por desgracia esté en las antípodas de la “educación para la ciudadanía” zapateril- es una historia especialmente apta para niños y jóvenes, y que por ello merece seguir siendo estudiada, en su doble dimensión, de leyenda y de historia. Obviamente, no son coincidentes –no existieron aquellos personajes encarnados por Charlton Heston y Sofía Loren- pero se puede afirmar que la leyenda de Rodrigo Díaz está cimentada en una vida de veras. A diferencia de otros, el personaje resiste bien el análisis histórico; su mito no se desmorona como un castillo de naipes.

Tampoco está de moda, supongo, recordar que, verdad o mentira, el Mío Cid es el nacer a la literatura de una lengua, la castellana. La primera pieza de una literatura que, hombre, tiene su importancia. No mucha, no mucha, pero alguna tiene.

Qué quieren que les diga, ¿hace falta más para entender por qué la efeméride sólo merece un ladillo en los periódicos?

domingo, mayo 13, 2007

INCREÍBLE

Afirma José Montilla, hoy, en ABC, que el Estado Español “ha dejado de ser unitario” para pasar a ser un estado “federal imperfecto”. Peligroso terreno en el que se desliza el presidente. ¿Es cierto lo que afirma? o, más bien, ¿qué es exactamente lo que se quiere decir? –demos por hecho que es algo más que una frase hecha, claro-.

Algunos constitucionalistas, con mucha mayor precisión técnica, vienen afirmando que nuestro estado ha devenido “técnica y funcionalmente” federal. Esto es, que sin necesidad de proclamar el estado como federal, y probablemente sin una previsión muy precisa al respecto, del reparto competencial en la Constitución, del proceso autonómico y de la jurisprudencia Constitucional ha ido derivándose un entramado muy similar al de los estados que sí se reclaman como federales.

Así pues, más allá de precisiones terminológicas, Montilla vendría a tener razón. Es más, tengo para mí que, en el fondo, se trata de esto, de precisar que, al fin y al cabo, no estamos más que ante cuestiones de terminología. En suma, de que nada grave sucede, de que no estamos más que ante un nuevo estadio de un proceso que ya ha estado entre nosotros. Que las mutaciones constitucionales, en suma, no son nuevas.

Ahora bien, la dicotomía unitario-federal (o, con más rigor, unitario-compuesto) puede desenvolverse en otro plano, mucho más relevante. Cuando la Constitución española afirma que el estado español es unitario se está refiriendo, de modo inequívoco, a una cuestión de soberanía, a la existencia de una única voluntad soberana –la del pueblo español en su conjunto- que sirve de base a propio texto. La realidad, al menos en el plano jurídico –en el de los hechos, habrá que verlo- es que España es soberana, y ninguna de sus partes constitutivas lo es. Cualquier texto legislativo que parta de negar o soslayar esta circunstancia es radicalmente inconstitucional. Ello es compatible con muy diversas fórmulas de organización y distribución territorial del poder –es decir, con distintas configuraciones de los poderes constituidos- y, sí, es posible que la Constitución acoja, de hecho, diferentes modelos. Las mutaciones constitucionales son, por tanto, posibles y lícitas, pero siempre con una serie de límites infranqueables.

Dado que los términos de la cuestión, al menos en su formulación más radical, son razonablemente claros, difícilmente pueden ser ignorados. Así pues, cuando el señor Maragall afirma, ahora, que hubiese sido procedente acometer una reforma constitucional antes de abordar la redacción del estatuto de Cataluña –si es que, como parece, se quería un determinado tipo de estatuto- es casi tanto como una confesión de parte: sabía que se estaba alumbrando un texto inconstitucional. Sabía, por consiguiente, que, de llegar al Tribunal Constitucional, el texto podía encontrarse con resistencias. Es más, a no ser que se tenga una concepción del derecho propia de Conde Pumpido y compañía, lo lógico es que hubiera sido de prever que el texto debía encontrarse con resistencias.

Así pues, una de dos, cuando nuestro prócer se hace esa reflexión, o bien tenía por cierto que los recursos del estado de derecho no iban a funcionar como deberían, o bien no estaba convenientemente asesorado –cosa difícil de creer- o bien hacía gala de una irresponsabilidad de un calibre difícil de exagerar.

Entiendo que sólo la circunstancia de que haya temas más importantes, o más novedosos, de los que hablar o, vaya usted a saber, el que la oposición ande muy ocupada intentando no lastrar futuros pactos postelectorales impiden que esté recibiendo la oportuna denuncia una de las mayores exhibiciones de indecencia política que se han conocido por estos pagos. La desvergüenza de los socialistas catalanes y españoles no conoce límites. Porque, si no, es muy difícil explicarse cómo es posible que se pueda jugar, con semejante grado de frivolidad, con el marco institucional de toda una Nación.

Es, sencillamente, increíble. Increíble que el tema se haya despachado como una “maragallada” mientras las huestes se aprestan, con jeta pétrea, a recibir una sentencia adversa del Constitucional como se merece: deslegitimándola y amenazando con las siete plagas de Egipto.

Y el otro, inventando teorías políticas, por si hace falta. Mira que los conocemos desde hace años. Es igual, creo que nunca me acostumbraré.

domingo, mayo 06, 2007

ELOGIO DE SARKOZY

No sé cómo le irá, porque a estas horas los franceses votan masivamente, y su veredicto no se conocerá hasta la tarde, tampoco pretendo que Nicolas Sarkozy sea Churchill redivivo, pero sí creo que, pase lo que pase –y espero que tenga ocasión para asentarse en el Eliseo, porque creo que es la mejor alternativa para Francia y, por extensión, para Europa- el mundillo liberal y conservador tiene motivos para estar agradecido.

Agradecido por su osadía. Agradecido porque se ha atrevido, por fin, a empezar a romper el hielo del pensamiento único, a proclamar, en una campaña electoral, lo que muchos pensamos.

Que no estoy de acuerdo con él en todo, es obvio; que, como representante de la derecha francesa, se encuentra, en algunos casos, en las antípodas de lo que yo pienso, también. Pero el valor es innegable, entiendo. Y, por cierto, ahí tiene el Partido Popular un camino a seguir. Ya que parece no entender los enunciados teóricos, ya que todo parece reducirse a optar entre Jiménez Losantos o Gallardón, ahí tiene la vía: atiende por Nicolas Sarkozy, y acaba de hacer algo importante: acaba de resucitar la política. Ahí es nada.

He comentado, en ocasiones, y lo mantengo, que personajes como José Luis Rodríguez Zapatero representan –y ellos lo admiten, en cierto modo, cuando se autoproclaman “políticos del siglo XXI”- la muerte de la política entendida en su sentido más noble. Su “propuesta” es, simplemente, una abdicación de la dignidad que corresponde a la política de discurso racional. En una especie de “no necesitamos ideas, porque ya somos de izquierdas” se produce eso, una proscripción total de la idea, una proscripción del pensamiento y su sustitución por mecanismos emocionales más o menos elegantes. Este pseudodiscurso se blinda, además, de la crítica mediante mecanismos ajenos al debate. El que cuestiona los dogmas es un “conservador”, un “fascista”, un “autoritario”, un “facha”...

La derecha, al menos la española, se muestra absolutamente atrapada en ese sistema. Aherrojada por sus complejos, es incapaz de sacar partido a la inanidad del adversario.

“Sarko” lo ha hecho, y por partida doble.

De entrada, impugnando el mecanismo defensivo descrito. Diciendo la verdad, que los conservadores, que los autoritarios, son ellos. Lo conservador es seguir creyendo en que el 68 fue algo estupendo, o seguir pariendo gilipolleces como que el socialismo real fue “una buena idea, mal aplicada”. Lo conservador, en la Europa contemporánea, es ser de izquierdas, seguir apoyando políticas fracasadas, algunas tan dañinas como la política educativa que, en Francia y en España, amenaza con llevarnos al desastre.

Sarkozy ha demostrado que se puede construir un discurso que haga frente al no-discurso, a la prohibición de hablar, a la prohibición de pensar avalada por la izquierda, desde posturas diferentes a las del neoconservadurismo norteamericano (esos eran, por cierto, progres en su juventud, y se les nota). La propia tradición política europea ofrece un arsenal más que suficiente. Pero, de entrada, es necesario desmontar, de raíz, la gigantesca mentira construida por la izquierda: autoridad no es autoritarismo, patriotismo sano no es nacionalismo... exigir a la gente que trabaje no es conservadurismo.

Rota la barrera defensiva, el candidato se aplica, en positivo, a la construcción de un discurso ideológicamente cargado (no habla del “sentido común”, de la “gente normal” o de “buena gestión”). Mandemos el 68 donde le corresponde: al basurero de la historia (esto lo digo yo). Es una imagen muy gráfica. El 68 es, con toda probabilidad, el mayor desastre –lo siento, Arcadi Espada- ocurrido en Europa desde el final de la Guerra Mundial. Tengo para mí que, si esto no se comenta más a menudo es, sencillamente, porque el continente está aún liderado por la generación que lo vivió y que, como es natural, no se resigna a asumir que su aportación a la historia ha sido prácticamente nula. Desde sus restaurantes de cinco tenedores, nuestros queridos progres ya sesentones, que no tuvieron su Verdún ni su Normandía, no están preparados para aceptar que han roído las entrañas del sistema que les acoge como nadie lo había hecho antes. Que el “prohibido prohibir” y otras idioteces similares, muy eufónicas, eso sí, son estupideces de un calibre descomunal.

La gracieta ya dura demasiado tiempo. Es hora de volver a pensar, como paso previo a volver a actuar. Es hora de admitir lo evidente. Basta, sencillamente. Basta de ideologías caducas. Basta de poner fin a debates con un epíteto. Basta de comulgar con ruedas de molino. Basta de “soy mujer, y de izquierdas”, y que eso sea argumento suficiente.

Me pregunto qué ocurriría si un partido español articulara un discurso “al estilo Sarkozy”. Un discurso que, partiendo de la negación de legitimidades concedidas a priori, se atreviera a atacar los problemas reales del país desde una perspectiva radical –esto es, yendo a la raíz-. A romper tabúes. A denunciar cosas que merecen denuncia y, a partir de ahí, a construir en positivo. Con audacia. Lo curioso es que en España sería, incluso, más sencillo porque, a Dios gracias, muchos de nuestros problemas no son tan profundos como los que padecen en Francia.

Supongo que es lícito soñar, y la envidia es libre. Reconozco que siento envidia de Francia. Reconozco que siento envidia de las naciones maduras. Porque es eso lo que pido para la mía, que se convierta en una nación madura. Una nación en la que un Pepiño Blanco no pudiera ponerse nunca delante de un micófono –no porque nadie se lo prohibiera, por supuesto, sino porque nadie tendría mayor interés en lo que tiene que decir-, donde ningún ZP pudiera ser presidente del gobierno, por falta de cualidades... pero donde no hubiera tampoco esos Acebes robóticos y nadie pudiera contestar, a una pregunta que “hablaré de eso cuando toque”. Donde un tipo que hace la imbecilidad de irse a un notario a jurar que nunca pactará con otro sea expulsado al ostracismo que merece, por bobo y donde alguien que cree que tener el RH de determinada manera es un dato políticamente relevante sea denunciado como lo que es: un racista.

Me pregunto dónde está nuestro Sarkozy (también donde está nuestra Ségolène, aunque esto me importa menos).