LAS PERSONAS NO SON COSAS, VALE... ¿Y?
He leído en “Desde el Exilio” –la corresponsalía blogoliberal en Alemania- que el todavía Canciller Federal Schröder ha dicho que el hombre que podría convertirse en ministro de finanzas en el gobierno Merkel trata a las “personas como objetos”, por la simple razón de que el profesor de Heidelberg al que Merkel le encargaría tal cometido es un liberal que tiene la mala costumbre de salirse de la ortodoxia lingüística progre.
El suceso me recuerda a una intervención de Josep Borrell en la tribuna del Parlamento –creo que ya lo he comentado otras veces- . El Sr. Borrell, en lo que los políticos llaman un debate sobre el empleo (esto es, un debate sobre el paro) le espetó al ahora ex presidente del Gobierno que: “el empleo, señor Aznar, es un derecho, no una mercancía”. La afirmación es prototípica del pensamiento progre. Carece de valor alguno y no aporta un solo dato aprovechable para crear empleo, pero suena bien.
El lenguaje progre está enteramente construido de frases como esas. “Las personas no son cosas”, “el empleo no es una mercancía”... etc. Todos sabemos que el discurso político tiene una gran carga emotiva y que un alto porcentaje de lo que un político dice es retórica –iba a escribir “mera” retórica, pero creo que la retórica es algo que merece respeto-. Pero de ahí a construir un discurso únicamente a base de frases que vienen a ser similares a “un paraguas no es un avión” media un abismo.
José Luis Rodríguez Zapatero representa la sublimación de ese lenguaje, en el sentido de que no sólo emplea esas fórmulas en sus alocuciones más generales, sino que lo hace siempre, en todo momento, en todo lugar. Ha conseguido vaciar por completo su discurso de contenidos. ZP es la nada, el vacío más total. Además, por supuesto, ni siquiera habla bonito, porque los equivalentes que uno puede concebir para “un paraguas no es un avión”, teniendo todos el mismo valor lógico e informativo, pueden adoptar formas más o menos bellas. Dios no llamó a este muchacho por el camino de la oratoria. En realidad, me gustaría saber por qué camino le llamó, y espero enterarme antes de que acabe su carrera política.
En todo caso, lo grave no es que la izquierda no diga nada cuando habla. Allá ellos. Lo grave es que pretende que su discurso vacío, improductivo y circular marque también los límites de lo que los demás pueden decir, proponer e incluso pensar válidamente. De este modo, el lenguaje de la nadería, al convertirse en límite, en canon de validez para el discurso de los demás –canon, en países como España, mansamente aceptado por los adversarios políticos- adquiere una insospechada eficacia... a la hora de conseguir que los problemas se perpetúen.
La izquierda logra que las cosas no cambien, entre otras cosas, porque prohíbe hablar de ellas, por la vía de marcar cuál es el rango posible de opiniones aceptables. Son la nueva inquisición, la nueva Iglesia que marca el terreno del pensamiento aceptable y lo que es definitivamente herético. La derecha suele responder a ello aplicándose con denuedo a intentar solucionar los problemas con las condiciones impuestas, en lugar de redefinir los términos desde el principio, que sería lo juicioso.
La solución a los problemas del “modelo europeo” no se encuentran ya dentro del modelo mismo dictado por los socialistas de todos los partidos. El propio modelo es el problema, y Alemania es el arquetipo de lo que digo. Las soluciones dentro de los estrechos márgenes permitidos por el modelo no lograrán solventar las dificultades, porque esos márgenes son demasiado estrechos.
Alemania y Europa padecen una tremenda tara que es, antes que nada, psicológica. Ese problema es la proscripción de la imaginación. La prohibición de saltarse los límites que marca el nuevo totalitarismo. El miedo de que alguien saque la tarjeta roja de que nuestra solución implica “tratar a las personas como objetos”. Una tarjeta roja que impide pasar a evaluar si, a fin de cuentas, las personas salen o no beneficiadas.
Ayer leí en The Times que la cifra de personas de veintitantos y treintaitantos que abandona el Reino Unido ya no es anecdótica. Le Figaro, no hace mucho, apuntaba a lo mismo respecto a Francia, en un editorial que sonaba a ultimátum: u os tomáis realmente en serio la cuestión o, con toda la lógica del mundo, el mejor capital humano emigrará. La gente joven se plantea seriamente abandonar sus países de origen, salirse de un modelo que se basa en el expolio de las nuevas generaciones. Saben que su contribución al sistema será mucho mayor que lo que recibirán de él. Se da, así, la paradoja de que mientras Europa es la tierra de promisión para los que saben que les dará mucho y no les exigirá nada, se va convirtiendo en una serie de preguntas sin respuesta para aquellos a los que, por razón de edad, no les queda otro rol que el de paganos de la fiesta.
La solución, evidentemente, no pasa por tildar a quienes así piensan de insolidarios, criminales o antipatriotas. Pasa por reequilibrar, y a fondo, el modelo. Por dejar de contestar a cada pregunta, a todas las preguntas que “un paraguas no es un avión”.
El suceso me recuerda a una intervención de Josep Borrell en la tribuna del Parlamento –creo que ya lo he comentado otras veces- . El Sr. Borrell, en lo que los políticos llaman un debate sobre el empleo (esto es, un debate sobre el paro) le espetó al ahora ex presidente del Gobierno que: “el empleo, señor Aznar, es un derecho, no una mercancía”. La afirmación es prototípica del pensamiento progre. Carece de valor alguno y no aporta un solo dato aprovechable para crear empleo, pero suena bien.
El lenguaje progre está enteramente construido de frases como esas. “Las personas no son cosas”, “el empleo no es una mercancía”... etc. Todos sabemos que el discurso político tiene una gran carga emotiva y que un alto porcentaje de lo que un político dice es retórica –iba a escribir “mera” retórica, pero creo que la retórica es algo que merece respeto-. Pero de ahí a construir un discurso únicamente a base de frases que vienen a ser similares a “un paraguas no es un avión” media un abismo.
José Luis Rodríguez Zapatero representa la sublimación de ese lenguaje, en el sentido de que no sólo emplea esas fórmulas en sus alocuciones más generales, sino que lo hace siempre, en todo momento, en todo lugar. Ha conseguido vaciar por completo su discurso de contenidos. ZP es la nada, el vacío más total. Además, por supuesto, ni siquiera habla bonito, porque los equivalentes que uno puede concebir para “un paraguas no es un avión”, teniendo todos el mismo valor lógico e informativo, pueden adoptar formas más o menos bellas. Dios no llamó a este muchacho por el camino de la oratoria. En realidad, me gustaría saber por qué camino le llamó, y espero enterarme antes de que acabe su carrera política.
En todo caso, lo grave no es que la izquierda no diga nada cuando habla. Allá ellos. Lo grave es que pretende que su discurso vacío, improductivo y circular marque también los límites de lo que los demás pueden decir, proponer e incluso pensar válidamente. De este modo, el lenguaje de la nadería, al convertirse en límite, en canon de validez para el discurso de los demás –canon, en países como España, mansamente aceptado por los adversarios políticos- adquiere una insospechada eficacia... a la hora de conseguir que los problemas se perpetúen.
La izquierda logra que las cosas no cambien, entre otras cosas, porque prohíbe hablar de ellas, por la vía de marcar cuál es el rango posible de opiniones aceptables. Son la nueva inquisición, la nueva Iglesia que marca el terreno del pensamiento aceptable y lo que es definitivamente herético. La derecha suele responder a ello aplicándose con denuedo a intentar solucionar los problemas con las condiciones impuestas, en lugar de redefinir los términos desde el principio, que sería lo juicioso.
La solución a los problemas del “modelo europeo” no se encuentran ya dentro del modelo mismo dictado por los socialistas de todos los partidos. El propio modelo es el problema, y Alemania es el arquetipo de lo que digo. Las soluciones dentro de los estrechos márgenes permitidos por el modelo no lograrán solventar las dificultades, porque esos márgenes son demasiado estrechos.
Alemania y Europa padecen una tremenda tara que es, antes que nada, psicológica. Ese problema es la proscripción de la imaginación. La prohibición de saltarse los límites que marca el nuevo totalitarismo. El miedo de que alguien saque la tarjeta roja de que nuestra solución implica “tratar a las personas como objetos”. Una tarjeta roja que impide pasar a evaluar si, a fin de cuentas, las personas salen o no beneficiadas.
Ayer leí en The Times que la cifra de personas de veintitantos y treintaitantos que abandona el Reino Unido ya no es anecdótica. Le Figaro, no hace mucho, apuntaba a lo mismo respecto a Francia, en un editorial que sonaba a ultimátum: u os tomáis realmente en serio la cuestión o, con toda la lógica del mundo, el mejor capital humano emigrará. La gente joven se plantea seriamente abandonar sus países de origen, salirse de un modelo que se basa en el expolio de las nuevas generaciones. Saben que su contribución al sistema será mucho mayor que lo que recibirán de él. Se da, así, la paradoja de que mientras Europa es la tierra de promisión para los que saben que les dará mucho y no les exigirá nada, se va convirtiendo en una serie de preguntas sin respuesta para aquellos a los que, por razón de edad, no les queda otro rol que el de paganos de la fiesta.
La solución, evidentemente, no pasa por tildar a quienes así piensan de insolidarios, criminales o antipatriotas. Pasa por reequilibrar, y a fondo, el modelo. Por dejar de contestar a cada pregunta, a todas las preguntas que “un paraguas no es un avión”.
2 Comments:
Buena entrada, tú. Quien domina el lenguaje domina el mundo. La derecha lleva décadas jugando en campo ajeno (todo muy "social", y eso) y, claro, así le va.
By Diego González, at 9:38 p. m.
A Borrell y a todos los que sueltan la frase esa del empleo sólo hay que responderles con unas cuantas preguntas más y exigirles que las contesten: y comer, ¿es un derecho? ¿el pan, la leche y la carne no son entonces mercancías? ¿y la vivienda? ¿no son mercancías los pisos?.
El empleo no es más que la forma en la que uno intercambia unos servicios -los que él presta- a cambio de otros -lo que él podrá comprar luego- utilizando como intermediario el dinero -su salario-. Mercancías por mercancías.
By Anónimo, at 11:10 a. m.
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