UNA BUENA CAUSA
Abandono, por un día, la temática habitual de esta bitácora para hacerme eco de una entrevista publicada hoy en el diario ABC con el presidente de una fundación independiente, dedicada a un empeño que siempre me ha parecido de gran importancia: la normalización de los horarios españoles.
Mucha gente pensará que esto es una idiotez, y el propio entrevistado reconoce que, cuando empezó su tarea hace algún tiempo, el personal se reía de la quijotada – aunque ya no se ríen tanto, que conste. Es verdad, también, que siendo, como somos, animales de costumbres, pocas cosas hay más complicadas que intentar cambiar nuestros hábitos más arraigados. Pero no deja de ser curioso que estando, como estamos, siempre obsesionados por parecernos a los europeos tanto en cosas sensatas como en cosas insensatas, nos acantonemos al mismo tiempo en prácticas que nos convierten en una rara avis y que, además, no tienen justificación racional alguna.
Un servidor, como mucha otra gente, creía, contra toda evidencia, que nuestros extraños hábitos en materia de horarios de comidas y de sueño traían causa de nuestra herencia de dominación musulmana –la verdad, podía haber caído en la cuenta de que los portugueses, con parecido trasfondo, comen a la hora de la gente civilizada- u otra cosa por el estilo. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que estos hábitos no sólo eran extraños en el campo, sino que, en las ciudades, sólo datan de los años 30 del siglo XX. Desconozco el motivo que llevó a desplazar los horarios en ciudades como Madrid, muy homologables a los del resto de Europa hasta entonces (para hacernos una idea, almuerzo entre las 12 y la 1.30, aunque la cena fuera más flexible), pero imagino que algo tendrá que ver con la implantación de las “jornadas continuas”, de 8 a 3, características de nuestra administración pública y, de nuevo, rarísimas en el resto del mundo.
Así pues, estamos ante algo que cabe calificar de novedoso y, esperemos, tan mudable como lo fue en su día. No se justifica en la historia, ni en el clima ni en ninguna otra mandanga al uso.
No conviene minusvalorar la importancia del asunto –que, como todas las pequeñas cosas, tiene una influencia determinante en nuestras vidas-. Estos horarios, combinados con prácticas un tanto raras como la cultura de las horas extraordinarias (que encubre, me temo, una horrorosa carencia de productividad real) terminan transformándose en una falta de sueño –porque el día dura 24 horas en Madrid, Barcelona (afortunadamente, en España, la fijación de la hora oficial es competencia exclusiva del estado) o Estocolmo- que tiene efectos muy perniciosos sobre cosas tan relevantes como la seguridad del tráfico o, desde luego, el rendimiento laboral. El “Spanish way of life” es un mito para turistas. La vida española puede llegar a ser bastante más estresante que la de otros lugares.
Resulta bastante poco agradable que las revistas para ejecutivos sigan previniendo a sus lectores sobre la exoticidad de las costumbres españolas, como si ir a una reunión de negocios en Bilbao o Málaga fuese como ir a Nairobi –más aún, no creo que hagan falta especiales prevenciones para ir a Nairobi, como no son necesarias para ir a Berlín o a Oporto-. No es, desde luego, el calor o cosa por el estilo, porque calor también hace en Grecia, en Italia o en Portugal. El visitante de negocios deberá saber que los desayunos de trabajo son algo prácticamente desconocido –de hecho, tendrá que tener en cuenta que sus colegas españoles apenas desayunan, sino que se arrastran a lo largo de la mañana con medias comidas-. Sin embargo, es probable que, en torno a las dos y media o las tres, sus anfitriones pretendan llevarle a un restaurante, durante un par de horas, para una interminable comida. Naturalmente, será inútil que intente ponerse al habla con su interlocutor durante esas horas, desde su lugar de origen.
Paradójicamente, cuando el directivo inglés, alemán, sueco, etc, esté ocupado en las últimas transacciones del día, su colega español se estará sentando, de nuevo, en su oficina para estar hasta las ocho o las nueve... es decir, para completar el mismo número de horas (o algunas más). Ridículo.
Y, eso sí, la auténtica prueba de fuego puede venir si los anfitriones españoles pretenden invitar a su huésped a cenar. Será prueba de fuego, digo, porque querrán que el huésped ingiera una cena pantagruélica a horas a las que, normalmente, está en la cama. Mientras se cantan, eso sí, las excelencias de la vida española, lo divertido que es vivir aquí y la mierda de vida que llevan otros, con lluvia continuada, sin tortilla de patatas, sin paella, sin reírse... (conste que no tengo nada en contra de lo de reírse, y mucho menos de la tortilla y la paella; sólo me pregunto por qué no puede disfrutarse de las excelencias de nuestra tierra a horas normales, igual que tampoco sé por qué tenemos que seguir potenciando una fama que ya no nos cuadra, porque ni somos tan caóticos, ni tan impuntuales ni tan viva la virgen como, a veces, parecemos empeñarnos en querer hacer ver).
Hay quien dice que la incorporación de las mujeres al mundo laboral corregirá esta locura, por la necesidad de conciliar vida laboral y vida familiar. Ojalá sea cierto pero, más bien, la tendencia parece la contraria. Se pretende resolver el asunto por la vía del aparcamiento de niños.
Desde aquí, mi más firme apoyo a los quijotes –figura, esta sí, muy española y de la que un servidor se siente más que orgulloso- que han empezado su particular cruzada por la racionalidad. Ya se sabe que Jovellanos les mira con pena desde su retrato en el Prado. Y es que los españoles somos gente rara. Ignoramos nuestras virtudes, que son muchas, pero estamos dispuestos siempre a sostenella y no enmendalla cuando de nuestras excentricidades se trata.
Mucha gente pensará que esto es una idiotez, y el propio entrevistado reconoce que, cuando empezó su tarea hace algún tiempo, el personal se reía de la quijotada – aunque ya no se ríen tanto, que conste. Es verdad, también, que siendo, como somos, animales de costumbres, pocas cosas hay más complicadas que intentar cambiar nuestros hábitos más arraigados. Pero no deja de ser curioso que estando, como estamos, siempre obsesionados por parecernos a los europeos tanto en cosas sensatas como en cosas insensatas, nos acantonemos al mismo tiempo en prácticas que nos convierten en una rara avis y que, además, no tienen justificación racional alguna.
Un servidor, como mucha otra gente, creía, contra toda evidencia, que nuestros extraños hábitos en materia de horarios de comidas y de sueño traían causa de nuestra herencia de dominación musulmana –la verdad, podía haber caído en la cuenta de que los portugueses, con parecido trasfondo, comen a la hora de la gente civilizada- u otra cosa por el estilo. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que estos hábitos no sólo eran extraños en el campo, sino que, en las ciudades, sólo datan de los años 30 del siglo XX. Desconozco el motivo que llevó a desplazar los horarios en ciudades como Madrid, muy homologables a los del resto de Europa hasta entonces (para hacernos una idea, almuerzo entre las 12 y la 1.30, aunque la cena fuera más flexible), pero imagino que algo tendrá que ver con la implantación de las “jornadas continuas”, de 8 a 3, características de nuestra administración pública y, de nuevo, rarísimas en el resto del mundo.
Así pues, estamos ante algo que cabe calificar de novedoso y, esperemos, tan mudable como lo fue en su día. No se justifica en la historia, ni en el clima ni en ninguna otra mandanga al uso.
No conviene minusvalorar la importancia del asunto –que, como todas las pequeñas cosas, tiene una influencia determinante en nuestras vidas-. Estos horarios, combinados con prácticas un tanto raras como la cultura de las horas extraordinarias (que encubre, me temo, una horrorosa carencia de productividad real) terminan transformándose en una falta de sueño –porque el día dura 24 horas en Madrid, Barcelona (afortunadamente, en España, la fijación de la hora oficial es competencia exclusiva del estado) o Estocolmo- que tiene efectos muy perniciosos sobre cosas tan relevantes como la seguridad del tráfico o, desde luego, el rendimiento laboral. El “Spanish way of life” es un mito para turistas. La vida española puede llegar a ser bastante más estresante que la de otros lugares.
Resulta bastante poco agradable que las revistas para ejecutivos sigan previniendo a sus lectores sobre la exoticidad de las costumbres españolas, como si ir a una reunión de negocios en Bilbao o Málaga fuese como ir a Nairobi –más aún, no creo que hagan falta especiales prevenciones para ir a Nairobi, como no son necesarias para ir a Berlín o a Oporto-. No es, desde luego, el calor o cosa por el estilo, porque calor también hace en Grecia, en Italia o en Portugal. El visitante de negocios deberá saber que los desayunos de trabajo son algo prácticamente desconocido –de hecho, tendrá que tener en cuenta que sus colegas españoles apenas desayunan, sino que se arrastran a lo largo de la mañana con medias comidas-. Sin embargo, es probable que, en torno a las dos y media o las tres, sus anfitriones pretendan llevarle a un restaurante, durante un par de horas, para una interminable comida. Naturalmente, será inútil que intente ponerse al habla con su interlocutor durante esas horas, desde su lugar de origen.
Paradójicamente, cuando el directivo inglés, alemán, sueco, etc, esté ocupado en las últimas transacciones del día, su colega español se estará sentando, de nuevo, en su oficina para estar hasta las ocho o las nueve... es decir, para completar el mismo número de horas (o algunas más). Ridículo.
Y, eso sí, la auténtica prueba de fuego puede venir si los anfitriones españoles pretenden invitar a su huésped a cenar. Será prueba de fuego, digo, porque querrán que el huésped ingiera una cena pantagruélica a horas a las que, normalmente, está en la cama. Mientras se cantan, eso sí, las excelencias de la vida española, lo divertido que es vivir aquí y la mierda de vida que llevan otros, con lluvia continuada, sin tortilla de patatas, sin paella, sin reírse... (conste que no tengo nada en contra de lo de reírse, y mucho menos de la tortilla y la paella; sólo me pregunto por qué no puede disfrutarse de las excelencias de nuestra tierra a horas normales, igual que tampoco sé por qué tenemos que seguir potenciando una fama que ya no nos cuadra, porque ni somos tan caóticos, ni tan impuntuales ni tan viva la virgen como, a veces, parecemos empeñarnos en querer hacer ver).
Hay quien dice que la incorporación de las mujeres al mundo laboral corregirá esta locura, por la necesidad de conciliar vida laboral y vida familiar. Ojalá sea cierto pero, más bien, la tendencia parece la contraria. Se pretende resolver el asunto por la vía del aparcamiento de niños.
Desde aquí, mi más firme apoyo a los quijotes –figura, esta sí, muy española y de la que un servidor se siente más que orgulloso- que han empezado su particular cruzada por la racionalidad. Ya se sabe que Jovellanos les mira con pena desde su retrato en el Prado. Y es que los españoles somos gente rara. Ignoramos nuestras virtudes, que son muchas, pero estamos dispuestos siempre a sostenella y no enmendalla cuando de nuestras excentricidades se trata.
3 Comments:
Distinguido FMH: Mi felicitación por tan sereno y preciso análisis.
Siempre he considerado que el horario laboral y de las comidas que se cumplen en otros países eran los más apropiados para sobrellevar el quehacer diario. Una vez que exponía mis reflexiones en España, solía recibir críticas tales como que nuestra magnificiencia culinaría se podría ver afectada. Sin embargo, no alcanzo a comprender que tiene que ver una cosa con la otra. Por ejemplo, el desayuno debería de consistir en algo sólido, y no por ello extraño a nuestras tradiciones y a nuestras ollas. Nutrirse por la mañana no significa comer porquerías. Cierto es que, en algunos países, por ejemplo Holanda, país que visito con cierta frecuencia, se come muy mal, pero la discusión es por una cuestión de horarios no de paladar.
Poco a poco, estos comentarios ayudarán a cambiar los hábitos. Reitero mi felicitación.
Su bitácora suele ser incisiva. Me divierte leerle porque me ayuda a pensar. Gracias. Gonzalo.
By Anónimo, at 7:16 p. m.
Amigo Gonzalo:
Gracias por los inmerecidos elogios. Nada más agradable que oír que lo que uno escribe ayuda a alguien a pensar.
Respecto al tema del post. Tiene Ud. toda la razón en que nada tiene que ver la calidad de nuestra cocina con la cuestión de los horarios. Nuestra cocina seguirá siendo excelente y maravillosa, aunque cenemos a las ocho.
Por otra parte, el tema de los horarios, muy relacionado con las costumbres alimentarias, es verdad, es más amplio. Hay que tomárselo muy en serio e intentar crear opinión en la medida de lo posible.
Me extraña que quienes tanto se llenan la boca con la conciliación de la vida laboral y la personal -cuyas soluciones siempre suelen depender del contribuyente- no reparen en este sencillo e importante asunto.
Un cordial saludo
By FMH, at 10:51 a. m.
Distinguido FMH:
Al hilo de su contestación, hago incapie en su última observación. La política no es ni más ni menos que la atención de las cuestiones públicas. Sin embargo, en este país, sólo se entiende por política los comportamientos que combaten o ayudan al poder, y si una materia concreta no puede revestirse de la ideología de turno, no es atendida, aunque nos afecte a todos. La materia de los horarios es de sumo interés. Afecta a la economía, a la nutrición y a la armonización de la vida cotidiana, pero dudo mucho que quien ostenta la función pública, tanto en el gobierno como en la oposición, se preocupe por una materia que, para poderla obordar, sólo se requiere sentido común y reflexión. Somos una sociedad demasiado sectaria. Por ejemplo, y sólo es un ejemplo, llamamos alta política a las salidas de tono de Carod Rovira y su repercusión en el ánimo de sus socios, y considerarmos de orden menor la armonización de los horarios.
Un cordial saludo. Gonzalo.
By Anónimo, at 4:13 p. m.
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