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viernes, julio 15, 2005

LECCIONES DE WORLDCOM

Un tribunal de Nueva York ha impuesto al primer ejecutivo de Worldcom una sentencia antológica. Más de veinte años por falsificar las cuentas. Ahí es nada. Vista con ojos españoles, la sentencia no puede provocar sino perplejidad, a poco que se piense (ojalá nos sintiéramos perplejos y nos hiciéramos preguntas con más frecuencia, que ya decía Einstein que toda ciencia surge de la capacidad de asombro...).

Perplejidad, en primer lugar y en términos generales, ante el tremendo rigor del sistema penal americano, hecho este que ya nos es conocido en delitos contra las personas (desde el solemne “le condeno a ser colgado por el cuello hasta morir” típico de las películas del Oeste y sus juicios sumarísimos hasta las muy reales condenas a pena capital en diversos estados, o a cadena perpetua en otros – ambos temas también muy cinematográficos), pero que quizá lo es menos en delitos contra el patrimonio. Pero, en fin, nuestros aficionados a la materia prefieren dedicar sus esfuerzos a denunciar la “inhumanidad” del sistema norteamericano –que no digo yo que no sea perfectible, aunque me temo que sus taras principales son de orden procesal (fundamentalmente por el uso y abuso de esa institución tan adorada por todos los progres del mundo que es el jurado)- en lugar de a explicar cabalmente por qué España tiene uno de los derechos penales menos rigurosos de nuestro entorno cultural (¿Suecia, Francia, el Reino Unido son países más “inhumanos” que España?, porque en todos ellos existe, por ejemplo, la cadena perpetua).

Pero, sobre todo, lo más llamativo, desde un país en el que la mentira y el chalaneo se encuentran adheridos a la vida pública mediante una indecente tolerancia, es el rechazo que en aquella sociedad produce el engaño. De hecho, buena parte de la diferencia entre una insolvencia fortuita –cosas de la vida de los negocios para las que todo inversor ha de estar preparado- y un fraude estriba, precisamente, en el engaño, así que lo que se ventilaba en el juicio no es tanto la ruina económica que, ya digo, son gajes del oficio y per se no tiene por qué ser culposa o no tiene por qué serlo hasta merecer tantos años de cárcel, como la falta a la obligación de proporcionar información veraz.

Hay una cosa que por estos pagos no hemos terminado de aprender, que es la importancia de la ética como elemento imprescindible en la economía de mercado. Para muestra un botón: yo estudié lo que en su día se llamaban ciencias empresariales, y recuerdo que en el currículo había, prácticamente, de todo un poco (que, al fin y al cabo, una empresa es un ser vivo y multidimensional): historia, sociología, estadística, derechos, contabilidad y teoría acerca de la valoración todos los productos financieros habidos y por haber.... pero ni había ninguna asignatura de ética. Y eso en los Estados Unidos es impensable. Obsérvese el elenco de materias que componen, por ejemplo, los requisitos para obtener el título de analista financiero registrado (CFA) y se concluirá que un buen número de créditos -como se dice ahora- corresponden a ética y deontología profesionales. Y es que la experiencia puede proporcionar competencia profesional, pero difícilmente cambia unos valores que deberían estar aprendidos antes del primer día.

Es, precisamente, la ética lo que hace posible que fondos de inversión milmillonarios en dólares inviertan cantidades monstruosas en productos financieros sin más respaldo que la información pública. Los analistas del fondo están preparados para todo y pueden valorarlo casi todo, y sus inversores, en última instancia, saben que corren riesgo. Pero todo se viene abajo, como un castillo de naipes, si la información en la que todo se basa, los documentos contables, son falsos.

Los europeos, tan cínicos ellos, dicen que, ante casos como el de Worldcom o como el de Nerón los americanos “sobrerreaccionan” (en parte puede ser cierto). Pero es que es difícil imaginar hasta qué punto estos casos socavan los fundamentos del sistema. Hasta qué punto todo el mecanismo puede entrar en crisis si falla la confianza, que es el auténtico sostén de los mercados y, por extensión, de las economías occidentales.

En general, el crédito de una persona no es sino la medida de cuánto se puede “creer” en ella. Por eso la reputación es un activo. Un activo que se debe cuidar. Imagino que, visto desde la otra orilla, tiene que resultar incomprensible el escaso o nulo valor que en este lado se concede a la palabra. Lo barata que sale la mentira, en general. Todos los días oímos de gente que sigue en la vida pública, como si nada hubiera pasado, tras acontecimientos que, en otros lugares, dañarían su crédito para siempre. Sin ir más lejos, dos conocidos financieros andan a la espera de que un Tribunal confirme que su delito ha prescrito. Entiéndase bien, no arguyen que no hayan delinquido, sino que, jurídicamente, han sido más listos que el sistema. Y siguen yendo a fiestas y haciéndose fotos. Una señora acusada, creo que con todo fundamento, de plagio, es la estrella de la televisión. Y podríamos seguir...

Por eso no tenemos verdaderos mercados ni verdaderos empresarios –con honrosas excepciones- sino corros de amiguetes y conseguidores. Porque mentir no desacredita. Porque en un país donde la vida humana vale bastante poco –a juzgar por las comparaciones con otros lugares- ¿qué puede importar la falsificación de unos papeles contables?

Vivimos en un país donde el los límites de la ética coinciden milimétricamente con los del derecho, donde el código penal, más que mínimo, es máximo. Donde es lícito todo lo que es legal y, por tanto, no hay más moral que la formal y la de la apariencia. Todo ello combinado con una justicia lenta y, en ocasiones, sospechosa de politización. Como ya he dicho otras veces, no hay muchos lugares donde uno pueda ufanarse en público de no pagar sus impuestos –esto es, de robar- sin que eso produzca un rechazo social evidente. ¿No te han pillado?... pues entonces, vale.

Por eso este es el país de los informes de todo tipo (porque la contabilidad, pública, registrada y accesible es poco menos que inútil en la mayoría de los casos), de los avales bancarios para alquilar pisos, del no sabe usted con quién está hablando y del pago por adelantado. Ah, y el único donde te exigen que te identifiques al pagar con una tarjeta de crédito... por tu bien, claro. ¿Han caído alguna vez en la cuenta de la presunción que eso supone? ¿En qué cabeza cabe que uno tenga que probar que es uno mismo? ¿Acaso no debería probarlo quien lo cuestione?

Y lo malo es que, en efecto, es por nuestro bien. Es mejor la política preventiva... porque lo que está claro es que de ningún modo aquí le hubieran caído al de Worldcom más de veinte años. ¡Si no ha matado a nadie, hombre!