EL LIBERALISMO Y SUS APELLIDOS
Luis I. Gómez, en un artículo publicado no hace mucho en “Desde el Exilio” hacía algunas reflexiones de gran interés. En un comentario, me autoemplacé a debatir un poco sobre ellas. Aunque es recomendable la lectura del artículo entero, extracto a continuación parte del párrafo (indico mediante “[...]” las omisiones) que quisiera comentar en este domingo, día proclive a los asuntos filosóficos:
“Hace ya algún tiempo que la visión binaria - izquierda y derecha (Jandl) - no sirve como referente a la hora de establecer una clasificación política. El ala habitualmente denominada “izquierda” representó históricamente los movimientos progresistas en frente, o en relación a los principios nítidamente conservadores de la “derecha”.
Según esta lógica, deberíamos situar el liberalismo, ya que no es un movimiento ideológico conservador, a la “izquierda”.[...]. Los liberales son quienes históricamente han combatido por el derecho a la libertad y contra los privilegios transmitidos. Cabría pensar, pues: los liberales somos de izquierdas.
Si elegimos otro punto de vista más actual, hemos de partir de la base del “estado de bienestar” en el cual, para conseguir el objetivo último - asegurar bienestar a todos los miembros de una sociedad a través del reparto de bienes (yo pago impuestos, el estado los recoje y los reparte) -, son los principios de la “izquierda” los que han de llevarse a la práctica, siendo estos sólo aplicables a base de limitar los derechos individuales. Visto desde esta óptica, los liberales seríamos claramente de derechas.
[...] ¿Cómo es posible entonces que algunos se denominen liberal-progresistas y otros liberal-conservadores? Lo primero que hemos de tener en cuenta es que, para muchísimas personas, el concepto de “generosidad humanista” es un concepto izquierdista (nada más lejos de la realidad), siendo ese concepto en sí mismo una tentación ideológica difícil de obviar por el liberalismo, en cuanto que humanista y reconocedor del individuo. Si además de caer en esa tentación se hace gala de cierta ignorancia sobre principios fundamentales de economía, nos encontramos con grupos autodenominados liberal-progresistas que, de liberales no tienen absolutamente nada. Al otro lado nos encontramos con grupos profundamente liberales en lo económico y lo social, pero que (desde el punto de vista emocional éste sería mi caso) presentan un profundo arraigo “nacional” y hasta cierto punto exclusivista. No es liberal el apego a una forma de estado, pues el estado debe de tender a convertirse en un sistema administrativo de mínimos imprescindibles.
En general, desde la razón (repito que mi corazón me dicta otras cosas), surgen mis preguntas:
-¿es el concepto de Nación un mínimo imprescindible?- ¿quienes limitamos nuestro concepto de liberalismo con tal o cual prefijo o sufijo, no estaremos cayendo en la trampa de confundir una filosofía consistente (la liberal) con un “biensonante” eclecticismo?”
Luis aborda muchos temas en pocas líneas. Intentaré acometerlos con cierto orden.
Liberalismo, izquierda y derecha
Guste o no, y sin perjuicio de críticas fundadas, parece claro que la dupla izquierda-derecha, aunque sólo sea por la fuerza de la costumbre, sigue teniendo una notable vigencia, siquiera sea en el terreno del lenguaje común. La gente sigue empleando estos términos para orientarse en el maremágnum de las ofertas políticas características de las democracias contemporáneas. Existe, por tanto, una tendencia natural a pasar por ese tamiz cualquier cosa, cualquier idea, que se refiera a la política. Una noción, un partido, una determinada iniciativa, son adscritas a un campo u otro, son marcadas.
A poco complejo que sea el asunto de que se trate, el encaje en una clasificación dicotómica implicará, naturalmente, una simplificación y, en ocasiones, una simplificación engañosa, porque existe una tendencia natural a seguir adscribiendo a un lado lo que siempre se le ha adscrito, con independencia de ello siga siendo válido o no. En sí mismo, no habría ningún problema en que determinados valores o ideas se identificaran con izquierda o con derecha. Si decimos que la solidaridad es de izquierdas, pues vale... a condición de que no hagamos el camino inverso, es decir, un partido que en su día abogara por la solidaridad y por ello hubiese sido adscrito a la izquierda debería ser adscrito al otro bando –etiquetado de nuevo- tan pronto como dejara de defenderla. Si lo que se considera inmutable es el campo de la izquierda, habrá que convenir, por tanto, en que los partidos o facciones pueden entrar o salir de ella. Alternativamente, si, quizá por cuestión de hábito, preferimos que el partido de izquierdas o de derechas lo sea en todo caso, habrá que aceptar que “izquierda” y “derecha” no siempre van a significar lo mismo (continuando con nuestro ejemplo, habrá que admitir que la solidaridad pueda ser de derechas, si es que son los partidos de derecha los que mejor la defienden).
El liberalismo es una filosofía política, una actitud, un conjunto de principios, un aproximación a la realidad. En este sentido, es un tanto pre-político, si por “lo político” entendemos, en un sentido muy restrictivo pero, probablemente, muy común, aquello de lo que se ocupan los partidos políticos. Pero también es, en ocasiones, una opción política práctica. Y como tal, es atraída por el continuo izquierda-derecha, y obligada a ubicarse. El gusto por la taxonomía impone que el liberalismo se sitúe en la misma línea que las demás opciones.
Pero esto no es fácil porque, como queda dicho, el liberalismo no es una ideología, ni dispone de una visión total de la realidad. Si se quiere, el liberalismo es insuficiente para dar una explicación total del mundo político, por la sencilla razón de que no es una teoría con pretensiones de resolver el problema de la sociedad, sino una herramienta para conllevarlo – si se prefiere, es una vía para no considerar a la sociedad como un problema. Dentro del liberalismo caben, por añadidura, multitud de visiones diferentes de las cosas. Declararse liberal, pues, no termina de ubicar al hablante, no termina de dar razón de cuáles son sus ideas, y de ahí que se añadan los apellidos para formar el liberalismo-conservador o el liberalismo-progresista. A su vez, claro, estos términos son de definición compleja.
Centrándonos ya en el aquí y el ahora, en la España de hoy, se da la circunstancia de que la izquierda rechaza el término “liberal”, entre otras cosas porque siempre se ha considerado a sí misma “superación” del liberalismo. Para la izquierda más leída y respetuosa con la historia de las ideas, el liberalismo es el producto temprano de la Ilustración, y por tanto primitivo – ellos serían los cristianos, y nosotros los judíos. Como dice Luis en su post, el triunfo generalizado de las ideologías socialistas –socialdemócratas o demócrata cristianas-, cristalizado en el estado intervencionista (estado del bienestar –y es cierto que muchos están bien- o estado-providencia, que es como gustan de llamarlo los franceses) ha situado al liberalismo europeo en el campo de la derecha, puesto que el estado intervencionlista (el estado-actor por oposición al estado-árbitro) es claramente antiliberal, quizá no en teoría, pero sí en la práctica según indica la experiencia –al pretender consagrar derechos de segunda generación pone en riesgo los de primera, que son cronológicamente precedentes y más importantes-.
Nótese que esto es así en la medida en que, a efectos prácticos, estado de bienestar e izquierda van de la mano (chocante, pues no es la socialdemocracia, ni mucho menos, el progenitor exclusivo de la criatura). Sin embargo, habrá que admitir que esta asociación ha exigido un cierto desplazamiento semántico. Paradojas de la vida, si el estado es de izquierdas, lo que ya no puede ser de izquierdas es la revolución (el cambio, el progreso, la ruptura, el avance, la búsqueda de la utopía...) y no es difícil observar cuán conservadores se han vuelto los partidos socialistas, por más que intenten disimularlo con reformas que tienen más de cosmético y de atención a clientelas que de cambios reales – se casen o no se casen los homosexuales, el caso es que el intervencionismo político en la vida económica española, por ejemplo, sigue. Así pues, el liberalismo, en términos radicales y pese a su comentada adscripción a la derecha en el lenguaje común, volvería a ser hoy, como lo era en el siglo XVIII, una posición no conservadora, una posición pro-cambios, una posición de izquierda, en suma. No obstante, esto es hilar muy fino.
Es verdad, por otra parte, que en un país como el nuestro, en el que la derecha carece de referentes históricos y, sobre todo, padece complejos, circula mucha mercancía averiada bajo la etiqueta de “liberal”. Esto es, hay mucho liberal-conservador que es, más bien, netamente conservador. A través de esta operación de etiquetado se busca, generalmente, arrogarse la tradición liberal clásica y, sobre todo, no declararse abiertamente de derechas, sin apellidos. En general, la derecha española existente –el Partido Popular- está mucho más influida por elementos demócrata cristianos que liberales. La elección de los españoles es, en realidad, entre un socialismo con Dios y un socialismo sin Él. Es decir, las mezclas disponibles incluyen siempre conservadurismo económico y se elige entre grados de progresismo social variables.
Ningún partido español ofrece, hoy por hoy, liberalismo económico auténtico –lo que no significa necesariamente ausencia plena de políticas públicas, sino que existan verdaderos mercados- y políticas sociales basadas en la libertad y responsabilidad individuales. Ninguno es, pues, liberal.
¿Y la Nación?
Luis parece encontrarse con un cierto dilema al intentar conciliar su liberalismo por un fuerte aprecio por su identidad nacional. Noto en sus líneas, sin embargo, cierta confusión, ya que mezcla, a mi juicio, dos cuestiones que poco tienen que ver: liberalismo y cuestión nacional, por un lado, y liberalismo y estado, por otro. Pidiendo disculpas por la autocita, ya traté las cuestiones del estado mínimo –también aprovechando una iniciativa de Luis- y del liberalismo y el nacionalismo en otras ocasiones (aquí y aquí, respectivamente). Intentaré no contradecirme.
Que los liberales estemos por el estado mínimo (algunos, entre los que no me cuento, piensan que el mínimo es cero) es algo normal y natural. El estado –concebido como organización jurídico-política- se justifica porque el hombre no es capaz de llegar solo a todas partes, y se nutre de cesiones, de recortes en la libertad personal. En la medida en que la libertad personal es el bien más precioso, siempre se le debe dejar el mayor campo posible o, desde otra perspectiva, imponerle los mínimos recortes.
Pero una nación y un estado no son lo mismo. Ambos términos son increíblemente polisémicos, y en ocasiones, sobre todo en el lenguaje común funcionan como sinónimos, pero no lo son. Interpretando “nación” en sentido amplio y “estado” en sentido algo más estricto –es decir no como sinónimo de cualquier organización jurídico-política, porque esta existe siempre- podemos, como hipótesis, pensar en una ausencia de estado, pero no en una ausencia de nación. Todo ser humano se integra en algún grupo, más allá del familiar o nuclear, al que le unen relaciones de pertenencia. Así ha sido siempre, sin contraejemplos y, de hecho, lo normal es que, como quiera que estamos integrados en mucho más de uno, la “nación” sea un grupo de nivel superior.
Con esos grupos se desarrollan unos vínculos racionales y sentimentales que son completamente naturales. La querencia por la nación propia es compatible, a mi juicio, con la mayoría de las ideas políticas o visiones de la vida y, desde luego, con el liberalismo. El hecho de ver en cada ser humano algo de sagrado no nos impone ser “ciudadanos del mundo”. Otra cosa es que esos vínculos naturales se carguen ideológicamente para dar lugar al nacionalismo, a la sustitución del hombre por el grupo nacional como vértice de la concepción política. Ahí sí que hay algo más que problemas de compatibilidad.
Entiendo que no hay ningún problema –hablando como español- en creer firmemente en España como realidad social e histórica, amarla como país y confiar en su validez como proyecto colectivo, deseando a un tiempo que el estado del que ese ente colectivo se reviste para actuar en el orden jurídico sea profundamente respetuoso con la individualidad. Un estado pequeño (y fuerte) para un país grande, tanto más grande cuanto más fácil sea, entre nosotros, para los individuos, desarrollar sus proyectos personales de vida.
“Hace ya algún tiempo que la visión binaria - izquierda y derecha (Jandl) - no sirve como referente a la hora de establecer una clasificación política. El ala habitualmente denominada “izquierda” representó históricamente los movimientos progresistas en frente, o en relación a los principios nítidamente conservadores de la “derecha”.
Según esta lógica, deberíamos situar el liberalismo, ya que no es un movimiento ideológico conservador, a la “izquierda”.[...]. Los liberales son quienes históricamente han combatido por el derecho a la libertad y contra los privilegios transmitidos. Cabría pensar, pues: los liberales somos de izquierdas.
Si elegimos otro punto de vista más actual, hemos de partir de la base del “estado de bienestar” en el cual, para conseguir el objetivo último - asegurar bienestar a todos los miembros de una sociedad a través del reparto de bienes (yo pago impuestos, el estado los recoje y los reparte) -, son los principios de la “izquierda” los que han de llevarse a la práctica, siendo estos sólo aplicables a base de limitar los derechos individuales. Visto desde esta óptica, los liberales seríamos claramente de derechas.
[...] ¿Cómo es posible entonces que algunos se denominen liberal-progresistas y otros liberal-conservadores? Lo primero que hemos de tener en cuenta es que, para muchísimas personas, el concepto de “generosidad humanista” es un concepto izquierdista (nada más lejos de la realidad), siendo ese concepto en sí mismo una tentación ideológica difícil de obviar por el liberalismo, en cuanto que humanista y reconocedor del individuo. Si además de caer en esa tentación se hace gala de cierta ignorancia sobre principios fundamentales de economía, nos encontramos con grupos autodenominados liberal-progresistas que, de liberales no tienen absolutamente nada. Al otro lado nos encontramos con grupos profundamente liberales en lo económico y lo social, pero que (desde el punto de vista emocional éste sería mi caso) presentan un profundo arraigo “nacional” y hasta cierto punto exclusivista. No es liberal el apego a una forma de estado, pues el estado debe de tender a convertirse en un sistema administrativo de mínimos imprescindibles.
En general, desde la razón (repito que mi corazón me dicta otras cosas), surgen mis preguntas:
-¿es el concepto de Nación un mínimo imprescindible?- ¿quienes limitamos nuestro concepto de liberalismo con tal o cual prefijo o sufijo, no estaremos cayendo en la trampa de confundir una filosofía consistente (la liberal) con un “biensonante” eclecticismo?”
Luis aborda muchos temas en pocas líneas. Intentaré acometerlos con cierto orden.
Liberalismo, izquierda y derecha
Guste o no, y sin perjuicio de críticas fundadas, parece claro que la dupla izquierda-derecha, aunque sólo sea por la fuerza de la costumbre, sigue teniendo una notable vigencia, siquiera sea en el terreno del lenguaje común. La gente sigue empleando estos términos para orientarse en el maremágnum de las ofertas políticas características de las democracias contemporáneas. Existe, por tanto, una tendencia natural a pasar por ese tamiz cualquier cosa, cualquier idea, que se refiera a la política. Una noción, un partido, una determinada iniciativa, son adscritas a un campo u otro, son marcadas.
A poco complejo que sea el asunto de que se trate, el encaje en una clasificación dicotómica implicará, naturalmente, una simplificación y, en ocasiones, una simplificación engañosa, porque existe una tendencia natural a seguir adscribiendo a un lado lo que siempre se le ha adscrito, con independencia de ello siga siendo válido o no. En sí mismo, no habría ningún problema en que determinados valores o ideas se identificaran con izquierda o con derecha. Si decimos que la solidaridad es de izquierdas, pues vale... a condición de que no hagamos el camino inverso, es decir, un partido que en su día abogara por la solidaridad y por ello hubiese sido adscrito a la izquierda debería ser adscrito al otro bando –etiquetado de nuevo- tan pronto como dejara de defenderla. Si lo que se considera inmutable es el campo de la izquierda, habrá que convenir, por tanto, en que los partidos o facciones pueden entrar o salir de ella. Alternativamente, si, quizá por cuestión de hábito, preferimos que el partido de izquierdas o de derechas lo sea en todo caso, habrá que aceptar que “izquierda” y “derecha” no siempre van a significar lo mismo (continuando con nuestro ejemplo, habrá que admitir que la solidaridad pueda ser de derechas, si es que son los partidos de derecha los que mejor la defienden).
El liberalismo es una filosofía política, una actitud, un conjunto de principios, un aproximación a la realidad. En este sentido, es un tanto pre-político, si por “lo político” entendemos, en un sentido muy restrictivo pero, probablemente, muy común, aquello de lo que se ocupan los partidos políticos. Pero también es, en ocasiones, una opción política práctica. Y como tal, es atraída por el continuo izquierda-derecha, y obligada a ubicarse. El gusto por la taxonomía impone que el liberalismo se sitúe en la misma línea que las demás opciones.
Pero esto no es fácil porque, como queda dicho, el liberalismo no es una ideología, ni dispone de una visión total de la realidad. Si se quiere, el liberalismo es insuficiente para dar una explicación total del mundo político, por la sencilla razón de que no es una teoría con pretensiones de resolver el problema de la sociedad, sino una herramienta para conllevarlo – si se prefiere, es una vía para no considerar a la sociedad como un problema. Dentro del liberalismo caben, por añadidura, multitud de visiones diferentes de las cosas. Declararse liberal, pues, no termina de ubicar al hablante, no termina de dar razón de cuáles son sus ideas, y de ahí que se añadan los apellidos para formar el liberalismo-conservador o el liberalismo-progresista. A su vez, claro, estos términos son de definición compleja.
Centrándonos ya en el aquí y el ahora, en la España de hoy, se da la circunstancia de que la izquierda rechaza el término “liberal”, entre otras cosas porque siempre se ha considerado a sí misma “superación” del liberalismo. Para la izquierda más leída y respetuosa con la historia de las ideas, el liberalismo es el producto temprano de la Ilustración, y por tanto primitivo – ellos serían los cristianos, y nosotros los judíos. Como dice Luis en su post, el triunfo generalizado de las ideologías socialistas –socialdemócratas o demócrata cristianas-, cristalizado en el estado intervencionista (estado del bienestar –y es cierto que muchos están bien- o estado-providencia, que es como gustan de llamarlo los franceses) ha situado al liberalismo europeo en el campo de la derecha, puesto que el estado intervencionlista (el estado-actor por oposición al estado-árbitro) es claramente antiliberal, quizá no en teoría, pero sí en la práctica según indica la experiencia –al pretender consagrar derechos de segunda generación pone en riesgo los de primera, que son cronológicamente precedentes y más importantes-.
Nótese que esto es así en la medida en que, a efectos prácticos, estado de bienestar e izquierda van de la mano (chocante, pues no es la socialdemocracia, ni mucho menos, el progenitor exclusivo de la criatura). Sin embargo, habrá que admitir que esta asociación ha exigido un cierto desplazamiento semántico. Paradojas de la vida, si el estado es de izquierdas, lo que ya no puede ser de izquierdas es la revolución (el cambio, el progreso, la ruptura, el avance, la búsqueda de la utopía...) y no es difícil observar cuán conservadores se han vuelto los partidos socialistas, por más que intenten disimularlo con reformas que tienen más de cosmético y de atención a clientelas que de cambios reales – se casen o no se casen los homosexuales, el caso es que el intervencionismo político en la vida económica española, por ejemplo, sigue. Así pues, el liberalismo, en términos radicales y pese a su comentada adscripción a la derecha en el lenguaje común, volvería a ser hoy, como lo era en el siglo XVIII, una posición no conservadora, una posición pro-cambios, una posición de izquierda, en suma. No obstante, esto es hilar muy fino.
Es verdad, por otra parte, que en un país como el nuestro, en el que la derecha carece de referentes históricos y, sobre todo, padece complejos, circula mucha mercancía averiada bajo la etiqueta de “liberal”. Esto es, hay mucho liberal-conservador que es, más bien, netamente conservador. A través de esta operación de etiquetado se busca, generalmente, arrogarse la tradición liberal clásica y, sobre todo, no declararse abiertamente de derechas, sin apellidos. En general, la derecha española existente –el Partido Popular- está mucho más influida por elementos demócrata cristianos que liberales. La elección de los españoles es, en realidad, entre un socialismo con Dios y un socialismo sin Él. Es decir, las mezclas disponibles incluyen siempre conservadurismo económico y se elige entre grados de progresismo social variables.
Ningún partido español ofrece, hoy por hoy, liberalismo económico auténtico –lo que no significa necesariamente ausencia plena de políticas públicas, sino que existan verdaderos mercados- y políticas sociales basadas en la libertad y responsabilidad individuales. Ninguno es, pues, liberal.
¿Y la Nación?
Luis parece encontrarse con un cierto dilema al intentar conciliar su liberalismo por un fuerte aprecio por su identidad nacional. Noto en sus líneas, sin embargo, cierta confusión, ya que mezcla, a mi juicio, dos cuestiones que poco tienen que ver: liberalismo y cuestión nacional, por un lado, y liberalismo y estado, por otro. Pidiendo disculpas por la autocita, ya traté las cuestiones del estado mínimo –también aprovechando una iniciativa de Luis- y del liberalismo y el nacionalismo en otras ocasiones (aquí y aquí, respectivamente). Intentaré no contradecirme.
Que los liberales estemos por el estado mínimo (algunos, entre los que no me cuento, piensan que el mínimo es cero) es algo normal y natural. El estado –concebido como organización jurídico-política- se justifica porque el hombre no es capaz de llegar solo a todas partes, y se nutre de cesiones, de recortes en la libertad personal. En la medida en que la libertad personal es el bien más precioso, siempre se le debe dejar el mayor campo posible o, desde otra perspectiva, imponerle los mínimos recortes.
Pero una nación y un estado no son lo mismo. Ambos términos son increíblemente polisémicos, y en ocasiones, sobre todo en el lenguaje común funcionan como sinónimos, pero no lo son. Interpretando “nación” en sentido amplio y “estado” en sentido algo más estricto –es decir no como sinónimo de cualquier organización jurídico-política, porque esta existe siempre- podemos, como hipótesis, pensar en una ausencia de estado, pero no en una ausencia de nación. Todo ser humano se integra en algún grupo, más allá del familiar o nuclear, al que le unen relaciones de pertenencia. Así ha sido siempre, sin contraejemplos y, de hecho, lo normal es que, como quiera que estamos integrados en mucho más de uno, la “nación” sea un grupo de nivel superior.
Con esos grupos se desarrollan unos vínculos racionales y sentimentales que son completamente naturales. La querencia por la nación propia es compatible, a mi juicio, con la mayoría de las ideas políticas o visiones de la vida y, desde luego, con el liberalismo. El hecho de ver en cada ser humano algo de sagrado no nos impone ser “ciudadanos del mundo”. Otra cosa es que esos vínculos naturales se carguen ideológicamente para dar lugar al nacionalismo, a la sustitución del hombre por el grupo nacional como vértice de la concepción política. Ahí sí que hay algo más que problemas de compatibilidad.
Entiendo que no hay ningún problema –hablando como español- en creer firmemente en España como realidad social e histórica, amarla como país y confiar en su validez como proyecto colectivo, deseando a un tiempo que el estado del que ese ente colectivo se reviste para actuar en el orden jurídico sea profundamente respetuoso con la individualidad. Un estado pequeño (y fuerte) para un país grande, tanto más grande cuanto más fácil sea, entre nosotros, para los individuos, desarrollar sus proyectos personales de vida.
2 Comments:
Te debo una ;-)
Meditaré sobre lo que has escrito sobre estado mínimo y Nación. Puede que hayas aportado luz a mi cuarto oscuro.
By Luis I. Gómez, at 5:51 p. m.
Interesantisimo articulo. Tambien sigo las reflexiones de Luis.
Creo que el proximo tema a tratar en profundidad en mi bitacora sera este de izquierda, derecha y liberalismo.
By Alberto Neira, at 1:01 a. m.
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