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sábado, agosto 13, 2005

NINETTE Y UN SEÑOR DEL ATLETI

José Luis Garci ha puesto un excelente plantel de actores, muchos de ellos habituales en sus películas y, cómo no, los encantos de la Pataki –y su talento como actriz, que no merece, desde luego, ser ignorado, pese a que su tipazo sea capaz de llevárselo todo por delante- al servicio de un gran homenaje a uno de los mejores humoristas españoles de todos los tiempos: Miguel Mihura. Su “Ninette” es una muy solvente adaptación, con los necesarios cortes y saltos, de las famosas “Ninette y un señor de Murcia” y “Ninette, modas de París”. Como cada vez que un viejo título vuelve a las carteleras de los cines o de los teatros, se hace inevitable, inconscientemente, que asomen al recuerdo tantos y tantos actores entrañables, actores de oficio –algunos de los cuales aún están dando guerra, otros ya desaparecidos-, de forma que el homenaje al autor se vuelve, al tiempo, un homenaje a toda una profesión. Creo que el trabajo de Garci y su trouppe resistirá, sin duda, muchas comparaciones.

Los lectores de esta bitácora saben que no suele haber en ella crítica de cine (hasta ahí podíamos llegar) pero, de cuando en cuando, pasan cosas en la cartelera que merecen ser comentadas o que dan lugar a reflexiones. Últimamente, cada vez que Garci estrena hay oportunidad para ello. No cabe duda de que Garci, ese señor del atleti que sólo deja de hablar de cine, ocasionalmente, cuando hay tema futbolero –hace ya algún tiempo que comenta para ABC los grandes campeonatos de selecciones- es un director de personalidad muy definida. Gustará o no gustará, pero hay dos rasgos que me gustaría destacar:

En primer lugar, algo que puede parecer obvio, pero no lo es. A Garci le apasiona el cine. Le gusta a rabiar. Y por eso, cada vez que puede, que es casi siempre, le rinde tributo. Porque lo quiere, lo respeta. No se cree un genio. Y por eso respeta los diferentes roles que componen el mundo del cine: el guionista, el actor, el productor... no pretende asumirlos todos a la vez. Insisto, puede parecer obvio, pero no lo es. Es más, una mirada a nuestro cine puede permitir comprobar que la regla general es la contraria. Está podrido de “creadores de mundos”, capaces de hacerlo todo, desde escribir el guión de una historia hasta convertir en actriz a una tipa a la que no se la entiende cuando habla (no se me olvida la frase maliciosa de Manuel Aleixandre en la última obra en la que compartía tablas con Agustín González y José Luis López Vázquez –encarnan a tres actores jubilados a los que nadie llama ya-... “¿estaba rica, eh?”, “Siiiií, muy buena sí,... si se la hubiera entendido cuando hablaba, hasta hubiera podido ser actriz”. La frase iba a propósito de una joven compañera de reparto). El miserable nivel artístico y técnico de buena parte de las películas españolas se justifica en parte por eso, por la absoluta falta de respeto por el oficio propio y por el oficio de los demás. Es una extensión al cine, claro, de la falta total de cultura del esfuerzo. El talento es necesario, sí, pero no es condición suficiente. A Garci se le nota un cierto toque de humildad, del que pretende hacer películas dignas de una tradición a la que él pretende asomarse, no reinventar. La primera condición para llegar a ser Billy Wilder es querer parecerse a Billy Wilder. No es una mala aspiración para terminar siendo uno mismo.

La segunda cuestión que me gustaría comentar es que Garci parece haber encontrado una fórmula para mirar hacia atrás sin ira. Supongo que él es consciente de que eso le expulsa ipso facto de la ortodoxia progre y, por tanto, del “mundo del cine”. Él no podrá ya nunca ser un miembro de la comunidad.

En Ninette, y salvando las distancias, retoma el hilo de Tiovivo c. 1950 (película amarga donde las haya que algún imbécil ha llegado a tildar poco menos que de “revisionista”). En primer lugar, por atreverse a hacer, de entrada, un homenaje a Mihura, esto es, romper el dogma de que nada hubo en este país digno de atención entre 1936 y 1975, lo cual ya tiene delito. Pero es que, además, cuando Garci mira al oscuro Madrid de 1950 o a la pacata Murcia de 1959 lo hace con cierta ecuanimidad, sin odio, hasta con un cierto cariño. No cariño, desde luego, por las condiciones de vida o por el marco político –un cariño que no implica tolerancia- sino por la gente, por la España real de aquellos años, con mucho personaje de Mihura andando por la calle. Una gente que, qué le vamos a hacer, andaba muy afanada en el día a día y, por tanto, defraudaba continuamente las expectativas de las vanguardias. Como las defrauda hoy, me temo.

Los de la “memoria histórica” (alguien dijo no hace mucho que eso de la memoria histórica es la misma antítesis de la historia como ciencia) jamás podrán disfrutar de “Ninette” ni de la comicidad de personajes como sus padres –exiliados republicanos en París que, rodeados de la magia de la Ciudad Luz, lo que quieren es volver a su Asturias natal, y que se indignan cuando, en el consulado, les dicen que pueden regresar cuando quieran, vamos, que nadie les considera ningún peligro para el sistema-. Porque su “memoria” es necesariamente hemipléjica (ese “querer vivir tranquilo” tan característico de los años centrales del régimen, ¿se debía a que la gente no tenía conciencia política o, por el contrario, a que sí la tenía?, ¿había olvidado la gente su “memoria histórica” o, por el contrario, la tenía más que presente?), presta a dejar multitud de preguntas sin responder.

En conclusión: Garci ha hecho una película muy decente... que jamás le otorgará un Goya. Aunque creo que eso, a él, no le importa.