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jueves, octubre 06, 2005

SMITH Y PÉREZ

En comentario a mi artículo de ayer –a propósito de la grave responsabilidad contraída, a mi juicio, por los votantes sensatos de la izquierda- apostillaba un amable lector que, en definitiva, los españoles, sean de babor o de estribor, al final terminan siendo más pancistas que otra cosa, esto es, muy poco dados a diatribas políticas. El nuestro sería, en consecuencia, un pueblo muy conservador, en el fondo –tanto considerado como un todo como parte por parte, apuesto a que, en esto, los catalanes son vivo reflejo de sus conciudadanos-. Termina el comentarista con la apostilla, no exenta de cinismo, de que el estatuto nos trae al fresco, lo que verdaderamente nos va a crujir es Bélgica como nos impida ir a la cita mundialista (inciso: he aquí otra muestra de contumacia hispánica que solo conoce paralelo en el tesón de los nacionalistas –arquetipo de españoles, al fin y al cabo-; la inquebrantable adhesión, más fe que otra cosa, a la dichosa selección de fútbol, tanto más incomprensible ahora que ganamos en cosas propias de país desarrollado, como el tenis, el baloncesto o la fórmula uno – dicho sea de paso, el que suscribe participa de la estupidez colectiva y, claro, se desgañitará animando, como de costumbre... hasta cuartos.)

Puede que sea cierto. Hannah Arendt glosaba en uno de sus libros la noble figura del “ciudadano corriente”. Ese John Smith que existe en todas partes y que, en condiciones normales, aparece del todo desinteresado en la cosa pública. Cuando nada de especial sucede, se diría que es un tipo poco apasionado por la política, que se limita a votar cuando hay ocasión de ello y se afana en su quehacer diario cuando no se le pide opinión. Nuestro Smith, probablemente, estará dispuesto a tolerar sin mayor problema las extravagancias corrientes de la clase política, las diatribas sin sentido que a nadie benefician incluso, por qué no, algunas cosas que le mueven al escepticismo, al descreimiento más absoluto. Nuestro Smith sospecha que las grandes palabras en las leyes son eso, bellas palabras, y sabe de sobra que a la justicia nadie la ha visto nunca por la calle.

Pero existen trances, verdaderamente extraordinarios, en que Smith muestra su compromiso con el sistema. Muestra algo así como una fe esencial en los fundamentos profundos que cimentan su modo de vida. Entonces, sea por patriotismo, sea por moral cívica, el indolente Smith se lanza a manifestarse, a protestar, se alista, se apresta a resistir... a veces a riesgo de sus bienes y su vida.

¿Existe un Pérez en España que, en el fondo, es como Smith? Con frecuencia, se cita como ejemplo de explosión patriótica –casi como el único ejemplo de explosión patriótica- la guerra de la independencia, allá por 1808 (para los que me lean desde Cataluña –alguno habrá que aún me aguante, digo yo- y se hayan educado bajo el sistema nacionalista, me refiero a la “guerra del francés”, no sé cómo se llama en Euskadi, si es que se llama de alguna manera). ¿Es el único ejemplo en el que todas, verdaderamente todas las fuerzas de la Nación llegaron a movilizarse al unísono por una causa?

Creo que no. Es posible hallar en la historia contemporánea de España más muestras de fervor patriótico, o de conciencia de estar movilizándose ante una amenaza colectiva, que fuesen capaces de hacer que todos los Pérez saliesen de su letargo. Pero sí es verdad que son pocas, esas ocasiones, sencillamente por la razón de que España no ha estado, desde hace mucho, amenazada nada más que por los españoles, de forma tal que nunca ha sido posible defenderla sin tomar, al tiempo, partido contra ella.

No creo, en el fondo, que Smith y Pérez sean muy diferentes. El problema es que la experiencia del primero invita, sin duda, más a la confianza que la del segundo.