PAZ POR TERRITORIOS
Los últimos acontecimientos en Euskadi –sé que me he tomado un tiempo antes de retomar el tema pero, qué quieren que les diga, uno no puede evitar cierta sensación de hartazgo (sé que esto es injusto y peligroso, porque una de las claves de la estrategia nacionalista es el aburrimiento, el hastío de las posiciones contrarias, y hay un miedo muy fundado entre quienes aún defienden, cada vez más solos, vidas, libertades y haciendas, de que les abandonemos)- prueban, a mi juicio, dos cosas: la primera es que el Esdrújulo miente, y miente de forma descarada, y la segunda es que puede haberse disparado un tiro en el pie, dejándonos, de paso, a todos cojos.
Digo que miente porque creo que cualquier observador puede ya apreciar, a las claras, la absoluta falacia de que “la paz” no va a tener precio político. De hecho, a estas alturas, lo de la paz no es seguro, pero lo del precio político sí. Dije tras las elecciones de abril que nada había cambiado en Euskadi. He de desdecirme, siquiera parcialmente, aunque luego vuelva sobre el tema. Algo ha cambiado, y mucho, y es el partido socialista. Por si los hechos no bastaran, ahí tenemos a Patxi, subido en la tribuna de oradores, ofreciendo dos mesas “paralelas”, una de “paz” y otra de “autogobierno”. La fórmula es clara: paz por territorios.
O bien el señor presidente se nos va a poner geómetra y a decirnos que las rectas paralelas no se cruzan y, por tanto, no hay nexo entre ambas mesas, o bien nos toma por imbéciles. Ambas posibilidades no son excluyentes, porque el hecho de que las explicaciones de ZP y su cuadrilla ofendan a la inteligencia no significa que algunos de ellos no se las crean.
ETA tiene múltiples motivos para estar feliz. Ha conseguido un montón de cosas ya sin dar todavía ningún paso de los que tan efusivamente se le reclamaban. Es más: ni siquiera ha dejado de poner bombas, que vienen a complementar la macabrada del último comunicado, ese del “indulto parcial”.
La verdad es que ya podíamos habérnoslo planteado antes. Al fin y al cabo, ETA no mataba (no mata, ojo) por deporte, sino por destruir el marco jurídico-político español. Si estábamos dispuestos a transitar por ese camino, podíamos habernos ahorrado muchos sufrimientos. En este país a menudo incalificable, además, no digo yo que no hubiera tenido cierto eco una propuesta de pura y simple rendición –no de ETA, sino del Estado-. No hacía falta mentir, quiero decir. Al fin y al cabo, elementos dispuestos a vestir de gran triunfo la deserción los hay. Sólo había que requerir sus servicios.
Pero, amigo, no se puede hacer una tortilla, a veces, sin romper los huevos. Que estamos todos en la idea de cargarnos lo que hay, eso no lo duda nadie. Pero pretender que el mundo nacionalista le ceda las mieles de la victoria a un tipo de León es ser un poco iluso o no conocer el percal. ZP abrió las puertas del parlamento de Vitoria a las Nekanes con el indisimulado objetivo de que le pusieran la mayoría absoluta complicada al cicloturista de Llodio. Dicho y hecho. Las Nekanes, autoproclamadas testaferros de quien todos sabemos –todos, menos el Fiscal General del Estado, que sigue considerando que la demanda sería “temeraria”- hicieron lo que de ellas se esperaba, es decir concitar en torno a su novel formación política casi todo el voto de Batasuna (he ahí otra prueba evidente de lo que puede llegar a ser la espontaneidad, oye, no se cuántos mil descerebrados se ponen de acuerdo para votar todos a unas tipas que, hasta anteayer, no conocían de nada).
Pero las Nekanes, al final, como las cabras, tiran al monte. Y entre uno que se llama López y Juanjo, se quedan con Juanjo, claro. Entre otras cosas porque sólo Juanjo garantiza que subsista el entramado de intereses en el que se ha convertido la Euskadi nacionalista, que de los López nunca te puedes fiar.
Así pues, es posible que nuestro Esdrújulo consiga el primero de sus objetivos, que es cargarse el entramado constitucional y dar al País Vasco (y de paso a España) un nuevo marco jurídico-político tutelado por los de siempre. Pero el segundo, que es ser el padre de la nueva patria, me temo que no. A los de siempre de verdad –no estos advenedizos de ETA, sino los auténticos “de siempre”- no les importa tanto qué sea Euskadi (una región, un estado, una mancomunidad de municipios, una federación de batozkis...) como que esté gobernada por ellos. Y no creo que estén dispuestos a que nadie les marque la agenda. Cualquier colaboración es bienvenida, sí, pero dejando claro que, el que ayuda, ha de hacerlo desinteresadamente.
En fin, me reafirmo en lo que dije aquel día, hechos los oportunos matices. Nada nuevo bajo el sol: en Vitoria un gobierno fuera de Occidente y en Madrid uno de chicha y nabo. Esta combinación puede ser explosiva, pero en modo alguno es original, amigos.
Digo que miente porque creo que cualquier observador puede ya apreciar, a las claras, la absoluta falacia de que “la paz” no va a tener precio político. De hecho, a estas alturas, lo de la paz no es seguro, pero lo del precio político sí. Dije tras las elecciones de abril que nada había cambiado en Euskadi. He de desdecirme, siquiera parcialmente, aunque luego vuelva sobre el tema. Algo ha cambiado, y mucho, y es el partido socialista. Por si los hechos no bastaran, ahí tenemos a Patxi, subido en la tribuna de oradores, ofreciendo dos mesas “paralelas”, una de “paz” y otra de “autogobierno”. La fórmula es clara: paz por territorios.
O bien el señor presidente se nos va a poner geómetra y a decirnos que las rectas paralelas no se cruzan y, por tanto, no hay nexo entre ambas mesas, o bien nos toma por imbéciles. Ambas posibilidades no son excluyentes, porque el hecho de que las explicaciones de ZP y su cuadrilla ofendan a la inteligencia no significa que algunos de ellos no se las crean.
ETA tiene múltiples motivos para estar feliz. Ha conseguido un montón de cosas ya sin dar todavía ningún paso de los que tan efusivamente se le reclamaban. Es más: ni siquiera ha dejado de poner bombas, que vienen a complementar la macabrada del último comunicado, ese del “indulto parcial”.
La verdad es que ya podíamos habérnoslo planteado antes. Al fin y al cabo, ETA no mataba (no mata, ojo) por deporte, sino por destruir el marco jurídico-político español. Si estábamos dispuestos a transitar por ese camino, podíamos habernos ahorrado muchos sufrimientos. En este país a menudo incalificable, además, no digo yo que no hubiera tenido cierto eco una propuesta de pura y simple rendición –no de ETA, sino del Estado-. No hacía falta mentir, quiero decir. Al fin y al cabo, elementos dispuestos a vestir de gran triunfo la deserción los hay. Sólo había que requerir sus servicios.
Pero, amigo, no se puede hacer una tortilla, a veces, sin romper los huevos. Que estamos todos en la idea de cargarnos lo que hay, eso no lo duda nadie. Pero pretender que el mundo nacionalista le ceda las mieles de la victoria a un tipo de León es ser un poco iluso o no conocer el percal. ZP abrió las puertas del parlamento de Vitoria a las Nekanes con el indisimulado objetivo de que le pusieran la mayoría absoluta complicada al cicloturista de Llodio. Dicho y hecho. Las Nekanes, autoproclamadas testaferros de quien todos sabemos –todos, menos el Fiscal General del Estado, que sigue considerando que la demanda sería “temeraria”- hicieron lo que de ellas se esperaba, es decir concitar en torno a su novel formación política casi todo el voto de Batasuna (he ahí otra prueba evidente de lo que puede llegar a ser la espontaneidad, oye, no se cuántos mil descerebrados se ponen de acuerdo para votar todos a unas tipas que, hasta anteayer, no conocían de nada).
Pero las Nekanes, al final, como las cabras, tiran al monte. Y entre uno que se llama López y Juanjo, se quedan con Juanjo, claro. Entre otras cosas porque sólo Juanjo garantiza que subsista el entramado de intereses en el que se ha convertido la Euskadi nacionalista, que de los López nunca te puedes fiar.
Así pues, es posible que nuestro Esdrújulo consiga el primero de sus objetivos, que es cargarse el entramado constitucional y dar al País Vasco (y de paso a España) un nuevo marco jurídico-político tutelado por los de siempre. Pero el segundo, que es ser el padre de la nueva patria, me temo que no. A los de siempre de verdad –no estos advenedizos de ETA, sino los auténticos “de siempre”- no les importa tanto qué sea Euskadi (una región, un estado, una mancomunidad de municipios, una federación de batozkis...) como que esté gobernada por ellos. Y no creo que estén dispuestos a que nadie les marque la agenda. Cualquier colaboración es bienvenida, sí, pero dejando claro que, el que ayuda, ha de hacerlo desinteresadamente.
En fin, me reafirmo en lo que dije aquel día, hechos los oportunos matices. Nada nuevo bajo el sol: en Vitoria un gobierno fuera de Occidente y en Madrid uno de chicha y nabo. Esta combinación puede ser explosiva, pero en modo alguno es original, amigos.
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