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domingo, septiembre 25, 2005

¿QUIÉN TEME A ZP?

La política es un arte, no una ciencia. Es una actividad práctica, algo parecido a una técnica heurística para resolver problemas siempre cambiantes y, en este sentido, nunca puede decirse que esté todo inventado. Cabe, sin duda, la originalidad.

Por otra parte, la imagen que asimila al político al gestor y las infantiles comparaciones entre el cuerpo político y la empresa –no digamos ya la familia- son ridículas por reduccionistas. De hecho, son una de las mayores tonterías que jamás se le han ocurrido a la derecha y de las que sigue enganchada. No, un político no es sólo un gestor ni un funcionario, ni el liderazgo político es reducible al liderazgo gerencial.

Dicho todo eso, no es menos cierto que la política debería tener algo de previsible, al menos en el seno de una sociedad democrática y de libertades que, por serlo, ha de haberse dado a sí misma un estado de derecho como marco jurídico. Quiero decir que el campo de actuación de los políticos está razonablemente acotado y, por eso mismo, sus movimientos deben ser medianamente esperables o, cuando menos, comprensibles. El gran mérito de las sociedades occidentales, hasta la fecha, ha sido precisamente ese: no el de haber convertido la política en una actividad científica, administrativa o funcionarial sino el de haberla embridado, sometido a cauces conforme a las técnicas del derecho y la legitimación derivada del sufragio.

El político está constreñido por las reglas jurídicas que, sin impedirle hacer muchas cosas, si le imponen un determinado procedimiento para hacerlas. El derecho actúa como límite y también como aviso: las materias para las que el derecho impone cauces más onerosos son, precisamente, aquellas que se consideran más delicadas – los contrapoderes que, por definición, deben existir en un estado de derecho son alertados por esos procedimientos especiales.

Y el político está también vinculado por su legitimidad de origen. Se debe a un electorado a cuya composición y opinión debe atender. Cuando, además, gobierna, su mandato le obliga a tomar en cuenta al cuerpo social entero, tanto al que le apoyó en la contienda electoral como al que no. Es en extremo difícil saber qué es, de verdad, lo que la gente piensa y quiere –es muy ingenuo entender que al votar estampa su firma, sin más, en un programa- pero he ahí, precisamente, el saber hacer del político. Lo que los griegos denominaban prudencia.

Todo este largo prólogo viene, una vez más, a cuento de manifestar mi profundo temor ante los políticos que, como Hugo Chávez o José Luis Rodríguez Zapatero –Pasqual Maragall, también, a su manera- parecen querer romper el molde. Nuestro presidente del gobierno, en particular, apasiona a algunos y disgusta a otros casi hasta el borde del odio. Hay quienes le consideran un estulto sin precedentes y hay quienes, por el contrario, le creen muy largo de entendederas. No falta quien le ve auténticamente providencial, un renovador del que la política española andaba muy necesitada. Pues a mí, señores, me asusta.

Me asusta porque, como digo, no le considero previsible. Está fuera de los marcos normales. Bajo su égida puede pasar de todo. Es verdad que, gracias a Dios, no está solo en el mundo y, al final, el rumbo de los acontecimientos es la resultante de muchas fuerzas, algunas de signo contrapuesto. Esto no es Venezuela –pobre país, Señor- y, por tanto, Zapatero no puede darse el gusto, al estilo de su amigo el coronel golpista, de refundar el estado a su antojo –sí parece por la labor de refundarlo al antojo de otros-, de convertir una democracia imperfecta en un régimen indescriptible.

Serán obsesiones mías, pero reconozcan conmigo que este tipo no cuadra. ¿Conocen algún otro líder de país civilizado que hable igual que él? Miren a izquierda y a derecha, da igual. El gran teatro de la política occidental tiene actores para todos los gustos, de Bush, el justiciero, a Berlusconi, el cínico, pasando por el demagogo Schröder... Ninguno de ellos es capaz de obviar tanto a su audiencia, de mostrar tantísimo adanismo político. Hay ciertas cosas que ni los más caraduras dicen, por pudor. Las aspiraciones a la “paz perpetua” no se proclaman por nadie, aunque solo sea por decencia, por respeto a la historia y a los hechos.

Tampoco conozco nadie, en el mundo occidental, insisto, que ejerza el liderazgo político de manera similar. Y aquí también hay para todos los gustos, desde los que, aunque solo sea por tradición, como Blair, no tienen más remedio que sujetarse a ciertas pautas de racionalidad –es decir, no tienen más cáscaras que dar explicaciones, dar cuenta de por qué hacen lo que hacen- hasta los que, altaneros, son impertinentes y despectivos, como nuestro Aznar de la última hora. Pero ¿conocen ustedes a alguno que plantee algo así como “confíen en mí, porque soy bueno y simpático”?

Es posible que obre así quien, al fin y al cabo, pretende quedarse quietecito y, efectivamente, va a poner cara de no haber roto un plato porque no piensa romper nada. El que hace de su mandato un pasar. Pero no quien acomete iniciativas de tal riesgo que pueden poner seriamente en cuestión nada menos que la integridad del estado en el que gobierna. Cualquiera que actuara así en un país civilizado –en el dudoso supuesto de que eso fuera posible- estaría afónico de dar explicaciones, es más, estaría sudando la gota gorda en busca de apoyos, complicidades y, en suma, de no estar solo si vienen mal dadas. Pero este elemento no hace nada de eso. Al parecer, basta y sobra con su “optimismo antropológico”.

He dicho muchas veces que el presidente no está en situación tan menesterosa como su número de diputados puede dar a entender. Bueno, quizá si lo está –por patrones políticos normales, lo estaría- pero no se siente así. Se siente el líder de la “nueva mayoría” –la suma de los suyos, que son legión, eso es verdad, más todas las excrecencias de nuestro sistema político-, que identifica con la nación por las bravas o, al menos, con la nación que merece ser tenida en cuenta. Dicen los que pretenden seguir comprendiendo la política española como si siguiera sin haber Pirineos que, a la hora de la verdad, “se dará cuenta” de que no puede hacer nada sin pactar con la oposición que es la alternativa.

Me atrevo a decir que, quienes así piensan, no han entendido por qué este tío es de temer. Precisamente, porque cree, entre otras muchas cosas, que se puede vivir sin oposición. Porque no se ve a sí mismo, me temo, como el líder transitorio de una nación democrática, sino como una ventura que nos ha hecho el Cielo y a la que sería ridículo que nos resistiéramos.

Da terror.

2 Comments:

  • Alo ZP
    Necesitamos un programa asi.Aunque sean 45 minutos los Domingos por la tarde.En la 2 o en la 4.
    Polanco,venga...

    By Anonymous Anónimo, at 6:50 p. m.  

  • Mucho material interesante se ha visto por aquí en estas últimas semanas, pero voy de cráneo y me quedo siempre con las ganas de echar mi cuarto a espadas. Hoy no me sustraigo a la tentación: lo que sigue es una reivindicación de Zp, que, puesta aquí, es como aquellas contraseñas que el Súper de la TÍA les hacía recitar a Mortadelo y Filemón para acceder a las oficinas camufladas de la agencia -gritar 'Viva er beti manque pierda' a la puerta de una peña sevillista, por ejemplo- y que siempre acababan con los personajes del gran Ibáñez maltrechos y cuajados de chichones. Afortunadamente, aquí los mamporros son virtuales.
    Uno de los fenómenos más llamativos de la desquiciada escena política española de los últimos años es ese "disgusto hasta el borde mismo del odio", como tú mismo dices, que despierta Zapatero en los cenáculos de la derecha española. Entiéndaseme bien, no hablo de desacuerdo o disentimiento con su acción política ni de discrepancia ideológica, sea esta más matizada o más frontal, sino de una suerte de rechazo visceral que sólo encuentra solución en el denuesto y la sal gorda, sin mucho espacio para la fina ironía (rara avis siempre en la arena política española, donde, como sentenciara Giulio Andreotti -aquel siniestro sivergüenza, tan simpático y fascinante a su modo como un personaje de Alberto Sordi- 'manca finezza' por arrobas. No está, como tú dices, compensado ese odio por la pasión de los suyos. Zapatero inspira a sus electores simpatía y confianza, pero no me parece que despierte pasiones, algo que sí hacía, por ejemplo Felipe. No está mal; a mi modo de ver, la pasión política sin freno ni pauta desemboca siempre en populismo pringoso o, cuando menos, en forofismo estomagante, si es que son distinguibles.
    ¿Imprevisible Zapatero? No acaba de cuadrar eso con los hechos. Su ejecutoria, hasta el momento, dice más bien lo contrario. Se compartan o no sus decisiones, resulta difícil negar que Zp ha venido haciendo lo que dice y diciendo lo que hace. Su acción de gobierno responde con bastante fidelidad a aquello que propuso antes de llegar al Gobierno, y sus modales no han experimentado extrañas mutaciones una vez franqueada la puerta de Moncloa. Dos rasgos poco frecuentes en sus antecesores y que muchos ciudadanos mencionan siempre cuando hablan de lo poco fiables que, en general, les parecen los políticos, así en España como en Pernambuco. Como dices, la política es un arte, un arte público en el que la representación desempeña un importante papel. En Zapatero, las apariencias no han revelado de momento al trasluz realidades ocultas, y eso genera confianza: parece un hombre decente y, de momento, nada ha hecho que aliente la sospecha de lo contrario.
    No creo -no me parece, tampoco, que sus partidarios en general lo crean- que sea un hombre de inteligencia especialmente aguda, ni de formación apabullante. Pero, más importante aún, tampoco él parece creerlo, y eso también le diferencia de alguno de sus predecesores en la cabecera de la mesa del Consejo. Sólo desde el prejuicio es posible definirlo, como tú haces, como un aspirante a líder providencial. La caricatura que lo presenta como alguien cuyo discurso se limita a proclamar "confiad en mí, que soy simpático y buena gente" es eso, una caricatura. Todavía resuenan los ecos de Aznar en aquella entrevista con Sáenz de Buruaga proclamando reiteradamente: "Créanme, Sadam Hussein tiene armas de destrucción masiva" como si las hubiera visto con sus propios ojos. Ya sé que los relativismos están mal vistos por estos pagos, pero ciertos comportamientos dejan al personal escaldado, y Zapatero ha sabido labrarse una imagen de político que podrá hacerlo mejor o peor, pero que no va a venderle a la ciudadanía motos averiadas ni cuentos chinos. No será un "cráneo privilegiado", como se decía en el género chico de antaño, pero sí ha demostrado sangre fría, temple político, olfato y capacidad de manejarse en situaciones poco favorables. Nadie daba dos duros por él hace cinco años, cuando le ganó el congreso socialista a Bono, y antes de llegar al Gobierno ya controlaba el partido como Felipe nunca soñó hacerlo en sus largos años de liderazgo indiscutido, y sin recurrir a ese despotismo leninista tan característico de Aznar frente al PP (o de Guerra frente al PSOE).
    Repárese en que no he entrado en ningún momento en consideraciones de fondo sobre su acción política. De hecho, tampoco tú lo hacías en esta ocasión. Sólo quiero llamar la atención sobre la falta de fundamento de esa suerte de menosprecio sobreactuado con que tanto tú como buena parte de los comentaristas políticos de la derecha española valorais la figura de Zapatero. Es fácil, como haces a menudo, entrecomillar frases vacuas y lugares comunes en su discurso: ¿Qué político no ya español, sino de entre todos los que sobresalen en la actual escena internacional, resistiría esa prueba? Convendrás en que ese ejercicio no dice mucho. Tampoco es difícil demostrar que no es un intelectual brillante o un ideólogo original -aunque, hasta donde yo sé, no es un pragmático alérgico a la discusión ideológica-, pero tampoco ha sido esa nunca una especie abundante entre los políticos que han dejado huella en la historia contemporánea. No creo, en fin, que esta sea una cuestión adjetiva. Más bien es un síntoma revelador. Esa descalificación un tanto enrabietada que se hace de Zapatero viene a traducir el estado de pataleta permanente en que se ha instalado la derecha española. No creo que Zapatero quiera vivir sin oposición; es fácil demostrar con hechos que ha intentado darle bastante más cancha de la que su antecesor le concedió a la suya. Sin embargo, la derecha -y no sólo el PP en sentido estricto- parece haber renunciado a articular un verdadero discurso alternativo que vaya más allá de un perpetuo mesarse los cabellos preguntándose retóricamente, una y otra vez, ¿qué hace ahí ese, por qué lo han puesto los electores cuando nos tocaba a nosotros, tan guapos, tan listos, tan firmes, tan ternes? Es uno de los ritornelli de la derecha española, que siempre ha pensado que a los españoles hay que atarnos en corto o les dejamos el juguete hecho unos zorros. Hubo un tiempo en que eso sí que daba miedo. A mí ya sólo me produce (y ojalá no me equivoque) una pereza infinita.

    By Anonymous Anónimo, at 7:30 p. m.  

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