LA EDUCACIÓN NO TIENE ARREGLO
Continúa sucediendo. Por lo que se conoce del nuevo proyecto de ley educativa, no va a contribuir en nada a paliar nuestro más grave problema. Insisto, nuestro más grave problema. Me resulta chocante que, cuando se les pregunta, egregios científicos de lo social, economistas, sociólogos, juristas, sean incapaces de identificarlo, pero así es. El principal problema al que se enfrenta España, como buena parte de Europa, es la hecatombe del sistema educativo. Ni la falta de competitividad, ni la inmigración descontrolada, ni las tendencias centrífugas que amenazan la continuidad del proyecto colectivo español... todo eso es peccata minuta en comparación con un desastre que, por supuesto, servirá en el futuro de catalizador para que todos esos problemas coyunturales se tornen irresolubles.
Ya me da igual de quien sea la culpa. Como Rodríguez Adrados, no entiendo qué es lo que sucede. No conozco ningún técnico ministerial, ni ningún político, ni a ninguna persona de buen juicio (quizá, sí, algún oligofrénico progre, pero creo que cada día están más desprestigiados) que diga que es igual cuántas faltas de ortografía se cometan en un texto, que no importa nada no saber una palabra de latín, que la historia es un latazo memorístico sin sentido o que las calculadoras han hecho innecesario saberse las cuatro reglas. ¿Por qué, entonces? ¿por qué sucede lo que sucede?
Obviemos ya todas las consideraciones sobre la financiación, sobre la disciplina, incluso sobre los exámenes y la evaluación. Vamos al mínimo absoluto, a los contenidos. A lo que se considera necesario que la gente sepa. ¿Es concebible que pueda uno acabar el bachillerato sin los más mínimos rudimentos de cultura clásica, por ejemplo? Pues lo es. Y lo es nada menos que en España, que es un país inserto en la órbita de cultura greco-latina y cuyas lenguas, a excepción de una, pertenecen todas al grupo romance. ¿Acaso es necesario convencer a gente con titulación superior de la barbaridad que es esto? ¿Se puede, verdaderamente, llegar a ser ministro de educación sin entenderlo? Parece obvio que sí, que se puede. Uno puede llegar a comprender la pregunta: ¿para qué sirve el latín?, cuando proviene de un estudiante de quince años, sí. Pero no cuando proviene, digamos, de su jefe de estudios.
Por otra parte, resulta, ahora, que el estado define contenidos máximos, en vez de mínimos, lo cual abre el camino a diecisiete sistemas educativos diferentes. Eso es, de por sí, una muy mala solución, incluso en un país normal. Pero es poco menos que suicida en un país en el que buena parte de la población vive bajo la influencia directa, cuando no el gobierno, de fuerzas políticas que estrían fuera del ámbito de lo aceptable en democracias desarrolladas, que sólo en esta nación acomplejada pueden mantener la ficción de que son normales y respetables. A estas alturas, cualquiera que no sea rematadamente imbécil sabe que el mayor error, el mayor de todos, cometido por nuestro sistema ha sido entregar la educación en manos de la patulea de nazis, tarados y locos identitarios que nos hace la vida imposible desde hace treinta años.
Quise entrever un rayo de esperanza cuando, en el reparto proyectado de consejerías en el nuevo gobierno gallego, educación parecía no tocarle al BNG, como si los socialistas hubieran tomado conciencia de lo que se puede y no se puede ceder. Pero supongo que es un espejismo.
No tiene arreglo. Y no entiendo por qué.
Ya me da igual de quien sea la culpa. Como Rodríguez Adrados, no entiendo qué es lo que sucede. No conozco ningún técnico ministerial, ni ningún político, ni a ninguna persona de buen juicio (quizá, sí, algún oligofrénico progre, pero creo que cada día están más desprestigiados) que diga que es igual cuántas faltas de ortografía se cometan en un texto, que no importa nada no saber una palabra de latín, que la historia es un latazo memorístico sin sentido o que las calculadoras han hecho innecesario saberse las cuatro reglas. ¿Por qué, entonces? ¿por qué sucede lo que sucede?
Obviemos ya todas las consideraciones sobre la financiación, sobre la disciplina, incluso sobre los exámenes y la evaluación. Vamos al mínimo absoluto, a los contenidos. A lo que se considera necesario que la gente sepa. ¿Es concebible que pueda uno acabar el bachillerato sin los más mínimos rudimentos de cultura clásica, por ejemplo? Pues lo es. Y lo es nada menos que en España, que es un país inserto en la órbita de cultura greco-latina y cuyas lenguas, a excepción de una, pertenecen todas al grupo romance. ¿Acaso es necesario convencer a gente con titulación superior de la barbaridad que es esto? ¿Se puede, verdaderamente, llegar a ser ministro de educación sin entenderlo? Parece obvio que sí, que se puede. Uno puede llegar a comprender la pregunta: ¿para qué sirve el latín?, cuando proviene de un estudiante de quince años, sí. Pero no cuando proviene, digamos, de su jefe de estudios.
Por otra parte, resulta, ahora, que el estado define contenidos máximos, en vez de mínimos, lo cual abre el camino a diecisiete sistemas educativos diferentes. Eso es, de por sí, una muy mala solución, incluso en un país normal. Pero es poco menos que suicida en un país en el que buena parte de la población vive bajo la influencia directa, cuando no el gobierno, de fuerzas políticas que estrían fuera del ámbito de lo aceptable en democracias desarrolladas, que sólo en esta nación acomplejada pueden mantener la ficción de que son normales y respetables. A estas alturas, cualquiera que no sea rematadamente imbécil sabe que el mayor error, el mayor de todos, cometido por nuestro sistema ha sido entregar la educación en manos de la patulea de nazis, tarados y locos identitarios que nos hace la vida imposible desde hace treinta años.
Quise entrever un rayo de esperanza cuando, en el reparto proyectado de consejerías en el nuevo gobierno gallego, educación parecía no tocarle al BNG, como si los socialistas hubieran tomado conciencia de lo que se puede y no se puede ceder. Pero supongo que es un espejismo.
No tiene arreglo. Y no entiendo por qué.
1 Comments:
Totalmente de acuerdo. Llevo años diciendo que el pecado capital de la sociedad española (o la que antes era española),no es la envidia, es la incultura. Sin embargo, si creo entenderlo: a nuestros políticos, a los que perpetraron la LOGSE (Maravall, Rubalcaba) y a los actuales (con cuota), que siguen el mismo camino, les interesa esa incultura. De otro modo ¿cómo creerían sus falsos discursos?, ¿cómo votarían a un partido que saca más votos cuándo más miente? y, sobre todo, ¿como podrián mantenerse en el gobierno, en cualquier gobierno (local, regional o nacional ), sólo con propaganda?
By Anónimo, at 1:15 a. m.
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