POLÍTICA EXTERIOR
El naufragio de Madrid 2012, tan honroso como de costumbre, ha suscitado comentarios acerca de las consecuencias de nuestra errática política exterior, al parecer basadas en que ningún voto previamente otorgado a Nueva York cayó del lado de Madrid cuando la Gran Manzana quedó fuera de carrera. Ello vendría a demostrar, a juicio de muchos, el desdén con el que nos trata el mundo anglosajón. Hay quien enlaza el asunto con el desdichado episodio del culo atornillado del hoy presidente ante el paso de la bandera norteamericana – cuando el hoy presidente no pensaba ni asomarse por Moncloa en mucho tiempo, todo hay que decirlo.
No creo que sea muy juicioso extralimitarse en las conclusiones a la vista de lo que sucede en ese extraño club que es el COI, la verdad. El voto de estos señores es secreto y se orienta por vericuetos poco accesibles a profanos. No voy a ser tan ingenuo de afirmar que la política no influye, pero tampoco tengo claro que sea a ciencia cierta previsible en qué sentido.
Lo cual no obsta, por supuesto, para que la premisa mayor sea cierta. Nuestra política exterior es delirante y, en particular, desatiende al mundo anglosajón del modo más estúpido. Siempre he pensado, quizá por pura anglofilia, que el mundo sajón era aliado natural de España. Al menos, mucho más natural que el aliado natural que nos endilga la izquierda. El ser fámulos de Francia no nos ha traído excesivos bienes en la historia. Soy injusto, por otra parte, porque tampoco la derecha ha sido nunca excesivamente proatlantista. Aquí, antes que Aznar, que yo recuerde, sólo Ortega hacía encendidas manifestaciones de atlantismo militante.
Estoy convencido de que el corte definitivo de la subordinación mental a Francia representará la emancipación de España en todos los órdenes, y su definitivo despegue como país desarrollado. El establecimiento de vínculos estables con el Reino Unido y los Estados Unidos significará un cambio real en las circunstancias de este país. Por eso no sé si yo lo llegaré a ver.
Escribí en otro artículo, y lo mantengo, que la izquierda jamás podrá hacer una política exterior ambiciosa. No podrá porque no cree en España. No cree que España sea un país que, al menos, pueda afirmarse con la misma rotundidad que los demás –un país que, como mínimo, tiene intereses tan legítimos como los de otros- y, por tanto, un país con criterios propios. La izquierda española cree que España es un inmenso error histórico en trance de superación y, por tanto, su política es la de la progresiva “aceptación” de España en el contexto de las naciones.
Ahora bien, esta política tímida de potencia media en el estilo Solana puede dar resultados no humillantes cuando se combina con liderazgos ideológicamente planos, es decir, cuando, al menos, se es mínimamente práctico. Cuando se roza la hecatombe es en el momento en que, además, nos encontramos con un gobierno poblado por seres de extraño perfil psicológico y de ideología abiertamente tercermundista.
En la actualidad, el proceso de expiación de culpas del pasado va a llevar a España a convertirse en una especie de líder de los no alineados. Supongo que es en ese contexto donde nuestro presidente está cómodo, porque ni siquiera en el entorno medio doméstico de las cumbres europeas parece a gusto –o eso parece indicar la circunstancia de que no hable con nadie.
El resto de las naciones del mundo occidental tienen que estar, necesariamente, perplejas. Y causar perplejidad, estupor, aunque a nuestro Esdrújulo parece gustarle, no es la mejor receta en el contexto internacional. Las monumentales paridas que profiere nuestro ínclito, huérfanas de la cobertura mediática de casa, sin el eco de los corifeos de turno son eso... monumentales paridas.
Ante un primer ministro que escupe a diario insultos a la inteligencia, las potencias extranjeras sólo pueden reaccionar de dos maneras:
La primera es concluir que, toda vez que los españoles no pueden haber votado como primer ministro a un tarado, en efecto, España se está saliendo de todos los consensos posibles. Si el primer ministro dice esas cosas, puesto que no es tonto, las piensa. Y lo que un primer ministro piensa y dice expresa, normalmente, las líneas de su política.
La segunda es entender que España no es un país serio, puesto que puede ser gobernado por tipos bananeros y que, efectivamente, el primer ministro no es más que un chico que pasaba por allí. Toda vez que tampoco es un país pobre, sólo cabe ubicarla en algún lugar indefinido, extramuros de la normalidad occidental.
No sé cuál de las dos conclusiones es más desagradable. Ahora bien, ambas conducen al mismo resultado práctico: no se debe contar con España para nada. Y en eso están.
No creo que sea muy juicioso extralimitarse en las conclusiones a la vista de lo que sucede en ese extraño club que es el COI, la verdad. El voto de estos señores es secreto y se orienta por vericuetos poco accesibles a profanos. No voy a ser tan ingenuo de afirmar que la política no influye, pero tampoco tengo claro que sea a ciencia cierta previsible en qué sentido.
Lo cual no obsta, por supuesto, para que la premisa mayor sea cierta. Nuestra política exterior es delirante y, en particular, desatiende al mundo anglosajón del modo más estúpido. Siempre he pensado, quizá por pura anglofilia, que el mundo sajón era aliado natural de España. Al menos, mucho más natural que el aliado natural que nos endilga la izquierda. El ser fámulos de Francia no nos ha traído excesivos bienes en la historia. Soy injusto, por otra parte, porque tampoco la derecha ha sido nunca excesivamente proatlantista. Aquí, antes que Aznar, que yo recuerde, sólo Ortega hacía encendidas manifestaciones de atlantismo militante.
Estoy convencido de que el corte definitivo de la subordinación mental a Francia representará la emancipación de España en todos los órdenes, y su definitivo despegue como país desarrollado. El establecimiento de vínculos estables con el Reino Unido y los Estados Unidos significará un cambio real en las circunstancias de este país. Por eso no sé si yo lo llegaré a ver.
Escribí en otro artículo, y lo mantengo, que la izquierda jamás podrá hacer una política exterior ambiciosa. No podrá porque no cree en España. No cree que España sea un país que, al menos, pueda afirmarse con la misma rotundidad que los demás –un país que, como mínimo, tiene intereses tan legítimos como los de otros- y, por tanto, un país con criterios propios. La izquierda española cree que España es un inmenso error histórico en trance de superación y, por tanto, su política es la de la progresiva “aceptación” de España en el contexto de las naciones.
Ahora bien, esta política tímida de potencia media en el estilo Solana puede dar resultados no humillantes cuando se combina con liderazgos ideológicamente planos, es decir, cuando, al menos, se es mínimamente práctico. Cuando se roza la hecatombe es en el momento en que, además, nos encontramos con un gobierno poblado por seres de extraño perfil psicológico y de ideología abiertamente tercermundista.
En la actualidad, el proceso de expiación de culpas del pasado va a llevar a España a convertirse en una especie de líder de los no alineados. Supongo que es en ese contexto donde nuestro presidente está cómodo, porque ni siquiera en el entorno medio doméstico de las cumbres europeas parece a gusto –o eso parece indicar la circunstancia de que no hable con nadie.
El resto de las naciones del mundo occidental tienen que estar, necesariamente, perplejas. Y causar perplejidad, estupor, aunque a nuestro Esdrújulo parece gustarle, no es la mejor receta en el contexto internacional. Las monumentales paridas que profiere nuestro ínclito, huérfanas de la cobertura mediática de casa, sin el eco de los corifeos de turno son eso... monumentales paridas.
Ante un primer ministro que escupe a diario insultos a la inteligencia, las potencias extranjeras sólo pueden reaccionar de dos maneras:
La primera es concluir que, toda vez que los españoles no pueden haber votado como primer ministro a un tarado, en efecto, España se está saliendo de todos los consensos posibles. Si el primer ministro dice esas cosas, puesto que no es tonto, las piensa. Y lo que un primer ministro piensa y dice expresa, normalmente, las líneas de su política.
La segunda es entender que España no es un país serio, puesto que puede ser gobernado por tipos bananeros y que, efectivamente, el primer ministro no es más que un chico que pasaba por allí. Toda vez que tampoco es un país pobre, sólo cabe ubicarla en algún lugar indefinido, extramuros de la normalidad occidental.
No sé cuál de las dos conclusiones es más desagradable. Ahora bien, ambas conducen al mismo resultado práctico: no se debe contar con España para nada. Y en eso están.
2 Comments:
Varios comentarios sobre lo que escribes:
1. No creo que exista tal cosa como un "aliado natural" en términos generales. Existirán "aliados naturales" en determinadas circunstancias, refiriéndonos a las partes con las que más facilmente y de modo más beneficioso se pueda concertar una alianza. Unas veces serán estos y otras serán aquellos. Pero el "natural" en esencia no existe.
2. El único gobernante verdaderamente "atlantista" que ha tenido España (demostrado con hechos) ha sido Francisco Franco. Esto es, si por atlantista entendemos aquel gobernante que haya entendido la importancia de buscar buenos términos de relación con la nación más poderosa de la Tierra intentando extraer vínculos mutuamente beneficiosos sin necesidad de comprometer la soberania nacional. Por supuesto esto es una constatación, no una alabanza o defensa de Franco. Mis opiniones personales me las guardo para mi mismo. Aznar hizo un buen intento pero no cuajo demasiado. Referirse a Ortega es algo circunstancial y de poco valor a mi entender.
3. Todo lo que dices después sobre la incapacidad de la izquierda para la política exterior es muy atinado. Peor no se te olvide que la idea de la no-alineación de España, la Alianza de las Civilizaciones y demás es obra de Bernardino León, secretario de Estado de Exteriores, oscuro personaje con alguna clase de síndrome de inferioridad cuajado de iluminismo mesianico que es el que "ideologiza" a Zapatero en estos temas. Un tipo peligroso donde los haya.
By Embajador, at 4:35 p. m.
La acción exterior del Gobierno Zapatero da muestras de bisoñez que no son tan extrañas en un gobierno nuevo y en un político carente hasta ahora de experiencia en ese campo. También es cierto que Moratinos, que se supone debía aportarla, precedido como venía de su currículum y su reputación profesional, de momento está lejos de dar la talla. Veremos qué pasa en el futuro. Resulta llamativo (y sintomático) que los opinantes más o menos alineados con la oposición habléis del presente gobierno como si llevara toda la vida en ejercicio; bien está que se le hayan negado los clásicos cien días de gracia, pero, a todas luces, ese tipo de juicios sumarios que te gastas del tipo "el gobierno más inepto de la historia de España" resultan algo más que precipitados cuando apenas sí llevamos un año de legislatura.
Reconocido esto, creo que tu análisis está lleno de inconsistencias. No me demoraré mucho porque prefiero extenderme sobre tu post de ayer, que merece réplica larga. No resiste el contraste con los hechos la proclamada ausencia de "vínculos estables" con el Reino Unido y los Estados Unidos cuando existe una doble alianza con el primero (vía OTAN y UE) y con el segundo (un tratado militar bilateral y la misma participación en la Alianza Atlántica) y ninguno de esos vínculos ha sido ni remotamente cuestionado por este Gobierno ni los anteriores. Lo mismo ocurre con tu arbitraria apreciación sobre la incapacidad constitutiva de la izquierda para "hacer una política exterior ambiciosa". No hubo tal cosa en España hasta los gobiernos de González, el primer político español que ha desempeñado un papel en la escena internacional y que, por cierto, se jugó su futuro político para atornillar la presencia española en la Alianza Atlántica mientras la derecha, según su inveterada costumbre, le movía el tablero haciendo gala, se ve, de esa inquebrantable fe en España de la que blasonan a cada paso. Que "España sea un país que, al menos, pueda afirmarse con la misma rotundidad que los demás –un país que, como mínimo, tiene intereses tan legítimos como los de otros- y, por tanto, un país con criterios propios" supongo que incluye la posibilidad de que esos intereses no coincidan milimétricamente con cada paso que dé el gobierno norteamericano de turno, ¿o la cláusula sólo vale para el gabacho felón?
Habrá ocasión de volver sobre estos asuntos. Pero vamos a las " Tres mentiras" de ayer.
LAS 'CAUSAS' DEL TERRORISMO
El concepto de causa es particualrmente inadecuado cuando hablamos de fenómenos históricos o sociales. Las relaciones entre ellos son demasiado complejas y variables como para encontrar acomodo en un mecanismo lógico tan unívoco como el de la relación causa-efecto. Esa es la principal razón por la que hablar de "causas del terrorismo" es una mala manera de abordar el conocimiento del fenómeno. Sin embargo, desde las trincheras neocons se nos dice sumariamente que cualquier intento de análisis del fenómeno equivale a sancionarlo moralmente, a hacerse cómplice de él o, en el mejor de los casos, a abdicar de la obligación de combatirlo. Hasta sostener que existen diferencias características entre episodios de terrorismo que se producen en contextos y por personas bien distintas es tabú. Incluso discursos mejor articulados y más respetables, como el de Glucksman, se refugian en ese vacuo concepto-franquicia del nihilismo para evitar enfrentarse intelectualmente cara a cara con él. Es algo parecido al célebre tópico de la "condición inhumana" del nazismo que tan bien desmontó Hanah Arendt. Es evidente que, por más que existiera una causa eficiente aislada e identificable del terrorismo, este no sería menos execrable moralmente y menos acreedor de persecución implacable. Esta suerte de interdicción epistemológica sólo puede interpretarse como una mutilación intelectual arbitraria o como un intento perverso de legitimar cualquier suspensión de las garantías constitucionales comunes en la persecución de un mal hipostasiado, inefable, ajeno a las contingencias del mundo. Es igualmente evidente que existen, si no causas, sí factores que favorecen y legitiman ante ciertos grupos sociales las prácticas terroristas. Una política antiterrorista inteligente y eficaz hará bien en ahondar en el conocimiento de esos factores y neutralizar su capacidad operativa, además de perseguir implacablemente a los criminales, cuya responsabilidad por los crímenes que cometen en nada se ve afectada, ni moral ni jurídicamente, por la existencia de esos factores.
Llegamos así al "mar de injusticia" que se relaciona con el terrorismo islámico de hoy. Es un hecho palmario que el deterioro de las condiciones de vida de grandes masas de población en los países árabes y musulmanes en general ha sido el caldo de cultivo en el que el integrismo islámico ha engordado durante, al menos, las últimas tres décadas desde Rabat a Estambul. Especialmente significativo resulta el reciente triunfo electoral de Ahmedinayad en Irán. Las redes de asistencia benéfica y la cohesión en torno al fanatismo religioso como elemento para imantar voluntades que despliegan estos fanáticos llenan el vacío que deja la inacción de gobiernos corruptos y autoritarios, bien apalancados de ordinario por potencias occidentales, desde Francia y Reino Unido a los Estados Unidos. Aducir el origen social acomodado de Bin Laden o de los ideólogos y líderes del islamismo en general es inconsistente: sin el polvorín de esas poblaciones su mecha no tendría donde prender y difícilmente serían una amenaza de dimensiones globales. El salto cualitativo de convertir el análisis en coartada moral y la traslación de responsabilidad del criminal a la víctima lo das tú por tu cuenta. Ni lo da, desde luego, Zapatero, ni está inscrito 'per se' en ese tipo de planteamiento, se esté o no conforme con él.
LA 'HUMILLACIÓN' CONTINUA DE ISRAEL
Este es un asunto especialmente interesante. Ciertamente, hay mucho que reprocahr al viejo nacionalismo árabe en la suerte trágica del pueblo palestino. Cierto también que la constitución de un Estado palestino viable en los territorios ocupados sería aún menos de lo que la decisión fundacional de Naciones Unidas en 1948 ofrecía a los árabes. Pero hay un asunto espinoso que nadie suele abordar en relación con el conflicto de Palestina. Con todos los matices que quieran hacerse, es un hecho que el antisemitismo es un producto estrictamente occidental. Más aún, es un producto cristiano de larga data, que se remonta, al menos, a la Baja Edad Media. La fundación del estado de Israel (diseñado según un modelo de segregación 'blanda' que presenta interesantes coincidencias con el que esgrime el nacionalismo vasco, por cierto, tal como ha apuntado atinadamente Juan Aranzadi) se concibió como un acto de reparación del Holocausto, pero se hizo a costa de árabes que ninguna responsabilidad tenían en él. Que la prepotencia colonial indisimulada de ese acto esté todavía hoy presente en la conciencia de quienes llevan más de medio siglo fuera de sus hogares o padeciendo una ocupación militar tan cruel como no exenta de ribetes criminales no parece gratuito. Si en 1948 era justa una reparación al pueblo judío, no lo es menos hoy día otra al pueblo palestino. En cierto modo, la renuncia de Egipto y Jordania a la reivindicación de la soberanía que tuvieron sobre los actuales territorios ocupados es su contribución a saldar la no pequeña cuota de responsabilidad que les corresponde en este asunto y que tú apuntabas. No cabe duda de que llegar a una solución justa para Israel y Palestina mejoraría mucho nuestra situación relativa en la lucha contra el terrorismo islámico. Una vez más, concluir que sostener esa opinión es tanto como responsabilizar a Israel o a los judíos de los crímenes del terrorismo islámico es un salto cualitativo gratuito, una pirueta en el aire.
LAS RELIGIONES SON TODAS IGUALES
Ya en un post anterior proclamabas airadamente la superioridad de "nuestra" civilización frente a la de "ellos" ("nosotros", "ellos". ¿No te suena esa murga con fondo de txalaparta?), recayendo en lo que llamaremos la "falacia Huntington". Civilización no hay más que una, y su par opuesto es la barbarie. Podemos hablar, sí, de "culturas" (por más que este sea un término tan polisémico que sería necesario acotar su sentido cada vez que se utiliza en un debate), de "sociedades" (término también complicado de acotar). ¿Es superior la cultura occidental a la islámica? ¿Es esa la oposición adecuada (es decir, son términos comparables)? ¿Es superior el Quijote a las Mil y una noches, Petrarca a Omar Khayan? No quiero irme por las ramas, pero creo que sólo se puede sostener la superioridad de una cultura sobre otra respecto a un patrón previo, y que eso puede hacerse con rigor sólo respecto a aspectos parciales. No soy amigo del multiculturalismo en clave ñoña tan en boga, pero me parece que proclamar la superioridad universal de una cultura sobre otra sólo es el paso previo a legitimar el sometimiento de los 'inferiores', y ese y no otro es el sustrato del pedestre y fascistoide argumentario de Huntington y los suyos. Traducir el subdesarrollo en inferioridad cualitativa es profundamente inmoral.
Pero no quiero eludir la confrontación de religiones. Si el cristianismo es o no superior al islam me parece, en sí, estrictamente irrelevante. Que lo discutan 'coram populo' Benedicto el Teólogo y el Gran Mufti de Jerusalén o el mismísimo Jomeini redivivo, que seguro que obtendríamos notable entretenimiento de ello. Lo que la civilización exige es que cada cual practique la que le plazca (o ninguna) sin estorbar al vecino ni pretender imponerle su credo por las bravas. Los islamólogos y los musulmanes que no aspiran a lapidar adúlteras dicen que el término 'yihad' no debe interpretarse necesariamente como guerra al infiel sino como algo así como "esfuerzo en favor de la fe". Es lo que tienen los libros sagrados, las leyendas y los refranes: sirven para refrendar indiscutiblemente una postura o su contraria. No creo, en todo caso, que los problemas del islam en occidente vengan de su colisión con el cristianismo, sino con el laicismo civilizado que en nuestras sociedades se va imponiendo trabajosamente contra la oposición cerrada de los clérigos, no desde luego gracias a ellos. Tus razones sirven para explicar por qué prefieres tu religión a la de otros, pero no tienen otro valor; al cabo, la creencia en la superioridad del propio credo es parte del adn de cualquier religión, al menos de las tres del libro. Si desde un púlpito o un mimbar se incita al odio o se hace apología del terrorismo, la ley y la policía deben tomar cartas en el asunto. En España tenemos ejemplos de ambas variantes. Te recuerdo que, tras el 11-M, fue la principal asociación de inmigrantes marroquíes en España la que pidió que se controlara desde el Ministerio del Interior a los imanes integristas, y que cuando Alonso avaló la idea la oposición se le echó encima. ¿Cuál debería ser, segun tú, la consecuencia operativa de esa presuta superioridad cristiana? Si llegamos a la conclusión de que el islam es una doctrina intrínsecamente abocada a la difusión del odio y la barbarie, como el nazismo o el racismo, habría que perseguirlo y prohibirlo formalmente, como ocurre con estos. Mi entusiasmo religioso en general es perfectamente descriptible, pero me parece una posición difícil de sostener. No siendo así, la discusión es bizantina, salvo que, de nuevo, se pretenda sesgar torticeramente la libertad religiosa. En realidad, esa es la verdadera controversia soterrada: por un lado, quienes pensamos que, tan importante como combatir y derrotar al terrorismo, es evitar que esa lucha sea pretexto para el recorte de las libertades que estos atacan y que tan trabajosamente hemos conquistado; por otro, quienes dicen defender la libertad llevándose por delante la de los demás. Eso sí, sin complejos.
By Anónimo, at 10:38 p. m.
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