PARALELISMOS ITALIANOS
Muy, pero que muy interesante la entrevista concedida ayer sábado a El Mundo por Luca Ricolfi, filósofo de formación, profesor de la Universidad de Turín y analista político y sociológico, especializado en demoscopia y cuestiones electorales. El profesor enjuicia severamente a la izquierda italiana, poniendo de manifiesto muchas coincidencias con su prima española.
Ricolfi apunta tres características notables en la izquierda transalpina y su discurso. A saber:
La primera, un abuso permanente de lo que denomina “esquemas secundarios”, que define como el intento permanente de cambiar una evidencia empírica mediante una transformación que cambia su sentido. Aunque el ejemplo más señero es la inadmisión plena del fracaso comunista (con sus típicos “intercambios” recurrentes del tipo: “sí, Cuba es una dictadura atroz, pero hay buena calidad de la atención médica”), tenemos otros recientes respecto a la guerra de Irak. La izquierda es incapaz de abordar de forma directa, a través de un esquema primario, si es o no bueno mandar tropas a Irak, ateniéndose al hecho en sí mismo. Es bueno si lo ampara la ONU o gobierna Kerry, es malo si lo amparan sólo los EEUU o gobierna George W.
La segunda, cómo no, es el recurso continuo la lenguaje políticamente correcto, que convierte la simple interlocución en algo desesperante. Obsérvese que, para decir que el estatuto de Cataluña puede arruinar la convivencia, Felipe González –que tampoco es un representante típico de esta manía- habló de “dificultades para vertebrar el espacio público que compartimos”. Ahí es nada.
La tercera –según Ricolfi, la más grave- es el recurso al denominado “lenguaje codificado”. Tiene cosas en común con la corrección política, pero no es lo mismo, porque no se intenta ser eufemístico, sino ocultar la vaciedad de las propias ideas. Sin duda, se lleva la palma la dichosa “economía social de mercado”, pero hay otras muchas. Este lenguaje abstruso, incomprensible para buena parte de la población es, claro está, una herramienta para ocultar la pobreza de pensamiento. No es un discurso, sino una carcasa. En combinación con el lenguaje políticamente correcto, da como resultado la nada más absoluta. En el caso español, tapa una indigencia intelectual total.
Apunta Ricolfi, además, a la hinchazón moral de la izquierda, a su brutal complejo de superioridad, que lleva directamente al desprecio de los que no la votan. El que no vota izquierda no es, simplemente, un opositor, sino que es “malo” (en Italia sí saben qué es un fascista, por tanto, el recurso al vocablo puede implicar lesiones físicas al que lo profiere, así que imagino que buscarán otros calificativos).
Entrando en cuestiones más típicamente italianas, afirma el entrevistado que, a su juicio, la izquierda no merece gobernar. Y ahí reside claramente la irresponsabilidad de Berlusconi. Lo peor de la conducta del inefable primer ministro es que, autoincapacitándose para seguir rigiendo los destinos del país, lo echa directamente en brazos de una izquierda que, liderada por quien ya acreditó su propia falta de capacidad, arrastra todas esas taras. Il Cavaliere se ha convertido, pues, en arquetipo de político cesarista que arrastra a sus partidarios en su caída. Su conducta ha arruinado el prestigio de la derecha, dejando como única posibilidad la izquierda descrita por Ricolfi. Cuando la escapatoria de uno a sus males es Prodi, cabe empezar a plantearse seriamente si esos males tienen remedio.
A fin de cuentas, la conclusión es clara. La izquierda debería estar preterida en la posibilidad de acceder a los gobiernos europeos hasta que recupere la decencia intelectual perdida. Pero eso no es posible cuando la derecha, equipada con un bagaje conceptual más sólido, sufre al tiempo una crisis de liderazgo, como en Italia, o en la misma Alemania. Hace mucho que viven de los deméritos ajenos, refugiados, en efecto, en ese discurso incomprensible que no nace de una construcción sino, muy al contrario, de la deconstrucción más absoluta, de la renuncia a todos los dogmas, por insostenibles. Véase, si no, el lamentable espectáculo que nos ofrece, en España, Izquierda Unida, agarrada a todos los “-ismos” posibles con tal de no hacer la única cosa viable, que es empezar de nuevo.
El virus sinistro-europeo tiene, ya se sabe, su poderosa cepa española, acomodada en el débil cuerpo de una sociedad inane. Ricolfi dice que él espera que la situación italiana no sea similar a la española. En esto se muestra bien iluso, bien desconocedor de la realidad de nuestro país. No sabe que aquí hemos alumbrado la madre de todas las nulidades. Como dijo en su día Juan Carlos Girauta, hemos alcanzado, a través de elementos como Zapatero o Carod Rovira, la exacerbación de todas las tendencias antes apuntadas. La izquierda italiana, alemana, francesa... tienen un discurso conceptualmente pobre. En esto, España se revela como la avanzadilla de Occidente, porque aquí el discurso, simplemente, carece de conceptos, como decíamos hace un momento.
Todo el discurso se basa en tres pilares: negación de evidencias, por supuesto sin aportación de razones (ejemplo, “el estatuto de Cataluña no es un problema de los españoles”, “no es cierto que la Logse tenga nada que ver en la actual situación del sistema educativo”), frases vacías (“mi Gobierno va a avanzar en los derechos de ciudadanía”, “estoy absolutamente decidido a hacer todos los esfuerzos posibles para establecer un diálogo permanente”, “yo describiría la situación como de normalidad democrática” –hablando, por ejemplo, de un partido de fútbol) y, finalmente, reconvenciones al interlocutor (“¿y Aznar, qué, eh?”).
Comprendo que, si uno se dedica al análisis político en Turín, es como para cortarse las venas, pero lo peor que puede hacer es apuntarse a un programa de intercambio con una universidad española.
Ricolfi apunta tres características notables en la izquierda transalpina y su discurso. A saber:
La primera, un abuso permanente de lo que denomina “esquemas secundarios”, que define como el intento permanente de cambiar una evidencia empírica mediante una transformación que cambia su sentido. Aunque el ejemplo más señero es la inadmisión plena del fracaso comunista (con sus típicos “intercambios” recurrentes del tipo: “sí, Cuba es una dictadura atroz, pero hay buena calidad de la atención médica”), tenemos otros recientes respecto a la guerra de Irak. La izquierda es incapaz de abordar de forma directa, a través de un esquema primario, si es o no bueno mandar tropas a Irak, ateniéndose al hecho en sí mismo. Es bueno si lo ampara la ONU o gobierna Kerry, es malo si lo amparan sólo los EEUU o gobierna George W.
La segunda, cómo no, es el recurso continuo la lenguaje políticamente correcto, que convierte la simple interlocución en algo desesperante. Obsérvese que, para decir que el estatuto de Cataluña puede arruinar la convivencia, Felipe González –que tampoco es un representante típico de esta manía- habló de “dificultades para vertebrar el espacio público que compartimos”. Ahí es nada.
La tercera –según Ricolfi, la más grave- es el recurso al denominado “lenguaje codificado”. Tiene cosas en común con la corrección política, pero no es lo mismo, porque no se intenta ser eufemístico, sino ocultar la vaciedad de las propias ideas. Sin duda, se lleva la palma la dichosa “economía social de mercado”, pero hay otras muchas. Este lenguaje abstruso, incomprensible para buena parte de la población es, claro está, una herramienta para ocultar la pobreza de pensamiento. No es un discurso, sino una carcasa. En combinación con el lenguaje políticamente correcto, da como resultado la nada más absoluta. En el caso español, tapa una indigencia intelectual total.
Apunta Ricolfi, además, a la hinchazón moral de la izquierda, a su brutal complejo de superioridad, que lleva directamente al desprecio de los que no la votan. El que no vota izquierda no es, simplemente, un opositor, sino que es “malo” (en Italia sí saben qué es un fascista, por tanto, el recurso al vocablo puede implicar lesiones físicas al que lo profiere, así que imagino que buscarán otros calificativos).
Entrando en cuestiones más típicamente italianas, afirma el entrevistado que, a su juicio, la izquierda no merece gobernar. Y ahí reside claramente la irresponsabilidad de Berlusconi. Lo peor de la conducta del inefable primer ministro es que, autoincapacitándose para seguir rigiendo los destinos del país, lo echa directamente en brazos de una izquierda que, liderada por quien ya acreditó su propia falta de capacidad, arrastra todas esas taras. Il Cavaliere se ha convertido, pues, en arquetipo de político cesarista que arrastra a sus partidarios en su caída. Su conducta ha arruinado el prestigio de la derecha, dejando como única posibilidad la izquierda descrita por Ricolfi. Cuando la escapatoria de uno a sus males es Prodi, cabe empezar a plantearse seriamente si esos males tienen remedio.
A fin de cuentas, la conclusión es clara. La izquierda debería estar preterida en la posibilidad de acceder a los gobiernos europeos hasta que recupere la decencia intelectual perdida. Pero eso no es posible cuando la derecha, equipada con un bagaje conceptual más sólido, sufre al tiempo una crisis de liderazgo, como en Italia, o en la misma Alemania. Hace mucho que viven de los deméritos ajenos, refugiados, en efecto, en ese discurso incomprensible que no nace de una construcción sino, muy al contrario, de la deconstrucción más absoluta, de la renuncia a todos los dogmas, por insostenibles. Véase, si no, el lamentable espectáculo que nos ofrece, en España, Izquierda Unida, agarrada a todos los “-ismos” posibles con tal de no hacer la única cosa viable, que es empezar de nuevo.
El virus sinistro-europeo tiene, ya se sabe, su poderosa cepa española, acomodada en el débil cuerpo de una sociedad inane. Ricolfi dice que él espera que la situación italiana no sea similar a la española. En esto se muestra bien iluso, bien desconocedor de la realidad de nuestro país. No sabe que aquí hemos alumbrado la madre de todas las nulidades. Como dijo en su día Juan Carlos Girauta, hemos alcanzado, a través de elementos como Zapatero o Carod Rovira, la exacerbación de todas las tendencias antes apuntadas. La izquierda italiana, alemana, francesa... tienen un discurso conceptualmente pobre. En esto, España se revela como la avanzadilla de Occidente, porque aquí el discurso, simplemente, carece de conceptos, como decíamos hace un momento.
Todo el discurso se basa en tres pilares: negación de evidencias, por supuesto sin aportación de razones (ejemplo, “el estatuto de Cataluña no es un problema de los españoles”, “no es cierto que la Logse tenga nada que ver en la actual situación del sistema educativo”), frases vacías (“mi Gobierno va a avanzar en los derechos de ciudadanía”, “estoy absolutamente decidido a hacer todos los esfuerzos posibles para establecer un diálogo permanente”, “yo describiría la situación como de normalidad democrática” –hablando, por ejemplo, de un partido de fútbol) y, finalmente, reconvenciones al interlocutor (“¿y Aznar, qué, eh?”).
Comprendo que, si uno se dedica al análisis político en Turín, es como para cortarse las venas, pero lo peor que puede hacer es apuntarse a un programa de intercambio con una universidad española.
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