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martes, septiembre 13, 2005

RECORTES (2): SOLUCIONES PROGRES

El segundo artículo que me anoté para comentar es una tribuna aparecida en El País del jueves, 8. La firmaba un abogado cuyo nombre lamento no recordar. Normalmente, cuando me engancho al buque insignia de Polanco es porque ya no me queda nada más que leer, y uno suele abordarlo con cierta desgana. Pero, mira tú por donde, este artículo de opinión con firma que digo me pareció bien, al menos al principio.

Y es que empezaba muy bien. Abordaba la famosa cuestión de la palabra “nación”, con un gran rigor lingüístico y jurídico. Continué leyendo, convencido de haber encontrado poco menos que una perla en mitad de la masa informe del pensamiento único. El artículo decía, en efecto que, se le busquen las vueltas que se le busquen, el término “nación” en el seno de la Constitución tiene un significado meridianamente claro y unívoco. Y ello se debe a que la Constitución es, ante todo, una norma jurídica, una ley hecha para ser cumplida. Por tanto, participa de esa facultad que tienen las normas jurídicas de crear la realidad. Es nación lo que la Constitución dice que es nación. Punto. El debate político podrá seguir hasta que se quiera, pero no ha lugar a discusión en el terreno del derecho.

Hasta aquí todo bien. El autor sacaba, pues, las consecuencias lógicas. Si la Constitución dice que la Nación es España, se sigue que no lo es ninguna de sus partes, porque así está definido. Insisto, bien.

Pero aquí viene la cabriola. Puesto que esa definición es unívoca y, por tanto, políticamente molesta, propone el andoba que se elimine en el texto toda referencia a naciones... ¡España incluida! Vamos, que, según el dicho, o j... todos o matamos a la p..., pero en fino.

Es una forma de acabar un bonito y riguroso artículo con una supina tontería. Se podrá, si se desea, evitar el nomen iuris, “nación”. Se podrá cambiar de significante, pero seguirá siendo necesario –si se pretende que la realidad siga siendo, más o menos, la que es (porque no me pareció entender que el tipo propusiera cambios sustanciales en el orden de cosas derivado de la Constitución)- referirse de algún modo al sujeto constituyente. Porque ese, y no otro, es el trasfondo de la reserva de denominación “nación” para el pueblo español. Es una forma de expresar la idea de que sólo el pueblo español, en su conjunto, es el soberano. Es una forma de afirmar que el estado es unitario, porque el sujeto constituyente es único.

En fin, se podrá opinar de la propuesta lo que se quiera. A mí, ya digo, me parece una tontería. Pero no la traigo a colación tanto por su contenido como porque me parece un auténtico arquetipo de pensamiento progre, muy en la línea del amigo Caldera y su renuencia a que la bandera nacional ondee en la Plaza de Colón, por si ofende. No deja de ser curioso, por otra parte, que en la interpretación que este señor tiene, en última instancia, del nacionalismo es de lo menos halagüeña, ¿la desaparición de España como nación aplacaría el dolor de que Cataluña o Euskadi no lo sean?

Parece evidente que hay dos formas de terminar una guerra. Una es ganarla, la otra es rendirse (que es lo mismo, pero vuelto por pasiva). Nuestros progres parecen tener una predisposición genética a rendir plaza a la primera ocasión que se les presente. Renuncian, si es preciso, hasta al carnet de identidad, todo sea por la paz perpetua y la alianza de civilizaciones.

Recuerdo que, en su momento, Maragall insinuó, a propósito de no sé qué tema deportivo, que para jugar con Cataluña, el resto de España no podría seguir llamándose España, sino que debería cambiar de nombre. Pese a lo certero de la observación –al fin y al cabo, es ontológicamente imposible que Cataluña y España jueguen a nada, a no ser que se permitiera a los catalanes elegir bando, ya que en caso contrario, el combinado será de no-catalanes, pero no de españoles, en rigor- a todos nos dio mucha risa. La sola idea de que España tuviera que abdicar de su propio nombre para satisfacer las querencias de unos cuantos pareció ridícula.

Sin embargo, todos los días se nos ofrecen muestras de que no lo es tanto. Al fin y al cabo, la propuesta que comento es del mismo tenor. ¿Acaso no parece que el protocolo de Moncloa se ha propuesto que la bandera española no ondee jamás en solitario (observen ustedes que o bien está acompañada de las autonómicas o bien de la europea, pero nunca salvo –por el momento, porque lo prohíben las ordenanzas, pero todo se andará- en actos militares, luce sola)? No veo, sinceramente, porque se puede ceder el más importante símbolo nacional y, sin embargo, hay que conservar intacta la camiseta con la que Zarra batió a la soberbia Albión.

En última instancia, estas “soluciones geniales” van en la línea aplicada por nuestro presidente: los objetivos políticos justifican arrumbar todo aquello que estorbe. Aunque lo que estorbe sea la calificación constitucional de nuestro país o el derecho mismo. Pues bien, frente a la doctrina maquiavélica de “el fin justifica los medios” conviene tener presente la admonición churchilliana: “por evitar el deshonor... ahora tenéis el deshonor y tendréis también la guerra”.

Y es que no deja de resultar paradójico que quienes, con frecuencia, descalifican los debates “nominalistas” o “sobre palabras”, aquellos que han hecho del atender a “la realidad” –viejos ecos marxistas- la piedra angular de su pensamiento, a la hora de la verdad crean en los poderes taumatúrgicos del diálogo o la simple manipulación de textos. Muy al estilo de los antiguos, no resuelven los problemas, sino que los exorcizan.

Y luego se llaman a sí mismos "modernos".

1 Comments:

  • Eso te pasa por leer el País. Aunque, a veces, yo cojo el Deia (diario del pnv) en los bares. Cogiendo yo el Deia, evito que alguien que no esté vacunado lo lea sin darse cuenta y se intoxique.

    By Anonymous Anónimo, at 12:59 p. m.  

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