IZQUIERDA-DERECHA: EL DESEQUILIBRIO SE REDUCE, PERO PERSISTE
Vuelta a la tarea. Recién retomada la actividad bloggera, encuentro un inteligente comentario de P.R.A a mi post sobre el Prestige y Guadalajara que no me dio tiempo a contestar antes de la pausa –aprovecho, de paso, la ocasión, para agradecerle a P.R.A. la atención que presta a este blog, máxime cuando lo hace, habitualmente, con postura discrepante.
Decía yo en mi post que, a mi juicio, haría mal el PP en cebarse en las desgracias colectivas –sin que ello suponga renunciar a la crítica, claro- primero porque, objetivamente, no está bien y segundo porque, tácticamente, el PP no está en las mismas condiciones que el PSOE. Argumentaba que, en su oposición al PP, no es tanto que el PSOE fomentara un rechazo visceral a la derecha como que aprovechó que ese rechazo visceral existía, a priori, en amplios de sectores de su base social. Volviendo agudamente contra mí mis propias palabras, sin más que sustituir oportunamente las referencias nominativas, P.R.A pretende hacer ver que mis mismos comentarios serían de aplicación a la otra parte.
No voy a ser ni tan ingenuo ni tan intelectualmente indecente como para pretender que cuando Dios repartió sectarismo sólo un lado acudió a la llamada. Tampoco voy a negar que, en muchas ocasiones, la derecha opositora ha tenido sonadas salidas de tono y no ha contribuido en exceso a que nuestro país tenga algún día una dialéctica izquierda-derecha algo más normal. Pero tampoco estoy dispuesto a admitir, sin más, la tesis de P.R.A, por otra parte muy recurrente, en cuya virtud cuando gobierna la derecha el malo es el gobierno pero cuando gobierna la izquierda, los malos son “los políticos”, cuando no la propia oposición.
Pretender que la izquierda y la derecha se hallan en España confrontadas con igualdad de armas –conducente a la igualdad en el despropósito- es, creo, tan falaz como ese mantra peneuvista que insiste en que Euskadi es un “país normal” (ahora el que retoma esa matraca es el inefable Madrazo, que insiste en hablar de política “de izquierdas” y “de derechas” en aquella tierra). De hecho, la sorpresa, cuando no indignación, con la que muchos parecen descubrir que la derecha sociológica, intelectual y política existe en España y es relativamente fuerte avala esa tesis de la desigualdad aún no superada.
La izquierda ha gozado siempre, y continúa gozando en nuestro país, de una sensación de superlegitimidad, ganada en una transición marcada por una mala conciencia, que se traduce, de una parte, en el disfrute de una mayor tolerancia por parte de la opinión (si se prefiere, en la validez de esa afirmación que habla de España como país “sociológicamente de izquierdas” que yo comparto y sobre la que algún día, quizá, me gustaría volver) y en una sensación de seguridad, rayana en la altanería, por parte de los políticos de ese lado del espectro que en absoluto se corresponde con la solidez de sus ideas y sus programas. Esa superlegitimidad es un plus que disfruta la izquierda española con respecto a sus hermanas europeas, con las que, por lo demás, comparte las mismas carencias intelectuales y la misma desorientación.
Pero, además, pasando del plano de las ideas al de las realidades, es bastante evidente que el izquierdismo (socialista), ha conseguido crear una red muy importante de generación de opinión, muy bien alimentada, sobre todo en años en que la discrepancia era una heroicidad, con tres puntales, por orden de importancia: el conglomerado mediático de Prisa, el “mundo de la cultura” (que en este país, recuérdese, es casi sinónimo del cine) y la universidad. La derecha presenta carencias muy importantes en los tres aspectos: su capacidad mediática es menor, está virtualmente ausente del mundo “cultural” y su respaldo universitario es mucho menor en España que en otros países a los que pretendemos parecernos (mejor, a los que decimos que pretendemos parecernos) y a los que, por desgracia, no parecemos querer parecernos en nada.
El cómo ha sucedido esto último es un fenómeno digno de estudio y que tiene relaciones profundas con las carencias de la democracia española y el hecho de que la transición sociológica fue bastante deficiente (como ya he comentado alguna vez, parafraseando a Wilde, España es un país que ha pasado del atraso a la posmodernidad sin pasar por fases intermedias, y eso tiene sus efectos, claro). Todo ello sin minusvalorar, por supuesto, las “habilidades” de muchos elementos del socialismo español para moldear una sociedad bastante a su gusto –sobre todo, insisto, en los años de la hegemonía absoluta que algunos, erróneamente, creen que reviven por el solo hecho de que vuelvan a ostentar una mayoría en el Parlamento- y, cómo no, sin ignorar las monumentales carencias de una derecha que no sólo fue, y es, a juzgar por lo que se ve y se oye, incapaz de contrarrestar esas habilidades, sino que parece haberse especializado en dispararse en el pie cada vez que puede.
Es cierto, no obstante, que el tiempo y la experiencia están contribuyendo a nivelar la balanza, no tanto porque la derecha política se haya sacudido los complejos y la torpeza como porque la opinión traga cada vez menos ruedas de molino. Ya no basta, en general, motejar algo de “progresista” para que sea aceptado sin discusiones significativas. Los elementos más primarios del espectro izquierdista –normalmente talentos subvencionados- sencillamente, no se lo pueden creer, pero los más hábiles son perfectamente conscientes de ello. La política del gobierno zapatero de búsqueda de una confrontación en la que, se supone, la derecha ha de lucir su alma más conservadora no tiene, en el fondo, más fin que el de prolongar esa superlegitimidad, que el de mostrar que todos los valores entendidos de los últimos años siguen vigentes. Que esa estrategia no esté saliendo del todo bien muestra que los estereotipos son cada día más débiles, pero el mero hecho de que se intente avala, de nuevo, la tesis que sostengo: la relación izquierda-derecha en España está viciada, y el beneficiario de ese desequilibrio, perfectamente consciente de que este existe, hace lo posible por prolongarlo.
Por eso los medios de izquierda se pasan la vida no defendiendo al gobierno, sino juzgando a la oposición. Hay quien dice que, en un bipartidismo imperfecto, juego de suma cero, es casi lo mismo. Pero no es igual jugar a ganar que a no perder... ¿o es que es lo mismo ver jugar a Brasil que a Italia?
Decía yo en mi post que, a mi juicio, haría mal el PP en cebarse en las desgracias colectivas –sin que ello suponga renunciar a la crítica, claro- primero porque, objetivamente, no está bien y segundo porque, tácticamente, el PP no está en las mismas condiciones que el PSOE. Argumentaba que, en su oposición al PP, no es tanto que el PSOE fomentara un rechazo visceral a la derecha como que aprovechó que ese rechazo visceral existía, a priori, en amplios de sectores de su base social. Volviendo agudamente contra mí mis propias palabras, sin más que sustituir oportunamente las referencias nominativas, P.R.A pretende hacer ver que mis mismos comentarios serían de aplicación a la otra parte.
No voy a ser ni tan ingenuo ni tan intelectualmente indecente como para pretender que cuando Dios repartió sectarismo sólo un lado acudió a la llamada. Tampoco voy a negar que, en muchas ocasiones, la derecha opositora ha tenido sonadas salidas de tono y no ha contribuido en exceso a que nuestro país tenga algún día una dialéctica izquierda-derecha algo más normal. Pero tampoco estoy dispuesto a admitir, sin más, la tesis de P.R.A, por otra parte muy recurrente, en cuya virtud cuando gobierna la derecha el malo es el gobierno pero cuando gobierna la izquierda, los malos son “los políticos”, cuando no la propia oposición.
Pretender que la izquierda y la derecha se hallan en España confrontadas con igualdad de armas –conducente a la igualdad en el despropósito- es, creo, tan falaz como ese mantra peneuvista que insiste en que Euskadi es un “país normal” (ahora el que retoma esa matraca es el inefable Madrazo, que insiste en hablar de política “de izquierdas” y “de derechas” en aquella tierra). De hecho, la sorpresa, cuando no indignación, con la que muchos parecen descubrir que la derecha sociológica, intelectual y política existe en España y es relativamente fuerte avala esa tesis de la desigualdad aún no superada.
La izquierda ha gozado siempre, y continúa gozando en nuestro país, de una sensación de superlegitimidad, ganada en una transición marcada por una mala conciencia, que se traduce, de una parte, en el disfrute de una mayor tolerancia por parte de la opinión (si se prefiere, en la validez de esa afirmación que habla de España como país “sociológicamente de izquierdas” que yo comparto y sobre la que algún día, quizá, me gustaría volver) y en una sensación de seguridad, rayana en la altanería, por parte de los políticos de ese lado del espectro que en absoluto se corresponde con la solidez de sus ideas y sus programas. Esa superlegitimidad es un plus que disfruta la izquierda española con respecto a sus hermanas europeas, con las que, por lo demás, comparte las mismas carencias intelectuales y la misma desorientación.
Pero, además, pasando del plano de las ideas al de las realidades, es bastante evidente que el izquierdismo (socialista), ha conseguido crear una red muy importante de generación de opinión, muy bien alimentada, sobre todo en años en que la discrepancia era una heroicidad, con tres puntales, por orden de importancia: el conglomerado mediático de Prisa, el “mundo de la cultura” (que en este país, recuérdese, es casi sinónimo del cine) y la universidad. La derecha presenta carencias muy importantes en los tres aspectos: su capacidad mediática es menor, está virtualmente ausente del mundo “cultural” y su respaldo universitario es mucho menor en España que en otros países a los que pretendemos parecernos (mejor, a los que decimos que pretendemos parecernos) y a los que, por desgracia, no parecemos querer parecernos en nada.
El cómo ha sucedido esto último es un fenómeno digno de estudio y que tiene relaciones profundas con las carencias de la democracia española y el hecho de que la transición sociológica fue bastante deficiente (como ya he comentado alguna vez, parafraseando a Wilde, España es un país que ha pasado del atraso a la posmodernidad sin pasar por fases intermedias, y eso tiene sus efectos, claro). Todo ello sin minusvalorar, por supuesto, las “habilidades” de muchos elementos del socialismo español para moldear una sociedad bastante a su gusto –sobre todo, insisto, en los años de la hegemonía absoluta que algunos, erróneamente, creen que reviven por el solo hecho de que vuelvan a ostentar una mayoría en el Parlamento- y, cómo no, sin ignorar las monumentales carencias de una derecha que no sólo fue, y es, a juzgar por lo que se ve y se oye, incapaz de contrarrestar esas habilidades, sino que parece haberse especializado en dispararse en el pie cada vez que puede.
Es cierto, no obstante, que el tiempo y la experiencia están contribuyendo a nivelar la balanza, no tanto porque la derecha política se haya sacudido los complejos y la torpeza como porque la opinión traga cada vez menos ruedas de molino. Ya no basta, en general, motejar algo de “progresista” para que sea aceptado sin discusiones significativas. Los elementos más primarios del espectro izquierdista –normalmente talentos subvencionados- sencillamente, no se lo pueden creer, pero los más hábiles son perfectamente conscientes de ello. La política del gobierno zapatero de búsqueda de una confrontación en la que, se supone, la derecha ha de lucir su alma más conservadora no tiene, en el fondo, más fin que el de prolongar esa superlegitimidad, que el de mostrar que todos los valores entendidos de los últimos años siguen vigentes. Que esa estrategia no esté saliendo del todo bien muestra que los estereotipos son cada día más débiles, pero el mero hecho de que se intente avala, de nuevo, la tesis que sostengo: la relación izquierda-derecha en España está viciada, y el beneficiario de ese desequilibrio, perfectamente consciente de que este existe, hace lo posible por prolongarlo.
Por eso los medios de izquierda se pasan la vida no defendiendo al gobierno, sino juzgando a la oposición. Hay quien dice que, en un bipartidismo imperfecto, juego de suma cero, es casi lo mismo. Pero no es igual jugar a ganar que a no perder... ¿o es que es lo mismo ver jugar a Brasil que a Italia?
2 Comments:
Espléndido análisis, en mi opinión. Sería genial que desarrollaras lo de que España es sociológicamente de izquierdas. Tengo mis dudas al respecto, por más que el lastre del recuerdo del franquismo hiciera inviable durante muchos, muchos años, que un partido de derechas ganara unas elecciones. Y me temo que algún resquicio de eso queda todavía, cuando resulta que hasta los que trabajan en empresas de encuestas tienen que corregir los datos porque saben que mucha gente se avergüenza de reconocer que votó o piensa votar al PP (con una excepción: las elecciones generales de 1996, cuando lo que estaba mal visto era confesar que uno pensaba votar al PSOE, por razones bastante explicables).
Tengo amigos que se consideran sinceramente de izquierdas, pero a la que uno empieza a escarbar un poco y les pregunta acerca de su opinión sobre una serie de puntos en concreto, resulta que no comparten buena parte del ideario que uno identificaría con la izquierda. Como siempre, Cataluña, gracias al factor distorsionador del nacionalismo, se debe de llevar la palma en eso: conozco a gente que vota rutinariamente a ERC porque es independentista pero que en temas económicos y "sociales" tiene una visión ultraconservadora.
Otro tema interesante es el de la gratuita identificación entre "el mundo de la cultura" y los profesionales del cine. A veces siente uno vergüenza ajena cuando ciertos individuos que no acabaron la educación secundaria se arrogan el papel de "intelectuales". Pero de eso la culpa no es suya; hace ya mucho tiempo que se espera que cualquier famoso-que-lo-es-por-el- motivo-que-sea ilustre al resto de la Humanidad con sus sesudas reflexiones acerca de temas de los que no tiene más idea que la que podamos tener yo o la carnicera de la esquina de mi calle. Con decir que hasta los desechos humanos que salían en "Hotel Glam" lucían pegatinas de "No a la guerra"...
By Anónimo, at 6:51 p. m.
Mientras estabas disfrutando del parón veraniego, publiqué un par de entradas tituladas "intelectuales de derechas" (aqui, y aqui) a raiz de un artículo sobre ese mismo tema de Minuto Digital.
Las cuestiones que describes en tu artículo son, a mi modo de ver, consecuencias más que causas. Consecuencias de una actitud militantemente anti-intelectual por parte de la derecha política española, y consecuencias de la actitud inversa por parte de la izquierda.
La derecha no tiene "intelectuales" (en el sentido Gramsciano) propios, no tiene medios propios, no tiene "cultura" propias, simplemente porque no quiere, porque al politico de derechas no le compensa tenerlo. Es esta una tesis que desarrollo algo más extensamente en mis artículos, donde pongo el caso del Dr. Polaino como un ejemplo clásico del desapego de la derecha politica española hacia los intelectuales.
By Embajador, at 2:53 p. m.
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