A VUELTAS CON LA DERECHA
Hace unos cuantos días analizaba yo la famosa afirmación de que España es un país “sociológicamente de izquierdas”, lo que a mi juicio es cierto en un sentido muy general y menos dramático de lo que a primera vista parece. El artículo terminaba con la idea de que semejante estado de cosas hubiera sido imposible sin el concurso de la derecha, cuyo comportamiento a lo largo de todos estos años tiene también mucho que ver con sus actuales hándicaps, con esa especie de “techo de cristal” tan difícil de romper.
Y es que toda la tarea, a la que no quito mérito, de los dirigentes nacionales de la derecha española ha parecido ir encaminada a la formación de lo que hoy tenemos, un partido razonablemente instalado en el juego y, sobre todo, unido. Pero eso no es lo mismo que una derecha fuerte, porque parece que ese instalarse en el juego implica, al tiempo, una aceptación de limitaciones autoimpuestas.
Hay que acudir de nuevo, cómo no, al franquismo para encontrar la raíz histórica de algunos de los problemas que ahora mismo aquejan a nuestra derecha. A quienes encuentren cansina esta recurrente referencia, hablemos de la izquierda, de la derecha o del lucero del alba, me temo que he decirles que no hay más remedio. El franquismo supuso un trauma sin paralelo en el mundo occidental –sólo los países de Europa del este han padecido algo parecido-, y no me refiero tanto al rigor represivo de la dictadura en sí sino a lo que supuso de ruptura con todo lo anterior, de hiato en la historia de España. El franquismo hace que España descarrile, se aparte del curso normal de su historia como jamás lo había hecho antes. Jamás nuestro país padeció un régimen más anacrónico, en menor sintonía con todo lo que constituía su entorno natural.
La cuestión es que, a mi modo de ver y contemplando las cosas ex post –es decir, no tanto tomando en consideración cómo fueron las cosas durante esa etapa como en qué medida unos y otros quedaron preparados para abordar el futuro- la derecha se llevó la peor parte. El franquismo deshizo por completo la posibilidad de una derecha de corte europeo. Había una derecha franquista, que no es lo mismo. La derecha afronta la democracia completamente huérfana de referentes válidos y sin unas tradiciones políticas en las que insertarse, sin tan siquiera unas siglas y símbolos que reivindicar. Ninguna de las familias ideológicas de la derecha europea tenía en España unos representantes y un discurso articulados. Era, sobre todo, muy notable la ausencia de los liberales, cuya última incursión en nuestra historia –como fermento ideológico de algo y con aporte de alguna figura- fue, quizá, el contubernio de Munich.
Esa carencia de referencias cristaliza en una solución de compromiso: el pragmatismo como norte, cuyo ropaje pseudoideológico es el dichoso “centro”. Es en cierto modo explicable, uno no arma unas ideas de la noche a la mañana. El acomodo hace el resto. Esa solución transitoria y de compromiso se convierte en una situación permanente. Se renuncia a polemizar con la izquierda –hay que decir que, en los años inmediatos a la transición, la izquierda tenía una apariencia de solidez de la que hoy carece, amén de la misma soberbia; vamos, que daba más miedo-, se renuncia a la Política con mayúscula.
Una derecha, pues, que se acomoda en un perfil bajo, en parte porque su propia cohesión interna podría peligrar en caso contrario pero, sobre todo, porque carece de referentes. El único discurso medianamente acabado es, precisamente, el más conservador, como hoy puede verse, sin ir más lejos, en las calles – los más batalladores son quienes, mal que bien, poseen un cuerpo de ideas más o menos terminado. Todo lo demás se diluye en una amalgama de pragmatismo y gestión. Un “hay que hacer las cosas bien”.
Ese “hay que hacer las cosas bien” es una especie de bandera de la derecha aznarí, y lleva en sí su cara y su cruz. Las cosas hay que hacerlas bien, es muy cierto, y esto es en sí un lacónico programa –programa que, dicho sea de paso y a mi juicio, en general, se cumple-, pero ese laconismo resulta irritante por lo que tiene de atajo, de renuncia, de simplificación indebida de los problemas. No, contra lo que decía un político “de centro”, hoy presentador de un programa de televisión y promotor de pseudoiniciativas ciudadanas, no es verdad que los problemas “sean lógicos y no ideológicos”. Esa es otra tentación muy común en la derecha, la de disminuir indebidamente el ámbito de lo político, la de degradar lo político al campo de lo irracional –que eso es lo que en esa frase viene a significar “ideológicos”.
La confusión de los términos esconde, probablemente, miedos e inseguridades. Falta de confianza en las propias posibilidades, la indebida convicción, precisamente, de que “lo político” es el terreno natural de la izquierda. Nada más falso. Y nunca ha sido más falso que ahora.
Y es que toda la tarea, a la que no quito mérito, de los dirigentes nacionales de la derecha española ha parecido ir encaminada a la formación de lo que hoy tenemos, un partido razonablemente instalado en el juego y, sobre todo, unido. Pero eso no es lo mismo que una derecha fuerte, porque parece que ese instalarse en el juego implica, al tiempo, una aceptación de limitaciones autoimpuestas.
Hay que acudir de nuevo, cómo no, al franquismo para encontrar la raíz histórica de algunos de los problemas que ahora mismo aquejan a nuestra derecha. A quienes encuentren cansina esta recurrente referencia, hablemos de la izquierda, de la derecha o del lucero del alba, me temo que he decirles que no hay más remedio. El franquismo supuso un trauma sin paralelo en el mundo occidental –sólo los países de Europa del este han padecido algo parecido-, y no me refiero tanto al rigor represivo de la dictadura en sí sino a lo que supuso de ruptura con todo lo anterior, de hiato en la historia de España. El franquismo hace que España descarrile, se aparte del curso normal de su historia como jamás lo había hecho antes. Jamás nuestro país padeció un régimen más anacrónico, en menor sintonía con todo lo que constituía su entorno natural.
La cuestión es que, a mi modo de ver y contemplando las cosas ex post –es decir, no tanto tomando en consideración cómo fueron las cosas durante esa etapa como en qué medida unos y otros quedaron preparados para abordar el futuro- la derecha se llevó la peor parte. El franquismo deshizo por completo la posibilidad de una derecha de corte europeo. Había una derecha franquista, que no es lo mismo. La derecha afronta la democracia completamente huérfana de referentes válidos y sin unas tradiciones políticas en las que insertarse, sin tan siquiera unas siglas y símbolos que reivindicar. Ninguna de las familias ideológicas de la derecha europea tenía en España unos representantes y un discurso articulados. Era, sobre todo, muy notable la ausencia de los liberales, cuya última incursión en nuestra historia –como fermento ideológico de algo y con aporte de alguna figura- fue, quizá, el contubernio de Munich.
Esa carencia de referencias cristaliza en una solución de compromiso: el pragmatismo como norte, cuyo ropaje pseudoideológico es el dichoso “centro”. Es en cierto modo explicable, uno no arma unas ideas de la noche a la mañana. El acomodo hace el resto. Esa solución transitoria y de compromiso se convierte en una situación permanente. Se renuncia a polemizar con la izquierda –hay que decir que, en los años inmediatos a la transición, la izquierda tenía una apariencia de solidez de la que hoy carece, amén de la misma soberbia; vamos, que daba más miedo-, se renuncia a la Política con mayúscula.
Una derecha, pues, que se acomoda en un perfil bajo, en parte porque su propia cohesión interna podría peligrar en caso contrario pero, sobre todo, porque carece de referentes. El único discurso medianamente acabado es, precisamente, el más conservador, como hoy puede verse, sin ir más lejos, en las calles – los más batalladores son quienes, mal que bien, poseen un cuerpo de ideas más o menos terminado. Todo lo demás se diluye en una amalgama de pragmatismo y gestión. Un “hay que hacer las cosas bien”.
Ese “hay que hacer las cosas bien” es una especie de bandera de la derecha aznarí, y lleva en sí su cara y su cruz. Las cosas hay que hacerlas bien, es muy cierto, y esto es en sí un lacónico programa –programa que, dicho sea de paso y a mi juicio, en general, se cumple-, pero ese laconismo resulta irritante por lo que tiene de atajo, de renuncia, de simplificación indebida de los problemas. No, contra lo que decía un político “de centro”, hoy presentador de un programa de televisión y promotor de pseudoiniciativas ciudadanas, no es verdad que los problemas “sean lógicos y no ideológicos”. Esa es otra tentación muy común en la derecha, la de disminuir indebidamente el ámbito de lo político, la de degradar lo político al campo de lo irracional –que eso es lo que en esa frase viene a significar “ideológicos”.
La confusión de los términos esconde, probablemente, miedos e inseguridades. Falta de confianza en las propias posibilidades, la indebida convicción, precisamente, de que “lo político” es el terreno natural de la izquierda. Nada más falso. Y nunca ha sido más falso que ahora.
1 Comments:
España es de derechas:
En el 2000 despues de congelarle el sueldo a los funcionarios y hacer unas reformas laborales y fiscales (bastante suavecitas) e intentar la liberalizacion del suelo, la reforma de la educacion, una inmigración controlada el PP obtiene mayoria absoluta arrolladora.
En 2004, si no llega a ser por el golpe de estado sin investigar, la mayoria absoluta era justita, pese a enfrentarse a "ZP":
¿Por qué ese bajón?
el PP retira la reforma laboral
el PP no hace demasiadas reformas
el PP prohibe poder escoger como es tu matricula (con o sin distintivo de C.A.)
el PP no reforma la educación
el PP no defiende sus sedes atacadas vilmente
Una Derecha firme y convencida de la libertad arrasa en las elecciones.
El centrorreformismo nos lleva a la ruina como país.
By Anónimo, at 10:23 p. m.
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