A PROPÓSITO DEL DEPORTE
Por lo que se ve, los últimos mundiales de atletismo no nos han ido todo lo bien que se preveía. Y tampoco parece que otros países europeos hayan corrido mucha mejor suerte. Yo no entiendo nada del tema, pero dicen que una de las razones de nuestro fracaso es la gran cantidad de africanos que, acogidos a pabellón de conveniencia, pululan en las pruebas en las que España era, y es, una potencia, es decir, el medio fondo y el fondo (inciso: igualito que en el fútbol). Se demuestra, en suma, que la prueba de la superioridad de la raza blanca exige como precondición que la negra no participe y que España sigue, como antaño, muy vinculada a pruebas no demasiado exigentes desde el punto de vista técnico y que no requieren una infraestructura muy importante – unas buenas zapatillas, si acaso, y a sufrir, a sufrir mucho, el modelo Bahamontes, vamos.
Lo que sí sé es que, al hilo de los malos resultados, se han desatado algunas polémicas bastante chuscas entre varios atletas y el mandamás federativo, el señor Odriozola (que, por cierto, manda en eso del atletismo desde que hay tele en España, o eso me parece a mí). No sé si el cruce de acusaciones y réplicas está justificado, pero es muy poco edificante, la verdad.
Todo lo dicho me sirve de introducción a la tesis que quería sostener, de la que muchos de ustedes discreparán sinceramente, y que contradice una buena retahíla de tópicos: a mi, el deporte, no me gusta nada, y no creo ni que tenga los valores que se dice que tiene ni que desempeñe el positivo papel social que dicen que desempeña. Me refiero, claro, al deporte profesional, no al ejercicio físico gratuito (que esa es la acepción estricta de deporte, lo que se hace sin razón alguna) que está muy bien y es muy recomendable, siempre que no se contamine de los supuestos “valores” de la alta competición. Eso no significa, claro, que, de cuando en cuando, uno no disfrute del espectáculo –porque de eso se trata- pero me carga bastante toda la liturgia que hay alrededor. Me carga la mitología generada en torno al deporte, me carga, en suma, el deporte made in Samaranch.
En primer lugar, lo que se denomina habitualmente deporte, o lo que sale por la tele en la sección correspondiente es cualquier cosa... excepto deporte. Nada tiene de actividad lúdica y carente de todo fin utilitario, que es lo propio del deporte propiamente dicho. Lo que consume veinte minutos de cada telediario de media hora es, en realidad, un espectáculo de masas. Parece que no hay problema para endosarle al fútbol esa etiqueta, y casi nadie discute hoy que lo de los 22 y la pelota tiene poco de juego, pero no veo, realmente, qué diferencia hay entre eso y el baloncesto, el golf, el ciclismo o el atletismo. Que le gusta a menos gente, esa es la única diferencia.
En segundo lugar, lo que sale por la tele es de todo menos sano. Dejando aparte la monumental hipocresía del asunto del dopaje –porque el amor a la patria y los colores, solos, no llevan al Tourmalet, el Puy de Dome, la Croix de Fer y Alpe d’Huez en cuatro días- la sobreutilización del cuerpo en semejante modo no parece muy dentro de los planes de la naturaleza. Eso por no hablar de la carga de lesiones, y demás.
Por último, aunque no menos importante, el deporte es terreno abonado para la demagogia más absoluta. Nada mejor para concitar los sentimientos más viscerales y el nacionalismo más estúpido que un partido de cualquier cosa con el país vecino. Comprendo que excita mucho más las pasiones ver a “uno de los nuestros” pasar por encima de todos los demás que leer a nuestras glorias literarias, pero no creo que, más allá de ciertos límites que, sin duda, se rebasan en las grandes competencias, sea sano.
Por otra parte, como interesa a tanta gente, el deporte se torna, inevitablemente, “social” y se contamina claramente del carácter de “lo público”. En palabras llanas, que hay que financiarlo. Y con el dinero público, con las federaciones, con los asuntos de unos pagados por otros llegan, como suele ser habitual, la corrupción y los malos modos.
Los juegos son los juegos, y los negocios los negocios. Conviene no mezclarlos, porque, si no, la cosa se presta a confusiones. Nadie en su sano juicio considera, por ejemplo, el baloncesto americano un deporte. Y por eso, las reglas están claras. ¿Tienes dinero?, te compras un equipo, y ya está. Bienvenido a la NBA.
En esto, como en todo, nosotros preferimos el “modelo europeo” que consiste en que, cuando el club (de fútbol, de baloncesto o de lo que sea) gana, es de sus socios, pero cuando pierde, es el honor del barrio, de la ciudad, del país el que está en juego. Y se debe, por tanto, realizar la oportuna operación de salvamento.
Y es que los que abogan por apoyar “nuestro atletismo” (como “nuestro cine”) quizá debieran pensar en apoyar también a “nuestros abogados” o “nuestros representantes comerciales”. Al fin y al cabo, son profesiones, ¿no?
Lo que sí sé es que, al hilo de los malos resultados, se han desatado algunas polémicas bastante chuscas entre varios atletas y el mandamás federativo, el señor Odriozola (que, por cierto, manda en eso del atletismo desde que hay tele en España, o eso me parece a mí). No sé si el cruce de acusaciones y réplicas está justificado, pero es muy poco edificante, la verdad.
Todo lo dicho me sirve de introducción a la tesis que quería sostener, de la que muchos de ustedes discreparán sinceramente, y que contradice una buena retahíla de tópicos: a mi, el deporte, no me gusta nada, y no creo ni que tenga los valores que se dice que tiene ni que desempeñe el positivo papel social que dicen que desempeña. Me refiero, claro, al deporte profesional, no al ejercicio físico gratuito (que esa es la acepción estricta de deporte, lo que se hace sin razón alguna) que está muy bien y es muy recomendable, siempre que no se contamine de los supuestos “valores” de la alta competición. Eso no significa, claro, que, de cuando en cuando, uno no disfrute del espectáculo –porque de eso se trata- pero me carga bastante toda la liturgia que hay alrededor. Me carga la mitología generada en torno al deporte, me carga, en suma, el deporte made in Samaranch.
En primer lugar, lo que se denomina habitualmente deporte, o lo que sale por la tele en la sección correspondiente es cualquier cosa... excepto deporte. Nada tiene de actividad lúdica y carente de todo fin utilitario, que es lo propio del deporte propiamente dicho. Lo que consume veinte minutos de cada telediario de media hora es, en realidad, un espectáculo de masas. Parece que no hay problema para endosarle al fútbol esa etiqueta, y casi nadie discute hoy que lo de los 22 y la pelota tiene poco de juego, pero no veo, realmente, qué diferencia hay entre eso y el baloncesto, el golf, el ciclismo o el atletismo. Que le gusta a menos gente, esa es la única diferencia.
En segundo lugar, lo que sale por la tele es de todo menos sano. Dejando aparte la monumental hipocresía del asunto del dopaje –porque el amor a la patria y los colores, solos, no llevan al Tourmalet, el Puy de Dome, la Croix de Fer y Alpe d’Huez en cuatro días- la sobreutilización del cuerpo en semejante modo no parece muy dentro de los planes de la naturaleza. Eso por no hablar de la carga de lesiones, y demás.
Por último, aunque no menos importante, el deporte es terreno abonado para la demagogia más absoluta. Nada mejor para concitar los sentimientos más viscerales y el nacionalismo más estúpido que un partido de cualquier cosa con el país vecino. Comprendo que excita mucho más las pasiones ver a “uno de los nuestros” pasar por encima de todos los demás que leer a nuestras glorias literarias, pero no creo que, más allá de ciertos límites que, sin duda, se rebasan en las grandes competencias, sea sano.
Por otra parte, como interesa a tanta gente, el deporte se torna, inevitablemente, “social” y se contamina claramente del carácter de “lo público”. En palabras llanas, que hay que financiarlo. Y con el dinero público, con las federaciones, con los asuntos de unos pagados por otros llegan, como suele ser habitual, la corrupción y los malos modos.
Los juegos son los juegos, y los negocios los negocios. Conviene no mezclarlos, porque, si no, la cosa se presta a confusiones. Nadie en su sano juicio considera, por ejemplo, el baloncesto americano un deporte. Y por eso, las reglas están claras. ¿Tienes dinero?, te compras un equipo, y ya está. Bienvenido a la NBA.
En esto, como en todo, nosotros preferimos el “modelo europeo” que consiste en que, cuando el club (de fútbol, de baloncesto o de lo que sea) gana, es de sus socios, pero cuando pierde, es el honor del barrio, de la ciudad, del país el que está en juego. Y se debe, por tanto, realizar la oportuna operación de salvamento.
Y es que los que abogan por apoyar “nuestro atletismo” (como “nuestro cine”) quizá debieran pensar en apoyar también a “nuestros abogados” o “nuestros representantes comerciales”. Al fin y al cabo, son profesiones, ¿no?
6 Comments:
Muy interesante, y cuando dices "Nada mejor para concitar los sentimientos más viscerales y el nacionalismo más estúpido que un partido de cualquier cosa con el país vecino" me recuerdas que toda aquella polémica de las selecciones autonómicas no era más que esto mismo.
By Anónimo, at 6:49 p. m.
Te olvidas de otra razón para evitar el deporte: se viste pésimamente, salvo para practicar el golf y para ir a Wimbledon (y esto cada día menos). ¿Cómo podemos aspirar a tener almas sensibles si vestimos a sus supuestos ejemplos con trajes espaciales verde puñeta para correr los 100 metros lisos? El deporte se practica en calzón corto o no se practica -que siempre es mejor-.
By Anónimo, at 9:22 a. m.
Te olvidas de otra razón para evitar el deporte: se viste pésimamente, salvo para practicar el golf y para ir a Wimbledon (y esto cada día menos). ¿Cómo podemos aspirar a tener almas sensibles si vestimos a sus supuestos ejemplos con trajes espaciales verde puñeta para correr los 100 metros lisos? El deporte se practica en calzón corto o no se practica -que siempre es mejor-.
By Anónimo, at 9:24 a. m.
Te olvidas de otra razón para evitar el deporte: se viste pésimamente, salvo para practicar el golf y para ir a Wimbledon (y esto cada día menos). ¿Cómo podemos aspirar a tener almas sensibles si vestimos a sus supuestos ejemplos con trajes espaciales verde puñeta, lleno de anuncios de dentífrico, para correr los 100 metros lisos? El deporte se practica en calzón corto blanco o azul sin carteles y nunca con camiseta sin cuello y muchísimo menos sin mangas, o no se practica -que siempre es mejor-.
By Anónimo, at 9:27 a. m.
Debido a una pequeña incidencia técnica -nombre que se usa cuando uno la caga- he publicado mi comentario setenta veces. Perdonad.
By Anónimo, at 9:31 a. m.
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By Anónimo, at 6:29 p. m.
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