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viernes, octubre 21, 2005

EL PP Y SUS ALTERNATIVAS

Cayetana Álvarez de Toledo, la columnista de El Mundo hacía anteayer un análisis muy juicioso acerca de la situación del PP en esta coyuntura. Es verdad que el difícil trance por el que pasan el Gobierno y sus extensiones, que se refleja en las encuestas de opinión, ha devuelto, no sin razón, los ánimos a la parroquia de estribor, pero conviene no confiarse, desde luego, no minusvalorar las aristas del asunto ni, por supuesto, minusvalorar la capacidad de reacción del medio socialnacionalista, que es mucha.

Me imagino que algo habrá pensado Rajoy de todo esto, y habrá dedicado sus buenas horas a meditar cómo navegar por aguas tan procelosas, pero, poniéndose en su piel, a la vista está que no es nada fácil.

De entrada, los acontecimientos han demostrado, sobradísimamente, que ya no es de buen sentido presuponer barrera alguna ética, patriótica o pura y simplemente jurídica para la actuación de la alegre muchachada zapateril. No hay “rayas rojas”. Absolutamente ninguna. Es verdad que en las filas socialistas hay mucho gritón y mucho rebelde, pero conviene desengañarse, ninguno de ellos abandonará el barco hasta que no quede la más mínima posibilidad de salvación. Y, hoy por hoy, hace frío en la casa de Ferraz, pero mucho más frío hace fuera. Así pues, las tensiones en ese lado no deberían ser muy tenidas en cuenta.

Así pues, ¿qué hacer? Dicho sea de paso, por si fuera necesario, hablo del trámite parlamentario del estatuto catalán –que, ya se sabe, no es un problema de los españoles, pero es que nos gusta hablar de ello-. No hay posición exenta de riesgo, pero creo, sinceramente, que el PP debería adoptar una línea intermedia, participando en el debate, pero no tomando parte en las votaciones.

En realidad, lo plenamente coherente sería no participar en absoluto. El PP proclama, con justeza, que todo esto es un fraude de ley y, por tanto, la participación, siquiera sea en grado mínimo, implica un grado de corresponsabilidad. Pero, amén de que no cabe descartar –más bien podemos estar casi seguros- que el TC dé por bueno el procedimiento, en cuyo caso los argumentos jurídicos perderían fuerza en este momento, eso es ponérselo demasiado fácil al aparato prisaico.

Es cierto que los voceros de Polanco y mucho izquierdoso despistado, algunos de buena fe, están deseando que se demuestre de una vez por todas que, al cabo, esto es culpa de la derecha, porque sería lo único que podría reconciliar su conciencia con la realidad. En definitiva, no es que ZP sea una especie de pirómano peligroso, sino que el pobre hace cuanto puede por remediar desgracias larvadas, sin duda, en el horrible aznarato y que la actitud obstruccionista del PP se empeña en conducir al desastre. ZP no es la causa de nuestros males sino, antes al contrario, el remedio. Esto es inevitable, qué duda cabe, pero también puede haber grados. A fin de cuentas, la perpetua y la pena de muerte no son exactamente lo mismo.

¿Por qué entiendo que será más lógico que el PP no participe, en absoluto, en ninguna votación –excepto, claro, la votación de totalidad que la ley requerirá, preceptivamente, por su carácter orgánico-? Porque no es difícil entrever que esas votaciones van a acabar siendo un auténtico delirio. En los casos en los que el PSOE no quiera cambiar nada, pues nada hay que decir, ya que el resto de la banda está por respetar el estatuto tal cual. Pero en aquellos aspectos en los que el PSOE sí pretenda cambiar algo (por ejemplo, en el dichoso concepto de “nación”) la aritmética dice que no podrá hacerlo sin el concurso del PP, porque sus socios votarán en contra, previsiblemente – atentos a todo esto, porque puede ser el paroxismo del esperpento.

Es cierto que si el PSOE no recibe el apoyo del PP a los cambios, puede acusar al partido adversario de incoherente ya que, de un lado, denuncia insistentemente la inconstitucionalidad del texto pero, de otro, negaría su apoyo a enmiendas destinadas a corregir esa inconstitucionalidad. Pero lo contrario supone una incoherencia aún mayor, cual es participar, de hecho, de la estrategia socialista y, por tanto, del planteamiento de que “con cierto maquillaje” el estatuto va para adelante.

Y es que, al final, la conclusión va a ser la misma, salvo que una tormenta venida de Cataluña descargue una tromba en la Carrera de San Jerónimo. El estatuto será aprobado con rebajas –con las que, probablemente, se conformará, en otro acto de generosidad infinita y paciencia sin límites, preñado de seny, la austera representación catalana, siempre tan moderada-, pero, salvo milagro, seguirá siendo inconstitucional (especialmente si, como se puede leer en algún diario electrónico, el Gobierno sólo quiere, realmente, modificar el capítulo de financiación y algún otro aspecto muy hiriente) y, por tanto, terminará en las manos del Tribunal Constitucional. A partir de ahí, Dios sabe qué puede suceder (otro día examinaremos cuáles pueden ser los resultados de una sentencia declarando la inconstitucionalidad del texto). Pero el PP saldrá con cartas para jugar la baza siguiente.

La baza siguiente sería un eventual referéndum en Cataluña, en el que las posibilidades constitucionalistas, claro, pasan por movilizar a toda la gente, mucha, que no suele votar en las autonómicas. Será un intento desesperado, claro, pero es imprescindible que el Partido Popular llegue en condiciones de ser el abogado de la Constitución en juicio tan desigual.

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