LA DOGMÁTICA LIBERAL
En Hispalibertas se puede seguir en estos días una interesante polémica en torno a la cuestión del “liberalismo auténtico”. Los ensayos de definición y las discusiones doctrinales son siempre apasionantes, y yo mismo inicié hace ya algún tiempo una serie de artículos –que pretendo proseguir- encaminada, más que nada, a aclarar mis propias ideas acerca de qué es ser liberal, pero no dejan de ser eso, discusiones doctrinales.
Un elemento que me asusta bastante es lo que podríamos denominar el liberal ortodoxo o el liberal de libro. Se le reconoce por las opiniones de piñón fijo y el recurso continuo al argumento de autoridad, al estilo escolástico. Suele concluir, por añadidura, que los demás no somos liberales o que carecemos de principios. Y una cosa no tiene nada que ver con la otra. Es cierto que, si uno tiene el capricho de autoadscribirse a un determinado sector del espectro político o de militar en cualquier corriente, parece lógico que comparta unos mínimos con los que también se autoadscriben a las mismas tendencias. Así, por ejemplo, si uno cree de veras que la Cuba castrista es el paraíso en la tierra, será más fácil que encuentre su camino en el Ayuntamiento de Córdoba que en una tertulia de liberales –porque los liberales suelen formar más tertulias que partidos, la verdad.
Me asusta bastante este tipo de liberal como me asusta cualquier dogmatismo de verdad revelada. Me da lo mismo que la respuesta, válida y perpetua, conste en los Evangelios o en un texto de Hayek. Como decía el paisano, si no creo en la Iglesia Católica, que es la verdadera, no sé cómo demonios podría pretender apuntarme a otra. Y, sinceramente, no creo haberme vuelto ni nihilista ni relativista. Tengo mis principios, creo, todo lo claros que se puede tener estas cosas en la vida.
Creo que, como el dogmático de izquierdas o el teólogo, el liberal ortodoxo cede a la fuerte tentación de las soluciones racionales. De las soluciones razonadas, razonables y, por ende, válidas siempre. Es la misma tentación que pesa, permanentemente, sobre las autodenominadas ciencias sociales. La búsqueda de claridad o seguridad. Cosas de la Ilustración, qué le vamos a hacer. O envidia de la regularidad de las ciencias sociales y las seguridades del jurista.
Lo malo de la política, como objeto de análisis o de estudio, es que se compadece mal con la racionalidad a ultranza. Como actividad, como han sabido, desde siempre, los grandes “hombres de estado”, los grandes políticos, es un arte, una praxis, algo eminentemente práctico. Por supuesto que lo contrario de la racionalidad a ultranza no es la irracionalidad, pero hay que asumir las limitaciones de las ideas puras. Discutir, aquí y ahora, por ejemplo, si debe existir o no estado es algo tan atractivo como falto de interés real. Haremos mejor en intentar lograr que ese estado se cohoneste más o menos bien con algunas, pocas, nociones fundamentales. También cabe recordar que pocas ideas no es ausencia de ideas, por cierto.
Esto que acabo de señalar no es, ni mucho menos, una abdicación del liberalismo. Al contrario, a mi entender, está muy relacionado con su misma esencia. De esa misma falibilidad esencial de nuestro conocimiento de los seres humanos y de esa constatación del carácter radicalmente empírico de la política terminan derivando, precisamente, alguna de las creencias más sólidamente establecidas entre los liberales, o entre algunos liberales, al menos. El liberal es, en general, escéptico sobre las posibilidades de la planificación y las soluciones centralizadas no por una aceptación de la realidad sin más, no por pereza intelectual sino, antes al contrario, por una firme creencia en la enorme complejidad de eso que se ha dado en llamar “la sociedad”. De hecho, no hay mejor aval de la libertad individual que la convicción de que nadie puede saber mejor que otro lo que a ese otro le conviene.
La “ortodoxia” liberal tiene mucho de paradójica porque, si algo hay de atractivo en el liberalismo es, precisamente, ese aire de no-doctrina que lo rodea. Su cariz de no-ideología. Su renuncia a una explicación total y, por tanto, su ausencia de respuesta a todas las preguntas. Es verdad que, por comparación con los que hablan con Dios o con su secretario general (el del partido, no el de Dios), podemos dar la impresión de andar un tanto despistados, pero así son las cosas. Tampoco es tan grave vivir en la contradicción, digo yo. Tan es así que, a menudo, al liberal hay que motejarlo de algo, darle un apellido, liberal-conservador, liberal de tendencia socialdemócrata... y hay que reconocer que, si uno pretende una correcta fijación de uno mismo o de otro en el espectro, el apellido hace falta porque lo de liberal, en sí, es muy lábil, parece no fijar casi nada.
Y es que, en efecto, usted cree en la libertad, la igualdad ante la ley y la propiedad, ¿y? ¿qué más? ¿Con tan pocos mimbres hace usted el cesto? El ansia de definición exige ir más lejos, parece. Una vez oí decir a un profesor, hablando de Ortega, que el liberalismo de nuestro filósofo era un “liberalismo tosco”. En realidad quería decir, supongo, que era un liberalismo con pocas notas a pie de página. Pero para aficionados a los razonamientos alambicados está Hegel o, en su defecto, los libros de aperturas del ajedrez. La vida es otra cosa.
Un elemento que me asusta bastante es lo que podríamos denominar el liberal ortodoxo o el liberal de libro. Se le reconoce por las opiniones de piñón fijo y el recurso continuo al argumento de autoridad, al estilo escolástico. Suele concluir, por añadidura, que los demás no somos liberales o que carecemos de principios. Y una cosa no tiene nada que ver con la otra. Es cierto que, si uno tiene el capricho de autoadscribirse a un determinado sector del espectro político o de militar en cualquier corriente, parece lógico que comparta unos mínimos con los que también se autoadscriben a las mismas tendencias. Así, por ejemplo, si uno cree de veras que la Cuba castrista es el paraíso en la tierra, será más fácil que encuentre su camino en el Ayuntamiento de Córdoba que en una tertulia de liberales –porque los liberales suelen formar más tertulias que partidos, la verdad.
Me asusta bastante este tipo de liberal como me asusta cualquier dogmatismo de verdad revelada. Me da lo mismo que la respuesta, válida y perpetua, conste en los Evangelios o en un texto de Hayek. Como decía el paisano, si no creo en la Iglesia Católica, que es la verdadera, no sé cómo demonios podría pretender apuntarme a otra. Y, sinceramente, no creo haberme vuelto ni nihilista ni relativista. Tengo mis principios, creo, todo lo claros que se puede tener estas cosas en la vida.
Creo que, como el dogmático de izquierdas o el teólogo, el liberal ortodoxo cede a la fuerte tentación de las soluciones racionales. De las soluciones razonadas, razonables y, por ende, válidas siempre. Es la misma tentación que pesa, permanentemente, sobre las autodenominadas ciencias sociales. La búsqueda de claridad o seguridad. Cosas de la Ilustración, qué le vamos a hacer. O envidia de la regularidad de las ciencias sociales y las seguridades del jurista.
Lo malo de la política, como objeto de análisis o de estudio, es que se compadece mal con la racionalidad a ultranza. Como actividad, como han sabido, desde siempre, los grandes “hombres de estado”, los grandes políticos, es un arte, una praxis, algo eminentemente práctico. Por supuesto que lo contrario de la racionalidad a ultranza no es la irracionalidad, pero hay que asumir las limitaciones de las ideas puras. Discutir, aquí y ahora, por ejemplo, si debe existir o no estado es algo tan atractivo como falto de interés real. Haremos mejor en intentar lograr que ese estado se cohoneste más o menos bien con algunas, pocas, nociones fundamentales. También cabe recordar que pocas ideas no es ausencia de ideas, por cierto.
Esto que acabo de señalar no es, ni mucho menos, una abdicación del liberalismo. Al contrario, a mi entender, está muy relacionado con su misma esencia. De esa misma falibilidad esencial de nuestro conocimiento de los seres humanos y de esa constatación del carácter radicalmente empírico de la política terminan derivando, precisamente, alguna de las creencias más sólidamente establecidas entre los liberales, o entre algunos liberales, al menos. El liberal es, en general, escéptico sobre las posibilidades de la planificación y las soluciones centralizadas no por una aceptación de la realidad sin más, no por pereza intelectual sino, antes al contrario, por una firme creencia en la enorme complejidad de eso que se ha dado en llamar “la sociedad”. De hecho, no hay mejor aval de la libertad individual que la convicción de que nadie puede saber mejor que otro lo que a ese otro le conviene.
La “ortodoxia” liberal tiene mucho de paradójica porque, si algo hay de atractivo en el liberalismo es, precisamente, ese aire de no-doctrina que lo rodea. Su cariz de no-ideología. Su renuncia a una explicación total y, por tanto, su ausencia de respuesta a todas las preguntas. Es verdad que, por comparación con los que hablan con Dios o con su secretario general (el del partido, no el de Dios), podemos dar la impresión de andar un tanto despistados, pero así son las cosas. Tampoco es tan grave vivir en la contradicción, digo yo. Tan es así que, a menudo, al liberal hay que motejarlo de algo, darle un apellido, liberal-conservador, liberal de tendencia socialdemócrata... y hay que reconocer que, si uno pretende una correcta fijación de uno mismo o de otro en el espectro, el apellido hace falta porque lo de liberal, en sí, es muy lábil, parece no fijar casi nada.
Y es que, en efecto, usted cree en la libertad, la igualdad ante la ley y la propiedad, ¿y? ¿qué más? ¿Con tan pocos mimbres hace usted el cesto? El ansia de definición exige ir más lejos, parece. Una vez oí decir a un profesor, hablando de Ortega, que el liberalismo de nuestro filósofo era un “liberalismo tosco”. En realidad quería decir, supongo, que era un liberalismo con pocas notas a pie de página. Pero para aficionados a los razonamientos alambicados está Hegel o, en su defecto, los libros de aperturas del ajedrez. La vida es otra cosa.
3 Comments:
Si con liberalismo dogmático te refieres a los ancaps austriacos, lo cierto es que creo que no les has cogido el puntillo (no que no sean criticables) o no lo has expresado del todo bien o no te he entendido yo bien. Primero, hablan de economía más que de política. Segundo, su idea no es de planificación sino de eliminación de la planificación. No es que el anarcocapitalismo sea una utopía sino que es mejor que tener estado porque así surgen más y mejores soluciones a los problemas, soluciones que no imaginamos ahora.
Es cierto, eso sí, que tienen detalles de ungidismo de tanto en tanto (de hecho, recuerdo que Sowell citaba a Rothbard como ejemplo de que se puede tener una visión trágica manteniendo algún toque de utopía).
By Daniel Rodriguez, at 6:11 p. m.
No me acuerdo como era la frase aquella de Chesterton, pero algo asi como:"Hay dos clases de hombres, los que son dogmáticos y lo saben y los que son dogmáticos y no lo saben". Pues eso.
By Embajador, at 2:55 a. m.
Daniel:
Supongo que me he expresado mal, amén de que mi artículo era bastante más humilde.
No me refiero a ningún autor en particular, ni tengo nada en contra de ningún sector de pensamiento en concreto. El anarcocapitalismo me parece interesante, aunque reconozco mis limitaciones de conocimiento. Lo de la economía es, por otra parte, una contaminación bastante frecuente.
Mi crítica se dirige, más bien, a quienes no saben dar el paso que media entre teoría y realidad, que los hay. El aparato teórico suele ser insuficiente, por desgracia, para afrontar los problemas reales.
Quizá elabore un poco más las ideas en otra ocasión.
By FMH, at 8:38 a. m.
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