ALEMANIA: LA CONCIENCIA DEL CAMBIO
La suerte está echada, que dijo el romano – al menos siempre que el juego de las mayorías no obligue a arrojar los dados de nuevo antes de lo debido. A la hora de escribir estas líneas, los alemanes están decidiendo la composición del Bundestag para la próxima legislatura. Es cosa que, desde luego, es compete solo a ellos, pero nos interesa a todos los demás (inciso: ha estado bien que el resto de los interesados no nos hayamos arrogado esta vez un derecho de “participación a distancia”; a diferencia de los americanos en 2004, los teutones no se han visto conminados a votar por este o no votar por aquel – y eso que el interés del resto de los europeos debería ser muy vivo). Tendremos tiempo, a partir de mañana, de analizar resultados.
Acuérdense, los oráculos han predicho que Merkel será Canciller, con toda probabilidad. Ahora bien, no se sabe a ciencia cierta qué tipo de gobierno encabezará, si el que ella quiere –socialcristianos, socialcristianos bávaros y liberales- o el que no le quede más remedio –todo lo anterior más socialdemócratas, en “gran coalición”-. Merkel dice no querer la gran coalición, y hay motivos de higiene política para no desearla; una gran coalición supone la negación de la dinámica normal gobierno-oposición. Según se ha conocido estos días, la Ley Fundamental da claves para, en su caso, echar de nuevo la bola a rodar si es preciso (si el Canciller sólo obtiene mayoría simple en la tercera votación, el Presidente Federal puede optar entre seguir adelante o convocar nuevas elecciones, si teme por la estabilidad y viabilidad del futuro gobierno). Conviene que Merkel no se engañe –que seguro que no lo hace-. Aparte de las muy serias dudas que puede llegar a suscitar una maniobra que conduzca a nuevas elecciones, los notables de su partido no están por la labor de tirar por la borda un posible premio de coalición. Hace unos días, el propio Wolfgang Shaüble, que podría ser ministro de exteriores, en una entrevista, rechazaba, en principio, la fórmula de “grossekoalition” pero no decía que fuese imposible.
Lo dicho, eso a partir de mañana. Pero la campaña nos deja algunas cosas dignas de mención.
En primer lugar, cabe decir que ha sido una campaña política, en el mejor sentido del término. No ha habido más remedio que hablar de los problemas reales de Alemania, siquiera para oponerse a las propuestas del otro. Esta vez, George W. no le ha regalado a nadie la campaña hecha y las lluvias han llegado antes de tiempo. Seguro que Schröder hubiera preferido una campaña a lo ZP, pero cinco millones de parados oficiales no permiten girar en torno a la nada. Lo más interesante, sin duda, aquello de lo que la CDU ahora parece querer desdecirse: la propuesta de una reforma fiscal en profundidad abanderada por Kirchoff, el “profesor de Heidelberg”. Hacía mucho tiempo que no se oía nada tan valiente en la política europea. A quien pretenda que ya teníamos la propuesta de Miguel Sebastián, habrá que recordarle la diferencia entre una propuesta seria y un globo sonda. La propuesta del profesor está articulada, es completa y abarca el derecho fiscal prácticamente, en su integridad. No se trata de aplicar el “tipo único”, sin más (así dicho, resulta una idea zapateril, algo hueco y, en sí mismo, con poco sentido) sino de reformar todo el sistema impositivo.
En segundo lugar, los mecanismos de ataque-defensa empleados por unos y otros muestran a las claras cuál es la enfermedad europea. El patrón español no es tan extraño, al cabo. El SPD se muestra reaccionario, conservador, opuesto a los cambios, demostrando que el auténtico “conservadurismo” europeo está en la izquierda. Naturalmente, se muestra también mentiroso, porque, a la hora de la verdad, con mejor o peor conciencia, acometerá reformas. Por último, la derecha se acobarda a las primeras de cambio.
Llama la atención, otra vez, el comportamiento de la ciudadanía europea. Uno de los efectos más notables del “estado de bienestar” ha sido el adocenamiento general, el acobardamiento ante las palabras. Una campaña como la que ha llevado a Koizumi a una victoria sin precedentes en Japón –basada en la idea, hasta cierto punto lógica, de que si tenemos problemas, algo habremos de hacer para resolverlos- es desaconsejada por los asesores áulicos de todos los candidatos de derecha en Europa. “Miénteles”, parecen querer decir, “haz lo que tengas que hacer, pero no se lo digas”. Haz, pues, como el SPD. Curiosamente, eso mismo le aconsejaban a Vargas Llosa sus asesores en aquellas elecciones que le disputó al todavía no sátrapa Fujimori. Sus consejeros le recordaban la inconveniencia de anunciar a la población un “shock económico”, por tanto, se trataba, simplemente de que lo negara. Eso mismo hizo Fujimori –Vargas se negó a mentir-, y le batió en la elección. Por supuesto, luego llegó la política de ajuste.
Los pueblos europeos empiezan a parecerse a aquellas señoras virtuosas de antaño con las que, a la hora de la verdad, podía hacerse de todo. Pero era de extremo mal gusto llamar a las cosas por su nombre. Esta sociedad nuestra, tan políticamente correcta, de puro formal, es remilgada.
Los alemanes, por fuerza, han de saber que las reformas son necesarias, en la economía y en el sistema institucional. Pero parecen no querer hablar de ello. Prefieren que se les hable de “millonarios y enfermeras” antes que enfrentarse a la dura realidad.
Creo que hay que ser optimistas con Alemania. Mucho, si gana Merkel y mucho menos si lo hace Schröder. Pero incluso en este último caso, tengo para mí que el resultado será el mismo, aunque lleve más tiempo. Eso sí, será sin hablar de ello.
Acuérdense, los oráculos han predicho que Merkel será Canciller, con toda probabilidad. Ahora bien, no se sabe a ciencia cierta qué tipo de gobierno encabezará, si el que ella quiere –socialcristianos, socialcristianos bávaros y liberales- o el que no le quede más remedio –todo lo anterior más socialdemócratas, en “gran coalición”-. Merkel dice no querer la gran coalición, y hay motivos de higiene política para no desearla; una gran coalición supone la negación de la dinámica normal gobierno-oposición. Según se ha conocido estos días, la Ley Fundamental da claves para, en su caso, echar de nuevo la bola a rodar si es preciso (si el Canciller sólo obtiene mayoría simple en la tercera votación, el Presidente Federal puede optar entre seguir adelante o convocar nuevas elecciones, si teme por la estabilidad y viabilidad del futuro gobierno). Conviene que Merkel no se engañe –que seguro que no lo hace-. Aparte de las muy serias dudas que puede llegar a suscitar una maniobra que conduzca a nuevas elecciones, los notables de su partido no están por la labor de tirar por la borda un posible premio de coalición. Hace unos días, el propio Wolfgang Shaüble, que podría ser ministro de exteriores, en una entrevista, rechazaba, en principio, la fórmula de “grossekoalition” pero no decía que fuese imposible.
Lo dicho, eso a partir de mañana. Pero la campaña nos deja algunas cosas dignas de mención.
En primer lugar, cabe decir que ha sido una campaña política, en el mejor sentido del término. No ha habido más remedio que hablar de los problemas reales de Alemania, siquiera para oponerse a las propuestas del otro. Esta vez, George W. no le ha regalado a nadie la campaña hecha y las lluvias han llegado antes de tiempo. Seguro que Schröder hubiera preferido una campaña a lo ZP, pero cinco millones de parados oficiales no permiten girar en torno a la nada. Lo más interesante, sin duda, aquello de lo que la CDU ahora parece querer desdecirse: la propuesta de una reforma fiscal en profundidad abanderada por Kirchoff, el “profesor de Heidelberg”. Hacía mucho tiempo que no se oía nada tan valiente en la política europea. A quien pretenda que ya teníamos la propuesta de Miguel Sebastián, habrá que recordarle la diferencia entre una propuesta seria y un globo sonda. La propuesta del profesor está articulada, es completa y abarca el derecho fiscal prácticamente, en su integridad. No se trata de aplicar el “tipo único”, sin más (así dicho, resulta una idea zapateril, algo hueco y, en sí mismo, con poco sentido) sino de reformar todo el sistema impositivo.
En segundo lugar, los mecanismos de ataque-defensa empleados por unos y otros muestran a las claras cuál es la enfermedad europea. El patrón español no es tan extraño, al cabo. El SPD se muestra reaccionario, conservador, opuesto a los cambios, demostrando que el auténtico “conservadurismo” europeo está en la izquierda. Naturalmente, se muestra también mentiroso, porque, a la hora de la verdad, con mejor o peor conciencia, acometerá reformas. Por último, la derecha se acobarda a las primeras de cambio.
Llama la atención, otra vez, el comportamiento de la ciudadanía europea. Uno de los efectos más notables del “estado de bienestar” ha sido el adocenamiento general, el acobardamiento ante las palabras. Una campaña como la que ha llevado a Koizumi a una victoria sin precedentes en Japón –basada en la idea, hasta cierto punto lógica, de que si tenemos problemas, algo habremos de hacer para resolverlos- es desaconsejada por los asesores áulicos de todos los candidatos de derecha en Europa. “Miénteles”, parecen querer decir, “haz lo que tengas que hacer, pero no se lo digas”. Haz, pues, como el SPD. Curiosamente, eso mismo le aconsejaban a Vargas Llosa sus asesores en aquellas elecciones que le disputó al todavía no sátrapa Fujimori. Sus consejeros le recordaban la inconveniencia de anunciar a la población un “shock económico”, por tanto, se trataba, simplemente de que lo negara. Eso mismo hizo Fujimori –Vargas se negó a mentir-, y le batió en la elección. Por supuesto, luego llegó la política de ajuste.
Los pueblos europeos empiezan a parecerse a aquellas señoras virtuosas de antaño con las que, a la hora de la verdad, podía hacerse de todo. Pero era de extremo mal gusto llamar a las cosas por su nombre. Esta sociedad nuestra, tan políticamente correcta, de puro formal, es remilgada.
Los alemanes, por fuerza, han de saber que las reformas son necesarias, en la economía y en el sistema institucional. Pero parecen no querer hablar de ello. Prefieren que se les hable de “millonarios y enfermeras” antes que enfrentarse a la dura realidad.
Creo que hay que ser optimistas con Alemania. Mucho, si gana Merkel y mucho menos si lo hace Schröder. Pero incluso en este último caso, tengo para mí que el resultado será el mismo, aunque lleve más tiempo. Eso sí, será sin hablar de ello.
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