NUEVAS PROPUESTAS, VIEJOS DEBATES
La penúltima ocurrencia de la muchachada de izquierdas que apoya a nuestro Esdrújulo ha sido requerir de este que implante una “renta mínima de ciudadanía”. Al parecer, con menos alcance, ciertamente, el programa del Esdrújulo ya recogía alguna idea similar, la de una renta para que todo el mundo pueda llevar adelante su “proyecto vital” (inciso: he ahí un ejemplo del insoportable nivel de cursilería que es santo y seña del zapaterismo; desde que tenemos presidente con “talante” , “los españoles y españolas” –la ciudadanía- no vivimos, sino que tenemos “proyectos vitales” - y he aquí un sólido motivo por el que jamás, nadie debería votar a ZP: por cursi). En el proyecto de ERC e IU –atentos al pedigrí intelectual de la idea- cada españolito o españolita (la ciudadanía – empléese así, porque si se dice “los ciudadanos” tampoco vale), por el mero hecho de serlo, sin relación con ninguna necesidad particular, recibiría un dinerillo al mes.
Creo que la cifra propuesta ronda los 300 euros. No es mucho, es cierto, pero si se multiplica por el número de potenciales perceptores salen unas cifras de auténtico vértigo.
Los economistas serios han puesto el grito en el cielo, como era de esperar. Si los mecanismos del estado de bienestar son ya suficientemente desincentivadores del trabajo, ¿qué decir de una renta absolutamente desconectada de todo fundamento? Al parecer, el único sitio del mundo donde se aplica algo parecido es Alaska, pero creo que allí lo que hacen es, más bien, distribuir las regalías del petróleo, y es que hay sitios donde uno nace propietario de bienes de alto valor, proindiviso, pero no es el caso común.
Alguien ha comparado no hace mucho con el impuesto negativo de la renta de Friedman –posiblemente, el único mecanismo redistributivo no demasiado dañino de la libertad individual (sobre todo de la del perceptor) que, hasta la fecha, se ha inventado-. Poco tienen que ver una cosa con la otra. El impuesto negativo, evidentemente, no es independiente de la situación económica del potencial perceptor, y es sustitutivo de un buen montón de políticas “sociales” (porque entrega los recursos al tiempo que continúa manteniendo la capacidad de elección en quien los recibe). El tema que nos ocupa merece, a mi juicio, un lugar en el museo de las extravagancias, junto a la famosa “tasa Tobin” –dicho sea con todos los respetos- que, parece ser, pierde fuelle ahora que la tribu progre tiene otros gurús y otras genialidades que promover (y es que, en materia económica, son como la iglesia de la cienciología).
Téngase presente que el hecho de que la propuesta sea un disparate no la convierte en un problema menor. Más bien, todo lo contrario, casi seguro que a ZP le parece de lo más interesante –más que nada porque suena bien y parece fácil-, así que preparémonos.
Lo que sí tiene interés es que esta extravagancia reaviva un debate que estaba en suspenso pero, por lo que se ve, no resuelto. El debate sobre la naturaleza de la libertad. En efecto, esta idea trae de nuevo a la palestra la ya vieja noción de “libertad real”, ese leitmotiv de la izquierda que ha justificado no ya la hipertrofia del estado sino, directamente, los regímenes totalitarios –recordemos que ningún comunista de pro definiría el régimen comunista como una dictadura opresiva y criminal sino, al contrario, como el único medio social en el que se disfruta de libertad “real” de una manera igualitaria y justa, donde todo el mundo es igualmente “libre” (y, bien pensado, es verdad, en Corea del Norte son todos igual de libres)-.
Isaiah Berlin, entre otros, ya se ocupó de este viejo razonamiento falaz por la que la verdadera libertad era la “libertad positiva”, es decir, la “capacidad de hacer lo que me plazca”, aunque sea a costa de otro. Se justificaría, así, la violación sistemática del derecho de propiedad de la gente, a fin de conseguir que todo el mundo gozara de un grado suficiente de esa “libertad positiva”. Es evidente que ese concepto de la libertad termina por ser completamente liberticida y, si alguna vez tuvo alguna mínima apariencia de solidez, hora es ya de entenderlo superado.
La solidaridad con los semejantes es algo que puede justificarse racionalmente por múltiples razones, sin apelar, por supuesto, ni a sentimientos ni a creencias de tipo privado – que podrían, claro, justificarla también. Pero no hay manera de justificar una transferencia de recursos realizada, simplemente, porque sí. El mero hecho de existir no es título para que otros deban desprenderse de parte del producto de su trabajo para entregárnoslo (conviene recordar que cuando nuestros izquierdosos hablan de que “el Estado” pague una renta, quieren decir que la pague aquella capa de ciudadanos que paga impuestos, ojo).
La libertad no consiste en que todos los posibles cursos de acción nos sean dados –lo cual es, además, imposible, por cuanto nadie puede hacer en todo momento exactamente lo que le dé la gana, por muchos medios que tenga, aunque solo sea porque existen los demás- sino en que ninguno de los que tenemos abiertos nos sea vedado sin causa justa para ello.
Lo contrario produce monstruos.
Creo que la cifra propuesta ronda los 300 euros. No es mucho, es cierto, pero si se multiplica por el número de potenciales perceptores salen unas cifras de auténtico vértigo.
Los economistas serios han puesto el grito en el cielo, como era de esperar. Si los mecanismos del estado de bienestar son ya suficientemente desincentivadores del trabajo, ¿qué decir de una renta absolutamente desconectada de todo fundamento? Al parecer, el único sitio del mundo donde se aplica algo parecido es Alaska, pero creo que allí lo que hacen es, más bien, distribuir las regalías del petróleo, y es que hay sitios donde uno nace propietario de bienes de alto valor, proindiviso, pero no es el caso común.
Alguien ha comparado no hace mucho con el impuesto negativo de la renta de Friedman –posiblemente, el único mecanismo redistributivo no demasiado dañino de la libertad individual (sobre todo de la del perceptor) que, hasta la fecha, se ha inventado-. Poco tienen que ver una cosa con la otra. El impuesto negativo, evidentemente, no es independiente de la situación económica del potencial perceptor, y es sustitutivo de un buen montón de políticas “sociales” (porque entrega los recursos al tiempo que continúa manteniendo la capacidad de elección en quien los recibe). El tema que nos ocupa merece, a mi juicio, un lugar en el museo de las extravagancias, junto a la famosa “tasa Tobin” –dicho sea con todos los respetos- que, parece ser, pierde fuelle ahora que la tribu progre tiene otros gurús y otras genialidades que promover (y es que, en materia económica, son como la iglesia de la cienciología).
Téngase presente que el hecho de que la propuesta sea un disparate no la convierte en un problema menor. Más bien, todo lo contrario, casi seguro que a ZP le parece de lo más interesante –más que nada porque suena bien y parece fácil-, así que preparémonos.
Lo que sí tiene interés es que esta extravagancia reaviva un debate que estaba en suspenso pero, por lo que se ve, no resuelto. El debate sobre la naturaleza de la libertad. En efecto, esta idea trae de nuevo a la palestra la ya vieja noción de “libertad real”, ese leitmotiv de la izquierda que ha justificado no ya la hipertrofia del estado sino, directamente, los regímenes totalitarios –recordemos que ningún comunista de pro definiría el régimen comunista como una dictadura opresiva y criminal sino, al contrario, como el único medio social en el que se disfruta de libertad “real” de una manera igualitaria y justa, donde todo el mundo es igualmente “libre” (y, bien pensado, es verdad, en Corea del Norte son todos igual de libres)-.
Isaiah Berlin, entre otros, ya se ocupó de este viejo razonamiento falaz por la que la verdadera libertad era la “libertad positiva”, es decir, la “capacidad de hacer lo que me plazca”, aunque sea a costa de otro. Se justificaría, así, la violación sistemática del derecho de propiedad de la gente, a fin de conseguir que todo el mundo gozara de un grado suficiente de esa “libertad positiva”. Es evidente que ese concepto de la libertad termina por ser completamente liberticida y, si alguna vez tuvo alguna mínima apariencia de solidez, hora es ya de entenderlo superado.
La solidaridad con los semejantes es algo que puede justificarse racionalmente por múltiples razones, sin apelar, por supuesto, ni a sentimientos ni a creencias de tipo privado – que podrían, claro, justificarla también. Pero no hay manera de justificar una transferencia de recursos realizada, simplemente, porque sí. El mero hecho de existir no es título para que otros deban desprenderse de parte del producto de su trabajo para entregárnoslo (conviene recordar que cuando nuestros izquierdosos hablan de que “el Estado” pague una renta, quieren decir que la pague aquella capa de ciudadanos que paga impuestos, ojo).
La libertad no consiste en que todos los posibles cursos de acción nos sean dados –lo cual es, además, imposible, por cuanto nadie puede hacer en todo momento exactamente lo que le dé la gana, por muchos medios que tenga, aunque solo sea porque existen los demás- sino en que ninguno de los que tenemos abiertos nos sea vedado sin causa justa para ello.
Lo contrario produce monstruos.
1 Comments:
Una alternativa mejor es que se "junten" todos los 300 Euros y se repartan 1.000.000 a 100.000 ciudadanos
By Anónimo, at 6:48 p. m.
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