GALICIA: SUSTO O MUERTE
Hay que reconocer que el día 19 los gallegos no lo tienen fácil. Si es cierto, como algunas veces se ha dicho, que son el pueblo más inteligente de la península, no cabe duda de que son quienes mejor sabrán resolver el rompecabezas que se les propone. Pero tiene tela, la cosa.
De una parte, la muy poco deseable alternativa de don Manuel. No se trata, desde luego, de apoyar esta paidocracia estúpida que nos embarga por la cual una persona, llegados los sesenta años, se convierte en candidato necesario a la prejubilación y por la que cierta experiencia de vida y oficio parecen tiznar más que cualificar. Fraga no me parece mal candidato porque esté ya en plena senectud –aunque es cierto que caben más que serias dudas sobre su capacidad física para aguantar el baqueteo de otra legislatura-, sino porque lleva ya demasiados mandatos.
La experiencia ha demostrado que, cuanto más “cercana al ciudadano” está la administración de turno, menores niveles de alternancia se producen (he aquí otra clara prueba de lo falaz que puede llegar a ser lo del “mejor cuanto más autogobierno”). Salvo el caso del señor Cuevas al frente de la CEOE y de unas cuantas docenas de alcaldes, los decanos de los altos cargos en España son presidentes de comunidades autónomas. Muchas sólo han conocido uno o dos, todo lo más, descontando aquellos que estuvieron al frente de los órganos preautonómicos.
Es verdad que el proyecto político de un partido puede abarcar mucho más de veinte años y que ello podría llegar a justificar que, una y otra vez, ese partido se vea favorecido por las urnas. Pero, al menos, se debe exigir una mínima circulación de las elites.
El hecho de que Fraga vuelva a presentarse denota, ciertamente, tensiones en el PP gallego, en el que hablar de sucesión parece ser la señal para el sálvese quien pueda, y también falta de capacidad en la dirección nacional –la misma que parece atenazar a esta dirección a la hora de acometer con firmeza un proyecto de oposición ilusionante que aproveche la inepcia del peor gobierno de la democracia para proponer una alternativa- para imponer, si es necesario, ese cambio. Creo que en el entorno de Rajoy hay excelentes candidatos de la tierra, Ana Pastor, sin ir más lejos, a la que sólo habría que garantizarle, claro, que no iba a ser acuchillada tan pronto rebasara el puerto del Padornelo.
Pero, claro, la alternancia se facilita mucho cuando hay enfrente un destino posible. Y hoy por hoy no lo hay. Ciertamente, los gallegos decidirán, pero no parece en exceso atractiva la idea de convertirse en la tercera pata de esta especie de coalición de descerebrados en la que parece estar convirtiéndose el club de las comunidades históricas (excluyo a Andalucía, no por no histórica –Dios me libre-, sino porque no hay plena constancia de que hayan perdido la chaveta, todavía). Nuestra querida Cataluña, que ya ha hecho del esperpento su primera industria nacional tiene de ello suficiente para consumo interno y para exportar, por lo que no es necesario que ninguna otra comunidad se dedique a producirlo localmente.
A estas alturas, resulta obvio que el Partido Socialista da por hecho que “ganar”, que “el cambio”, es sinónimo de no perder por goleada y, por tanto, tener opción de desalojar al PP del poder, pactando con quien haga falta. Lo preocupante no es tanto que esto se produzca, lo que podría atribuirse a un estado de necesidad sino, más bien, que esto es el nuevo modelo teórico. Mientras que otros entornos del Partido Socialista entienden esto como una situación que debe superarse, para el zapaterismo es el estado natural. Así debe entenderse, por ejemplo, la “perspectiva de cambio” en la Comunidad de Madrid, si es que la hay.
En estas condiciones, en Galicia se reproduciría el curioso fenómeno que vivimos a nivel nacional por el que no es tan exacto que España sea un país gobernado por el PSOE como que es un país no gobernado por el PP. El espectro político se ordena, pues, en dos grandes áreas, que son el PP y el no PP (aplicación de aquel eslogan que ya he comentado alguna vez y que, en su día, me pareció profundamente imbécil “ser de izquierdas es no ser de derechas” – no caí yo en que la frasecita contenía toda una filosofía política).
La pregunta, pues, pasa a ser si el hastío del PP, o es hastío de Fraga, para ser más precisos, justifica cualquier clase de aventurerismo. Justifica una doble ración de esperpento.
Lo dicho. Difícil, muy difícil.
De una parte, la muy poco deseable alternativa de don Manuel. No se trata, desde luego, de apoyar esta paidocracia estúpida que nos embarga por la cual una persona, llegados los sesenta años, se convierte en candidato necesario a la prejubilación y por la que cierta experiencia de vida y oficio parecen tiznar más que cualificar. Fraga no me parece mal candidato porque esté ya en plena senectud –aunque es cierto que caben más que serias dudas sobre su capacidad física para aguantar el baqueteo de otra legislatura-, sino porque lleva ya demasiados mandatos.
La experiencia ha demostrado que, cuanto más “cercana al ciudadano” está la administración de turno, menores niveles de alternancia se producen (he aquí otra clara prueba de lo falaz que puede llegar a ser lo del “mejor cuanto más autogobierno”). Salvo el caso del señor Cuevas al frente de la CEOE y de unas cuantas docenas de alcaldes, los decanos de los altos cargos en España son presidentes de comunidades autónomas. Muchas sólo han conocido uno o dos, todo lo más, descontando aquellos que estuvieron al frente de los órganos preautonómicos.
Es verdad que el proyecto político de un partido puede abarcar mucho más de veinte años y que ello podría llegar a justificar que, una y otra vez, ese partido se vea favorecido por las urnas. Pero, al menos, se debe exigir una mínima circulación de las elites.
El hecho de que Fraga vuelva a presentarse denota, ciertamente, tensiones en el PP gallego, en el que hablar de sucesión parece ser la señal para el sálvese quien pueda, y también falta de capacidad en la dirección nacional –la misma que parece atenazar a esta dirección a la hora de acometer con firmeza un proyecto de oposición ilusionante que aproveche la inepcia del peor gobierno de la democracia para proponer una alternativa- para imponer, si es necesario, ese cambio. Creo que en el entorno de Rajoy hay excelentes candidatos de la tierra, Ana Pastor, sin ir más lejos, a la que sólo habría que garantizarle, claro, que no iba a ser acuchillada tan pronto rebasara el puerto del Padornelo.
Pero, claro, la alternancia se facilita mucho cuando hay enfrente un destino posible. Y hoy por hoy no lo hay. Ciertamente, los gallegos decidirán, pero no parece en exceso atractiva la idea de convertirse en la tercera pata de esta especie de coalición de descerebrados en la que parece estar convirtiéndose el club de las comunidades históricas (excluyo a Andalucía, no por no histórica –Dios me libre-, sino porque no hay plena constancia de que hayan perdido la chaveta, todavía). Nuestra querida Cataluña, que ya ha hecho del esperpento su primera industria nacional tiene de ello suficiente para consumo interno y para exportar, por lo que no es necesario que ninguna otra comunidad se dedique a producirlo localmente.
A estas alturas, resulta obvio que el Partido Socialista da por hecho que “ganar”, que “el cambio”, es sinónimo de no perder por goleada y, por tanto, tener opción de desalojar al PP del poder, pactando con quien haga falta. Lo preocupante no es tanto que esto se produzca, lo que podría atribuirse a un estado de necesidad sino, más bien, que esto es el nuevo modelo teórico. Mientras que otros entornos del Partido Socialista entienden esto como una situación que debe superarse, para el zapaterismo es el estado natural. Así debe entenderse, por ejemplo, la “perspectiva de cambio” en la Comunidad de Madrid, si es que la hay.
En estas condiciones, en Galicia se reproduciría el curioso fenómeno que vivimos a nivel nacional por el que no es tan exacto que España sea un país gobernado por el PSOE como que es un país no gobernado por el PP. El espectro político se ordena, pues, en dos grandes áreas, que son el PP y el no PP (aplicación de aquel eslogan que ya he comentado alguna vez y que, en su día, me pareció profundamente imbécil “ser de izquierdas es no ser de derechas” – no caí yo en que la frasecita contenía toda una filosofía política).
La pregunta, pues, pasa a ser si el hastío del PP, o es hastío de Fraga, para ser más precisos, justifica cualquier clase de aventurerismo. Justifica una doble ración de esperpento.
Lo dicho. Difícil, muy difícil.
2 Comments:
A Madrid más le combiene que gane el PP en Galiza que el PSOE. La derrota de Fraga sería lo mejor que le ha ocurrido a este país desde los movientos regionalistas y galleguistas de finales del XIX, por que aportaron riqueza al pueblo y Galiza lo vió refeljado en sus baremos socio-económicos. Al PP más le vale dejar el poder cuanto antes en Galicia: "Chupar lo que podais ahora, que tardareís mucho en volver hacerlo".
Todas las necedades, imbecilidades de la cantidad de catetos que llevaron las riendas de este país durante la democracia (desde la transición a fecha de hoy, y 3 años de PSOE por culpa de unos tránsfugas) han puesto a Galiza en el sitio que ellos creían que le correspondía, en el vagón de cola. Galiza a pricipios del siglo XX estaba más cerca de la locomotora (que hasta la fecha sigue siendo Cataluña, esto es algo más que suerte) que de la cola.
Que pasa si pierde el PP, que el galleguismo formaría Govierno. Un Hito para este país. Un hito que seguro se volverá mito, como siempre.
A los gallegos nos gusta el "conta contos". Ahí va un cuento:
Todos conocemos la fueza y la ilusión con la que un enamorado/a conquista a su amada/o, y más aún si han estado mucho tiempo sin verse. Que ocurriría si el galleguismo recupera a su amada Galiza?. Franco sabía que el galleguimo estaba enamorado de Galiza y como a Franco no le gustaba (tenía otro pretendiente más de su gusto), lo mandó a un internado en América; y para que Galiza se olvidase de él, la obligó a casarse con el "fraguismo". Galiza nunca quiso al "fraguismo" y éste, ante su obstinado rechazo la despreció. Un matrimonio que vivía en la misma casa pero que dormía en habitaciones separdas y que se ha sostenido por la indiferenica del uno por el otro. Durante todo este tiempo Galiza ha vivido resignada y sin la antención de su amado.
Los más trite de este cuento es que ella sigue anamorada del galleguismo, y no sabe si su amado se ha olvidado de ella.
Por otro lado el galleguismo lo pasó muy mal los primeros años sin su amada, no entendía el mundo sin el amor de su amada y llegó a la conclusión que no podía vivir sin ella. Vió al suicidio como única alternativa, pero en el internado de América había buenos compañeros que no le dejaron, y le contaron que nadie sabe cuando volverá a verla pero que seguro que ella nunca iba a dejar de amarle y que no podía traicionar su amor quitándose la vida, que es lo que quería Franco y el "fraguismo"...
Hay que ponerle fin a este cuento, el Domingo 19 ...
[Esta podría ser una carta del galleguismo al "fraguismo" intentando que deje libre a su amada (es la última estrofa Himno galego) "...Que os tempos son chegados dos bardos das idades e as vosas vaguedades cumprido fin terán. Pois onde quer xigante a nosa voz pregoa de redención da boa nación de Breogán"]
PD: Ayer me desperté de la siesta con los "Lunis" en la tele, con una adaptación de "cenicienta".
By Anónimo, at 12:22 p. m.
No veo por qué es desdeñable sin más la idea de la voluntad electoral en negativo. En un sistema de base dos, como lo es en gran medida el español, llevar a uno de los grandes partidos al gobierno significa descabalgar al otro y viceversa. La voluntad preferente del elector puede ser sacar a alguien del poder sin que eso tenga por qué justificarse con una especiual sintonía con quien inevitablemente se verá favorecido por ese desalojo. Tampoco entiendo esta extraordinaria alarma acerca de las alianzas que ahora está de moda. Pujol podría ser un tipo con la cabeza mejor amueblada que Carod, pero éste gana por goleada a Arzallus se pongan del perfil que se pongan. Los dos grandes partidos nacionales siempre han completado alianzas con los nacionalistas, incluso en periodos de mayoría absoluta. A mí también me gustarían otras alternativas, pero el mapa político español simplemente no las da. La política es negociar con la realidad. Incluso desde la radicalidad de los principios (siempre recomendable), tal cosa no debería olvidarse.
By Anónimo, at 4:21 p. m.
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