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sábado, noviembre 19, 2005

¿Y QUÉ TAL "CERCANÍAS ULTRARRÁPIDO"?

A estas alturas, creo que es ya difícil negar que el nacionalismo es una enfermedad peligrosa, no sólo porque es capaz de volver irreconocible el comportamiento de los que lo padecen sino porque induce otras patologías en aquellos que, en principio, no parecerían sufrirlo en la misma medida. Véase, si no, la, a mi juicio, absurda polémica acerca de la “E” del AVE a Toledo o, más bien, de la que no tiene el tren que –según la campaña publicitaria- une ya las Puertas de Alcalá y Bisagra. No conviene deslizarnos pendiente abajo, porque vamos a terminar en la paranoia más absoluta.

AVE significó en su día “alta velocidad española”, sí, pero el caso es que ha devenido una marca comercial e, incluso, antonomasia. “Ave” es como llamamos los españoles a todos los trenes de alta velocidad. Otro tanto ocurrió con el propio nombre de la entrañable empresa que presta el servicio en nuestro país. Cuando nació, allá por el año de Maricastaña, se dio en llamarla RENFE, que es acrónimo de Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles, si no me falla la memoria –y, dicho sea de paso, ahí siguen estando las señas de identidad para quienes las busquen, serán “av” o “ave”, pero siguen siendo de RENFE y, por tanto, españoles y nacionales-. Pero con el tiempo devino también simple nombre comercial y hoy es lícito escribir "Renfe", sin emplear mayúsculas –como, por cierto, hace la compañía en su nuevo logotipo. Es también antonomasia para referirse al servicio ferroviario en su conjunto, y es corriente, en muchos sitios de España, oír “voy a la Renfe” por, “voy a la estación”.

Bien está que así sea, porque lo que nació como servicio monopolístico –como el monopolio natural por excelencia- enfrenta ahora, al menos en teoría, la posibilidad de competencia. Ya no es lícito, por tanto, que se sigan usufructuando siglas cuasiestatales por parte de la que no es sino una empresa más, aun cuando sea la única y sea pública. Igual sucedió ocurrió en Italia, donde las FS –Ferrovie dello Stato-, acrónimo, se convirtieron en Trenitalia, marca comercial o en el Reino Unido, donde ya no hay British Rail. Por la misma razón, los estancos tuvieron que dejar de emplear la bandera nacional como parte de su signo identificativo.

“Ave”, pues, amén de designar en el imaginario de los españoles ese símbolo de la modernidad que es el ferrocarril de alta velocidad –y una clase de trenes, diferentes de los “Talgos” (¡ajá!, he aquí otro caso, ¿recuerdan ustedes que el TALGO era el “tren articulado ligero Goicoechea-Oriol”?) o los “cercanías”, por ejemplo- designa un producto concreto de Renfe. Ese y no otro. Y he aquí la clave de la cuestión, porque si la compañía empleara la misma denominación para designar a su servicio Madrid-Toledo que a su servicio Madrid-Sevilla induciría a error.

En realidad, más que omitir la “E”, lo censurable sería, por el contrario, incluirla. El tren que une Madrid y Toledo ni viaja a la misma velocidad que el que enlaza Madrid con Sevilla, ni los viajeros van a recibir idéntico servicio. Supongo que por razones plenamente lógicas, Renfe no ofrece los mismos elementos en un Córdoba-Sevilla que en un Sevilla-Madrid.

El abuso de la sigla, convertida en marca, es fuente de no pocas desilusiones porque, mientras que todos aspiran al modélico e idealizado servicio que va a Sevilla, lo cierto es que no siempre va a ser así. Ni falta que hace, habría que indicar. No siempre va a ser posible, ni rentable, alcanzar las mismas velocidades. Los trenes más rápidos cubren el recorrido Atocha-Santa Justa en unas dos horas. Dado que median quinientos cincuenta kilómetros, más o menos, sería de esperar que el Madrid-Valladolid, que es menos de doscientos, se vaya a cubrir en menos de una. Esto, evidentemente, no será así, ya que parece que el tiempo de viaje proyectado es de cerca de una hora y media. Ir de Atocha al Campogrande en hora y media, parando en Segovia y todo, es, sencillamente, algo sensacional, pero diferente de lo otro.

Dejémonos de paranoias y de siglas, y permitamos que las palabras –“ave” en su sentido ferroviario ya lo es- cumplan bien su función de designar a las cosas, sin lugar a confusiones. Para ello, apliquemos la regla de “al pan, pan y al vino, vino”. Si un ave hace una media de doscientos cincuenta kilómetros a la hora, algo que viaja a ciento cuarenta de promedio –hay 70 kilómetros entre la Capital del Reino y la Ciudad Imperial- será un avecilla, un avechucho, un pichón, un perdigón o un polluelo, lo que se quiera. También le podían haber puesto “cercanías ultrarrápido”, que es lo mismo que “ave lento” pero sin desdoro.

A todo esto, es posible que el pacto del Tinell diga que los trenes deben dejar de nombrarse con la “E”, pero es que a veces se puede llegar al mismo resultado a través del sentido común y por las vías aberrantes del nacionalismo. Si censuráramos todo lo que agrada al frenopático identitario por ese solo hecho, íbamos de ala, créanme.