FERBLOG

sábado, agosto 20, 2005

LA "MEMORIA HISTÓRICA"

Tengo entendido que el nuevo gobierno gallego también ha adoptado medidas para la “recuperación de la memoria histórica”. Estamos ya, sin duda, ante un nuevo proceso de acuñación y puesta en circulación del enésimo tópico progresista o, si se prefiere ante un nuevo proceso de manipulación del lenguaje. Una vez más, se toman dos términos en sí mismos neutros y dignísimos y se enmierdan hasta la saciedad para prostituirlos como se prostituyeron “paz”, “democracia” o “diálogo” hasta el punto de que ya salen impunemente de las sucias bocazas de la gente más execrable. Oír a Otegi hablar de “paz” (de “proceso” de paz, para que no falte el tufo planificador-totalitario) es como oír a Hitler hablar de “concordia” o así. Y la culpa no es suya, esta vez, la culpa es de los que devalúan los términos.

Creo que fue Miquel Porta Perales el que escribió, no hace mucho, que la “memoria histórica” es la misma antítesis de la historia, en tanto que conocimiento científico del pasado. Lo último que quieren los de la “memoria histórica” es, precisamente, saber. No, al menos, para saciar sed alguna de conocimiento. Frente a la objetividad (o la aspiración de objetividad, para ser más exactos) del historiador, la parcialidad más absoluta, frente al ánimo de continua revisión, la necesidad de “fijar los hechos y los responsables”, frente al libro y al estudio documentado, el panfleto, el debate televisivo de medio pelo y la película sesgada.

Y tampoco es cuestión, evidentemente, de aliviar ningún sufrimiento real. No niego, por su puesto, el legítimo derecho de los que padecieron a paliar ese padecimiento, en la medida de lo posible, a través de cuantos datos puedan ayudar. Derecho que, por cierto, asiste a todos, de un lado y de otro. Pero estoy absolutamente convencido de que a los de la “memoria histórica” les importa un comino la gente, sus sentimientos y sus sufrimientos. Una vez más, los más nobles sentimientos de a gente, usados descaradamente como triunfo de jugadores de ventaja dispuestos, incluso, a hollar terrenos que ni siquiera sus predecesores se atrevieron a pisar. Hasta los tahúres tienen sus mínimos éticos.

Es fácil conjeturar el por qué de esto o, más bien, el por qué ahora. Y es ridículo aludir a las heridas no restañadas del nieto del capitán Lozano. Se trata de seguir alimentando la hipótesis de la superioridad moral. Los medios “normales” ya no bastan. Es cada vez más difícil que la gente entienda, a las claras, quiénes son los buenos y quiénes los malos con meras alusiones a los “descamisados”. El espantajo de “la derecha” es un dóberman cada vez más desdentado. La herencia del general, pese a que ha sido administrada con toda la sabiduría del mundo, no alcanza ya para justificar, por sí sola, todo lo que es necesario justificar Es preciso, pues, reavivar fuegos que, por sí, tienden a apagarse. Todo menos la igualdad de armas, aunque sea preciso, para ello, sacar a pasear todos los fantasmas.

Pero es que, además, y he aquí otra justificación, la ciencia histórica hace sus progresos. Se tilda a Pío Moa de “revisionista”, pero no se niegan las evidencias, porque ahí están –por otra parte, nadie tuvo nunca interés en negar nada, porque no hay ninguna mala conciencia de nada-. Pero no es sólo Moa. Hay más gente, mucha más gente. Muchas más fuentes, de izquierdas y de derechas, accesibles, en todas las librerías permiten hoy, como nunca, a quien quiera, disponer de un conocimiento suficiente, cabal y documentado. Por si no bastara el ingente trabajo de las magníficas escuelas de hispanistas extranjeros, también los historiadores españoles hacen sus aportaciones. Ya no hay escasez alguna de medios para saber qué pasó. Antes al contrario, es prácticamente imposible abarcar ni siquiera una mínima parte de todo lo que hay escrito sobre la historia contemporánea española.

Al contrario que el historiador, que busca una comprensión cabal del fenómeno, el de la “memoria histórica” busca siempre datos lo más aislados, lo más parciales posibles. Si algo no interesa a los de la “memoria histórica” es, precisamente, tirar por elevación. Y es que en cuanto nos alejamos tres pasos de la tapia del cementerio, la perspectiva cambia... porque enseguida nos toparemos con otra tapia, de otro cementerio. Y si contamos todos los cementerios, nos encontramos con una catástrofe de dimensiones bíblicas, con responsabilidades múltiples, antecedentes y consecuentes políticos complejos.

Los de la “memoria histórica” insisten en que nos fijemos en los árboles... ahora que empezábamos a entrever el bosque.