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jueves, octubre 27, 2005

(ESTA SERÍA) LA HORA DE LA SOCIEDAD CIVIL

Alberto Recarte ha puesto, en Libertad Digital, a los grandes empresarios de España en general, y de Cataluña en particular ante su responsabilidad – no ante la tontería esa de la “responsabilidad social”, sino ante la verdadera como miembros relevantes de una sociedad. Les conmina a que se atrevan a decir en público lo que dicen en privado, que se atrevan a manifestarse cuando, como suele ocurrir, sus opiniones difieren de las del poder político.

El señor Recarte pide algo que, justo es decirlo, requiere valor. Y es que los empresarios que no son conniventes con el poder político, han de vivir a la fuerza a su sombra, y de sus buenas relaciones con él depende buena parte de su futuro. Así pues, es comprensible. Así explican muchos de los firmantes del famoso manifiesto en pro del estatuto catalán por qué estamparon su nombre. Por no tener problemas, tan sencillo como eso. Al fin y al cabo, es algo a lo que quienes hacen negocios en este país están más que acostumbrados, la adhesión inquebrantable, al menos en público.

En realidad, lo que pide el señor Recarte –que, dicho sea de paso, predica con el ejemplo, puesto que él desempeña su actividad profesional y, al tiempo, no se reprime a la hora de manifestar sus opiniones y, además, de hacerlo en medios no adictos- es nada menos que cortar el verdadero nudo gordiano de la democracia española. Pide, en suma, que la democracia se haga mayor de edad. Pero eso es algo que requiere que algunos valientes den un paso, porque ya hemos conocido alternancias suficientes en el poder como para dar absolutamente por hecho que ningún político va a abonar el terreno para que eso suceda.

Seguro que el señor Rajoy echa mucho de menos quien le ayude a hacer frente a este esperpento de gobierno que padecemos, sobre todo porque anda, probablemente, en lo cierto cuando afirma que es mucha, muchísima la gente que conviene con esa opinión. Pero al señor Rajoy habrá que recordarle que la “regeneración democrática” que su partido prometió durante el felipato jamás se produjo. Llegaron, pasaron, y dejaron los hábitos, usos y maneras como estaban, sin remover ni tocar nada. El hecho de que me refiera al señor Rajoy para censurar a su partido no empece, desde luego, que dé por hecho que lo mínimo que cabe esperar de la política oficial, si es que lo hay, tenga que venir de ese lado, porque en el otro hay una incompatibilidad de raíz que es invencible.

El día en que en España exista una sociedad civil digna de tal nombre, independiente del poder político organizado, el día en que la opinión no se forme, exclusivamente, al dictado de los partidos políticos, el día en que las libertades y la propiedad sean auténticamente tenidas por intocables, el día en que el estado de derecho se imponga de una vez por todas y la justicia sea independiente, el día en que existan mercados libres... El día, en fin, en que este país dé el paso final para convertirse en un país de primera categoría –y no es tanto que el paso sea largo como que parece que, tras andar un largo camino, alguien decidió atornillarnos los pies al suelo-, ese día, y sólo ese, habrá acabado no ya la transición, sino el largísimo viaje que comenzó en las Cortes de Cádiz.

Es un paso muy corto, de veras, porque nuestro país ha avanzado mucho, pero es casi un salto en el vacío para una nación que se ha acostumbrado ya a ser de segunda categoría. Ha sido tanto el tiempo que España lleva estancada en una engañosa modernidad, en la que la apariencia de cambios es tan fuerte que es fácil ignorar que, lamentablemente, subsisten las mismas tendencias subterráneas de antaño, que lo confundimos con la modernidad verdadera. Por desgracia, nos hemos hecho ya a la idea de que este país “es así”, acomodándonos en la indudable prosperidad que nuestro modo de hacer las cosas nos ha traído.

Hay, incluso, quien osa hablar de “modelo español”, como queriendo dar carta de naturaleza teórica a lo que no es sino algo a medio hacer. Es como si, ante un plato al que manifiestamente le falta un rato de calor, alguien pretendiera que, en realidad, ha variado la receta.

Pero no deberíamos olvidar una cosa importante: sólo hay dos posibilidades, ir hacia delante o ir hacia atrás. O profundizamos, de una vez, en la democracia liberal y llevamos el país hacia su madurez, mediante la definitiva implantación de una conciencia cívica y una mentalidad auténticamente democrática, o nos precipitamos hacia la decadencia sin haber alcanzado la cima. Hay quienes ya señalan el camino, pendiente abajo. Como han recordado esta semana, en distintos medios, Germán Yanke y Cayetana Álvarez de Toledo, o el individuo recupera su posición central y retoma la lucha por sus libertades, o va a ser sustituido por la identidad comunal como centro del sistema español. Es decir, o asumimos de una vez la Revolución Francesa en plenitud o regresamos adonde nos quieren llevar, que es de vuelta a una época prerrevolucionaria. Eso es el discurso nacionalista, al que ya ha sucumbido la izquierda.

El régimen zapaterista amenaza con una involución real en todos los órdenes. Pero no estamos condenados a padecerlo. La sociedad, especialmente sus miembros más capaces –aquellos que están en una posición privilegiada para hacerse oír- tienen el deber moral de defenderse. La Constitución Española nos reconoce a todos una multitud de derechos, que van mucho más allá del de votar cada cuatro años. Tenemos libertad de expresión, derecho de manifestación, capacidad de asociación... Sólo nos queda comprender que esos derechos, rectamente interpretados, son también deberes. El conjunto de los derechos, vistos desde la óptica del deber, constituyen la auténtica moral cívica. El derecho a participar se torna así en deber de participación, la libertad de expresión en deber de alzar la voz.

Cuando el poder político se permite el lujo de poner en riesgo, porque le viene en gana, la estabilidad que disfrutamos, cuando se permite el lujo siquiera de plantearse, aunque sea en el más absoluto plano teórico, la más remota posibilidad de privarnos de nuestros bienes, cuando se pretende volver a valorar a la gente por dónde nace o a qué grupo pertenece... parece que es el momento de reaccionar.

2 Comments:

  • Tener valor es vencer al miedo.
    Y, el que teme, algo debe.
    Felicidades por el post.

    By Anonymous Anónimo, at 8:45 p. m.  

  • Si los "empresarios catalanes" (que significa eso en el mundo de hoy?) firmaron el apoyo al Estatut para no tener problemas, diria yo que no andaron muy avispados. Se sacaron de encima un problema con un poder, la Generalitat, que les importa un bledo, y se buscaron uno, mucho mayor, con alguien que si que les puede jo...r, el gobierno espanol.
    Los empresarios, catalanes, granadinos o ceuties, firmaran lo que les pongan delante, tanto si es un juramento de fidelidad a la comunidad autonoma, al rey, a Espana o a Darth Vader. En realidad todo les importa un pimiento. Si yo tuviera, es un decir, mil millones de euros en Suiza, varios pasaportes preferiblemetne diplomaticos, y una finca en Paraguay, por mi ya se podia hundir el mundo, y mientras tanto firmaria lo que fuere con tal que no me incordien. Los ricos son apatridas.

    By Anonymous Anónimo, at 11:20 a. m.  

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