TRÁFICO: HAY MÁS COSAS
Acaba de concluir el que pasa por ser el peor fin de semana del año para el tráfico por carretera. En opinión de algunos, en torno a la festividad de la Asunción, llega al paroxismo esa poco menos que incomprensible manía que nos posee a muchos españoles –destacadamente madrileños, por lo que se ve- en época estival, y que nos conduce, contra toda razón, a dirigirnos a las mismas playas, en lugar de distribuirnos armónicamente por el territorio. El caso es que, en espera de que “viajes Stalin” nos organice mejor la vida, ha pasado lo que todos los años y, previsiblemente, lo que volverá a pasar en años sucesivos, si la pedagogía de la DGT y el precio del carburante no lo remedian.
Pocas bromas, porque un buen número de personas se han dejado la vida en la carretera, también, este año. Pese a la demagogia que implica desconocer que esas cifras se producen en paralelo con un sustancial incremento del número de desplazamientos y, por tanto, a pesar de que la siniestralidad relativa está descendiendo, las cifras son, sencillamente, insoportables. Es un problema de primera magnitud.
Hay veces que, incuestionablemente, toda la responsabilidad está del lado del conductor y en la que no se puede discutir a Tráfico lo acertado de las recomendaciones. Conducir borracho o drogado, realizar maniobras antirreglamentarias con peligro manifiesto, emplear el automóvil como una especie de arma arrojadiza contra los demás... todos esos comportamientos merecen el calificativo de criminales y contra ellos no cabe más solución que la advertencia y, desde luego, la punición severa –no puede ser, desde luego, que la forma más barata de asesinar en este país sea a los mandos de un coche. Pero esto no lo explica todo. Es más, confío en que, salvados ciertos grupos –jóvenes en fines de semana, por ejemplo-, esos comportamientos no sean mayoritarios. Todos cometemos infracciones, qué duda cabe, pero no creo que pueda decirse que los conductores españoles se comportan, habitualmente, con desprecio manifiesto por la vida propia y ajena.
Pero hay más cosas, y cosas distintas de las que repite machaconamente la Dirección General de Tráfico (insisto en que no quiero quitar valor a la mayoría de sus mensajes y, desde luego, no por obvios deben ser menos atendidos). Los informes de los técnicos especializados del RACE, el RACC, las aseguradoras o las agrupaciones de automovilistas son muy ilustrativos y revelan muchos más datos. Según es lugar común, en el tráfico concurren tres elementos: coche, conductor y carretera. Los tres merecen análisis.
No creo que pueda reprocharse a la industria del automóvil poco esfuerzo en la parte que le toca. Las estadísticas acreditan que sólo en una pequeña parte de los accidentes, un fallo del vehículo es causa principal –y, a menudo, esos fallos obedecen a un deficiente mantenimiento-. Además, los fabricantes ofrecen a precios decrecientes en términos reales cada vez mejores coches en términos de seguridad pasiva. Insisto, quizá puedan hacer mas –e investigan para ello- pero hay poco que reprocharles, salvo por parte de quienes están, lisa y llanamente, a favor de que los automóviles no existan, que los hay, los hay.
En segundo lugar, el conductor. Las Autoridades intentan que mejore hábitos y acate los reglamentos. Bien. Pero muy pocas veces se intenta hacer una pedagogía positiva de la conducción. Conducir un coche es una actividad que se puede aprender y en la que se puede mejorar. ¿Cuántos españoles vuelven alguna vez a una escuela de conducción (como la del RACE, por ejemplo), tras años de experiencia –digo “vuelven” aunque la primera vez les prepararon para obtener una licencia, simplemente, como con toda sensatez advierten a menudo los buenos profesores de autoescuela? Les aseguro que la experiencia no puede ser más recomendable y más ilustrativa. Ser conscientes de lo que hacemos implica algo más que prestar atención. Un buen consejo por parte de la DGT sería... “si no le gusta conducir, no conduzca” (o conduzca cuando no tenga más remedio). No digo que todos tengamos que ser locos de la mecánica, pero tampoco es aceptable que tanta gente considere el coche un simple “medio para desplazarse”. Probablemente, esa educación vial escolar de la que tanto se habla podría ir por ahí, además de cumplir la nada desdeñable función de recordar que los semáforos deben cruzarse en verde.
El tercer factor es la carretera, lo que en nuestro sistema equivale a decir el estado. Y aquí, el mutismo es absoluto. Un “punto negro” parecen definirse como un lugar en que los automovilistas cambian, por razones incomprensibles, sus pautas de conducta o los autos, súbitamente, funcionan peor, porque nuestras autoridades parecen explicarlo todo, siempre, por la combinación de los dos factores que quedan. ¿La vía está bien por hipótesis?
En otro artículo ya critiqué el lamentable estado de nuestra red radial de autovías –me consta que ello es extensible también a autovías no radiales-. Nuestras tercermundistas (de hecho y de acuerdo con la ideología con la que fueron concebidas) vías de alta capacidad, sencillamente, no son homologables a una red de autopistas de nivel europeo. No tienen los mismos firmes, ni las mismas rasantes, ni los mismos radios de curva... Ni las mismas condiciones de seguridad pasiva. Es verdad, por otra parte, que la batalla contra los atascos, a la larga, está perdida, pero eso no obsta para que las cosas puedan paliarse, y algunas carreteras necesitan ampliaciones y mejoras.
Tampoco es imprescindible, por otra parte, que todas las carreteras del país se transformen en dobles vías (igual que una red de ferrocarriles decente tampoco implica que se pueda ir en AVE a comprar el pan). Algunos siempre hemos pensado que una buena solución para nuestro país era una red de autopistas de peaje complementada por una red decente de carreteras nacionales seguras, es decir, una solución análoga a la francesa o la italiana, y que es la que, entiendo, se está implantando en Portugal.
Un gobierno que no hace sus deberes a este respecto, sencillamente, no es creíble. No podrá uno tomarse del todo en serio las iniciativas mientras los luminosos sirvan para recordarnos lo mala que es la velocidad... pero no se empleen para avisarnos de que hay un atasco cerca.
Pocas bromas, porque un buen número de personas se han dejado la vida en la carretera, también, este año. Pese a la demagogia que implica desconocer que esas cifras se producen en paralelo con un sustancial incremento del número de desplazamientos y, por tanto, a pesar de que la siniestralidad relativa está descendiendo, las cifras son, sencillamente, insoportables. Es un problema de primera magnitud.
Hay veces que, incuestionablemente, toda la responsabilidad está del lado del conductor y en la que no se puede discutir a Tráfico lo acertado de las recomendaciones. Conducir borracho o drogado, realizar maniobras antirreglamentarias con peligro manifiesto, emplear el automóvil como una especie de arma arrojadiza contra los demás... todos esos comportamientos merecen el calificativo de criminales y contra ellos no cabe más solución que la advertencia y, desde luego, la punición severa –no puede ser, desde luego, que la forma más barata de asesinar en este país sea a los mandos de un coche. Pero esto no lo explica todo. Es más, confío en que, salvados ciertos grupos –jóvenes en fines de semana, por ejemplo-, esos comportamientos no sean mayoritarios. Todos cometemos infracciones, qué duda cabe, pero no creo que pueda decirse que los conductores españoles se comportan, habitualmente, con desprecio manifiesto por la vida propia y ajena.
Pero hay más cosas, y cosas distintas de las que repite machaconamente la Dirección General de Tráfico (insisto en que no quiero quitar valor a la mayoría de sus mensajes y, desde luego, no por obvios deben ser menos atendidos). Los informes de los técnicos especializados del RACE, el RACC, las aseguradoras o las agrupaciones de automovilistas son muy ilustrativos y revelan muchos más datos. Según es lugar común, en el tráfico concurren tres elementos: coche, conductor y carretera. Los tres merecen análisis.
No creo que pueda reprocharse a la industria del automóvil poco esfuerzo en la parte que le toca. Las estadísticas acreditan que sólo en una pequeña parte de los accidentes, un fallo del vehículo es causa principal –y, a menudo, esos fallos obedecen a un deficiente mantenimiento-. Además, los fabricantes ofrecen a precios decrecientes en términos reales cada vez mejores coches en términos de seguridad pasiva. Insisto, quizá puedan hacer mas –e investigan para ello- pero hay poco que reprocharles, salvo por parte de quienes están, lisa y llanamente, a favor de que los automóviles no existan, que los hay, los hay.
En segundo lugar, el conductor. Las Autoridades intentan que mejore hábitos y acate los reglamentos. Bien. Pero muy pocas veces se intenta hacer una pedagogía positiva de la conducción. Conducir un coche es una actividad que se puede aprender y en la que se puede mejorar. ¿Cuántos españoles vuelven alguna vez a una escuela de conducción (como la del RACE, por ejemplo), tras años de experiencia –digo “vuelven” aunque la primera vez les prepararon para obtener una licencia, simplemente, como con toda sensatez advierten a menudo los buenos profesores de autoescuela? Les aseguro que la experiencia no puede ser más recomendable y más ilustrativa. Ser conscientes de lo que hacemos implica algo más que prestar atención. Un buen consejo por parte de la DGT sería... “si no le gusta conducir, no conduzca” (o conduzca cuando no tenga más remedio). No digo que todos tengamos que ser locos de la mecánica, pero tampoco es aceptable que tanta gente considere el coche un simple “medio para desplazarse”. Probablemente, esa educación vial escolar de la que tanto se habla podría ir por ahí, además de cumplir la nada desdeñable función de recordar que los semáforos deben cruzarse en verde.
El tercer factor es la carretera, lo que en nuestro sistema equivale a decir el estado. Y aquí, el mutismo es absoluto. Un “punto negro” parecen definirse como un lugar en que los automovilistas cambian, por razones incomprensibles, sus pautas de conducta o los autos, súbitamente, funcionan peor, porque nuestras autoridades parecen explicarlo todo, siempre, por la combinación de los dos factores que quedan. ¿La vía está bien por hipótesis?
En otro artículo ya critiqué el lamentable estado de nuestra red radial de autovías –me consta que ello es extensible también a autovías no radiales-. Nuestras tercermundistas (de hecho y de acuerdo con la ideología con la que fueron concebidas) vías de alta capacidad, sencillamente, no son homologables a una red de autopistas de nivel europeo. No tienen los mismos firmes, ni las mismas rasantes, ni los mismos radios de curva... Ni las mismas condiciones de seguridad pasiva. Es verdad, por otra parte, que la batalla contra los atascos, a la larga, está perdida, pero eso no obsta para que las cosas puedan paliarse, y algunas carreteras necesitan ampliaciones y mejoras.
Tampoco es imprescindible, por otra parte, que todas las carreteras del país se transformen en dobles vías (igual que una red de ferrocarriles decente tampoco implica que se pueda ir en AVE a comprar el pan). Algunos siempre hemos pensado que una buena solución para nuestro país era una red de autopistas de peaje complementada por una red decente de carreteras nacionales seguras, es decir, una solución análoga a la francesa o la italiana, y que es la que, entiendo, se está implantando en Portugal.
Un gobierno que no hace sus deberes a este respecto, sencillamente, no es creíble. No podrá uno tomarse del todo en serio las iniciativas mientras los luminosos sirvan para recordarnos lo mala que es la velocidad... pero no se empleen para avisarnos de que hay un atasco cerca.
1 Comments:
Completamente de acuerdo con tu apreciación sobre el estado y condición de las carreteras. Pero son las que son. Y una es cierta: suelen estar más o menos bien señalizadas. Antes de una curva cerradísima en mitad de la autopista suele haber un cartel limitando la velocidad máxima... señal que casi nadie respeta. Como casi nadie respeta las lineas continuas ni tantas otras cosas. Conducir a 120 por hora por el carril izquierdo de una autopista se ha convertido en una especie de ofensa social: por las autopistas se conduce al menos a 160 o no se es lo suficientemente macho. Creo que no hace falta volver a la autoescuela para aprender a respetar las señales de tráfico: hay que volver a la escuela, así, sin más. Y a la disciplina inglesa.
By Anónimo, at 12:22 p. m.
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