LA LÓGICA DE LOS TIEMPOS
Al parecer, a propósito de los derechos sucesorios de la recién nacida infanta Leonor, don Felipe manifestó que “la lógica de los tiempos” indica que la infantita no debería ser preterida por un posible hermano varón. Naturalmente, los glosadores habituales han derramado litros de fluidos varios ante la expresión de sabiduría y modernidad del heredero del Trono.
Pues, con todos los respetos hacia su Alteza, lo único congruente con “la lógica de los tiempos” es la república. Ya he manifestado otras veces que, a mi entender, pocas cosas más tontas se han visto por estos pagos que el dichoso debate sucesorio, ése sobre el que, a decir del inevitable Anson, estamos todos de acuerdo – es cierto, probablemente la suma de los fervientes partidarios y los que nos la trae floja sea la mayoría absoluta del censo.
Me parece espantosamente ridículo (casi tanto como el empeño en definir como “sencilla” ala Familia Real) que se pretenda “poner al día” una institución cuya única puesta al día posible consiste en su desaparición y que, antes al contrario, mientras exista, sólo puede fundamentarse en la menor puesta al día posible. En materia de monarquía, el uso precede a la ley, entre otras cosas porque malamente puede conocer ley una institución que es, en esencia, contraria a los principios inspiradores de la ley misma – recordemos que, al menos en teoría, la ley quiere ser la razón hecha derecho, con que ustedes me dirán. No es, desde luego, tema para hacer casus belli, pero tampoco pasa nada porque el dichoso orden sucesorio se quede como está, es decir, como viene estando desde el Ordenamiento de Alcalá, heredero a su vez de las Novellas justinianeas, lo que en sí mismo, da idea de lo rancio del tema. Y, por cierto, leí ayer, no recuerdo en qué medio, una frase atribuida al gran constitucionalista alemán Jellinek: [en un régimen constitucional] “no es el rey quien hereda la Corona, sino la Corona la que hereda al rey”. Pues eso.
El único debate interesante acerca de la monarquía es el de su posible supresión, y tampoco es un debate en sentido estricto, puesto que no hay nada que debatir en el plano teórico. La monarquía es justificable única y exclusivamente como fórmula pragmática. La actual monarquía española nació como transacción con el pasado y deberá mantenerse, en principio, en tanto sea de alguna utilidad.
¿Es de alguna utilidad la institución monárquica? Lamentablemente, me temo que sí. Supongo que es casualidad que el aseguramiento de la continuidad dinástica a través del matrimonio de los Príncipes de Asturias y el nacimiento de su primogénita haya coincidido con uno de esos momentos que, insisto, lamentablemente, la historia de España concede a la Corona oportunidades para demostrar que puede seguir desempeñando un papel.
El rol moderador del monarca –por lo demás compartido por los jefes de estado, en general, en regímenes no presidencialistas- adquiere especial virtualidad en ausencia de costumbres constitucionales arraigadas. Las tan oportunas como anormales intervenciones de don Juan Carlos en nuestra vida pública, más allá de sus actividades ordinarias, obedecen, por desgracia, a otras tantas manifestaciones de falta de arraigo de una moral cívica, esta sí, “conforme a la lógica de los tiempos”.
No es habitual, desde luego, en las democracias de estos tiempos, que unos generales decidan tirar por la calle de en medio para salvar a la patria, y envíen un patán al Parlamento para dar un espectáculo bochornoso. Tampoco es habitual, por cierto, el entramado de relaciones entre los protagonistas de la vergonzosa y patética asonada y otros elementos de la vida pública.
Pero es que es mucho menos habitual que, transcurridos más de veinte años desde aquel episodio –llamémosle infantil- una institución del estado, como es el Parlamento de una señalada comunidad autónoma, en el que toman asiento representantes de lo que, al menos teóricamente, son dos partidos nacionales, en connivencia con un Presidente del Gobierno cuyo comportamiento general es difícilmente descriptible, provoque una crisis constitucional sin precedentes y, por añadidura, tensiones sin cuento en el cuerpo social. Conviene no olvidar que esta crisis se abre tras el primer embate de otro órgano asimismo básico del Estado, el Parlamento Vasco al que, como a todas las instituciones de aquella comunidad autónoma, sencillamente se ha dejado por imposible.
Si es verdad, como dicen y, desde luego, espero que así sea, que Su Majestad el Rey está haciendo gestiones para reconducir todo esto a términos sensatos, no cabe duda de que, al menos él, habrá revalidado su derecho a reinar mientras viva, aunque sólo sea porque no hay nada más improcedente que despedir en mala hora a quien, al fin y al cabo, parece el único capaz de estar en su sitio en mitad de todo este esperpento.
Como hemos dicho, este papel moderador podría ser desempeñado también por un presidente de la república a la italiana o a la portuguesa. Pero eso es sólo en teoría. Un presidente de la república, en España, sería un órgano constitucional más y, por tanto, con toda probabilidad, estaría investido de la misma autoridad moral que caracteriza a otros “elementos dignificados” de la Constitución, es decir, ninguna. Guste o no, el Rey –y cabe pensar que él y sólo él, de momento- pese a que, formalmente y como no puede ser de otro modo, recibe también su legitimidad de la Constitución, no recibe de ella su auctoritas. Don Juan Carlos I es, para bien y para mal, algo así como la transición española personificada, el recordatorio viviente de la conveniencia del consenso y el sentido común (y por eso, es también de temer que sus éxitos con políticos vinculados de un modo u otro al parto constituyente se tornen fracasos con esta generación de hijos de la ira que parece personificar ZP). Por eso mismo, el Rey posee un bagaje político difícilmente transmisible incluso a sus propios descendientes, por no mencionar a cualquier otro órgano constitucional.
Larga vida, pues, al Rey, por la cuenta que nos trae a todos, según parece. Y enhorabuena por la que, reina, infanta o futura candidata a presidenta de la Federación de Municipios y Provincias, es su nieta, que en esto sí es como todos los demás, supongo.
Pues, con todos los respetos hacia su Alteza, lo único congruente con “la lógica de los tiempos” es la república. Ya he manifestado otras veces que, a mi entender, pocas cosas más tontas se han visto por estos pagos que el dichoso debate sucesorio, ése sobre el que, a decir del inevitable Anson, estamos todos de acuerdo – es cierto, probablemente la suma de los fervientes partidarios y los que nos la trae floja sea la mayoría absoluta del censo.
Me parece espantosamente ridículo (casi tanto como el empeño en definir como “sencilla” ala Familia Real) que se pretenda “poner al día” una institución cuya única puesta al día posible consiste en su desaparición y que, antes al contrario, mientras exista, sólo puede fundamentarse en la menor puesta al día posible. En materia de monarquía, el uso precede a la ley, entre otras cosas porque malamente puede conocer ley una institución que es, en esencia, contraria a los principios inspiradores de la ley misma – recordemos que, al menos en teoría, la ley quiere ser la razón hecha derecho, con que ustedes me dirán. No es, desde luego, tema para hacer casus belli, pero tampoco pasa nada porque el dichoso orden sucesorio se quede como está, es decir, como viene estando desde el Ordenamiento de Alcalá, heredero a su vez de las Novellas justinianeas, lo que en sí mismo, da idea de lo rancio del tema. Y, por cierto, leí ayer, no recuerdo en qué medio, una frase atribuida al gran constitucionalista alemán Jellinek: [en un régimen constitucional] “no es el rey quien hereda la Corona, sino la Corona la que hereda al rey”. Pues eso.
El único debate interesante acerca de la monarquía es el de su posible supresión, y tampoco es un debate en sentido estricto, puesto que no hay nada que debatir en el plano teórico. La monarquía es justificable única y exclusivamente como fórmula pragmática. La actual monarquía española nació como transacción con el pasado y deberá mantenerse, en principio, en tanto sea de alguna utilidad.
¿Es de alguna utilidad la institución monárquica? Lamentablemente, me temo que sí. Supongo que es casualidad que el aseguramiento de la continuidad dinástica a través del matrimonio de los Príncipes de Asturias y el nacimiento de su primogénita haya coincidido con uno de esos momentos que, insisto, lamentablemente, la historia de España concede a la Corona oportunidades para demostrar que puede seguir desempeñando un papel.
El rol moderador del monarca –por lo demás compartido por los jefes de estado, en general, en regímenes no presidencialistas- adquiere especial virtualidad en ausencia de costumbres constitucionales arraigadas. Las tan oportunas como anormales intervenciones de don Juan Carlos en nuestra vida pública, más allá de sus actividades ordinarias, obedecen, por desgracia, a otras tantas manifestaciones de falta de arraigo de una moral cívica, esta sí, “conforme a la lógica de los tiempos”.
No es habitual, desde luego, en las democracias de estos tiempos, que unos generales decidan tirar por la calle de en medio para salvar a la patria, y envíen un patán al Parlamento para dar un espectáculo bochornoso. Tampoco es habitual, por cierto, el entramado de relaciones entre los protagonistas de la vergonzosa y patética asonada y otros elementos de la vida pública.
Pero es que es mucho menos habitual que, transcurridos más de veinte años desde aquel episodio –llamémosle infantil- una institución del estado, como es el Parlamento de una señalada comunidad autónoma, en el que toman asiento representantes de lo que, al menos teóricamente, son dos partidos nacionales, en connivencia con un Presidente del Gobierno cuyo comportamiento general es difícilmente descriptible, provoque una crisis constitucional sin precedentes y, por añadidura, tensiones sin cuento en el cuerpo social. Conviene no olvidar que esta crisis se abre tras el primer embate de otro órgano asimismo básico del Estado, el Parlamento Vasco al que, como a todas las instituciones de aquella comunidad autónoma, sencillamente se ha dejado por imposible.
Si es verdad, como dicen y, desde luego, espero que así sea, que Su Majestad el Rey está haciendo gestiones para reconducir todo esto a términos sensatos, no cabe duda de que, al menos él, habrá revalidado su derecho a reinar mientras viva, aunque sólo sea porque no hay nada más improcedente que despedir en mala hora a quien, al fin y al cabo, parece el único capaz de estar en su sitio en mitad de todo este esperpento.
Como hemos dicho, este papel moderador podría ser desempeñado también por un presidente de la república a la italiana o a la portuguesa. Pero eso es sólo en teoría. Un presidente de la república, en España, sería un órgano constitucional más y, por tanto, con toda probabilidad, estaría investido de la misma autoridad moral que caracteriza a otros “elementos dignificados” de la Constitución, es decir, ninguna. Guste o no, el Rey –y cabe pensar que él y sólo él, de momento- pese a que, formalmente y como no puede ser de otro modo, recibe también su legitimidad de la Constitución, no recibe de ella su auctoritas. Don Juan Carlos I es, para bien y para mal, algo así como la transición española personificada, el recordatorio viviente de la conveniencia del consenso y el sentido común (y por eso, es también de temer que sus éxitos con políticos vinculados de un modo u otro al parto constituyente se tornen fracasos con esta generación de hijos de la ira que parece personificar ZP). Por eso mismo, el Rey posee un bagaje político difícilmente transmisible incluso a sus propios descendientes, por no mencionar a cualquier otro órgano constitucional.
Larga vida, pues, al Rey, por la cuenta que nos trae a todos, según parece. Y enhorabuena por la que, reina, infanta o futura candidata a presidenta de la Federación de Municipios y Provincias, es su nieta, que en esto sí es como todos los demás, supongo.
3 Comments:
Apunto mi voto para sucesor del Principado de Asturias a D.Felipe Juan Froilan de Todos los Santos.
By Anónimo, at 3:03 p. m.
Se han fijado ustedes que en estos dias del naciemiento de Dña.Leonor de Borbon,han aparecido en avrios globs varias solicitudes y seguidores de D.Felipe Froilan de Todos los Santos..¿no parece algo extraño?.¿quien estará detrás de todo esto?¿Será una campaña Mason-Republicana en toda Regla?
By Anónimo, at 3:09 p. m.
¿"La logica de los tiempos" se aplicara cuando JuanCarlosI abdique o fallezca?
Porque si es asi ,entonces Felipe no deberia reinar,deberia hacerlo su hermana mayor.
Las reglas, segun Felipe se aplican cuando a el le da la gana.
Si usted se casa con quien le da la gana, entonces porque no podemos poner de Jefe de estado a quien nos de la gana.
By Anónimo, at 6:38 p. m.
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