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miércoles, agosto 17, 2005

HONRAR LA PALABRA DADA

He de reconocer que ayer, por una vez, una alocución de Rodríguez Zapatero me pareció relativamente a la altura de las circunstancias. No sólo porque en estas coyunturas uno tiende a dejar que la persona se diluya y quiere ver, nada más, al personaje –al Presidente del Gobierno, tenga la cara que tenga- sino porque fue capaz de eludir algunos tópicos al uso. No acudió a la manida idea de “la paz” y al disfraz de ONG para justificar la labor del ejército, sino que parecía entendérsele que esa labor es valiosa por sí misma, que se justifica en los ideales que protege. Que el habitual adalid de la fruslería, la inconsistencia y la frase hecha sea capaz de apreciar, al menos de palabra, lo que de valioso hay en honrar un juramento hasta las últimas consecuencias merece ser señalado.

Como merece ser también señalado que fuese capaz de admitir que los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas viven y mueren en defensa de España y los ideales que –al menos eso dice el preámbulo de nuestra Constitución- inspiran nuestro estado de derecho. Defienden la paz y la libertad de los demás, sí, pero no lo hacen en términos abstractos, sino en nombre y representación de su Patria, a la que sirven, sea para defender su territorio, sean sus compromisos internacionales, sea su honor y buen nombre. Su mérito es incuestionable siempre, y más en el país y el tiempo que les ha tocado vivir.

Ayer emitieron por televisión una entrevista que conservaban con uno de los jóvenes fallecidos, concretamente a un teniente de la base de Pontevedra, hecha antes de partir hacia Afganistán. Como suele ser habitual, el militar hablaba de su compromiso como una verdadera vocación. Más allá de la gran emotividad, me pareció especialmente valioso.

Especialmente valioso por cuanto, al expresarse de ese modo, se colocaba en las antípodas de la inmensa mayoría de los jóvenes de su edad. Es decir, iba a contracorriente, contra la opinión generalizada. A diferencia de lo que sucedió en otros tiempos, el militar vive por y para unos valores que la sociedad ignora cuando no desprecia. Hay quien se empeña en ver, como siempre, la falta de candidatos a soldados y marineros como un problema de sueldo (que lo hay, sin duda). ¿Es que alguien puede, cabalmente, pretender que va a haber colas para apuntarse a una forma de vida que, amén de dura, se ha enseñado a minusvalorar como absurda, cuando no escasamente moral?

Especialmente valioso por cuanto en España, cada vez menos, afortunadamente, la condición de militar parece condenar al semianonimato. Ha contribuido a esto, notablemente, el que no se pueda vestir el uniforme en la calle (gracias, en buena medida, a nuestros gudaris particulares, que en cada uniformado han visto siempre un objetivo para procurar la libertad de Euskadi), como sucede en casi todas partes. El militar, encerrado, acuartelado y, para relacionarse con los demás, obligado a soslayar su condición. O, si se prefiere, para hacer la aceptable, la condición de militar convertida exclusivamente en profesión, en oficio (en este sentido, si el cirujano no sale a la calle con el atuendo de operar, ¿por qué habría de vestir el militar sus ropas de faena?,... pues porque no es igual, pese a quien pese).

No es verdad que en España se esté dando una aceptación plena, normal, de la institución, cuando menos en ambientes oficiales. Prueba de ello es el empeño permanente en presentar a las Fuerzas Armadas como una suerte de segunda Cruz Roja. Incluso se llega a ocultar a la opinión pública el hecho de que nuestros militares, en sus destinos internacionales, combaten, sea en su propia defensa, sea porque lo exigen las condiciones de sus misiones (¿o es que alguien cree que cuando un tipo se acerca a otro con nada amigables intenciones se conmina a ambos a “un diálogo sin exclusiones” o, en el colmo de la fuerza, se le amenaza con una comisión de investigación?).

Todos los discursos que exaltan los valores de la institución militar suenan huecos, pasados de moda, lo que no deja de ser curioso en un país donde la cursilería es moneda de curso común. Un homenaje a la bandera es ridículo (cuando no ofensivo para algún comemierdas que, se conoce, puede atragantarse) pero un “bautizo civil” es la leche de progresista, moderno y, por tanto, respetable.

En fin, como ayer dijo el Presidente del Gobierno: honraron su juramento. No se puede decir nada mejor. Que todos los civiles merezcamos el mismo epitafio.