SEBASTIAN HAFFNER: UN AUTOR IMPRESCINDIBLE
Acabo de leer el último libro, hasta donde yo conozco, publicado por Destino, de Sebastian Haffner (1907-1999). Se titula Alemania: Jekyll y Hyde (1933: el nazismo visto desde dentro). Para los que aún no lo conozcan, permítanme recomendarles a este autor, alemán de nacimiento y compromiso, exiliado por razones perfectamente descriptibles –por decencia, básicamente-, al Reino Unido. Imprescindible su soberbia “Historia de un alemán”, pero también sus “Anotaciones sobre Hitler” y su breve y penetrante biografía de Winston Churchill (todas en la misma editorial).
El libro que les cito, en perfecta sintonía con otros de tema alemán, presenta una incisiva radiografía de Alemania en el punto álgido del nazismo. Quizá a algunos no les descubra nada pero, como mínimo, merece atención la fecha en la que fue escrito. Haffner traza con precisión el retrato de la Alemania sojuzgada... en 1940, que es la fecha de primera publicación en Inglaterra. La prosa de Haffner es sencilla, elegante y precisa. Apunta en palabras claras ideas que ayudan a desentrañar el misterio que aún nos afanamos en entender: ¿cómo fue posible? Desde el verdadero y profundo amor por una patria que surge del conocimiento auténtico (no de la glorificación absurda ni del pesimismo irracional), Haffner muestra, a quien quisiera verlo, el rostro complejo de Alemania. No la exculpa, claro, pero tampoco permite que los demás se libren alegremente de sus responsabilidades. Reprocha, con toda razón, a los abogados de las “políticas de apaciguamiento” (recordemos que la sima de la indecencia en la que tenemos sobradas razones para sospechar que hoy chapotean con regusto algunos de nuestros socialistas fue hollada hace ya tiempo por otras mentes “preclaras”) uno de los peores crímenes: el de haber robado la esperanza a los que no tenían ya más que eso. Haciéndose acreedores al desprecio de las generaciones posteriores, los entonces dirigentes de Francia e Inglaterra privaron a los pocos alemanes que aún hubieran podido resistir de la razón principal para ello: la expectativa de una ayuda exterior –Haffner juzgaba, y el tiempo le dio la razón, que sólo un impulso externo podría derribar al régimen nazi.
Quizá lo más aterrador que se puede entrever en el cuadro pintado por Haffner, algo por otra parte corroborado luego por otros estudios, es que todo el esfuerzo intelectual de comprensión, todas las horas invertidas en buscar una respuesta convincente a la pregunta de cómo fue posible que el país más civilizado de Europa –idea esta, por cierto, sobre la que Haffner también tiene sus propias e interesantes opiniones- retrocediera a la más absoluta de las barbaries puede ser un modo de eludir la trágica evidencia de que tras todo eso no hay... nada. O, quizá, todo lo más, mecanismos mucho más sencillos de lo que quisiéramos.
Hubo factores coadyuvantes, sí, y tuvieron su influencia. Pero ninguno de ellos tiene poder explicativo suficiente. Ninguno de ellos es, por sí mismo, causal. Nada es explicable si no se hubiese cruzado en el camino de los alemanes la figura infernal de Adolf Hitler. Y aquí, de nuevo, la nada. No había nada especial en este infradotado, como no fuera su instinto de supervivencia, su odio animal. Hitler es un personaje absurdo. Lo cual nos lleva a varias conclusiones, a cual más inquietante, a saber: primero: que, una vez más, se demuestra el poder de la singularidad, la capacidad de los pocos para imponerse a los muchos (inciso: quedan falsadas de nuevo las interpretaciones marxistas o, en general, simplificadoras), segundo: que el azar desempeña un importante papel en la historia –consecuencia inmediata de lo anterior ya que, en sí, no hay vida humana singular que no sea contingente; siempre que algo depende de alguien en concreto, puede afirmarse que, en términos históricos, es tanto como decir que ocurre por casualidad- y tercero: no es ya que en la vida sucedan cosas absurdas, carentes de todo fundamento lógico y racional, sino que, por añadidura, suelen pasar relativamente a menudo.
Dios me libre de establecer comparaciones odiosas, pero la lectura del libro de Haffner me llevó instintivamente a pensar en la España contemporánea –y en otros ejemplos, que los ha habido, los hay y los habrá, de cómo lo absurdo, lo manifiestamente irracional, se enseñorea de la vida de los pueblos y las personas-. Me llevó, una vez más, a temer por todos aquellos que siguen diciéndose a sí mismos que determinadas cosas como, por ejemplo, un proceso de descomposición de nuestro país “no pueden suceder”.
Me pregunto qué demonios quiere decir “no pueden”. Supongo que, en definitiva, quienes así hablan, que no son pocos, quieren decir que eso es absurdo y que las cosas absurdas no suceden. Los catedráticos de economía ya han demostrado, por ejemplo, que la secesión de Euskadi no parece ser beneficiosa para los propios vascos. Ítem más, la presencia de elementos no democráticos en ese lugar –que no sólo sobrevivirían al proceso secesionista, sino que resultarían reforzados- hace temer por los derechos individuales incluso más que lo que se debe temer siempre que el nacionalismo es una fuerza política preponderante. Así pues, hay buenas razones para tentarse la ropa. ¿Es eso motivo suficiente para concluir que semejante cosa no puede suceder? Si nos atenemos a la historia, parece que no. Obvio decir que entre la sociedad vasca y la sociedad alemana descrita por Haffner hay muchas diferencias, pero también ciertas similitudes. También él nos explica que, como por otra parte era de esperar, tampoco allí había blanco y negro (pese a que, en rigor, hubiera debido haberlo, y aquí está la clave de la degeneración moral: lo que a los alemanes se les planteaba no era una elección política ordinaria, sino la disyuntiva de elegir entre el mal absoluto o cualquier otra cosa), sino una amplia gama de actitudes – como le gusta decir al PNV, entre “los extremos”... entre los extremos, se dan todos los grados de la indecencia, claro.
¿Acaso no ocupa, hoy, la presidencia del gobierno, un personaje manifiestamente poco capaz? Ya sé que los políticos españoles no son para tirar cohetes, sin excepción pero, ¿es lógico que haya llegado tan arriba uno de los más inanes? Hasta entre los poco dotados hay clases. Es posible que los dirigentes del partido socialista hayan urdido un plan maquiavélico para, de entre ellos, elegir uno particularmente mediocre, mientras los más válidos se dedican a otros menesteres más remuneradores, más discretos o yo qué sé. Es posible que todo sea el resultado de una auténtica conspiración. Pero quizá todo esto no es más que una forma de no querer aceptar que las cosas absurdas suceden. Y ahí está, en la ONU, un tipo que nunca debió pasar de secretario regional de cuarta categoría (ahora que lo pienso, la ONU tampoco es tan mal foro para él – bueno ustedes me entienden...).
A veces, Dios escribe con renglones torcidos y... el resultado es un texto torcido, claro.
El libro que les cito, en perfecta sintonía con otros de tema alemán, presenta una incisiva radiografía de Alemania en el punto álgido del nazismo. Quizá a algunos no les descubra nada pero, como mínimo, merece atención la fecha en la que fue escrito. Haffner traza con precisión el retrato de la Alemania sojuzgada... en 1940, que es la fecha de primera publicación en Inglaterra. La prosa de Haffner es sencilla, elegante y precisa. Apunta en palabras claras ideas que ayudan a desentrañar el misterio que aún nos afanamos en entender: ¿cómo fue posible? Desde el verdadero y profundo amor por una patria que surge del conocimiento auténtico (no de la glorificación absurda ni del pesimismo irracional), Haffner muestra, a quien quisiera verlo, el rostro complejo de Alemania. No la exculpa, claro, pero tampoco permite que los demás se libren alegremente de sus responsabilidades. Reprocha, con toda razón, a los abogados de las “políticas de apaciguamiento” (recordemos que la sima de la indecencia en la que tenemos sobradas razones para sospechar que hoy chapotean con regusto algunos de nuestros socialistas fue hollada hace ya tiempo por otras mentes “preclaras”) uno de los peores crímenes: el de haber robado la esperanza a los que no tenían ya más que eso. Haciéndose acreedores al desprecio de las generaciones posteriores, los entonces dirigentes de Francia e Inglaterra privaron a los pocos alemanes que aún hubieran podido resistir de la razón principal para ello: la expectativa de una ayuda exterior –Haffner juzgaba, y el tiempo le dio la razón, que sólo un impulso externo podría derribar al régimen nazi.
Quizá lo más aterrador que se puede entrever en el cuadro pintado por Haffner, algo por otra parte corroborado luego por otros estudios, es que todo el esfuerzo intelectual de comprensión, todas las horas invertidas en buscar una respuesta convincente a la pregunta de cómo fue posible que el país más civilizado de Europa –idea esta, por cierto, sobre la que Haffner también tiene sus propias e interesantes opiniones- retrocediera a la más absoluta de las barbaries puede ser un modo de eludir la trágica evidencia de que tras todo eso no hay... nada. O, quizá, todo lo más, mecanismos mucho más sencillos de lo que quisiéramos.
Hubo factores coadyuvantes, sí, y tuvieron su influencia. Pero ninguno de ellos tiene poder explicativo suficiente. Ninguno de ellos es, por sí mismo, causal. Nada es explicable si no se hubiese cruzado en el camino de los alemanes la figura infernal de Adolf Hitler. Y aquí, de nuevo, la nada. No había nada especial en este infradotado, como no fuera su instinto de supervivencia, su odio animal. Hitler es un personaje absurdo. Lo cual nos lleva a varias conclusiones, a cual más inquietante, a saber: primero: que, una vez más, se demuestra el poder de la singularidad, la capacidad de los pocos para imponerse a los muchos (inciso: quedan falsadas de nuevo las interpretaciones marxistas o, en general, simplificadoras), segundo: que el azar desempeña un importante papel en la historia –consecuencia inmediata de lo anterior ya que, en sí, no hay vida humana singular que no sea contingente; siempre que algo depende de alguien en concreto, puede afirmarse que, en términos históricos, es tanto como decir que ocurre por casualidad- y tercero: no es ya que en la vida sucedan cosas absurdas, carentes de todo fundamento lógico y racional, sino que, por añadidura, suelen pasar relativamente a menudo.
Dios me libre de establecer comparaciones odiosas, pero la lectura del libro de Haffner me llevó instintivamente a pensar en la España contemporánea –y en otros ejemplos, que los ha habido, los hay y los habrá, de cómo lo absurdo, lo manifiestamente irracional, se enseñorea de la vida de los pueblos y las personas-. Me llevó, una vez más, a temer por todos aquellos que siguen diciéndose a sí mismos que determinadas cosas como, por ejemplo, un proceso de descomposición de nuestro país “no pueden suceder”.
Me pregunto qué demonios quiere decir “no pueden”. Supongo que, en definitiva, quienes así hablan, que no son pocos, quieren decir que eso es absurdo y que las cosas absurdas no suceden. Los catedráticos de economía ya han demostrado, por ejemplo, que la secesión de Euskadi no parece ser beneficiosa para los propios vascos. Ítem más, la presencia de elementos no democráticos en ese lugar –que no sólo sobrevivirían al proceso secesionista, sino que resultarían reforzados- hace temer por los derechos individuales incluso más que lo que se debe temer siempre que el nacionalismo es una fuerza política preponderante. Así pues, hay buenas razones para tentarse la ropa. ¿Es eso motivo suficiente para concluir que semejante cosa no puede suceder? Si nos atenemos a la historia, parece que no. Obvio decir que entre la sociedad vasca y la sociedad alemana descrita por Haffner hay muchas diferencias, pero también ciertas similitudes. También él nos explica que, como por otra parte era de esperar, tampoco allí había blanco y negro (pese a que, en rigor, hubiera debido haberlo, y aquí está la clave de la degeneración moral: lo que a los alemanes se les planteaba no era una elección política ordinaria, sino la disyuntiva de elegir entre el mal absoluto o cualquier otra cosa), sino una amplia gama de actitudes – como le gusta decir al PNV, entre “los extremos”... entre los extremos, se dan todos los grados de la indecencia, claro.
¿Acaso no ocupa, hoy, la presidencia del gobierno, un personaje manifiestamente poco capaz? Ya sé que los políticos españoles no son para tirar cohetes, sin excepción pero, ¿es lógico que haya llegado tan arriba uno de los más inanes? Hasta entre los poco dotados hay clases. Es posible que los dirigentes del partido socialista hayan urdido un plan maquiavélico para, de entre ellos, elegir uno particularmente mediocre, mientras los más válidos se dedican a otros menesteres más remuneradores, más discretos o yo qué sé. Es posible que todo sea el resultado de una auténtica conspiración. Pero quizá todo esto no es más que una forma de no querer aceptar que las cosas absurdas suceden. Y ahí está, en la ONU, un tipo que nunca debió pasar de secretario regional de cuarta categoría (ahora que lo pienso, la ONU tampoco es tan mal foro para él – bueno ustedes me entienden...).
A veces, Dios escribe con renglones torcidos y... el resultado es un texto torcido, claro.
6 Comments:
Entiendo que la teoría del plan maquiavélico pueda cuajar, considerando que el presidente del país más poderoso del mundo tiene que pedir permiso a su secretaria de Estado para ir al baño...
Pero me gusta mucho más tu teoría de la aleatoriedad: las cosas suceden porque sí, porque el mundo es así, a imagen y semejanza de un creador que parece haber pedido toda la tornillería.
Con todo, a veces pienso que el hecho de que no seamos capaces de encontrarla no implica que no exista una lógica detrás de lo que sucede cada día. Y no se trata de relativismo, sino de simple modestia.
Supongo que ésta es una de las razones por las que doy bastantes más puntos que tú a nuestro presidente. No obstante, no niego que, tal vez, simplemente, el MunDo esTá cOMo 1 cEnceRRo <:-).
By Anónimo, at 10:30 p. m.
Haffner es bueno. Pero Hefner es mejor.
Salvador
By Sal DeTraglia, at 12:26 a. m.
Henson también es muy bueno.
By Anónimo, at 6:36 p. m.
Guille / Salvatore...
Sois ambos unos cachondos. Digamos que son imprescindibles, cada uno en su estilo. Mmmmmm... veamos:
Me hubiera encantado trabajar para Henson (por ejemplo, como asistente personal de la rana Gustavo).
Hubiera dado la mano por poder entrevistarme con Haffner unas cuantas tardes y tomar notas.
Pero, sí, por lo que hubiera dado algo más que la mano es porque Hefner me hubiera invitado a alguna de sus fiestas (¿realmente se las apañaría ÉL SOLO con tana conejita...?). Un benefactor de la humanidad, sin duda.
Un abrazo.
By FMH, at 9:19 a. m.
I hope you are well!
By Anónimo, at 8:31 p. m.
Te escribo porque me parecía interesante que supieras que he puesto un enlace a tu artículo desde mi blog. Lo cierto es que me ha gustado.
También me he permitido el lujo de reproducirlo entero, siempre dejando claro que el texto es tuyo, no mío. Esto lo hago porque, además de escribir mis propias cosas sobre Haffner, también recopilo lo que otros escriben sobre él.
Gracias por tu estupendo blog,
Carlos G.
By Anónimo, at 7:37 p. m.
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