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lunes, julio 04, 2005

POBREZA, ¿VIENTOS DE CAMBIO?

Llámenme iluso, si quieren, pero me parece notar un eco lejano de racionalidad en algunas de las cosas que estos días se están diciendo sobre la cuestión de la pobreza. Sí, ya sé que, al fin y al cabo, la pobreza es, básicamente, una excusa para que viejas glorias se desempolven y corten el tráfico en las principales ciudades del mundo, para pegarse una tarde de cachondeo sin mala conciencia, pero esta vez me ha parecido oír cosas algo más sensatas.

Me ha parecido oír, de alguien –quizá lo he soñado- que puede ser hora de admitir que los países más pobres, que ahora son los africanos, pueden tener alguna responsabilidad en su situación. Esto es importante, no sólo por lo que conlleva de ejercicio de honestidad y decencia intelectual, que siempre está bien en sí misma, sino porque ese reconocimiento de responsabilidad, ese salir del círculo vicioso del “somos pobres, la culpa es de ellos” (elevado a la categoría de principio teórico por los grandes pensadores del subdesarrollo – dícese aquellos intelectuales cuyo principal logro es, en efecto, haber contribuido a un subdesarrollo rampante en países de los que, normalmente, no son oriundos; de hecho muchos de ellos han obrado el milagro telequinético de producir miseria en Bolivia, por ejemplo, sin moverse de la Sorbona), es asimismo la auténtica puerta de la esperanza: si nuestra miseria actual es, en buena medida, nuestro problema, es probable que también esté en nuestras manos la solución.

Y es cierto. Nada hará más por el desarrollo en los países que lo necesitan que el logro de instituciones políticas estables, guiadas por líderes preparados y, sobre todo, decentes. Ahí es nada, ya lo sé. Pero puede conseguirse. De hecho, la evidencia es que, en el continente condenado que es África, no todo el mundo está igual. Es cierto que ningún país es Suiza, claro, pero hay un mundo de diferencia entre aquellas naciones en las que el nivel de desarrollo económico es bajo y las que, a la pobreza, han de unir las plagas de la guerra, la devastación y la corrupción política generalizada.

Lo dicho no implica, por supuesto, que el Primer Mundo carezca de responsabilidad sobre lo que está sucediendo. Es verdad que ese mundo no ayuda lo suficiente. Pero no ayuda, precisamente, por lo contrario de lo que suele proclamarse, porque no permite que los países menos aventajados entren a competir lealmente en los mercados internacionales –y algo de esto he oído últimamente en fuentes no habituales, insisto-. El amigo José Bové y su tropa tienen el dudoso honor de ser mucho más nocivos en el Tercer Mundo que en el Primero, donde “sólo” plantean problemas de orden público y algunos otros efectos económicos. Quienes más padecen engendros como la PAC no son los sufridos contribuyentes europeos, que también, sino los agricultores del resto del mundo.

Subsidiamos una pobreza que, en buena medida, contribuimos a producir. En primer lugar porque seguimos llamando “excelencia” a una banda de delincuentes comunes, cuando no repugnantes genocidas. Seres como Robert Mugabe no deberían poder aspirar a poner un pie fuera de sus países sin la expectativa inmediata de ser juzgados y encarcelados de por vida (por cierto, ¿han observado ustedes cómo naciones “de gatillo fácil” como Francia, no tienen nunca empacho en intervenir en “asuntos internos” africanos por motivos de toda índole... excepto para deponer a un criminal?). Pero es que, además, impedimos el acceso libre de los demás a la que sabemos de sobra que es la única herramienta eficaz del desarrollo: la apertura de los mercados. Carlos Rodríguez Braun suele citar el ejemplo asiático –en particular, el coreano resulta muy ilustrativo- pero vale también el europeo, claro.

No es fácil cortar ciertos nudos gordianos, eso es verdad. Es cierto, por ejemplo, que los productos agrarios –esto es muy políticamente incorrecto- además de mantener el paisaje, son estratégicos (por eso ningún país renuncia a producirlos, pese a que hace muchos, muchos años que esta actividad debería haber cesado en algunos lugares). No es fácil asumir la perspectiva de que la producción mundial de alimentos pudiera llegar a estar controlada por un montón de dictadores sin escrúpulos, con sus culos puestos en esa asamblea de déspotas que llamamos ONU.

Por eso todo ha de ir parejo. La extensión de las libertades, las instituciones jurídicas y políticas y la participación leal en el comercio internacional. Así ha sido siempre. Lo podemos decir nosotros, que no hace mucho éramos más pobres que las ratas.