TRES MENTIRAS (CONTINUACIÓN)
Mi artículo sobre las “tres mentiras” de hace unos días ha traído consigo una interesante y larga réplica en forma de comentario –que está ubicada algo fuera de sitio, entre los comentarios al post sobre política exterior de anteayer- de uno de mis corresponsales favoritos del campo contrario al que, por cierto, ya echaba de menos (y es que uno se pone triste cuando se siente ignorado por los afines, pero cuando parecen olvidarle los adversarios se empieza a preocupar de veras). Al grano. La réplica atacaba las tres afirmaciones que yo describía como mentirosas. Ahí va la contrarréplica, o aclaración ya que, como siempre, concedo de entrada que pudiera no haberme expresado del todo bien.
SOBRE LAS “CAUSAS” DEL TERRORISMO
Una primera cuestión que sobre la que no ha lugar a discusión es si existe o no un presunto anatema sobre todos aquellos que pretendan acercarse al fenómeno terrorista con ánimo de comprenderlo – normalmente para mejor combatirlo. Por supuesto que no. Es más, la cerrazón intelectual y los apriorismos no conducen a nada, en ningún terreno, y menos en este, porque parece bastante claro que estamos muy faltos de conocimientos útiles al respecto, sobre todo porque el acervo acumulado en muchos años de lucha con los terrorismos “domésticos” parece servir de poco.
Dicho esto, concede mi corresponsal que la noción de “causa” es en extremo problemática. Y lo es especialmente en el terreno ético-moral, donde es muy difícil escindir el análisis de las motivaciones del juicio valorativo. Sólo tiene, en ese plano, sentido entrar a discernir los motivos de una conducta si es que nuestra valoración de la misma va a variar en función de la respuesta. Este es el sentido de la idea de que no existe “causa” posible para el terrorismo. Es tanto como decir que no existe motivación, por válida que sea en abstracto, que lo legitime. Se me dirá, no sin razón, que esta afirmación es tramposa, en la medida en que la propia definición del terrorismo está vinculada al contexto. Materialmente, el terrorismo no es más que una forma de violencia. Su calificación procede de las circunstancias en que esa violencia se ejerce. En este sentido, soy consciente de que la idea que expongo exige una petición de principio. Petición de principio que es fácil de satisfacer en el caso de los atentados Islamistas en Europa.
Si cambiamos la noción de causa por la más neutra de “circunstancias” o “factores” que se han de tener en cuenta en el análisis, la cosa cambia, sí. La noción del “mar de injusticia” debe desecharse, entonces, por improcedente. Con carácter general, no parece que el terrorismo esté vinculado a situaciones de injusticia objetivamente consideradas –no, al menos, a situaciones de injusticia de imposible superación-. O bien, si se prefiere, no hay situación que no resulte injusta en la mente de algún terrorista, lo que es tanto como decir que es perfectamente inútil rastrear el mapa de las injusticias desde nuestro punto de vista, porque así sólo conseguiremos neutralizar las que a nosotros nos parecen relevantes (ello nos conduciría, probablemente, a la conclusión de que en Euskadi no hay entuerto que desfacer, contra lo que piensa toda la patulea nacionalista). Y si adoptamos sus puntos de vista, es evidente que los que creamos el mar de injusticia somos nosotros mismos –volviendo al ejemplo de Euskadi, hemos de recordar que la “injusticia” sólo se reparará el día que no quede un vasco no euskaldún sobre la faz de las tres provincias, ¿es eso razonable?-.
Se dice, a menudo, que la población de los países árabes está sometida a un deterioro constante en el nivel de vida y en su situación socieconómica. ¿Obedece eso a alguna injusticia que proceda del exterior, que nosotros podamos reparar (como no sea por el expeditivo método de sustituir manu militari las estructuras políticas – cosa que tampoco parece gozar del beneplácito de nuestra progresía militante que, en este tema como en otros, se parece mucho, todo hay que decirlo, al perro del hortelano)? Me da la sensación de que no existe otra razón para que el nivel de vida se degrade, por ejemplo, en Arabia Saudí que la incapacidad de sus propios sátrapas. Quizá la “gran injusticia” se refiera a la existencia de Israel, pero con eso vamos luego.
Paradójicamente, allí donde Occidente ha contribuido, en parte, al “mar de injusticia” no surgen grupos terroristas. No hay terrorismo global proveniente de África o de América Latina. Finalmente, es cierto que, con la excepción de los territorios palestinos, no es en absoluto cierto que el ejército de la Yihad esté compuesto por desheredados de la tierra. Lo más granado del Islamismo se recluta en escuelas coránicas y madrazas de Arabia Saudí, Egipto, Pakistán... o, directamente, en Madrid, Londres o Hamburgo.
Me temo que la teoría del “mar de injusticia” aporta poco a la cabal comprensión del fenómeno. Ahora, pues, ¿a qué se refería nuestro Esdrújulo? No lo sabemos, porque si algo caracteriza a nuestro presidente es nutrir su discurso, fundamentalmente, de frases hechas, sin reparar nunca en su significado. Lamentablemente, fuera en el sentido que fuera, quien escriba los discursos de nuestro líder no ha ido a la misma escuela que los que escriben los discursos del resto. La alusión es extemporánea y puede ser muy mal percibida, incluso en el dudoso supuesto de que Zapatero no quisiera decir lo que muchos entendemos que quiso decir.
ISRAEL
Casi siempre que se apunta que del análisis de los acontecimientos del 48 para acá no se deduce incontrovertiblemente que los árabes tengan razón, surge alguien que alarga el pleito, buscando antecedentes más remotos –la parte proisraelí puede, fácilmente, aplicar el mismo método y, de este modo, terminar con los legionarios romanos cercando Masadá-. El nacimiento del estado de Israel no tiene ni más ni menos contenido de injusticia que el de otros muchos estados que, en particular, son hijos de un proceso de descolonización. El estado palestino debería ser igual.
Lo cierto es que Israel es la coartada permanente –lo cual resulta infame viniendo, en particular, de gente que ha hecho tanto daño a los palestinos como el resto del mundo árabe-. Es mentira que la destrucción de Israel sea el fin último. No nos libraremos entregando a ese estado –la única democracia de Oriente Medio, por más que la calidad de los derechos se deteriore cada vez más en la interminable pesadilla en la que ha degenerado el día a día en Israel-, porque el objetivo final es cumplir con el mandato yihadista de un Islam universal.
La estrategia es inteligente, porque pocas cosas hay que den mejor resultado que atizar el fuego del antisemitismo, que aún corroe las almas occidentales, y se nota a poco que se escarbe.
No hay solución “justa” para el conflicto árabe-israelí en la obtusa mente de los integrismos. El líder que firme una paz duradera se condena a sí mismo a muerte, como Rabin y como Sadat. Por otra parte, el pueblo palestino –como el pueblo árabe, en general- empezará a reparar su “mar de injusticias” particular el día que empiece a cuestionarse seriamente la calidad de su liderazgo. El día que se pregunte por qué su posición negociadora no ha hecho sino empeorar.
SOBRE LAS RELIGIONES
Yo no he dicho nunca que el Cristianismo sea superior al Islam. Si he dicho que el mundo occidental es superior, moralmente, a su enemigo, que es el terrorismo integrista y liberticida.
Ahora bien, sí he dicho que ambas religiones no son, ni mucho menos, iguales en su relación con el proselitismo violento. Ignoro si la teología islámica dispone de medios eficaces para neutralizar el mandato de la Yihad y ponerla en consonancia con la convivencia con otros cultos – más allá claro, de ignorar el mandato olímpicamente, esto es, me pregunto si puede resolverse ese enigma sin dejar, al tiempo, de ser buen musulmán.
En todo caso, lo que no creo que conduzca a ninguna parte es ignorar las peculiaridades y consiguientes dificultades de la religión islámica. Que el estado no sea confesional no significa que las religiones deban serle indiferentes o que no deba interesarse por sus doctrinas. El discurso políticamente correcto, además de ser tan vacuo como siempre, puede ser, en este caso, letal.
Por otra parte, no se me entienda mal, tampoco quiero parapetarme yo mismo en la corrección política. Hay formas de vida y creencias que me parecen mejores y formas que me parecen peores... pues claro. Escribí no hace mucho, tomando prestados unos cuantos conceptos de John Gray, que la tolerancia liberal implica admitir que existen distintos conceptos del bien que no pueden ser ordenados entre sí –él dice que son “inconmensurables”, pero yo prefiero hablar de que no se puede establecer una relación de preferencia. El hecho de que existan multitud de concepciones religiosas, éticas y morales perfectamente compatibles con el paradigma de la sociedad liberal –y, por tanto, indiferentes y plenamente válidas- no obsta a que exista otra multitud incompatible y, por tanto, netamente peor.
A la hora de definir el campo de la tolerancia, yo –como la mayor parte de las leyes políticas vigentes en nuestras sociedades- lo hago desde el liberalismo, no desde el cristianismo (el cristianismo es una de las concepciones de la vida compatibles, en general, con el paradigma liberal). Pero el campo de lo tolerable no es infinito. De eso no debería caber duda. Y esta conclusión no es una mera frase hecha o retórica, sino que tiene sus implicaciones. De hecho es la base de la diferencia entre una sociedad “plural” y “multicultural”. Yo creo firmemente en el pluralismo, pero en absoluto en el multiculturalismo (y sé que los términos son problemáticos).
Son indiferentes cualesquiera concepciones de la vida que sean compatibles con los fundamentos de la sociedad abierta. Y hay muchas. Pero otras, muchas también, se quedan fuera, eso seguro.
SOBRE LAS “CAUSAS” DEL TERRORISMO
Una primera cuestión que sobre la que no ha lugar a discusión es si existe o no un presunto anatema sobre todos aquellos que pretendan acercarse al fenómeno terrorista con ánimo de comprenderlo – normalmente para mejor combatirlo. Por supuesto que no. Es más, la cerrazón intelectual y los apriorismos no conducen a nada, en ningún terreno, y menos en este, porque parece bastante claro que estamos muy faltos de conocimientos útiles al respecto, sobre todo porque el acervo acumulado en muchos años de lucha con los terrorismos “domésticos” parece servir de poco.
Dicho esto, concede mi corresponsal que la noción de “causa” es en extremo problemática. Y lo es especialmente en el terreno ético-moral, donde es muy difícil escindir el análisis de las motivaciones del juicio valorativo. Sólo tiene, en ese plano, sentido entrar a discernir los motivos de una conducta si es que nuestra valoración de la misma va a variar en función de la respuesta. Este es el sentido de la idea de que no existe “causa” posible para el terrorismo. Es tanto como decir que no existe motivación, por válida que sea en abstracto, que lo legitime. Se me dirá, no sin razón, que esta afirmación es tramposa, en la medida en que la propia definición del terrorismo está vinculada al contexto. Materialmente, el terrorismo no es más que una forma de violencia. Su calificación procede de las circunstancias en que esa violencia se ejerce. En este sentido, soy consciente de que la idea que expongo exige una petición de principio. Petición de principio que es fácil de satisfacer en el caso de los atentados Islamistas en Europa.
Si cambiamos la noción de causa por la más neutra de “circunstancias” o “factores” que se han de tener en cuenta en el análisis, la cosa cambia, sí. La noción del “mar de injusticia” debe desecharse, entonces, por improcedente. Con carácter general, no parece que el terrorismo esté vinculado a situaciones de injusticia objetivamente consideradas –no, al menos, a situaciones de injusticia de imposible superación-. O bien, si se prefiere, no hay situación que no resulte injusta en la mente de algún terrorista, lo que es tanto como decir que es perfectamente inútil rastrear el mapa de las injusticias desde nuestro punto de vista, porque así sólo conseguiremos neutralizar las que a nosotros nos parecen relevantes (ello nos conduciría, probablemente, a la conclusión de que en Euskadi no hay entuerto que desfacer, contra lo que piensa toda la patulea nacionalista). Y si adoptamos sus puntos de vista, es evidente que los que creamos el mar de injusticia somos nosotros mismos –volviendo al ejemplo de Euskadi, hemos de recordar que la “injusticia” sólo se reparará el día que no quede un vasco no euskaldún sobre la faz de las tres provincias, ¿es eso razonable?-.
Se dice, a menudo, que la población de los países árabes está sometida a un deterioro constante en el nivel de vida y en su situación socieconómica. ¿Obedece eso a alguna injusticia que proceda del exterior, que nosotros podamos reparar (como no sea por el expeditivo método de sustituir manu militari las estructuras políticas – cosa que tampoco parece gozar del beneplácito de nuestra progresía militante que, en este tema como en otros, se parece mucho, todo hay que decirlo, al perro del hortelano)? Me da la sensación de que no existe otra razón para que el nivel de vida se degrade, por ejemplo, en Arabia Saudí que la incapacidad de sus propios sátrapas. Quizá la “gran injusticia” se refiera a la existencia de Israel, pero con eso vamos luego.
Paradójicamente, allí donde Occidente ha contribuido, en parte, al “mar de injusticia” no surgen grupos terroristas. No hay terrorismo global proveniente de África o de América Latina. Finalmente, es cierto que, con la excepción de los territorios palestinos, no es en absoluto cierto que el ejército de la Yihad esté compuesto por desheredados de la tierra. Lo más granado del Islamismo se recluta en escuelas coránicas y madrazas de Arabia Saudí, Egipto, Pakistán... o, directamente, en Madrid, Londres o Hamburgo.
Me temo que la teoría del “mar de injusticia” aporta poco a la cabal comprensión del fenómeno. Ahora, pues, ¿a qué se refería nuestro Esdrújulo? No lo sabemos, porque si algo caracteriza a nuestro presidente es nutrir su discurso, fundamentalmente, de frases hechas, sin reparar nunca en su significado. Lamentablemente, fuera en el sentido que fuera, quien escriba los discursos de nuestro líder no ha ido a la misma escuela que los que escriben los discursos del resto. La alusión es extemporánea y puede ser muy mal percibida, incluso en el dudoso supuesto de que Zapatero no quisiera decir lo que muchos entendemos que quiso decir.
ISRAEL
Casi siempre que se apunta que del análisis de los acontecimientos del 48 para acá no se deduce incontrovertiblemente que los árabes tengan razón, surge alguien que alarga el pleito, buscando antecedentes más remotos –la parte proisraelí puede, fácilmente, aplicar el mismo método y, de este modo, terminar con los legionarios romanos cercando Masadá-. El nacimiento del estado de Israel no tiene ni más ni menos contenido de injusticia que el de otros muchos estados que, en particular, son hijos de un proceso de descolonización. El estado palestino debería ser igual.
Lo cierto es que Israel es la coartada permanente –lo cual resulta infame viniendo, en particular, de gente que ha hecho tanto daño a los palestinos como el resto del mundo árabe-. Es mentira que la destrucción de Israel sea el fin último. No nos libraremos entregando a ese estado –la única democracia de Oriente Medio, por más que la calidad de los derechos se deteriore cada vez más en la interminable pesadilla en la que ha degenerado el día a día en Israel-, porque el objetivo final es cumplir con el mandato yihadista de un Islam universal.
La estrategia es inteligente, porque pocas cosas hay que den mejor resultado que atizar el fuego del antisemitismo, que aún corroe las almas occidentales, y se nota a poco que se escarbe.
No hay solución “justa” para el conflicto árabe-israelí en la obtusa mente de los integrismos. El líder que firme una paz duradera se condena a sí mismo a muerte, como Rabin y como Sadat. Por otra parte, el pueblo palestino –como el pueblo árabe, en general- empezará a reparar su “mar de injusticias” particular el día que empiece a cuestionarse seriamente la calidad de su liderazgo. El día que se pregunte por qué su posición negociadora no ha hecho sino empeorar.
SOBRE LAS RELIGIONES
Yo no he dicho nunca que el Cristianismo sea superior al Islam. Si he dicho que el mundo occidental es superior, moralmente, a su enemigo, que es el terrorismo integrista y liberticida.
Ahora bien, sí he dicho que ambas religiones no son, ni mucho menos, iguales en su relación con el proselitismo violento. Ignoro si la teología islámica dispone de medios eficaces para neutralizar el mandato de la Yihad y ponerla en consonancia con la convivencia con otros cultos – más allá claro, de ignorar el mandato olímpicamente, esto es, me pregunto si puede resolverse ese enigma sin dejar, al tiempo, de ser buen musulmán.
En todo caso, lo que no creo que conduzca a ninguna parte es ignorar las peculiaridades y consiguientes dificultades de la religión islámica. Que el estado no sea confesional no significa que las religiones deban serle indiferentes o que no deba interesarse por sus doctrinas. El discurso políticamente correcto, además de ser tan vacuo como siempre, puede ser, en este caso, letal.
Por otra parte, no se me entienda mal, tampoco quiero parapetarme yo mismo en la corrección política. Hay formas de vida y creencias que me parecen mejores y formas que me parecen peores... pues claro. Escribí no hace mucho, tomando prestados unos cuantos conceptos de John Gray, que la tolerancia liberal implica admitir que existen distintos conceptos del bien que no pueden ser ordenados entre sí –él dice que son “inconmensurables”, pero yo prefiero hablar de que no se puede establecer una relación de preferencia. El hecho de que existan multitud de concepciones religiosas, éticas y morales perfectamente compatibles con el paradigma de la sociedad liberal –y, por tanto, indiferentes y plenamente válidas- no obsta a que exista otra multitud incompatible y, por tanto, netamente peor.
A la hora de definir el campo de la tolerancia, yo –como la mayor parte de las leyes políticas vigentes en nuestras sociedades- lo hago desde el liberalismo, no desde el cristianismo (el cristianismo es una de las concepciones de la vida compatibles, en general, con el paradigma liberal). Pero el campo de lo tolerable no es infinito. De eso no debería caber duda. Y esta conclusión no es una mera frase hecha o retórica, sino que tiene sus implicaciones. De hecho es la base de la diferencia entre una sociedad “plural” y “multicultural”. Yo creo firmemente en el pluralismo, pero en absoluto en el multiculturalismo (y sé que los términos son problemáticos).
Son indiferentes cualesquiera concepciones de la vida que sean compatibles con los fundamentos de la sociedad abierta. Y hay muchas. Pero otras, muchas también, se quedan fuera, eso seguro.
1 Comments:
Particularmente opino que las causas del terrorismo islámico tal como lo conocemos no tiene nada que ver con la pobreza existente en ciertas zonas geoestratégicas. Basicamente por varias razones:
1) Si realmente fuera así, por qué no atentar contra las grandes fortunas islámicas (que las hay), en vez de invertir tanto esfuerzo y dinero en una logística del terror en un país más lejano. Por ejemplo, los movimientos revolucionarios sudamericanos si que se pueden explicar (al menos en parte) por este hecho de diferencial de riqueza. El EZLN, FARC, Sendero Luminoso, etc. etc.
2) Si realmente fuese así creo que sería mucho más directo lanzar un mensaje a Occidente diciendo claramente que esta ofensiva terrorista tiene como objetivo forzar a los países ricos a cambiar su actitud frente a los países pobres, en lugar de andar con chorradas de Guerra Santa, Allah como Dios supremo, etc.
3) por el contrario, Bin laden y compañía han transmitido en varias ocasiones su idea de reconstruir el antiguo imperio musulmán, recuperando una de sus joyas territoriales, o sea Al-Andalus, o sea el sur de España, lo que indica claramente connotaciones expansionistas.
4) Si de nuevo, la pobreza fuera la causa, las organizaciones terroristas deberían en cierto modo, actuar en forma de Robin Hood, pero sin embargo atentan a discreción sin que les importen las consecuencias que esos atentados pueden traer y olvidando de nuevo aquellos pueblos más necesitados que pueden estar más necesitados.
Seguramente vosotros podéis añadir algunas más si pensáis con detenimiento en las contradicciones internas que una actuación en base al terror puede tener con la hipótesis de la pobreza existente en ciertas zonas geográficas del planeta. Si es así os invito a que las hagáis públicas. saludos.
By Anónimo, at 3:56 p. m.
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