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domingo, agosto 14, 2005

UN PAÍS "SOCIOLÓGICAMENTE DE IZQUIERDAS"

En mi artículo de hace unos días sobre el desnivel que, a mi juicio, aún hoy, caracteriza al campo de juego entre la izquierda y la derecha en nuestro país, recurrí a una frase hecha que entiendo válida en líneas generales, la de que España es un país “sociológicamente de izquierdas”.

La frase ha sido relativamente común en voceros, precisamente, de la izquierda, y en boca de esos voceros viene a querer decir, en tono suave y hasta pseudocientífico, que el país es coto de las izquierdas y que, por ende, todo gobierno de la derecha está viciado, de origen, por un cierto divorcio de lo que sería la tendencia “natural” de los españoles. En otras palabras, es posible que, en determinadas coyunturas –necesidad de propinar un correctivo a sus representantes “lógicos”, por ejemplo- el pueblo español se deje dirigir por la derecha, pero será siempre de manera transitoria y, sobre todo, siempre a su pesar. En resumidas cuentas, es una forma elegante de afirmar que España es un coto.

No creo que la cosa esté tan clara ni, desde luego, que semejante fatalismo tenga unas bases del todo razonables, pero, de acuerdo con lo que exponía el otro día acerca de las desventajas de la derecha –idea que no es original mía, por supuesto- sí creo que ha existido y continúa existiendo lo que podríamos denominar una “facilidad de conexión” entre el electorado español y los partidos de izquierda, muy especialmente en su versión socialista (lo cual no significa, desde luego, que esa conexión sea natural, determinista, y tampoco que la izquierda no se haya aplicado bien a conservarla). Tampoco creo que sea muy arriesgado afirmar que semejante estado de cosas deriva de la dramática experiencia del franquismo.

La dictadura franquista supuso una total alteración en el sistema de valores de los españoles, que aún hoy perdura de manera indeseable. Intentaré exponerlo de manera breve. Toda sociedad, para subsistir, para poder convivir, necesita la cohesión de unos determinados valores, unas determinadas ideas que, en última instancia, justifiquen ciertas pautas de comportamiento (socialmente integradoras). A nadie se escapa que algunos de esos valores (lealtad y compromiso con los símbolos comunes, patriotismo, aprecio por el orden, aprecio por las tradiciones...) se adscriben tradicionalmente al campo de la derecha en tanto que otros (tolerancia, aprecio por el progreso, aceptación del cambio...) son más bien patrimonio de la izquierda. Por supuesto, ambas ideas son inexactas y representan estereotipos, pero puede entenderse como válido el que, en efecto, unos valores sobresalen más que otros en las propuestas de cada lado. Una combinación de ambos conjuntos es completamente imprescindible en una sociedad vertebrada, lo que equivale a afirmar que tanto izquierda como derecha (búsquense los sinónimos que se quiera) son necesarias.

Pues bien, es evidente, como decía, que los cuarenta años de franquismo supusieron que determinados valores –en sí mismos neutros y necesarios- resultaran “marcados” como indeseables, por su vinculación a un pasado que se consideraba odioso. Esto, unido a un alto grado de deformación de la historia, practicada desde fecha muy temprana en la democracia por ciertos sectores, implicó el establecimiento de una “sintonía natural” entre buena parte de la sociedad española y los que se arrogaron la representación de todo aquello que esa misma sociedad quería “llegar a ser”. Ideas como, por ejemplo, la de “modernidad” se convirtieron –y aún son- en auténticos leitmotivs, y esa modernidad se identificó automáticamente con la izquierda. Evidentemente, el desequilibrio que ello implica es altamente perjudicial, pero así son las cosas.

Ahora bien, y esto quizá sea más paradójico, el que la sociedad española quisiera dejar de parecer franquista no significaba que hubiera dejado de serlo. Porque la sociedad española era franquista hasta la misma médula, y cabe decir que no ha dejado de serlo totalmente. El “franquismo sociológico” era y es bastante más amplio de lo que se ha querido ver. Y aquí, de nuevo, la izquierda lleva las de ganar, porque se transita con bastante más facilidad del franquismo al socialismo que del franquismo al liberalismo (como acreditan, por cierto, señeros representantes de la progresía a título particular). La sociedad española estaba mucho más preparada para aceptar un discurso socialista que uno liberal, sencillamente por la fuerza de la costumbre y la concepción paternalista del estado.

Creo que este hecho no se ha estudiado de manera suficiente. El que Polanco heredara buena parte de la prensa del Movimiento tiene un valor algo más que simbólico. Los españoles tenían durante el franquismo una relación con el estado bastante parecida a la que se da todos los regímenes intervencionistas (más parecida, de hecho, a la de algunas “dictaduras blandas” del este que a la de los regímenes socialdemócratas, porque esos regímenes aunaban el intervensionismo con altos niveles de corrupción, o con la corrupción institucionalizada). La aceptación bastante generalizada de la corrupción felipista –de la vuelta del “no sabe usted con quien está hablando”, el trinconeo, la recomendación y el “no eres nadie si no conoces a quien hay que conocer”- es poco explicable sin ese claro carácter de déja vu que tenía. La proliferación de personajes dignos de la Escopeta Nacional obedece a que el medio que los creaba tampoco había cambiado tanto.

Mi tesis, pues, es que el socialismo ha proporcionado a los españoles un tránsito sin rupturas, sin más reformas que las imprescindibles (y, todo hay que decirlo, las que vienen forzadas por la propia evolución del país). Lo psicológicamente devastador hubiera sido que, de golpe y porrazo, todas las empresas públicas se hubiesen privatizado y, además, sus directivos hubieran sido contratados a través de entrevistas. Y es que una cosa es que los niños pijos de turno monten una movida subvencionada y otra, bien diferente, que una sociedad cambie de la noche a la mañana sus hábitos más arraigados. Se atribuye a Martín Villa (que muy bien podría haberla dicho) la famosa frase de “al amigo, hasta el ...., al enemigo por el... y al indiferente, la legislación vigente”. Pues bien, la historia de la democracia española puede ser descrita, en términos gráficos, como la progresiva ampliación del ámbito de los indiferentes, manteniendo la validez general del aserto (por lo demás válido en casi todas partes, en diferentes grados).

Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la aquiescencia de la derecha, que ha contribuido, y mucho, a que este estado de cosas no cambie. Pero este tema merece un análisis sosegado, que abordaremos en otra ocasión.

2 Comments:

  • Creo que lo has explicado perfectamete. La izquierda se ha arrogado mucho mejor el franquismo sociológico que Fraga.

    España necesita una revolución de la libertad que descubra a los españoles la oportunidad de ser ellos mismos los que tomen las decisiones sin estar tutelados por políticos.

    Coase

    By Blogger Coase, at 4:21 p. m.  

  • La tolerancia no es un valor, si acaso un calculo político. Además la tolerancia no puede existir entre iguales ("tolerar es ofender" decía Goethe). Por otra parte la tolerancia es un concepto negativo puesto que supone la intolerancia previa.
    Un saludo.

    By Anonymous Anónimo, at 5:02 p. m.  

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