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martes, agosto 16, 2005

ALIANZAS: NI SON EL PROBLEMA NI SERÁN LA SOLUCIÓN

La calorina de agosto tiende a convertir a los analistas políticos en pitonisos, porque buena parte de las reseñas políticas del verano, concluido el curso, consisten en aventurar las claves del siguiente. Suele ser en estas fechas cuando se pronostican los “otoños calientes”, ya se sabe. Lo cierto es que, por lo que se lee, se ve y se oye, no parece que nos espere nada halagüeño. Cambios es casi seguro que los habrá, pero no está nada claro que vayan a ser positivos desde el punto de vista del interés general mayoritario de los españoles, de un tiempo a esta parte sistemáticamente preterido.

De nuevo, el zafarrancho se lanza desde Barcelona, donde se evidencia que el indeseable debate estatutario, estúpido donde los haya, se enseñorea definitivamente del mapa político nacional, porque dicta nada menos que las alianzas. Cabe señalar que, en este punto, asistimos a un nuevo episodio de política socialista: el “problema territorial” tiene un origen fundamentalmente catalán y muy ligado a cuestiones internas del PSOE. Pues bien, tiempo habrá de ver cómo se las ingenian algunos para que ese problema pierda su origen para transformarse en el último episodio de un problema multisecular sin resolver. Atentos a esto, porque será la gran mentira del futuro. Demasiado acostumbrados estamos a que los orígenes verdaderos de los problemas se diluyan, y e verá cómo esta gracia de Maragall terminará convertida en una suerte de maldición divina, y si no, al tiempo (ni que decir tiene que el problema, además, no va a tener solución porque la derecha no va a querer resolverlo, claro). La doctrina de la responsabilidad nula volverá a operar, seguro.

El estatut podrá fracasar, y ello tendrá sus repercusiones coyunturales, en política catalana y en política nacional, pero se ha hecho inevitable que lo que ha sido el eje de la legislatura sea el eje de la siguiente. Además, en torno a la cuestión se han alterado de forma necesaria algunas posiciones como la de CiU, necesariamente radicalizada. De este modo, el genio político de Maragall ha conseguido, además de introducir un factor de tensión permanente, eliminar o condicionar posibles elementos, tradicionalmente positivos y de ayuda a la gobernación del estado. Jugada maestra, vamos.

Hay quien dice que el esperpento que ha supuesto el protagonismo de ERC puede tocar a su fin. Por eso, el PSOE anda ya buscando fórmulas para recomponer su política de alianzas, a través de conversaciones con CiU y, sobre todo, con el PNV. No conviene engañarse al respecto. Si la gente de Carod pierde protagonismo, bajará el nivel de estridencia, sin duda, lo que es positivo. Lo deseable es, desde luego, que las próximas elecciones catalanas devuelvan a ERC al terreno del que nunca debió salir, que es el de la anécdota, pero tampoco eso va a tener, de por sí efectos balsámicos (de nuevo, hay quien se empeña en ignorar que el protagonismo y la responsabilidad principales en todo lo que sucede corresponden a Maragall y al PSC).

Como ya he apuntado, CiU no está, hoy por hoy, en las mismas condiciones tradicionales para apoyar gobiernos en Madrid. La puja al alza de Maragall en el campo nacionalista ha obligado a la coalición a doblar apuestas, y no parece que las alas más moderadas vayan a gozar de preeminencia, si es que el objetivo primordial ha de seguir siendo volver a gobernar en Cataluña lo que, probablemente, pase por una potencial alianza con ERC y, por tanto, por un refuerzo del nacionalismo.

Lo del PNV es caso aparte, porque es una alianza buscada con relativa independencia de lo que pasa en Madrid. El PSOE busca desesperadamente hacer realidad práctica su juicio de que “en Euskadi están cambiando las cosas”, y no hay mejor plasmación de ello que una reedición del bipartito PSOE-PNV. El problema es que en Euskadi nada está cambiando y, en todo caso, si algo cambia es hacia el pasado, hacia la algarada callejera y el ballet Ertzaintza-manifestantes, cuya coreografía es archiconocida (manifestación prohibida, la Ertzaintza consiente durante media hora, la Ertzaintza carga... una vez que los manifestantes ya han conseguido todo el rédito político, la cosa acaba con destrozos y un número irrisorio de detenido... indignante pero, ¿novedoso?). Esto es, además de profundamente indecente, de lo más insensato. El PNV no está en condiciones de ser considerado socio viable en ningún lugar, y mucho menos en el Parlamento nacional, porque en absoluto ha abandonado su juego, ¿por qué habría de hacerlo ahora que cuenta, incluso, con diversas posibilidades de practicarlo, bien apoyándose en el resto del nacionalismo, bien en un PSE consentidor y ávido de alguna noticia que avale las tesis de Ferraz?

Es insensato pensar que un simple mutis de ERC servirá para cambiar las cosas, salvo que realmente se crea que el gobierno está haciendo de la necesidad virtud y, por tanto, su política es hija de las circunstancias. He dicho muchas veces que, en mi opinión, no es cierto que el PSOE esté gobernando como puede, sino que está gobernando como quiere (quizá, sí, muy a pesar de buena parte del propio partido, que no es monolítico ni todo de la misma opinión, claro). La mayoría de los problemas que padecemos, y destacadamente la “cuestión territorial” tienen origen en el propio PSOE, y la política de alianzas, aunque sirva de catalizador, no es el factor fundamental (además, claro, de que el resto del espectro político tampoco permanece estático ante las iniciativas gubernamentales).

La banda de Carod y el bañista, como el resto de los potenciales aliados, son parte del problema, pero nuestra principal desgracia no son ellos, sino un gobierno y (parte de) un gran partido que han perdido el norte. Son vanas todas las esperanzas de que enderece el rumbo, porque no creo que sea consciente de haberlo perdido.