LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN TIENE ESTAS COSAS...
Lo que se dice en la cadena COPE podrá gustar o no gustar, pero en todo caso conviene recordar dos cosas importantes. La primera es que, afortunadamente y aunque algunos han hecho y hacen cuanto pueden porque deje de ser así, la radio española es razonablemente plural, nadie está en la obligación de escuchar las emisiones de esa cadena. La segunda es que los únicos límites a la libertad de expresión los marca el código penal, y la información es admisible con tal de que sea veraz. Federico Jiménez Losantos, César Vidal y compañía no son, a Dios gracias, plato único, y el día que de su boca salga algo que entre en el tipo penal de las injurias o la difamación, habrán abierto el cauce para que cualquiera acuda a los tribunales a cumplir con la obligación que compete a todo ciudadano. Hasta entonces, cualquier intento de hacerles callar es radical y absolutamente inadmisible.
Las palabras del comisario Montilla al respecto son, por tanto, algo inaudito. Paradójicamente, si alguien tiene aquí su libertad de expresión limitada es, precisamente, él, que no es un ciudadano corriente, sino que es nada más y nada menos que el todopoderoso ministro de industria. O sea, el que decide quien vive y quien muere en el espacio radioeléctrico español. Montilla incurre en ese vicio de ser juez y parte. La verdad es que la separación de poderes no se inventó por una reflexión abstracta, sino para defendernos todos de gente como Montilla, que es algo bien concreto.
La reacción del ministro de industria (iba a decir del “excelentísimo señor” ministro, pero no sé si, al final, se cambió eso y se quedó en ministro raso) se inscribe, como hoy mismo acierta a poner de manifiesto El Mundo en su editorial en el seno de otro de estos procesos genuinamente goebblesianos de inversión de la carga de la prueba a los que nos tiene tan acostumbrados el complejo nacional-social-polanquista (y es que esto empieza a agrupar tantos términos que vamos a tener que acabar por llamarlo “la cosa”, “eso” o algo por el estilo, para abreviar).
La secuencia de los hechos es, más o menos, la siguiente: el partido socialista, sucursal de Cataluña, en compañía de cuantos “-ismos” pueblan el Principado y alentado por el presidente del Gobierno –segundo de a bordo en el mando del complejo- ha perpetrado un bodrio infumable que, a su condición de indigesto, une la de inconstitucional por al menos tantos conceptos como se identifican en el informe que encargó la casa matriz del partido perpetrador. La cosa tiene guasa, no es para estar orgulloso pero, en fin, así es. Ni corta ni perezosa, la susodicha sección catalana del partido manda el proyecto perpetrado a Madrid donde, tras reconocerse que, en efecto, es infumable, se escenifica un guirigay que incluye hasta peleas barriobajeras en las narices del mismísimo Presidente de la República Portuguesa (ojo, menos mal que era el portugués que, al fin y al cabo, nos conoce, porque es el de Finlandia y no sé qué hubiera pensado). Siguen unas manifestaciones acerca de las famosas ocho fórmulas y otras gracietas por el estilo y, sin tener nada que ver pero por si faltara picante, se descuelga la ministra de vivienda y su delirio-globo-sonda pseudoexpropiatorio (los borradores de anteproyecto han pasado a ser ejercicios de estilo, se conoce) para dejar claro, por si alguien aún lo dudaba, que cualquier parecido entre esto y un gobierno serio es pura coincidencia.
Observen que en el relato no interviene nadie ajeno al complejo, por el momento. Bueno, pues, al final, la culpa de todo lo que pase la van a acabar teniendo los de siempre: Aznar (el émulo de Milosevic, según la penúltima lindeza de los que no crispan), el PP y todos los que no pensamos que el estatuto es un maravilloso proyecto para la convivencia necesitado de retoques menores.
Lo que subyace, desde luego, es la radical negativa a admitir que haya quien discrepe e incluso... ¡lo diga! Porque, amigo, si es usted de izquierdas –si se declara “rojo” procurando que le oiga todo el bar, en rotunda afirmación de su superioridad moral- le es lícito echar pestes y espumarajos por la boca si le viene en gana. Puede usted acusar a quien quiera de lo que le dé la gana, sobre todo, de “fascista” (mejor si se pronuncia “fah-cit-ta”) –palabra que a los “rojos”, amén de permitirles cerrar cualquier discusión sin mayores argumentos, les produce el mismo regusto que una micción largo tiempo contenida-. Además, no le es exigible, por supuesto, que argumente usted nada. Si sus contertulios le insisten en lo insostenible de su postura, pues no tiene usted más que decir “es que ya te he dicho, fulano, que yo soy muy rojo”. Su postura será igual de irracional, pero quedará rodeada de un halo romántico que la hará inatacable.
Ahora, si usted es de los que no comulgan, pues, ya se sabe, la crítica, todo lo más, le está permitida en tono suave, dando muchas explicaciones y pidiendo mil perdones. Tienen que notar que usted hace un esfuerzo para no parecer de derechas. Si no, va a caer usted fatal. Y, sobre todo, modere ese entusiasmo, amigo.
Lamentablemente, los “rojos” quizá deberían asumir que la sombra del Valle de los Caídos ya no es tan alargada –o que, como son tantos, no caben ya ni apretujándose-. Que los salvoconductos empiezan a amarillear y, en efecto, “esto está degenerando mucho”. Que en toda tierra de cristianos –las que no son de cristianos se parecen más a las que diríase que le gustan a Montilla- hay quien babea por el gobierno, quien lo halaga, mucho tibio, críticos más o menos mordaces... y los que lo ponen, directamente, a parir. Qué se lo digan a George W., que gobierna un país donde mucha gente cree que habla con Dios y otra mucha cree que es el equivalente laico del anticristo, y nadie se corta de decir lo uno o lo otro.
Algo que sí podría hacer en algún momento el socialismo español, para variar, es asumir alguna responsabilidad. Igual mucho dizque libelista se quedaba sin argumentos. O, simplemente, le escuchaba menos gente, porque es eso lo que molesta, ¿verdad? Deportivos que son, los chicos.
Las palabras del comisario Montilla al respecto son, por tanto, algo inaudito. Paradójicamente, si alguien tiene aquí su libertad de expresión limitada es, precisamente, él, que no es un ciudadano corriente, sino que es nada más y nada menos que el todopoderoso ministro de industria. O sea, el que decide quien vive y quien muere en el espacio radioeléctrico español. Montilla incurre en ese vicio de ser juez y parte. La verdad es que la separación de poderes no se inventó por una reflexión abstracta, sino para defendernos todos de gente como Montilla, que es algo bien concreto.
La reacción del ministro de industria (iba a decir del “excelentísimo señor” ministro, pero no sé si, al final, se cambió eso y se quedó en ministro raso) se inscribe, como hoy mismo acierta a poner de manifiesto El Mundo en su editorial en el seno de otro de estos procesos genuinamente goebblesianos de inversión de la carga de la prueba a los que nos tiene tan acostumbrados el complejo nacional-social-polanquista (y es que esto empieza a agrupar tantos términos que vamos a tener que acabar por llamarlo “la cosa”, “eso” o algo por el estilo, para abreviar).
La secuencia de los hechos es, más o menos, la siguiente: el partido socialista, sucursal de Cataluña, en compañía de cuantos “-ismos” pueblan el Principado y alentado por el presidente del Gobierno –segundo de a bordo en el mando del complejo- ha perpetrado un bodrio infumable que, a su condición de indigesto, une la de inconstitucional por al menos tantos conceptos como se identifican en el informe que encargó la casa matriz del partido perpetrador. La cosa tiene guasa, no es para estar orgulloso pero, en fin, así es. Ni corta ni perezosa, la susodicha sección catalana del partido manda el proyecto perpetrado a Madrid donde, tras reconocerse que, en efecto, es infumable, se escenifica un guirigay que incluye hasta peleas barriobajeras en las narices del mismísimo Presidente de la República Portuguesa (ojo, menos mal que era el portugués que, al fin y al cabo, nos conoce, porque es el de Finlandia y no sé qué hubiera pensado). Siguen unas manifestaciones acerca de las famosas ocho fórmulas y otras gracietas por el estilo y, sin tener nada que ver pero por si faltara picante, se descuelga la ministra de vivienda y su delirio-globo-sonda pseudoexpropiatorio (los borradores de anteproyecto han pasado a ser ejercicios de estilo, se conoce) para dejar claro, por si alguien aún lo dudaba, que cualquier parecido entre esto y un gobierno serio es pura coincidencia.
Observen que en el relato no interviene nadie ajeno al complejo, por el momento. Bueno, pues, al final, la culpa de todo lo que pase la van a acabar teniendo los de siempre: Aznar (el émulo de Milosevic, según la penúltima lindeza de los que no crispan), el PP y todos los que no pensamos que el estatuto es un maravilloso proyecto para la convivencia necesitado de retoques menores.
Lo que subyace, desde luego, es la radical negativa a admitir que haya quien discrepe e incluso... ¡lo diga! Porque, amigo, si es usted de izquierdas –si se declara “rojo” procurando que le oiga todo el bar, en rotunda afirmación de su superioridad moral- le es lícito echar pestes y espumarajos por la boca si le viene en gana. Puede usted acusar a quien quiera de lo que le dé la gana, sobre todo, de “fascista” (mejor si se pronuncia “fah-cit-ta”) –palabra que a los “rojos”, amén de permitirles cerrar cualquier discusión sin mayores argumentos, les produce el mismo regusto que una micción largo tiempo contenida-. Además, no le es exigible, por supuesto, que argumente usted nada. Si sus contertulios le insisten en lo insostenible de su postura, pues no tiene usted más que decir “es que ya te he dicho, fulano, que yo soy muy rojo”. Su postura será igual de irracional, pero quedará rodeada de un halo romántico que la hará inatacable.
Ahora, si usted es de los que no comulgan, pues, ya se sabe, la crítica, todo lo más, le está permitida en tono suave, dando muchas explicaciones y pidiendo mil perdones. Tienen que notar que usted hace un esfuerzo para no parecer de derechas. Si no, va a caer usted fatal. Y, sobre todo, modere ese entusiasmo, amigo.
Lamentablemente, los “rojos” quizá deberían asumir que la sombra del Valle de los Caídos ya no es tan alargada –o que, como son tantos, no caben ya ni apretujándose-. Que los salvoconductos empiezan a amarillear y, en efecto, “esto está degenerando mucho”. Que en toda tierra de cristianos –las que no son de cristianos se parecen más a las que diríase que le gustan a Montilla- hay quien babea por el gobierno, quien lo halaga, mucho tibio, críticos más o menos mordaces... y los que lo ponen, directamente, a parir. Qué se lo digan a George W., que gobierna un país donde mucha gente cree que habla con Dios y otra mucha cree que es el equivalente laico del anticristo, y nadie se corta de decir lo uno o lo otro.
Algo que sí podría hacer en algún momento el socialismo español, para variar, es asumir alguna responsabilidad. Igual mucho dizque libelista se quedaba sin argumentos. O, simplemente, le escuchaba menos gente, porque es eso lo que molesta, ¿verdad? Deportivos que son, los chicos.
2 Comments:
Sí, la libertad de expresión tiene estas cosas. No veo por qué a un ministro le deba estar vedado dar su opinión en público sobre la actuación de un periodista o una cadena de radio. Si no he oído mal, ha dicho que la Cope "incita al odio", no ha amenazado con mandarles a los guardias o algo así. Esa ñoñería corporativa –hablo con alguna autoridad; al cabo soy del gremio– según la cual que un periodista le levante la voz a un político o a cualquiera que se mueva es una muestra de saludable pluralismo, mientras que el caso contrario es un insidioso intento de cercenar la libertad de expresión es una genuina muestra de esa estúpida corrección política que otras veces desencadena rayos y truenos en esta bitácora. Otra cosa sería que Montilla o cualquier otro personaje oficial impidieran el acceso de la Cope a sus ruedas de prensa o la excluyera del normal suministro de información o del tratamiento profesional que se da a los demás medios.
Tampoco recuerdo que nadie, rojo, verde o amarillo, haya pedido nunca que a esta animosa muchachada a sueldo de los Señores Obispos se les meta en la carcel o se les prohiba excretar en público mañana tras mañana, pero supongo que la libertad de expresión nos ampara también para denunciar su fanatismo, su cómica indecencia intelectual y su enajenación respecto a las normas que delimitan la práctica mínimamente honorable del periodismo. No es necesario incurrir en delito penal para ser despreciable; por ejemplo, llamar "plañidera" a la portavoz de la Asociación de Víctimas del 11 M, que no pudo reprimir las lágrimas al evocar a su hijo muerto en el atentado en su comparecencia ante la Comisión del Congreso, no creo que esté perseguido por la ley, pero a algunos nos produce náuseas. Exquisitos que somos, qué le vamos a hacer.
La radio y la prensa españolas, como tú mismo dices, son plurales, aunque no estaría mal que lo fuesen un poco más. En contra de la monserga esta de la conjura judeomasonicopolanquista, el desequilibrio hacia la derecha del mapa mediático español es palmario. El País y la Ser lideran sus respectivos segmentos, sí, pero no hay mucho más a su alrededor. Afortunadamente, no todos los medios afines a la derecha chapotean en el lodo de estos ayatolás de vía estrecha. Por otra parte, llama la atención que a tanto devoto de la excelencia empresarial le escueza tanto el caso de Prisa, que, con todos los matices que se quiera, no es más que una historia de éxito en el negocio de los medios. Los socialistas han gobernado catorce años en total, pero El País ya era el primer periódico de España antes de que Felipe llegara al poder y lo siguió siendo cuando salieron de él. Podrás alegar todos los favoritismos que quieras, otros tantos de signo contrario podrían traerse a colación igualmente. Hacen mejores productos que su competencia, así de simple. Así que cada palo aguante su vela, que cada cual diga lo que tenga a bien y menos golpes de pecho
By Anónimo, at 8:37 p. m.
Amigo Pepe:
El porqué un ministro se debe refrenar y los demás no obedece a la vieja razón que dice que el particular hace lo que quiere, y la Autoridad, sólo lo que le está permitido.
Naturalmente, todo es graduable y no es que el ministro -mientras lo sea- carezca de derechos, sino que se encuentran más limitados que los de los demás. En el caso del de industria, la escrupulosidad se le debería exigir por partida doble cuando habla de gremios bajo su férula.
Habrás observado que, en general, los miembros del Poder Judicial suelen abstenerse de emplear la libertad que, por supuesto, les asiste. Ellos saben, perfectamente, que el juez juzga, no opina. Son las servidumbres de los cargos que, por otra parte, nadie está obligadoa a ostentar.
Por lo demás, no puedo estar más de acuerdo contigo en que no es necesario delinquir para ser despreciable. En la medida en que consideremos despreciables las opiniones que en ella se vierten, evitaremos el dial de una emisora concreta. Pero, por lo demás, el único límite es, y ha de ser, el Penal. Y allá cada cual con las inquinas que quiera ganarse.
Ciao
By FMH, at 1:57 p. m.
Publicar un comentario
<< Home