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martes, octubre 11, 2005

SUERTE, MERKEL

Creo que ya he afirmado en esta bitácora que la gran coalición debe ser siempre considerada, a mi entender, una anomalía democrática. Por más que siempre quede algo fuera del espectro de los partidos gubernamentales –por definición, ya que en los sistemas puramente bipartidistas, basta la elemental cautela de que el número de diputados sea impar para que las coaliciones queden borradas del mapa de lo políticamente existente- es obvio que la dialéctica gobierno-oposición, que es el eje fundamental que vertebra el sistema, sufre y se desnaturaliza.

Pero ello no quita mérito a la habilidad negociadora imprescindible para formar una gran coalición, tanto más necesaria cuanto más próximos están entre sí los resultados de los partidos que la forman. En el caso de Alemania, sin duda, esta es la situación. Por tanto, con todos los peros y cautelas, lo que ha ocurrido habla a favor de los políticos de la CDU y el SPD. Especialmente cuando se ha conseguido en un período de tiempo más que razonable.

Creo que hay una serie de circunstancias de todo orden que, en Alemania, han coadyuvado a que se pudiera alcanzar este resultado. A mi juicio son estos:

De una parte el carácter, quizá no anunciado, pero sí razonablemente previsto de la gran coalición. Es evidente que los candidatos proclamaban su interés e intención de gobernar en solitario, pero no creo que se pueda afirmar que el resultado –y por tanto la posible necesidad de un gran pacto transversal- les cogiera precisamente con el pie cambiado. Este era uno de los resultados perfectamente posibles y, por tanto, a buen seguro, estaba estudiado.

En segundo lugar, la conciencia de que Alemania se encuentra en una situación de emergencia, es decir, de que la coyuntura merece un remedio tan grueso, valga la redundancia, como una grosse koalition, como ha sucedido alguna otra vez en la historia. No es de extrañar. En cualquier país serio –ibéricos no portugueses, esto no va con nosotros- las cifras de desempleo, el bajo crecimiento y la falta de expectativas son consideradas suficientemente graves (la perspectiva de que un land se autodetermine o se declare no vinculado por la Ley Fundamental pertenece a la ciencia ficción). Alemania ha dado, en este sentido, un paso decisivo hacia la solución de sus problemas, que es la práctica unanimidad de su clase política en torno a la necesidad de profundas reformas. En esto, probablemente, conectan con el electorado. Se dirá, no sin razón, que no es mucho, pero algo es, sobre todo a la vista de que países como Francia parecen del todo incapaces de dar ese primer paso.

Cabe citar, también, la mentalidad alemana. La querencia germánica a los gobiernos estables, sólidos. La Ley Fundamental de Bonn tiene una notable tendencia a producir ejecutivos fuertes, y casi todos los gobiernos alemanes lo han sido. Una solución que produjera un canciller pendiente de un hilo hubiera sido, probablemente, mal recibida por la opinión pública y, sobre todo, hubiera cuestionado la credibilidad de las reformas.

En fin, la clase política alemana es capaz de comportarse con un mínimo de responsabilidad. Allí, hasta los socialistas parece que son capaces. Me imagino que los políticos tendrán sus agendas personales, claro y, como en todas partes, harán lo posible para perpetuarse. Seguro, por tanto, que no todos los motivos que fundamentan la solución son nobles. Pero, al menos, el ciudadano alemán sabe que el sistema le sigue prestando un servicio. Parece que sus políticos no están dispuestos a seguir siendo parte del problema o la parte principal del problema, como sus colegas del otro lado del Rin.

Y, de nuevo, la comparación. ¿Hubiese sido posible semejante cosa en España? Me temo que no. Es verdad que nuestro país no está en una coyuntura económica especialmente desfavorable que cree en la ciudadanía una sensación de urgencia. Pero afrontamos montones de importantes retos. Un desafío al estado sin precedentes que, mal resuelto, genera una impresión de debilidad que, lógicamente, es aprovechada por todos aquellos que pueden aprovecharla, dentro y fuera.

Esto es lo evidente, pero hay muchas más cosas, muchos más retos y desafíos que hacen que el futuro español sea menos halagüeño de lo que parece, aunque no nos vaya a estallar en las narices antes del fin de semana que viene. Necesitamos mejorar nuestras infraestructuras de todo orden –viarias, hidráulicas...-, necesitamos afrontar de una puñetera vez nuestro problema energético, necesitamos hablar en serio, algún día, del engendro del estado de bienestar y su sostenibilidad, necesitamos atender a la reforma del sistema tributario, necesitamos reformas legislativas, y quizá constitucionales, para detener de una vez el chantaje permanente de quienes sólo representan a una minoría, necesitamos definir un modelo más o menos estable de política exterior que sea digno de un país como España... Necesitamos, sobre todo, y con urgencia, corregir el genocidio-Logse.

Necesitamos muchas cosas que, si no una gran coalición, sí requerirían acuerdos medianamente estables. Pero tenemos un presidente del gobierno que hace eje de su política una definición de mayoría en la que la mitad de los españoles no cabemos.

Suerte, Merkel.