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domingo, julio 03, 2005

¿QUÉ ES SER LIBERAL? (I)

Un lector me solicitaba no hace mucho en un comentario alguna indicación de artículos en los que pudiera encontrar una respuesta a la pregunta “¿qué es ser liberal?”. La verdad es que no le contesté, no tanto por falta de referencias como por superabundancia de las mismas –y porque uno tampoco es una autoridad en el tema, para qué engañarnos-, pero me autoemplacé, con la pretenciosidad que me caracteriza –la suficiente como para tener un blog sobre temas políticos- a intentar mi propia respuesta.

Ciertamente, la cuestión no es sencilla, y por eso me propongo abordarla en unos cuantos domingos, a través de una serie de artículos de los que este es la primera entrega. El título de este post, “¿qué es ser liberal?”, que será también el de los sucesivos, debe, claro, entenderse como “¿qué pienso yo que es ser liberal?”. Porque si de algo estoy convencido es, desde luego, de que el liberalismo es, de entrada, el nombre genérico de toda una especie de ideas políticas, con nexo común entre ellas, pero razonablemente divergentes. En términos muy actuales y políticamente correctos, diríase que el liberalismo es “plural”.

Por otra parte, mi concepción del liberalismo –que creo coincidente con la de otros cuantos- es abierta. Quiero decir con esto que en absoluto creo que los liberales dispongamos de una cosmovisión completa, como la que proporcionan las ideologías cerradas o las iglesias, una explicación total del mundo. El liberalismo parte, en mi opinión (y en lo sucesivo dejaré de hacer esta referencia continuada, que va de suyo en cuanta afirmación encuentre el lector) de la aceptación de la incertidumbre o de la imposibilidad de conocer ciertas cosas. Es, si se me permite la expresión, característica del liberalismo una humildad intelectual ante las cosas humanas y los procesos sociales, una resignación a la imposibilidad de conocer y dominar. No será nunca liberal ningún tipo de ingeniería social que conciba la sociedad como problema o, al menos, como problema que puede ser resuelto.

Dicho esto, y entrando en materia, a mí siempre me gusta empezar por el principio. Y en el principio está el 4 de julio de 1776: “Entendemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los Hombres han sido creados iguales, y que están dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen los Gobiernos entre los Hombres y que sus justos poderes derivan del consentimiento de los Gobernados”. Esta frase, naturalmente, está extraída de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América –el texto político más hermoso de todos los tiempos, con la sola excepción de la Oración Fúnebre de Pericles y algunas fórmulas medievales españolas de las que quizá hable algún día-, y la tomo porque puede servirme como guión básico para desarrollar mi exposición. Véase que la Declaración es muy bella, pero no habla por sí misma, en la medida en que puede ser suscrita desde posiciones ideológicas muy divergentes. Sirve, sin duda, para sustentar una especie de credo del liberalismo político.

Nótese, como primera idea, que el texto nos da una clave de cómo ha de entenderse el poder político institucionalizado –que, en un sentido muy lato, llamaremos “estado”, por actualizar la referencia al “gobierno” de los Padres Fundadores-: como paso lógico posterior y como algo “para” algo, subordinado, pues, a otras cosas. De hecho, el devenir histórico de la nación americana reflejó ese tracto lógico. Primero fue la Declaración (1776) y después, sólo después (1787), constatada su necesidad y conveniencia, vino el Estado. Esta idea de subordinación del poder político, o de justificación del poder político sólo en su utilidad para ciertos fines es una idea-fuerza del liberalismo.

La otra idea fundamental es la existencia inalienable de unos derechos, que los Padres Fundadores entienden otorgados por Dios, claro, como correspondía a su momento histórico, pero que algunos entendemos dados exista Dios o no exista –incluso en el supuesto de que, de existir, estuviera en desacuerdo, como parece que sucede con algunos dioses-. Este es el componente de creencia en el liberalismo: la existencia de dichos derechos es contemplada a priori, como prius lógico de todos los demás. Esos derechos son múltiples, pero pueden ser reducidos a tres: libertad, igualdad y propiedad. Esa terna es indisociable, es decir, ese grupo de derechos sólo puede separarse a efectos metodológicos y de exposición, pero nunca en la práctica.

Los derechos son el canon mismo de legitimidad de todo orden político. Es legítimo todo orden que los respete, es ilegítimo el que no lo haga.

El lector dirá que, hasta ahora, las cosas son fáciles y, mas aún, suscribibles por mucha gente que no se autoproclama liberal –antes bien, se ufana de proclamarse lo contrario-. Es cierto. Todo lo que hasta ahora se ha dicho y, desde luego, la operatividad práctica del canon antes citado van a depender de cómo entendamos libertad, igualdad y propiedad. En estos términos reside, pues, el quid de la forma liberal de ver el mundo.

LA LIBERTAD Y LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

La Libertad es la piedra angular del liberalismo –que no en vano de ella toma el nombre-. Ahora bien, ¿qué es la libertad? No existe una respuesta fácil a esta pregunta, que ha ocupado a eminentes filósofos, y de hecho diferentes sistemas políticos han proclamado aplicarse a protegerla con resultados claramente divergentes. Unos y otros decían estar protegiendo la libertad “verdadera”. No nos interesa a estos efectos la discusión en el plano trascendente acerca de si el Hombre es o no verdaderamente libre. Quedémonos, pues, con la siguiente idea: Libertad puede ser tanto “posibilidad” como “no impedimento”. Puede parecer que ambas cosas son cara y cruz de una misma moneda, pero esto sólo es parcialmente cierto, especialmente cuando hablamos de un derecho a la Libertad.

En efecto, decir que tengo derecho a ser Libre, ¿significa que tengo derecho a que se me abran cursos adicionales de acción o, por el contrario, que no se me restrinjan los que efectivamente tengo? A la primera noción la denominaremos “libertad positiva”, en tanto que a la segunda la llamaremos “libertad negativa”. La segunda alternativa es la que propugnamos los liberales.

Obsérvese que en función de que Libertad se entienda en uno u otro sentido, el papel que se reserva al Estado cambia muy sustancialmente. En efecto, mientras que la libertad negativa sólo se protege, la libertad positiva se promueve. Muy a menudo, además, esa promoción de la libertad positiva es a costa de introducir, en última instancia, restricciones en la libertad de otros. En resumidas cuentas, la “libertad positiva” es un concepto indeseable porque suele terminar por dejar expedito el camino a intervenciones del poder político cuyo resultado es un menor nivel de libertad negativa.

Así pues, libertad es ausencia de restricciones. Ausencia de restricciones en la “búsqueda de la felicidad” o, en un lenguaje más actual, al desarrollo del plan de vida de cada uno conforme a sus propios intereses, valores y creencias.

Naturalmente, no es verdad que nuestra libertad sea totalmente irrestricta. Según es ya lugar común, nuestra libertad encuentra un freno en la libertad de los demás o, dicho de otro modo, hemos de ceder espacios de libertad debido a la circunstancia, absolutamente necesaria, de que hemos de vivir en sociedad. Tenemos que dejar, naturalmente, que los demás también se desarrollen, no por gracioso altruismo, sino porque nuestra propia existencia sólo es posible en su compañía.

Si la libertad es el valor supremo, se sigue que las restricciones a la misma han de venir presididas por el principio de intervención mínima. Dicho en un lenguaje económico, la renuncia a la libertad ha de ser la mínima imprescindible para poder obtener un beneficio que lo compense. Así, en un ejemplo muy sencillo, nos sometemos a la ordenación del tráfico para poder hacer efectivo nuestro derecho a la libertad de circulación –un derecho del haz que, efectivamente, comprende la Libertad-. Renunciamos a nuestro derecho de autodefensa a favor de un monopolio de la fuerza por parte del Estado en la medida en que, en promedio, esto termina resultando mejor para todos, y un largo etcétera.

La cuestión de la búsqueda de la felicidad o del propio estilo de vida es muy interesante, porque nos conduce al problema de la tolerancia, o de la convivencia de distintas morales privadas. Desde la perspectiva liberal –y debo este razonamiento, en particular, a John Gray- hemos de partir de que cada uno ordena su vida con arreglo a diferentes concepciones de “bien” (por tanto, con arreglo a distintos patrones éticos, que tendrán en común que todos hemos de llevar una “vida buena”, aunque esto puede significar distintas cosas). Muchas de esas concepciones del bien son entre sí inconmensurables o, dicho de otro modo, no hay manera de saber cuál es preferible. Dado que la Libertad implica el derecho de cada uno a vivir conforme entienda más correcto, ser tolerante con esas diferentes concepciones del bien es algo que encaja perfectamente con el liberalismo. Ahora bien, esto requiere dos matices de gran importancia:

Que existan múltiples concepciones aceptables de “vida buena” no excluye que existan concepciones no aceptables. Las morales privadas son perfectamente válidas en cuanto no contraríen los sencillos pero robustos límites mínimos de la moral pública. El liberalismo no es, ni mucho menos, relativista. No son aceptables –y por no aceptables no quiere decirse que no puedan ser defendidas, sino que, de convertirse en el patrón general darían lugar a una sociedad ilegítima (o injusta, si se prefiere)- las concepciones morales que no respetan la libertad de los demás. No es verdad que no haya morales superiores y morales inferiores (lo que no es óbice para que pueda afirmarse igualmente que no hay moral suprema).

Que estemos obligados a ser tolerantes implica que estamos facultados para exigir tolerancia. Una de las múltiples concepciones aceptables del bien puede ser, por supuesto, la nuestra propia.

El liberalismo es, pues, compatible con diferentes éticas, a condición de que sean respetuosas con la idea nuclear de la Libertad. Y puede darse, por tanto, en sociedades con esquemas morales diferentes. Se puede ser, por tanto, liberal desde muy diversas convicciones y, por supuesto, defenderlas.

Seguiremos otro día.

5 Comments:

  • Hoy me planteé qué es el liberalismo, y en consecuencia ser liberal. No solo lo has explicado estupendamente, sino que al leerte se disfruta.

    By Blogger R. N., at 11:07 a. m.  

  • solo queria saber que era liberal......?

    prO tantO lerr i leerr y leeer nO me sirviO de nada...sOlO Qria saber Q COÑO es LIBERAL?
    esO era tOdO lO q tenias Q decir

    By Blogger Marian, at 12:46 a. m.  

  • Pues a mi me gustó lo que escribiste... eres bueno! Saludos.

    By Anonymous Anónimo, at 5:48 p. m.  

  • ¿para cuándo una segunda entrega de "¿qué es ser liberal?". La primera parte me a parecido magnifica. Concisa y, lo más difícil aún, acertada.
    El liberalismo, a día de hoy, necesita textos como éste. Hace tiempo que abandonó la "batalla ideológico" y los únicos que propugnan sus ideas son las ideologías, autodenominadas, de izquierdas, consiguiendo con ésto que el liberalismo vaya malinterpretándose y desapareciendo, con las consecuencias que ello puede traer.
    Un saludo.

    By Anonymous Anónimo, at 2:00 p. m.  

  • Se ha perdido su ideològia, se conforma con poco y desconoce q la libertad es la piedra angular del liberalismo

    By Anonymous LuzO_, at 6:46 p. m.  

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