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lunes, junio 27, 2005

"LEY POLANCO": SIN NOVEDAD

Lo más triste respecto a la ya famosa "ley Polanco" es la sensación que se transmite de que todo sigue exactamente igual que siempre. Es decir, que este país sigue siendo el de los listos y los "enteraos", donde nada es lo que parece y todo el mundo se ríe de ti si pretendes que las cosas son, simplemente, lo que dice el BOE. Y esto no parece tener ningún viso de cambiar, gobierne quien gobierne.

A la enfermedad europea normal -es decir, la enfermedad de "lo social" o la querencia incorregible al estatismo y la desconfianza de la libertad- España añade tres dolencias endémicas, en buena medida herencia del pasado autoritario, mucho más cercano ya, por desgracia, en muchas mentalidades que en el tiempo. Esas tres dolencias son la superlegitimidad de la izquierda y el nacionalismo, la imposibilidad de llegar a una relación normal con la Nación y los símbolos nacionales -de construir un patriotismo sensato, no agresivo y positivo, por tanto- y la permanencia de los viejos usos, de la relación íntima entre poder político y sociedad civil -tanto que cabe dudar, legítimamente, si dicha sociedad civil existe.

En este país, los empresarios, los pocos que hay, están acostumbrados a buscarle a todo segundas lecturas y son conscientes de que, tras cada esquina, se esconde la competencia desleal, la amparada por el político de turno. En este país, nadie se plantea, seriamente, opositar a cátedra, por ejemplo, simplemente echando la instancia. En este país todos sabemos que sólo la insignificancia más absoluta nos puede, realmente, hacer aspirar a la simple aplicación de la legislación vigente. La lista de ejemplos podría alargarse, pero ahí está don Jesús para, como ejemplo viviente, ahorrárnoslos todos.

Hay cínicos que se atreven a describir estos comportamientos como un "modelo", como una especie de tipo sui géneris de capitalismo español. Tal cosa resulta increíblemente ofensiva, porque equivale a decir, sin tapujos, que nunca llegaremos a dar ese salto que nos separa, en todos los órdenes de la vida, de los países más avanzados. Que siempre seremos segunda división, en suma. Yo, al menos, me niego a aceptarlo. Me niego a aceptar que el país en el que vivo tenga una ética aparte, poco menos que incompatible con la transparencia y con la sociedad abierta.

Algunos dirán que es paradójico que estos comportamientos, que no desaparecen, ni mucho menos, cuando gobierna la derecha, lleguen a su máxima expresión cuando lo hace la izquierda. No, no tiene nada de extraño que sea la izquierda la que haga bandera del "no sabe usted con quién está hablando" (ojalá fuese cierto aquello del chiste en el que el guardia civil contestaba: "pues no, no lo sé, y por eso le pido la documentación"). Todo el mundo sabe que cuando llegan al poder los adalides de la igualdad, la primera víctima es la igualdad real de oportunidades. Porque, no nos cansaremos de decirlo, cada nueva intervención sobre el cuerpo social, cada nueva creación artificial de condiciones, es una nueva oportunidad para los arbitrajistas y los corruptos. Así ha sido siempre. Hay malas prácticas en las subastas porque hay subastas, porque hay racionamientos. Porque no hay transparencia ni normal funcionamiento del mecanismo de los precios, en el sentido más amplio.

Así pues, la "ley Polanco" no es más que un nuevo capítulo de una historia ya larga. Una historia que parece no tener fin y cuyo peor efecto es que terminemos por acostumbrarnos. Que terminemos por entender que el arribismo, la cara dura, la información privilegiada y el contacto permanente con el poder son las condiciones normales de funcionamiento de una economía y una sociedad modernas. Que es cierto, y natural, lo que nos dicen: que con el talento no basta, que es condición necesaria pero no suficiente y que siempre hay una "segunda lectura" no abierta a todos. La lectura accesible sólo a "los que saben", a los conseguidores, a los que van más allá...

Lo más ofensivo, insisto, es que se atrevan a decir que esto es mercado. Esto es la misma antítesis.