¿SE PUEDE SER LIBERAL Y NACIONALISTA A LA VEZ?
Reconozco que una cuestión que me obsesiona bastante es la de la posible compatibilidad entre el nacionalismo y el liberalismo. Me imagino que será porque la visión de nuestros nacionalistas de plantilla tiende a provocarme sarpullido, es decir, estoy bastante seguro de que mis reflexiones están bastante contaminadas por factores ambientales. El caso es que gente que me merece todo el respeto intelectual, como Carlos Rodríguez Braun o Xavier Sala i Martín –este último, creo, nacionalista ejerciente- opinan que sí, que ambas cosas son compatibles. Por otra parte, siendo “liberal” y “nacionalista” etiquetas para designar realidades amplias, no habría por qué negar que puedan existir puntos de encuentro. Y luego está, claro, que uno no es coherente a todas horas del día, las cosas como son.
A riesgo de discrepar de gente más inteligente que uno, y sin excesiva seguridad, me atrevo a decir que no, no creo que el liberalismo sea compatible con el nacionalismo, como no lo será nunca con el socialismo. “Nacionalismo liberal” es una contradicción en los términos, me temo, y quizá por ello los partidos nacionalistas suelen ser, además, marxistas-leninistas, democratacristianos, socialdemócratas... pero raramente liberales. La coexistencia de ambos mundos intelectuales en una misma cabeza requiere, creo, cierta dosis de indefinición. Me explicaré.
En primer lugar, hay que recordar –por si a alguien se le ocurre que conoce muchos liberales que adoran su país respectivo y consideran que el plato local es siempre el culmen de la gastronomía mundial- que poco tienen que ver el nacionalismo y el patriotismo y, desde luego, no hay ninguna dificultad para ser liberal y patriota. Negar la importancia de las patrias es algo bastante absurdo. Cuando uno se topa con alguien que se autodefine “ciudadano del mundo” debe ponerse en guardia, porque la probabilidad de hallarse frente a un imbécil redomado se dispara. Los seres humanos tenemos patrias en un doble sentido. El primero, desde luego, es el que se deriva de nuestra necesidad de pertenencia. En la medida en que somos seres sociales, nacemos y nos desarrollamos en el seno de una comunidad determinada de la que recibimos cosas muy importantes (lengua, costumbres, cultura...) y a la que nos unen, pues, vínculos mucho más estrechos que los que nos enlazan al resto de los mortales. La preferencia, o la querencia, por la propia patria es, en este sentido, un nexo sentimental. Pero el patriotismo tiene también una dimensión político-racional: la que nos liga a un determinado estado o país, a través de un lazo de ciudadanía que consideramos valioso, en la medida en que contribuye a la realización de unos valores, objetivos, etc, que compartimos con otros. Naturalmente, no está escrito en ningún sitio que nuestros afectos y nuestros intereses tengan que tener idéntico objeto, lo cual hace posible, por otra parte, un patriotismo “a múltiples niveles”.
Que los pueblos –las naciones, si se prefiere- están ahí y desempeñan un papel en nuestras vidas es, pues, indudable. Y, hasta aquí, nada hay que objetar desde un punto de vista liberal. Los problemas empiezan cuando esos pueblos pasan de ser el entorno en el que los individuos llevan su existencia para pasar a ser sujetos políticos diferenciados y, en ocasiones, más importantes que los propios individuos. Entonces estamos ante el nacionalismo como ideología y, entonces, Cataluña, Flandes o Alemania (o España, claro) pasan a ser algo más que comunidades de individuos con derechos en tanto que tales agregados –los “derechos de los pueblos” sólo tienen sentido en tanto que formas indirectas de aludir a derechos individuales- sino entes con derechos y espíritus propios. Cuando en la frase “el catalán es la lengua propia de Cataluña”, “Cataluña” queda personalizada, como una especie de ente autoconsciente, estamos ante el inicio de un desvarío que será todo en la vida menos liberal (compárese, por cierto, dicha frase con “el castellano es la lengua española oficial del Estado”).
Ahora bien, ¿significa esto que los liberales no pueden promover nunca la ruptura de un estado? No, aunque esto pueda conllevar la paradoja aparente de que se pueda ser liberal y separatista pero no liberal y nacionalista. Se dice a menudo que el fin último de los nacionalismos es convertir a sus naciones en estados, y es cierto que, pudiera ser que muchos de los que denominamos “nacionalismos” sean simples separatismos-independentismos (tengo para mí que no es el caso, porque buena parte de los independentistas de los que tengo noticia son, además, nacionalistas, y mucho) pero la historia muestra que el nacionalismo es algo más profundo. La Alemania nazi era ultranacionalista, y ya tenía un estado. Y es que el mero hecho de alcanzar el rango de estado no agota el desenvolvimiento del “espíritu nacional” que, entonces, empieza a revelar sus rostros más terribles. Esto es, contra lo que se suele pensar, el separatismo no tiene por qué ser la exacerbación del nacionalismo, por más que suelan presentarse juntos.
Los estados son, esencialmente, instrumentos al servicio de los individuos. Organizaciones políticas cuya principal, o más bien única, razón de ser, es la de servir de marcos al desarrollo de las personas –y de los pueblos, si se quiere, en tanto que conjuntos de personas- que viven en ellos. En la medida en que un estado cumple insatisfactoriamente con esos fines, es perfectamente legítimo desear que cambie o, simplemente, intentar crear otro. Así pues, el separatismo puede ser legítimo y aceptable desde el punto de vista liberal. No obstante, eso requiere algunos matices importantes (eludo conscientemente el problema de los medios por los que se persiguen los objetivos, claro).
El primer matiz es que, por lo común, esas aventuras tienen como compañeros de viaje a genuinos nacionalistas, por lo que el punto de llegada puede ser mucho peor que el de partida. Que el estado español, por ejemplo, es muy mejorable en muchos sentidos es indudable, pero que pueda ser sustituido con ventaja por un estado vasco es harto dudoso – por lo menos desde el punto de vista de los que no pertenezcan a la tribu que se prevea dominante.
El segundo matiz es que la historia no parece avalar en exceso la creación de una profusión de estados como mecanismo para mejorar la calidad del orden político y económico. El secesionismo, con algunas excepciones notables, no suele conducir a buenos resultados. Es bastante mejor política la de que los existentes se adapten a los requerimientos mínimos (la solución, por ejemplo, para los kurdos de Turquía no es un Kurdistán independiente, sino que Turquía respete, de una vez por todas, los derechos de todos sus ciudadanos). Conozco quien piensa que un mundo con multitud de estados débiles es un escenario mucho mejor, en la medida en que cosas como la competencia fiscal harían más llevadera la existencia. Discrepo por completo de esa interpretación. Creo que debemos tender a un mundo con menos estados, no con más, por múltiples razones. “Estado débil” y estado mínimo no son sinónimos. Y antes que mínimo, un estado ha de ser de derecho.
Así pues, mi conclusión sería que el objetivo de separar un estado de otro es una cuestión, en sí misma, que puede ser analizada como conveniente o inconveniente, oportuna o inoportuna, pero es en cualquier caso compatible con casi cualquier ideología. Y, sí, probablemente también con el liberalismo. ¿O no?...
A riesgo de discrepar de gente más inteligente que uno, y sin excesiva seguridad, me atrevo a decir que no, no creo que el liberalismo sea compatible con el nacionalismo, como no lo será nunca con el socialismo. “Nacionalismo liberal” es una contradicción en los términos, me temo, y quizá por ello los partidos nacionalistas suelen ser, además, marxistas-leninistas, democratacristianos, socialdemócratas... pero raramente liberales. La coexistencia de ambos mundos intelectuales en una misma cabeza requiere, creo, cierta dosis de indefinición. Me explicaré.
En primer lugar, hay que recordar –por si a alguien se le ocurre que conoce muchos liberales que adoran su país respectivo y consideran que el plato local es siempre el culmen de la gastronomía mundial- que poco tienen que ver el nacionalismo y el patriotismo y, desde luego, no hay ninguna dificultad para ser liberal y patriota. Negar la importancia de las patrias es algo bastante absurdo. Cuando uno se topa con alguien que se autodefine “ciudadano del mundo” debe ponerse en guardia, porque la probabilidad de hallarse frente a un imbécil redomado se dispara. Los seres humanos tenemos patrias en un doble sentido. El primero, desde luego, es el que se deriva de nuestra necesidad de pertenencia. En la medida en que somos seres sociales, nacemos y nos desarrollamos en el seno de una comunidad determinada de la que recibimos cosas muy importantes (lengua, costumbres, cultura...) y a la que nos unen, pues, vínculos mucho más estrechos que los que nos enlazan al resto de los mortales. La preferencia, o la querencia, por la propia patria es, en este sentido, un nexo sentimental. Pero el patriotismo tiene también una dimensión político-racional: la que nos liga a un determinado estado o país, a través de un lazo de ciudadanía que consideramos valioso, en la medida en que contribuye a la realización de unos valores, objetivos, etc, que compartimos con otros. Naturalmente, no está escrito en ningún sitio que nuestros afectos y nuestros intereses tengan que tener idéntico objeto, lo cual hace posible, por otra parte, un patriotismo “a múltiples niveles”.
Que los pueblos –las naciones, si se prefiere- están ahí y desempeñan un papel en nuestras vidas es, pues, indudable. Y, hasta aquí, nada hay que objetar desde un punto de vista liberal. Los problemas empiezan cuando esos pueblos pasan de ser el entorno en el que los individuos llevan su existencia para pasar a ser sujetos políticos diferenciados y, en ocasiones, más importantes que los propios individuos. Entonces estamos ante el nacionalismo como ideología y, entonces, Cataluña, Flandes o Alemania (o España, claro) pasan a ser algo más que comunidades de individuos con derechos en tanto que tales agregados –los “derechos de los pueblos” sólo tienen sentido en tanto que formas indirectas de aludir a derechos individuales- sino entes con derechos y espíritus propios. Cuando en la frase “el catalán es la lengua propia de Cataluña”, “Cataluña” queda personalizada, como una especie de ente autoconsciente, estamos ante el inicio de un desvarío que será todo en la vida menos liberal (compárese, por cierto, dicha frase con “el castellano es la lengua española oficial del Estado”).
Ahora bien, ¿significa esto que los liberales no pueden promover nunca la ruptura de un estado? No, aunque esto pueda conllevar la paradoja aparente de que se pueda ser liberal y separatista pero no liberal y nacionalista. Se dice a menudo que el fin último de los nacionalismos es convertir a sus naciones en estados, y es cierto que, pudiera ser que muchos de los que denominamos “nacionalismos” sean simples separatismos-independentismos (tengo para mí que no es el caso, porque buena parte de los independentistas de los que tengo noticia son, además, nacionalistas, y mucho) pero la historia muestra que el nacionalismo es algo más profundo. La Alemania nazi era ultranacionalista, y ya tenía un estado. Y es que el mero hecho de alcanzar el rango de estado no agota el desenvolvimiento del “espíritu nacional” que, entonces, empieza a revelar sus rostros más terribles. Esto es, contra lo que se suele pensar, el separatismo no tiene por qué ser la exacerbación del nacionalismo, por más que suelan presentarse juntos.
Los estados son, esencialmente, instrumentos al servicio de los individuos. Organizaciones políticas cuya principal, o más bien única, razón de ser, es la de servir de marcos al desarrollo de las personas –y de los pueblos, si se quiere, en tanto que conjuntos de personas- que viven en ellos. En la medida en que un estado cumple insatisfactoriamente con esos fines, es perfectamente legítimo desear que cambie o, simplemente, intentar crear otro. Así pues, el separatismo puede ser legítimo y aceptable desde el punto de vista liberal. No obstante, eso requiere algunos matices importantes (eludo conscientemente el problema de los medios por los que se persiguen los objetivos, claro).
El primer matiz es que, por lo común, esas aventuras tienen como compañeros de viaje a genuinos nacionalistas, por lo que el punto de llegada puede ser mucho peor que el de partida. Que el estado español, por ejemplo, es muy mejorable en muchos sentidos es indudable, pero que pueda ser sustituido con ventaja por un estado vasco es harto dudoso – por lo menos desde el punto de vista de los que no pertenezcan a la tribu que se prevea dominante.
El segundo matiz es que la historia no parece avalar en exceso la creación de una profusión de estados como mecanismo para mejorar la calidad del orden político y económico. El secesionismo, con algunas excepciones notables, no suele conducir a buenos resultados. Es bastante mejor política la de que los existentes se adapten a los requerimientos mínimos (la solución, por ejemplo, para los kurdos de Turquía no es un Kurdistán independiente, sino que Turquía respete, de una vez por todas, los derechos de todos sus ciudadanos). Conozco quien piensa que un mundo con multitud de estados débiles es un escenario mucho mejor, en la medida en que cosas como la competencia fiscal harían más llevadera la existencia. Discrepo por completo de esa interpretación. Creo que debemos tender a un mundo con menos estados, no con más, por múltiples razones. “Estado débil” y estado mínimo no son sinónimos. Y antes que mínimo, un estado ha de ser de derecho.
Así pues, mi conclusión sería que el objetivo de separar un estado de otro es una cuestión, en sí misma, que puede ser analizada como conveniente o inconveniente, oportuna o inoportuna, pero es en cualquier caso compatible con casi cualquier ideología. Y, sí, probablemente también con el liberalismo. ¿O no?...
5 Comments:
Más que desde el nacionalismo, se es compatible desde el PATRIOTISMO. Como se puede compatibilizar CRISTIANISMO y liberalismo, pero no fundamentalismo y liberalismo.
By Anónimo, at 6:17 p. m.
Olé y olé. Con esa argumentación la mejor españa posible es la de 1700. un lugar donde nunca se ponga el sol.
lo único con lo que es incompatible el liberalismo es con la ausencia de libertad, no con las fronteras más o menos caprichosas
By Anónimo, at 8:34 p. m.
Fenomenal artículo. El nacionalismos antepone los supuestos derechos colectivos (en verdad da licencia para que una minoría explote a una mayoría) a los derechos individuales. Y eso nunca podrá ser compatible con el liberalismo.
Felicidades por el post.
Coase.
By Coase, at 9:57 p. m.
Hola
Me considero liberal y entiendo que muchos puedan creer en la compatibilidad del nacionalismo y del liberalismo. Yo no lo creo, con matices. Como tampoco entiendo esa diferencia entre nacionalismo y patriotismo. Al final, una análisis sosegado de ambos, nos demuestran que no existe gran diferencia entre ellos. Como tampoco lo hay en esa clasificación entre nacionalismo étnico y cívico. Al final, suelen ser el mismo perro con distinto collar.
Yo he escrito hace dos días un extenso comentario en mi blog sobre el nacionalismo y la nación: http://esperandobarbaros.blogspot.com/2005/07/sobre-la-nacin-y-el-nacionalismo.html
que ni mucho menos preetende ser acabado. Ni siquiera es desde el punto de vista de si un liberal puede ser nacinoalista o no.
El problema no es si se puede ser liberal y nacionalista a la vez. El primer ropaje del nacionalismo en el siglo XIX fue el liberalismo, ejemplo 1812 o la unificación italiana. El problema está en el momento en el cual el sujeto ya no es el individuo, sino la nación o la patria. Y ésta se encuentra por encima de todo. Y, con los ejemplos históricos en la mano, sucede con todo nacionalista, patriota. Sea catalán, italiano, alemán o español.
Y hay una cosa que si que quiero remarcar, para que veas lo sumergidos que estamos en el nacionalismo, sea del signo que sea, cuando dices: "Cuando uno se topa con alguien que se autodefine “ciudadano del mundo” debe ponerse en guardia, porque la probabilidad de hallarse frente a un imbécil redomado se dispara. Los seres humanos tenemos patrias en un doble sentido. El primero, desde luego, es el que se deriva de nuestra necesidad de pertenencia". Somos seres sociales, pero no necesariamente "territoriales". No todos tenemos que pertenecer a una comunidad territorial, por poner un ejemplo que está de moda en RedLiberal, yo tengo un sentimiento de pertenencia cristiano más fuerte que el territorial.
No sé si me he explicado, porque a estas horas y después de un duro día uno ya sabe lo que escribe. En todo caso, un comentario interesante y uno de lo temas que más debate se necesita hoy en día.
By Joseba, at 10:36 p. m.
Asi que no se puede ser liberal y socialista.
Pues hace un siglo Indalecio Prieto era el director de El Liberal en Bilbao.
Y tu, desde tu blog, vas a decir que como tienes la patente que el no era liberal.
Pero que poco liberales sois con el concepto liberal.
En EEUU es un insulto; te estan llamando carente de principios e izquierdista.
Aqui y ahora se usa unos grupos anti-socialistas, anti-nacionalimos (perifericos por favor) y bastante intolerantes de quien discrepa.
Dejaros de miraros al hombligo y iros a la playa.
By Anónimo, at 4:37 a. m.
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