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lunes, junio 20, 2005

PRIMERAS REFLEXIONES POST-19J

El recuento de votos de los gallegos de ayer por la noche ha sido insuficiente para dirimir la contienda en última instancia. Habrá que esperar, pues, al escrutinio de esa “quinta provincia” que forman aún todos esos gallegos de ultramar –tantos que, según es conocido, lo de “gallego” devino antonomasia y, allende el Atlántico, designa a cualquier oriundo de esta España de nuestros pecados-. Es técnicamente posible, desde luego, pero parece poco probable que el PP obtenga los votos necesarios para hacer bailar el último escaño, creo que por Pontevedra. Es verdad que el censo emigrante le ha sido tradicionalmente muy favorable a Fraga, pero no es menos cierto que, según dicen por ahí, la diferencia necesaria es también mucha.

Hay en las huestes peperas el natural disgusto viendo que el gran esfuerzo realizado –el milagro que se obra, una vez más, en nuestras comunidades autónomas elección tras elección, y que permite a líderes normalmente agotados repetir una y otra vez- les deja a las puertas de la mayoría absoluta y que no basta alcanzar un porcentaje muy alto de voto popular para gobernar. Hay, claro, quejas acerca del sistema. Qué le vamos a hacer, así son las cosas.

Que es oportuno replantearse el funcionamiento del sistema electoral español es algo que poca gente duda, al menos entre quienes apoyan a los partidos mayoritarios. Ahora bien, es verdad que esos partidos mayoritarios, ambos, han tenido sobrado tiempo y ocasiones para acometer una reforma. Si no lo han hecho, ha sido porque no han querido. No han querido, seguro, porque cuando han estado en condiciones de promover el cambio ha sido, vaya por Dios, porque la coyuntura les ha favorecido –mal momento- o porque disfrutaban de una mayoría holgada, que parece hacer disminuir de talla los problemas –al fin y al cabo, un sistema que da mayoría a mi partido, ha de ser intrínsecamente virtuoso, ¿o no?-. Pero tampoco han querido, seguramente, porque siguen vivos entre nosotros los ecos de la santa transición, que aconsejaba dar representación a todos los intereses. Cabría decir que a todos los intereses “relevantes” porque está claro que nuestro sistema dista mucho de la proporcionalidad perfecta y, por tanto, no es cierto que no se haya querido preterir a nadie; más bien se escogió con cuidado a quién no se quiso preterir y a quien sí. Así, el sistema que lleva a la Chunta Aragonesista –dicho sea con todo respeto- a las mieles del escaño, a condición de que no rebase los límites de su distrito, haría imposible, por ejemplo, el surgimiento de un partido liberal de ámbito nacional.

Vaya por delante que la reforma, en caso de que se desee, no es fácil, y requiere, es verdad, un nivel de reflexión y cautela inasequibles en estos momentos. Hemos de preguntarnos seriamente qué estamos eligiendo porque la respuesta ortodoxa, es decir que estamos eligiendo el Parlamento, no se compadece con la impresión del elector, que tiene la idea de estar eligiendo a quien desea que gobierne –porque, sí, nuestro sistema es parlamentario, pero no es menos cierto que la preeminencia del Ejecutivo es tan abrumadora que su proyección eclipsa a la de todos los demás órganos del Estado-. Y es no ya posible, sino muy probable que no baste con tocar algunos elementos de la ley electoral, habría que modificar ciertos preceptos constitucionalizados.

Hay que recordar, en fin, que el sistema electoral y la estructura del legislativo están unidos indisociablemente al resto del orden constitucional. No es una mera cuestión técnica, sino que pretende reflejar una visión sobre cómo deben ser las cosas. Esta sola reflexión sería bastante para sugerir que la cuestión se eluda hasta que dispongamos de un Presidente del Gobierno que sepa lo que es una nación o, al menos, lo que al respecto dice la Constitución Española.

En clave más coyuntural, sigo pensando que el Partido Socialista está inmerso en una dinámica perversa que, probablemente, le conduzca a una crisis interna. No, no voy a criticar que el PSOE busque alianzas con quien buenamente pueda para hacerse con gobiernos y alcaldías allí donde le sea posible –aunque es cierto que se esperaría de un partido con vocación de ser una de las dos patas que sujetan el edificio del Estado que escogiera un poquito sus parejas de baile-. Lo que critico es que, a mi entender, al obrar así la actual dirigencia no está haciendo de la necesidad virtud, sino que se encuentra muy cómoda.

Entiéndaseme bien, no critico al señor ZP por ser oportunista sino, precisamente, por no serlo. Creo, sinceramente, que el Presidente del Gobierno –y, me imagino, la mayoría de sus colaboradores aunque, esto es seguro, no todos- concibe la dichosa “mayoría social” como un todo homogéneo. Cree, pues, que el simple hecho de oponerse a la propuesta alternativa del Partido Popular es ya base suficiente para construir sobre ella una España “diferente”.

He dicho en otras ocasiones que el constitucionalismo, en España, ya no existe, porque el Partido Socialista ha dejado de ser un partido constitucional (“constitucionalismo” es sinónimo de PP, si se prefiere). Los acontecimientos van corroborando esa impresión. Si, finalmente, PSdeG y BNG obtienen mayoría en Galicia vamos a asistir a lo que la dirigencia socialista concibe no como una solución de compromiso, sino como algo natural y deseable. Un paso más en la construcción de la “España nueva” en la que cabe hasta Batasuna –mediando alto el fuego de su rama terrorista- pero no el PP.

Es muy triste, pero creo que cierto. El consenso del 78 ya no existe. Ha sido sustituido por un nuevo “consenso transversal” que no tiene nada de accidental. Por eso ZP no parece estar incómodo en una coyuntura que, en condiciones normales, debería serle poco agradable –al fin y al cabo, sólo tiene una mayoría minoritaria apoyada por el equivalente parlamentario de los gremlins-; es que no lo está. Está con quien quiere estar.

El talón de aquiles de ese nuevo consenso es que es un consenso hemipléjico, que condena al ostracismo a una parte muy significativa de la población cuando no, como puede suceder en Galicia, a la principal minoría, con mucha diferencia. Como recordaba ayer David Gistau, ZP cree que la clase media española es la gente que hace cola en el cine Alphaville. La “gente guapa” progre que ve películas en versión original. Esa es, sí, la clase media que a ZP le gusta y, por tanto, la única a la que atiende. Sin embargo, como recuerda Gistau, está también la otra mitad, la que él no ve ni quiere ver.

Digo todo esto porque es posible que haya quien se engañe. Habrá quien aún piense que el PSdeG va a gobernar con el BNG –salvo que el Buenos Aires querido de algunos lo sea más que nunca, querido, digo- “por necesidad”. No, solo por necesidad, no. Por necesidad, y por querencia.