FERBLOG

martes, septiembre 27, 2005

¿QUIÉN TEME A ZP? (2)

Mi artículo de anteayer, “¿Quién teme a ZP?” recibió cumplida réplica de mi amigo Pepe –no sé si darle ya claramente el título de “coblogger” o, directamente, invitarle a que abramos uno conjunto con “fuego cruzado”-, que, como de costumbre, honra a esta casa con la discrepancia. Digo a veces que me agrada mucho recibir comentarios de signo opuesto –que cumplan con los mínimos, claro- y no pretendo halagar a nadie. Si algo caracteriza a los blogs liberales es que suelen estar abiertos a todo hijo de vecino para que diga lo que quiera, y no quisiera yo que este fuese menos.

Viene a decir, en síntesis, mi corresponsal que lo del “miedo a ZP” es una sobrerreacción de lo más injustificada. Que lo que nos molesta a los derechosos es que nos ha pinchado el globo, vamos. Que, en efecto, el chico no es muy listo ni muy brillante, pero que tampoco abundan los lumbreras por estos pagos (en esto no puedo sino darle la razón) y que le aplico la táctica de recurrir siempre a las tonterías que dice, caricaturizándolo, cuando la verdad es que todos decimos tonterías –algunos hasta las escribimos- y, sobre todo, no hay político que se libre. Dice Pepe que, no habiendo entrado yo en cuestiones de fondo, en suma, lo que digo es que ZP me cae mal, y que no hay mayor razón para ello.

Pero es que creo que mi buen amigo marra el tiro: yo he dicho que, a mí, ZP me da miedo, no que me caiga como un tiro – que también, pero comprendo que esto no viene al caso, porque tampoco creo que él quisiera salir de cañas conmigo. Muy al contrario, sí he pretendido, precisamente, entrar en el fondo de la cuestión. El Esdrújulo no me parece tonto, ni mucho menos, y tampoco es que me preocupe en exceso lo que dice. Me preocupa lo que hace.

Porque lo que sí me parece nuestro presidente es un iluminado, un fuera de serie en el peor sentido de la palabra, que por ahí iba mi crítica. Mi fundamental problema, la razón de mis miedos, es que me hace sentir inseguro. Me hace temer, y mucho, por el futuro de mi país (y sé que no soy el único, es más, estoy más que convencido de que no todos los que pensamos así estamos, en general, en el mismo bando), porque no ha conseguido que confíe en que, ante determinados vendavales, haga lo que pueda por resistir sino que, antes al contrario, parece que los agita. Para muestra un botón, ¿es normal que el presidente de un Gobierno esté actuando de muñidor del acuerdo para que salga adelante un estatuto que –incluso en el supuesto de que fuera constitucional- tiene visos de ser lesivo para el interés general? ¿Acaso no sería más lógico esperar que quien tiene a su cargo la defensa de ese mismo interés hiciera cuanto estuviese en su mano porque semejante amenaza fuese conjurada? No hay que tener miedo de los ataques, cuando hay que echarse a temblar es cuando tienes la sospecha de que careces de defensas. Y ese parece ser el caso.

Daré unas cuantas razones por las que, a mi juicio, mis temores están más que justificados y por las que, creo, se sustenta la afirmación de que este chico es de temer (e insisto en que me temo que esta afirmación la suscribe mucho socialista).

La primera es que carece de un discurso político digno de tal nombre. He dicho más de una vez que Zapatero es la nada. Carece por completo de principios, y con esto no quiero decir que sea indecente –no tengo ningún motivo para dudar de su honradez personal, desde luego- sino que no tiene ninguna directriz identificable. Es evidente que esta vacuidad no es accidental, sino que está buscada. ¿Para qué constreñirse a uno mismo cuando –mediando una muy correcta política de imagen- es más que suficiente con unas vaporosas frases hechas? Es verdad que los políticos españoles no se han caracterizado nunca por unos discursos intelectualmente rigurosos ni por explicarse demasiado, pero sí daban unos mínimos. Al menos, eran identificables las rayas que no estaban dispuestos a cruzar. Porque un tipo que dice buscar “la comodidad de todos”, ¿qué modelo de estado quiere? –está por oírsele algo más allá de su repugnancia por los conceptos cerrados-; alguien que dice que su política consiste en “promover nuevos derechos de ciudadanía”, ¿dónde pone los límites a la actuación del estado?... Y así un largo etcétera que lleva a concluir que, en realidad, el presidente no se ha comprometido jamás a nada tangible ni se ha impuesto límite alguno. Ese relativismo, ese nihilismo total que algunos encuentran irritante porque no contiene respuestas yo lo encuentro aterrador porque caben todas, precisamente.

Zapatero es de temer porque desprecia los consensos básicos de la sociedad española. Con su idea de la “mayoría social” –trasunto sociológico, se conoce, de su esperpéntica mayoría parlamentaria, convierte en “minoría” a buena parte de la gente que forma parte de la línea medular de la sociedad. El presidente no reconoce más nación que la formada por los que simpatizan con él. Sólo así puede explicarse ese empeño en encontrar acomodo a los “incómodos” como tarea primordial. Sólo ignorando a los “cómodos” del otro lado –que son muchos- puede eludirse la conclusión de que la inmensa mayoría real está más que cómoda con nuestro modelo de país, y más bien no está por la labor de hacer más esfuerzos de los imprescindibles porque los pocos discrepantes se encuentren a gusto. Con todo, no está escrito que los consensos hayan de ser siempre los mismos, pero sí que para seguir siendo consensos han de ser amplios –porque eso es consenso, amplia mayoría-.

Quizá me equivoqué, en efecto, al afirmar que a ZP la oposición le molesta. Lo que le molesta, parece, es el modelo del 78, supongo que por razones psicológicas en las que prefiero no entrar. Y quiere cambiarlo por otro, pero lograrlo pasa por negarle un sitio a una amplia capa de españoles. Ese es el dilema: el modelo que satisfaría al presidente, probablemente, no alcanzaría consenso –entre otras cosas, porque parece basado en decirles a los españoles que son algo así como un inmenso error histórico, que la nación a la que creen pertenecer ni siquiera existe-, y cualquier solución consensuada será insatisfactoria.

Zapatero es, por último, de temer, ya digo, porque es increíblemente pretencioso. Parece que se cree capaz de resolver, de un plumazo, algunos de los más grandes problemas de la sociedad española. Pero su altanería resulta sospechosa... porque no parece atreverse a decir cómo. Dicen que lo que la derecha teme es que, al final, resuelva los acertijos que nadie pudo resolver. Puede que sí. Pero habrá que reconocer que, ante el fracaso de las sucesivas generaciones, quizá sea legítimo sospechar que quien dice haber hallado la solución esté haciendo trampas. Alcanzar la “paz” con ETA, por ejemplo, en sí no es difícil, basta con darle la razón. Contentar a Carod Rovira no es complicado, basta con romper el modelo constitucional. Y tampoco es difícil, qué se yo, solventar el problema de la financiación autonómica: basta con darle a cada consejero de economía una hermosa chequera llena de cheques en blanco y... hacerse cargo, claro.

Y es que los problemas sólo lo son relativamente. Lo son, más bien, porque imponemos ciertas condiciones para que sean aceptables las soluciones. Zapatero da soluciones, sí, pero parece ignorar las condiciones.

Eso podría resumir todo lo que llevamos dicho. Zapatero parece ignorar las condiciones. Parece ignorar que no se inventa el mundo cada mañana. Y esa clase de gente es de lo más peligrosa. Se llaman descubridores del Mediterráneo... ya se sabe, el mar de las Civilizaciones.