A PROPÓSITO DE HOPPE
Hace unos días tuve ocasión de leer un extracto de una interesante entrevista de la que se hacía eco nuestro amigo Luis I. Gómez en su blog “Desde el Exilio”. El entrevistado era Hans-Hermann Hoppe, alguien desconocido por mí pero, al parecer y de acuerdo con lo que manifiesta Luis, popular entre los liberales alemanes. Al hilo de la entrevista se suscitaba una serie de comentarios asimismo de mucho interés. Recomiendo vivamente la lectura.
En todo caso, traigo el tema a colación porque creo que puede servir de base para algunas reflexiones generales. Las controvertidas opiniones del sujeto entrevistado tienen como característica sobresaliente su radicalidad, y creo que ahí reside, en parte, su atractivo. Es evidente que la noción de “radicalidad” evoca tanto las ideas de “extremosidad” como las de “elementalidad” o “carácter fundamental”. Me interesa el concepto, sobre todo, en esta segunda acepción. Y me interesa, en particular, el pensamiento radical –no los comportamientos radicales o la imbecilidad radical, que también puede serlo y se manifiesta a diario-.
El pensamiento radical contiene algunos peligros evidentes. El primero es, sin duda, que pensar las cosas en términos elementales (afirmar, por ejemplo, siquiera como recurso retórico para fundamentar un discurso que la democracia “es” inútil) puede, fácilmente, conducir a conclusiones demagógicas o irrealistas, cuando no a riesgos de manipulación. El segundo es que, en ocasiones, un presunto “pensamiento radical” encubre, más bien, carencias de todo tipo, renuncias a enfrentar la complejidad de la realidad sociopolítica tal como es o, simplemente, una búsqueda de recursos efectistas.
Ahora bien, no es menos verdad que un cierto grado de radicalismo es una herramienta metodológica altamente útil para enfrentarse al pensamiento único. El pensamiento único –la corrección política y los convencionalismos de los socialistas de todos los partidos- se caracterizan por: una proscripción de los conceptos claros, un relativismo a ultranza –protector y justificador, claro, de cualesquiera conductas lesivas de la libertad individual- y, sobre todo, por un fuerte grado de dogmatismo.
Es característico del pensamiento único contemporáneo dictar de qué se puede hablar y de qué no y, en su caso, en qué términos. El pensamiento único y el totalitarismo progre son los mayores acuñadores de tabúes, zonas vedadas, apriorismos y palabras-comodín desde la época de los fascismos. En algunos aspectos, sólo las Iglesias han podido alcanzar un grado de celo semejante en el control de los comportamientos. Sólo las iglesias han conseguido, mediante el temor al anatema y a la autoexclusión, igual grado de sometimiento. ¿Acaso hay algo más dócil que la patulea habitual de correctos?
Pues bien, frente a esta dictadura ideológica es, muchas veces, liberador el atreverse a pensar, el atreverse a decir, el poner en solfa todos los conceptos acuñados y consolidados, sin dejar uno solo. Sí, puede tener sentido cuestionarse, por ejemplo, la legitimidad y la conveniencia de la democracia –hacerse preguntas de las que uno conoce la respuesta- aunque solo sea por hacer caer los velos que, a menudo, impiden llegar más lejos. No aceptar apriorismo alguno, porque ya son demasiados.
No se trata, insisto, de apuntarse a ningún deconstructivismo facilón. Se trata de recuperar un pensamiento audaz y, por tanto, útil. Europa está completamente falta de planteamientos radicales –aunque solo sea porque los que tiene lo son en el peor sentido de la palabra-. Diríase que una cobardía intelectual nos atenaza, como si tuviéramos miedo de nuestras propias conclusiones. Miedo de que un contraste en términos crudos vaya a revelar que estábamos equivocados.
¿Cuál es la acusación más común que suele hacerse al pensamiento neocon americano (por quien se digne a hacer una crítica y no una mera descalificación gratuita, claro)? Su simplicidad, su radicalidad. Su falta de retórica alambicada, su falta de envaramiento y, por tanto... su utilidad. El abstruso modo europeo de razonar sólo conduce al inmovilismo más absoluto. Si, de entrada, se reduce el ámbito de lo criticable, e incluso el ámbito de lo pensable –si estamos todos bajo la mirada atenta del Zerolo inquisidor de turno- no se puede llegar muy lejos. Es más, a mi entender es una forma de pensar trufada de un insoportable cinismo. Pluralismo, sí... a condición de que se respete exactamente lo que hay. ¿Reformas?, sí... pero siempre que respeten nuestro “modelo social”.
“Democracia”, “diálogo”, “paz”, “cooperación”, “social”... tómese esta serie de términos (por ejemplo, a partir del tomo 1 del diccionario ZP-Español, Español-ZP) y combínense a voluntad de quien los emplee. Se obtendrá un discurso perfectamente vacío y perfectamente válido en cualquier punto del globo que caiga entre el Vístula y las Azores. Porque son todos términos marcados, inatacables, no repensables.
Lo dicho, el tal Hoppe quizá sea un charlatán. No le conozco como para juzgar. Lo que sí sé es que necesitamos perder el miedo. Ya somos mayores, creo. Podemos hasta leer a Nietzsche, aunque sepamos que es peligroso.
En todo caso, traigo el tema a colación porque creo que puede servir de base para algunas reflexiones generales. Las controvertidas opiniones del sujeto entrevistado tienen como característica sobresaliente su radicalidad, y creo que ahí reside, en parte, su atractivo. Es evidente que la noción de “radicalidad” evoca tanto las ideas de “extremosidad” como las de “elementalidad” o “carácter fundamental”. Me interesa el concepto, sobre todo, en esta segunda acepción. Y me interesa, en particular, el pensamiento radical –no los comportamientos radicales o la imbecilidad radical, que también puede serlo y se manifiesta a diario-.
El pensamiento radical contiene algunos peligros evidentes. El primero es, sin duda, que pensar las cosas en términos elementales (afirmar, por ejemplo, siquiera como recurso retórico para fundamentar un discurso que la democracia “es” inútil) puede, fácilmente, conducir a conclusiones demagógicas o irrealistas, cuando no a riesgos de manipulación. El segundo es que, en ocasiones, un presunto “pensamiento radical” encubre, más bien, carencias de todo tipo, renuncias a enfrentar la complejidad de la realidad sociopolítica tal como es o, simplemente, una búsqueda de recursos efectistas.
Ahora bien, no es menos verdad que un cierto grado de radicalismo es una herramienta metodológica altamente útil para enfrentarse al pensamiento único. El pensamiento único –la corrección política y los convencionalismos de los socialistas de todos los partidos- se caracterizan por: una proscripción de los conceptos claros, un relativismo a ultranza –protector y justificador, claro, de cualesquiera conductas lesivas de la libertad individual- y, sobre todo, por un fuerte grado de dogmatismo.
Es característico del pensamiento único contemporáneo dictar de qué se puede hablar y de qué no y, en su caso, en qué términos. El pensamiento único y el totalitarismo progre son los mayores acuñadores de tabúes, zonas vedadas, apriorismos y palabras-comodín desde la época de los fascismos. En algunos aspectos, sólo las Iglesias han podido alcanzar un grado de celo semejante en el control de los comportamientos. Sólo las iglesias han conseguido, mediante el temor al anatema y a la autoexclusión, igual grado de sometimiento. ¿Acaso hay algo más dócil que la patulea habitual de correctos?
Pues bien, frente a esta dictadura ideológica es, muchas veces, liberador el atreverse a pensar, el atreverse a decir, el poner en solfa todos los conceptos acuñados y consolidados, sin dejar uno solo. Sí, puede tener sentido cuestionarse, por ejemplo, la legitimidad y la conveniencia de la democracia –hacerse preguntas de las que uno conoce la respuesta- aunque solo sea por hacer caer los velos que, a menudo, impiden llegar más lejos. No aceptar apriorismo alguno, porque ya son demasiados.
No se trata, insisto, de apuntarse a ningún deconstructivismo facilón. Se trata de recuperar un pensamiento audaz y, por tanto, útil. Europa está completamente falta de planteamientos radicales –aunque solo sea porque los que tiene lo son en el peor sentido de la palabra-. Diríase que una cobardía intelectual nos atenaza, como si tuviéramos miedo de nuestras propias conclusiones. Miedo de que un contraste en términos crudos vaya a revelar que estábamos equivocados.
¿Cuál es la acusación más común que suele hacerse al pensamiento neocon americano (por quien se digne a hacer una crítica y no una mera descalificación gratuita, claro)? Su simplicidad, su radicalidad. Su falta de retórica alambicada, su falta de envaramiento y, por tanto... su utilidad. El abstruso modo europeo de razonar sólo conduce al inmovilismo más absoluto. Si, de entrada, se reduce el ámbito de lo criticable, e incluso el ámbito de lo pensable –si estamos todos bajo la mirada atenta del Zerolo inquisidor de turno- no se puede llegar muy lejos. Es más, a mi entender es una forma de pensar trufada de un insoportable cinismo. Pluralismo, sí... a condición de que se respete exactamente lo que hay. ¿Reformas?, sí... pero siempre que respeten nuestro “modelo social”.
“Democracia”, “diálogo”, “paz”, “cooperación”, “social”... tómese esta serie de términos (por ejemplo, a partir del tomo 1 del diccionario ZP-Español, Español-ZP) y combínense a voluntad de quien los emplee. Se obtendrá un discurso perfectamente vacío y perfectamente válido en cualquier punto del globo que caiga entre el Vístula y las Azores. Porque son todos términos marcados, inatacables, no repensables.
Lo dicho, el tal Hoppe quizá sea un charlatán. No le conozco como para juzgar. Lo que sí sé es que necesitamos perder el miedo. Ya somos mayores, creo. Podemos hasta leer a Nietzsche, aunque sepamos que es peligroso.
4 Comments:
En absoluto es un charlatán, a pesar de que no esté de acuerdo en muchos de sus planteamientos:
Puedes ampliar la información sobre él aquí: http://www.hanshoppe.com/
Un saludo
Eaco
By Anónimo, at 10:55 a. m.
Charlatán no, aunque sí que parece apreciar el efecto, lo "epatante" o el novedismo que diría Sartori.
El rechazo de la democracia y la preferencia por la monarquía es muy discutible. Fruto de un análisis superficial yo diría que su opción por la monarquía como sistema de gobierno parece presuponer la necesidad de la autoridad y que si es así, pues mejor sería que la autoridad fuera controlable por aquellos sobre los que ha de ejercerse. En esto la democracia tiene cierta ventaja respecto de las monarquías o los regímenes despóticos de sabios platónicos.
De otro lado, pensar que somos más libres cuando nos gobierna un monarca o tirano, es jugar con un concepto de libertad un tanto estrecho que olvida por ejemplo la vertiente positiva o de autonomía y que obvia también el problema de las garantías frente a la arbitrariedad.
Pero aún así los suyos son argumentos teóricos o morales que hay que leer atentamente y rebatir con otros argumentos (más elaborados que estos míos) y no con aspavientos, descalificaciones o muestras de simple indignación.
By apfner, at 11:36 a. m.
Eaco (como casi siempre) se me ha adelantado.
No estoy de acuerdo, ya lo dije en mi entrada, con todo lo que dice, pero su análisis de las actuales democracias es demoledor y cierto.
Saludos.
By Luis I. Gómez, at 12:13 p. m.
Claro el pensamiento neocon es útil. Por cierto, ya que nombras Las Azores... ¿compruebas ahora la utilidad de aquella ventosa reunión?
Y Ana de palacio, vanagloríandose de que bajaba el petróleo.
Cínicos. Sois.
Radicales. Sois.
By Anónimo, at 6:04 p. m.
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