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jueves, noviembre 10, 2005

¿HA MUERTO EL CONSENSO DEL 78?

¿Ha muerto el consenso del 78? Alberto Recarte parece contestarse que sí, y hay que reconocer que uno no puede menos que darle la razón. Aunque sólo sea porque ya solamente el Partido Popular parece sustentar ese consenso en sus términos originarios y, claro, el consenso con uno mismo puede ser el límite de la cordura, pero difícilmente tiene mayor trascendencia. El consenso estaría muerto porque el socialismo lo habría abandonado. Ítem más, si seguimos a Recarte, va a ser el propio PP el que se vea obligado a lanzar una reforma en profundidad de la Constitución y el Régimen Electoral, porque será la única manera de que los españoles tengan la ocasión de pronunciarse sobre algo que les concierne tanto. Nadie más va a darles esa oportunidad.

¿Ha muerto el consenso para el socialismo? Se dirá que todo depende de quien asuma las funciones de portavoz ese día. Pero lo cierto es que los discrepantes sólo alzan su voz allí donde esta no parece tener influencia directa sobre el curso de los acontecimientos, así que, mal que les pese a los muchos votantes que, de corazón, siguen estando en la idea de que la Constitución de 1978 es un instrumento válido –o, al menos, de que no hay ninguna razón para cambiarla que venga avalada por una mayoría- habrá que atenerse a lo que dicen los que sí parecen tener capacidad para marcar destinos.

Si hemos de atender al Presidente del Gobierno, sobre todo por sus hechos, más que por las pocas palabras que destina a explicarse, su aspiración es a que el estado se repliegue a los cuarteles de invierno del federalismo más ortodoxo: asuntos exteriores, defensa, hacienda general y seguridad social y condiciones mínimas de igualdad entre los españoles. ¿Es este el modelo del 78? Lo cierto es que no, ya no lo es. De llevarse a la práctica, supondría una alteración sustancial del modelo. España es un estado unitario altamente descentralizado, lo que ZP propone es, de facto, un estado compuesto. Un estado donde las competencias del poder central tienen un carácter residual. Esto, por supuesto, es una vía posible, y habrá que discutir si es conveniente, pero no es en ningún caso constitucional.

Pero es que, sin ser constitucional, y pese a lo que se ha dicho, tampoco coincide con el modelo de estado que es el sustrato imprescindible de la propuesta catalana (lo que demuestra, por cierto, que se trata de unas ideas improvisadas y de circunstancias, Zapatero no tiene modelo de nada, sino que se limita a ofrecer lo mínimo que cree que será suficiente). Hay algo que falta, evidentemente, en las orientaciones –porque no se puede hablar de proyecto- presidenciales y sí está en el documento venido del Parque de la Ciudadela. Ese algo es la “bilateralidad”. Enredados en la telaraña de las competencias, o perdidos en el sinvivir de la nación y sus múltiples significados, tendemos a eludir los principios del artículo 3 del proyecto de estatuto, que a mi entender son su clave de bóveda: autonomía, plurinacionalidad y bilateralidad. El modelo catalán implica, por tanto, un paso confederalizante, so capa de apelaciones tranquilizadoras a la Constitución y al Estado, que se desmienten convenientemente en la lectura del articulado.

Así pues, no hay dos, sino tres modelos sobre la mesa: el del 78, los retales del de Zapatero y el del Parlamento de Cataluña. ¿Es, pues, sostenible que sigue habiendo consenso? El hecho de que sólo la frivolidad más absoluta y el adanismo de una persona que jamás debió llegar a ocupar su actual responsabilidad esté detrás de todo esto no resta un ápice de gravedad a esta realidad. Insisto, y nadie le desmiente. Algunos, todo lo más, lanzan proclamas patrióticas a diestro y siniestro y se irritan sobremanera con quien se limita a recordarles la evidencia, pero nada hacen por impedirlo.

¿Nos aboca esto, inevitablemente, a una discusión de todo el modelo constitucional? Los socialistas, con la irresponsabilidad que les caracteriza, piensan que no, que este temporal se capeará como cualquier otro – y, si no, ya vendrá otro al que echarle la culpa, como de costumbre. Su último mantra es que la derecha exagera, porque “es evidente” que el estatuto será corregido y las aguas volverán a su cauce –quienes así hablan son, más o menos, los mismos que proclamaban que “obviamente” el estatuto no saldría de Cataluña-. Me van ustedes a perdonar, pero ¿alguien puede confiar en unos señores que, como mínimo, han sido suficientemente estúpidos como para que les estallara en las manos una bomba que preparaban para una situación política diferente? ¿Qué clase de control han demostrado tener algunos sobre la situación como para que quepa afirmar que, sin duda, sucederá lo que ha de suceder? ¿Es que los artificieros de Madrid son más duchos que los de Barcelona?

No. Tras esta tempestad, es difícil que venga una calma duradera. El escenario de una victoria socialista en las siguientes elecciones se presenta auténticamente pavoroso, si es con Zetapé de líder, pero es que una victoria popular puede ser aún peor. La segunda legislatura de Aznar –que a algunos les ha valido todo un Nacional de Teatro- puede ser un camino de rosas comparado con lo que le esperaría a un gobierno Rajoy con mayoría absoluta (porque no cabe otra, o hay mayoría absoluta o no habrá gobierno). Puede ser, entonces, que sea necesario recurrir a la apertura de un auténtico proceso constituyente, sí. Y esa es, probablemente, la fórmula más correcta para lidiar semejante toro. A lo mejor no tiene sentido, ya, empeñarse en reanimar lo que esta muerto.

Quizá, sí, lo más correcto es denunciar el acuerdo anterior en su integridad, y renegociarlo desde inicio. Es probable que algunos se den cuenta, entonces, de que fueron demasiado lejos –no por nada, sino, sencillamente, porque quizá esta situación que ahora se empeñan en abandonar pueda ser la mejor que puedan haber alcanzado nunca-. Ya que tienen ese empeño en apelar a la soberanía, esperemos que tengan madurez suficiente para aceptar lo que la soberanía pueda contestar. Aún tengo mis dudas, pero empiezo a apoyar la moción.