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miércoles, noviembre 09, 2005

LA EDUCACIÓN: UN MOTIVO PARA LA TRISTEZA

Ayer, la televisión fue pródiga en noticias y comentarios relacionados con la educación, y quiso mi mala suerte que yo me encontrara con un par de ellos. Digo que fue mi mala suerte la que lo quiso porque, entre ambos, me dieron el día. Y es que nada me invita más al pesimismo que la situación de nuestro sistema educativo y, en general, del ambiente en nuestras aulas. Cada vez que uno lee informes, escucha noticias o habla con profesores, encuentra un nuevo motivo para decidir que este país ha dejado de merecer la pena, porque carece de futuro.

Al mediodía, las noticias cubrían la manifestación de la mañana, contra la LOE. A mí tampoco me gusta la LOE, pero lo deprimente no es eso. Lo deprimente fue oír a los chavales que iban entrevistando aquí y allí. No me refiero a los profesionales del “sindicalismo estudiantil”, que los hay –y esos mueven más a irritación que a pena-, sino a la chavalería convocada, una vez más, a una “jornada de protesta”, que es como se llaman ahora los novillos masivos. Catorce, quince, dieciséis años... y ni la más remota idea de por qué estaban allí. Algunos ni tan siquiera eran capaces, en mitad de la sopa de siglas en la que se ha transformado la legislación en la materia, de acertar con el acrónimo contra el que se manifestaban esta vez (¿LOE, LOSE, LOCE, LODE...?). Otra chica dijo que protestaba porque la ley de marras es “igual a las del PP” –y se conoce que todo lo del PP es malo por definición-.
Se dirá, claro, que toda esta legión de impúberes ni tiene idea ni tiene por qué tenerla. Pero, si ese es el caso, ¿por qué no se les coge de las orejas y se les devuelve a sus centros?, ¿por qué se habla de “su derecho de manifestación”? Al salir a la calle hacen uso de un derecho ciudadano que, naturalmente, les asiste, y ponen en evidencia cómo les han enseñado a concebir los derechos en general. Totalmente desconectados de eventuales obligaciones. Lo mínimo que debería exigirse a quien va a protestar contra las actuaciones del gobierno, o de quien sea, es haberse formado un juicio previo, digo yo. Claro que, en esto, imitan a sus mayores.

Hay un principio que me parece indiscutible en materia de juventud, y que está detrás de muchas iniciativas legislativas: la mayoría de edad es un estado de adquisición progresiva. La ficción de la barrera de los dieciocho, o de los dieciséis, o lo que sea, está bien cuando no hay más remedio que tomar un límite arbitrario, porque es necesario dividir el mundo en dos partes (los que votan y los que no, los que conducen y los que no, por ejemplo). Otras veces no es necesario, ni conveniente. Bien está que quieran empezar a ejercer sus derechos ciudadanos a edad temprana pero, ¿cuál es la edad en la que uno debe aprender qué es lo que significan y qué es lo que llevan consigo? Si estamos de acuerdo en que no hay por qué esperar hasta que cumplan 18 para empezar, con los matices que se quiera, a participar en la sociedad y sus debates, ¿cuál es el momento adecuado para terminar con esa visión completamente infantil de sí mismos y de todo lo que les rodea? ¿No le es exigible a un chico de 16 años que tenga una mínima idea de por qué se suma a un río de gente que protesta por una calle?

Es más fácil comprender todo si, como me ocurrió a mí, tiene uno la ocasión de sintonizar un debate sobre la violencia en las aulas, como el de anoche en la 2. Si las imágenes de la tarde dejaron poco lugar a la esperanza, las de la noche terminan de matarla. Un representante de los padres que dice que los profesores son “llorones” –perdón, afirmó que a él, en ocasiones, también la agreden verbalmente en su trabajo, y no va “llorando” -, un periodista progre que denuncia el “sistema torturador” de antaño y una representante de la policía ideológica –una profesora de ciencias de la educación, creo- que propone “estructuras de mediación” entre agredidos y agresores (a lo que una contertulia le espetó, muy acertadamente, que por qué no proponía lo mismo entre violadas y violadores).

No pude aguantar mucho, esa es la verdad. Porque no es necesario mucho para comprobar que no importa cuán evidente sea el deterioro de la calidad de nuestra enseñanza y de la convivencia en las aulas. La progresía rampante –que sigue dominando y dominará por muchos años el mundo educativo a través de sus policías ideológicas- no ha hecho el más mínimo examen de conciencia, ni ha revisado uno solo de los principios inspiradores de sus posturas.

Las respuestas son siempre las mismas: elusión del problema discutiendo el accidente y no la sustancia, lenguaje incomprensible –esquemas secundarios- y, en última instancia, denuncia del pasado. Hay quien se atreve a afirmar que esto son patologías consustanciales a la “educación democrática” (una vez más, el adjetivo “democrático” abusado hasta la náusea, emputecido en bocas de los que sólo hablan por no estar callados). La violencia tiene cualquier causa... excepto la degradación del principio de autoridad. Los malos resultados tienen cualquier causa... excepto el abandono absoluto de la cultura del esfuerzo. Ellos no tienen la culpa de nada, nunca.

Toda la patulea de pseudopedagogos, elementos de dudosa solvencia que proponen “estructuras de mediación” entre el pobrecillo que recibe las patadas y el futuro delincuente juvenil que se las da –estaría bien, por cierto, así puede currar a la víctima y, de paso, al mediador- o que afirman que ser pandillero es un “patrón cultural”, gente incapaz de ejercer una profesión socialmente útil y funcionarios oscuros llevan años escribiendo libros, maltraduciendo manuales, dictando leyes y decretos... pero no tienen la culpa de nada, no se han equivocado en nada, no han cometido ningún error. Han infestado los centros como termitas, pero carecen de responsabilidad. Serán los docentes, que son unos inútiles.

Franco, Aznar, los profesores, los padres, la sociedad en su conjunto, Son Goku el de “Bola de Dragón” o los videojuegos. Cualquiera y cualquier cosa, excepto la alegre muchachada del 68. Ellos nunca hacen nada mal y, en todo caso, sus excelentes ideas pueden malograrse por culpa de un profesorado insuficientemente formado, que sólo sabe de matemáticas, química o literatura, pero no de integraciones culturales asimétricas o adaptaciones intercurriculares romboides.

Esto no tiene arreglo. Lo siento.

2 Comments:

  • Al parecer en uno de los debates que mencionas también se dijo que la causa son unos padres igual de zopencos y violentos que sus hijos. Doy fé de experiencia personal en la materia.
    Y sí, a lo mejor si se instauraran multas económicas por cada x cantidad de expulsiones, partes o amonestaciones a alumnos -de las que desgraciadamente tenemos que hacer uso el 90% de nuestro tiempo de trabajo- y que hasta se negara el "derecho" a becas, materiales gratis, etc. a quienes actúan burrescamente, a lo mejor recuperábamos algo de nuestro dinero tirado a la basura.

    By Anonymous Anónimo, at 10:59 p. m.  

  • Una clara y rotunda exposición, Fernando.

    Respecto al estado de la educación, se puede estar a favor o en contra de una u otra solución, pero debería ser unánime la creencia de que ha fracasado todo la función de la actual pedagogía aplicada. No es así, y esta tozudez de algunos por no reconocer un fracaso evidente, es lo que más me dasanima, además de todo lo que tu has expuesto.

    Compruebo, día a día, que la sociedad está en manos de los sociólogos, que marcan el rumbo a los políticos, de los psicólogos, que definen los comportamientos de los individuos, y de los pedagogos, que nos dicen cómo debe ser la educación. Sin embargo, ninguno de estos tres consejeros aúlicos de la sociedad parecen ser responsables de sus actos.

    Soy un padre muy poco vehemente, que ha cedido conscientemente la educación de su hija a un Colegio, y, aun no siendo muy partidario de las manifestaciones, el sábado saldré a la calle, sin ánimo alguno, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?


    Gonzalo

    By Anonymous Anónimo, at 11:49 a. m.  

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