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domingo, julio 10, 2005

TRES GRANDES MENTIRAS

José Luis Rodríguez Zapatero parece haber encontrado su sitio bajo el sol de la política internacional: quiere convertirse en el vocero del pensamiento fofo a nivel mundial. Quiere, por tanto, alinearse con los que dan oxígeno a los enemigos de ese sistema que, aunque en su fuero interno detesta, es el que le permite ir por el mundo a cargo del contribuyente, dando gusto a todos los resentidos, todos los sesentayochistas, los antisistema y los que no tienen valor para reconocer que se equivocaron.

El papel le cuadra, como digno representante que es de la nada intelectual más absoluta. Nada mejor para propagar estulticia a nivel mundial que un líder coyuntural carente de ideas dignas de tal nombre, como si fuera una especie de caja vacía, presta a ser rellenada de cuanta tontería biensonante se le proponga.

Ha dicho nuestro esdrújulo que el terrorismo se explica por la existencia de “un mar de injusticia universal”. A buen seguro, suscribiría estas tres afirmaciones:

TODA AGRESIÓN TIENE SU CAUSA

Nuestros visionarios particulares, lo primero que se preguntan ante cualquier crimen es por qué. De hecho, lo hacen con carácter general, a la vista de cualquier comportamiento antisocial. Porque ello es coherente con un pensamiento que hace de la irresponsabilidad personal una bandera.

El delincuente no es nunca delincuente per se, sino porque existe alguna causa, algo que le impele a delinquir. Lo mismo sucede, claro, con el terrorismo internacional. La causa inmediata de lo que sucedió en Londres es, cómo no, la Guerra de Irak. En la medida que hubo también agresiones anteriores a esa Guerra –por ejemplo, ese “suceso” que se llevó a tres mil personas (que Susan Sonntag declaró “culpables”) en Nueva York, pero también Bali, los atentados de las embajadas....- hay que concluir que la causa final, la causa explicativa es “el mar de injusticia”, la pobreza y las desigualdades.

Todo con tal de excluir la culpabilidad voluntaria en cualquiera que cometa una agresión contra el orden de las sociedades occidentales. Pero el argumento se cae por su peso. Hay mucha gente pobre, mucha gente que padece injusticias objetivas que no delinque ni, desde luego, se hace terrorista. Hay mucha gente que no tiene sus patrones éticos trastocados por el hecho de que la vida les presente agravios.

Además, centrándonos ya en la cuestión del terrorismo, la experiencia muestra que, por lo común, el “mar de injusticia” por sí mismo no genera casi nada. Es preciso que sobre ese “mar de injusticia” se superponga el trabajo ideológico y teórico de un Bin Laden, un subcomandante Marcos, un Abimael Guzmán... gentes todas ellas nada maltratadas por la vida. A menudo universitarios y con frecuencia de clases muy acomodadas. Tuvieron en sus manos hacer cosas buenas para reparar el “mar de injusticia”, pero no, optaron por la deriva del odio. Como los niños bien de nuestro PNV, ¿recuerdan? Decidieron hacerse de ETA y empezar a luchar “por la libertad de Euskadi”... desde luego no autoinmolándose contra las tapias de El Pardo.

Los Zapatero de hoy son herederos de una larga tradición. En otro tiempo, la gente sublimaba –y en otras latitudes, sigue sublimando- sus odios de otra manera.

El ser humano es, a veces por desgracia, un ser libre. Un ser dotado de conciencia y capaz de hacerse una representación mental de la realidad no siempre acorde a la realidad misma. Sí, señores, a veces hay quien se inventa los agravios y quien odia porque sí.

Es curioso, a los seres que tiene fobia a los demás o manías persecutorias se les suele detener, enviar al psiquiatra y, una vez diagnosticados, encerrar por asociales. Eso si eres un demente cualquiera, porque si eres un demente capaz de poner bombas en el metro... siempre hay quien teoriza una coartada para ti. La culpa la terminan teniendo los que iban en el metro.

Lo dicho no equivale a decir, por supuesto, que las injusticias no existan y que no haya que ocuparse de ellas. Pero hay una enorme diferencia entre constatar esto y hallar justificaciones para lo injustificable.

ES LA HUMILLACIÓN CONTINUA DE ISRAEL

En versión antisemita, el “mar de injusticia” se concreta, y se convierte en un problema ligado a Israel. Según el grado de antisemitismo a “la conducta” de Israel o, en los niveles más altos, a la propia existencia de ese estado (o de los judíos).

Israel sería, pues, el nudo gordiano que los menos políticamente correctos se atreven a mentar por su nombre. La pobreza, el hambre y la injusticia son zarandajas. El problema es que el mundo árabe vive continuamente humillado por su derrota y, como Israel se niega a autodisolverse como estado, la cosa no tiene fin. Todos los demás acontecimientos son conectables con este.

La cuestión sería, más o menos: tú me agredes dos veces, con infamante superioridad numérica, violando mis fiestas más sagradas y yo, contra todo pronóstico, te venzo... pero quedo obligado a proporcionarte ayuda psicológica por alguna razón que no se termina de entender muy bien.

Esto que acabo de decir sonará a caricatura y, ciertamente, es una interpretación maniquea, pero no mucho más (de hecho, bastante menos) que otras que circulan. Un hecho incontrovertible es que el mundo árabe ha sido el agresor en ambas guerras y que, si algún día llega a haber un estado palestino, eso sólo nos devolverá al status quo que muy bien pudiera haber existido desde el mismo día de la creación del estado judío, puesto que era ese el plan inicial.

Está, claro el desequilibrio de la balanza que implica el apoyo incondicional a Israel por el “gran Satán yanqui”. Lo que suele ocultarse muy cuidadosamente es que ese gran Satán sólo apoya a Israel ya transcurrida buena parte del conflicto y, desde luego, no antes de finales de los 60. Es decir, Israel se las compuso solo durante buena parte del conflicto –sin que los árabes alcanzaran mayor fortuna-. De hecho, el Israel sionista del movimiento kibbuztim estaba más en la órbita de los estados socialistas que en la de la sinagoga de Nueva York, muy renuente a apoyar, al menos inicialmente, el proyecto del nuevo estado.

Por si lo anterior no bastara, la historia demuestra que hombres valientes como Anuar El-Sadat (asesinado antes de la Guerra de Irak) alcanzaron acuerdos de paz con Israel y resolvieron sus cuitas. ¿Quizá fue más fuerte su interés en cuidar de su pueblo? ¿Quizá quiso demostrar que no hay ninguna necesidad en ningún estado dado de las cosas?

LAS RELIGIONES SON TODAS IGUALES

Esto queda muy bien. Se salva la dignidad del Islam afirmando que, al fin y al cabo, todas las religiones son iguales. Hay salvación para ellos, pues, en la vía del laicismo. No discuto la segunda afirmación pero, desde luego, sí la primera.

Nadie medianamente serio puede sostener que, desde la perspectiva doctrinal, Cristianismo, Judaísmo e Islam son idénticos en cuanto al proselitismo violento. Mientras que el Islam lo consagra como obligación ética (la yihad), el Judaísmo lo proscribe –como el proselitismo en general- y el Cristianismo es muy escrupuloso al respecto.

Es recurrente, a este respecto, recordar las cruzadas (momento en el que ambas religiones estuvieron más próximas en cuanto a su nivel de intolerancia). Pero las cruzadas no son iguales a la yihad. Una guerra, por los santos lugares, fue proclamada como santa, pero eso no equivale a consagrar la guerra santa permanente. Las cruzadas son coyunturales en la historia del Cristianismo. Además, cualquier progre bien informado –de estos que no reconocen en las acciones de Occidente el más mínimo valor- nos dirá que el fondo real de la cuestión fue una guerra por el control de la ruta de las especias, las rutas a Oriente.

Más bien al contrario, era el Islam el que llevaba a cabo una expansión incontrolada, llevado por sus propios mandatos religiosos (son los turcos los que llegan, más tarde, a Viena, no Carlos V el que sitia Estambul). Mandatos que subsisten hoy día.

Quienes insisten en las comparaciones preferirán, claro, ignorar el debate ético que presidió la conquista española en América. Una de las preguntas que había que responder era, precisamente, si había, o no, derecho a evangelizar a los pueblos que allí se hallaban (pregunta, dicho sea de paso, de importantísima trascendencia política, ya que la Corona española carecía de otros justos títulos que le permitieran acometer la conquista – el mandato de evangelizar era, por sí, título bastante). Es indiferente, a nuestros efectos, que el pleito quedara sin respuesta definitiva y que, después, tanto autoridades civiles como religiosas hicieran de su capa un sayo. Lo auténticamente relevante es que la pregunta carecía y carece de sentido en el seno de la religión islámica.

Por la misma razón, de las tres grandes religiones monoteístas, es en el Cristianismo en la que la separación Iglesia-estado encuentra más fácil acomodo y solución. La autonomía del poder temporal encuentra acomodo en el propio evangelio y por ello fue, desde fecha muy temprana, una aspiración de los príncipes cristianos. Ningún jerarca musulmán podía ni puede hacer lo mismo fácilmente sin caer en herejía (de hecho, los integristas hablan de “estados apóstatas” para referirse a quienes, siempre parcialmente, han hecho algún progreso en este sentido).

Que las cosas no siempre han discurrido por el camino del deber ser está claro. Pero que nuestra religión no es idéntica a las demás, también. Y no se arregla nada ignorando las dificultades.

1 Comments:

  • Y la santa inquicision? El hecho de que no la sanciona la biblia no evito que existiera. Ademas de los devastadores efectos de la evangelizacion de las americas. Esto ultimo se carateriza como uno de los hechos mas sangrientos donde se aniquilaron a millones de personas en nombre de dios.

    By Anonymous Anónimo, at 9:25 p. m.  

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