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lunes, noviembre 07, 2005

AZNAR Y EL ESTADO AUTONÓMICO

Nuestro querido presidente comenzó su parlamento en la Cámara Alta esta mañana, ¿exponiendo ideas?... frío, frío. Por aquello de que el hombre es un animal de costumbres, prefirió atacar a su predecesor en el cargo.

De entrada, una arremetida por el simple hecho de que haya habido que esperar cerca de diez años para ver una reedición de aquel debate “sobre el estado de las autonomías” de 1997. Quizá Zapatero, al que se ve que le va lo de juntarse con los presidentes autonómicos, a ser posible para no decir nada ni llegar a conclusión productiva alguna –en general, no productiva, tampoco- entienda que eso ha estado mal. Algunos pensamos que, desde luego, lo mejor que se pudo hacer es no repetir aquel espectáculo bochornoso, aquel canto ridículo a la diferencia artificial, en el que, en el seno de una Cámara cuyo mantenimiento ayuna de funciones debería hacer enrojecer de vergüenza a cualquier gestor de recursos públicos con un mínimo de decencia, se vivió la pasmosa escena de un montón de señores que se entienden perfectamente en el idioma que todos hablan –y que la inmensa mayoría tiene por materno y único- empleando traducción simultánea. Si el Esdrújulo tuviera un mínimo el respeto al trabajo ajeno, nos ahorraría semejante insulto a todos los pagadores de impuestos de este país.

Por lo demás, no parece que haya mucho que debatir, porque lo que está claro es que las autonomías muy bien, gracias. Gozan de un excelente estado de salud, ellas y las clases políticas que han felizmente alumbrado. Tanto ha sido su desarrollo, que parece que algunas no caben ya en el traje constitucional que les cortaron.

Y a esto contribuyó, y mucho, el señor Aznar. El hecho de que se le pueda, con fundamento, criticar exactamente por lo contrario falsa las invectivas de Zapatero. El estado autonómico no sólo no experimentó una regresión o una ralentización en su desarrollo durante los mandatos del PP sino que, antes al contrario, alcanzó lo que debió ser su techo y lo que, de no haber mediado 192 muertos, lo hubiese sido. Hoy estaríamos, sin duda, viviendo tensiones parejas a las que experimentamos, pero por motivos bien diferentes. No son lo mismo los estertores de agonía que los dolores de parto.

No, el señor Aznar no encarnó el centralismo castellano más cerril, ni mucho menos. Antes al contrario, fue bastante más leal al modelo autonómico que los que le precedieron que hicieron –y les alabo el gusto, visto lo visto- cuanto estuvo en su mano por inclinar la balanza al poder central. No deja de ser paradójico que venga ahora el PSC a decirnos que ha hecho un estatuto prolijo hasta el aburrimiento por evitar la práctica del recurso vaciante a la “legislación básica”, a la que fueron muy aficionados los sucesivos gobiernos socialistas... o sea, del PSC.

El problema de Aznar no fue su disposición a cumplir la ley vigente, sino su muy sensata negativa a ir más allá. Es, precisamente, lo primero lo que hacía creíble lo segundo y, por tanto, absolutamente indeseable, desde ciertos puntos de vista, mandatos sucesivos del PP. Es radicalmente falso que la derecha española sea involucionista en materia autonómica salvo que, claro, se entienda que la simple aspiración a cerrar de una santa vez el modelo de estado –estabilizando el nivel competencial actual- sea en sí mismo involucionismo. El PP –la única derecha española existente- es, antes que nada, un partido político, y ningún partido político va a hacer desaparecer cuotas de poder que está en condiciones de usufructuar. Así de sencillo. El corolario es que el PP, como todos los demás partidos, tiene un vivo interés en mantener el tinglado funcionando.
Cuando el poeta dijo que se hace camino al andar, no es probable que se estuviera refiriendo a la organización territorial de los estados. Que la incertidumbre sea progresista es, con todos los respetos, una soberana gilipollez, pero parece que es lo que se impone. Volvemos al ejemplo de los nazis que traía a colación Haffner: los nazis hacían, hacían, hacían, pero nadie sabia a ciencia cierta qué. Daba igual, porque de lo que se trataba era, en suma, de trazar la línea divisoria entre los que “hacían” y los que “no hacían”.

La línea es ahora, por lo visto, la que se para a los que “se mueven” de los que “no se mueven”. No importa cómo, ni adónde ni en qué compañía. Antes se era facha porque llevabas una camisa azul, después porque estabas a favor de la OTAN, luego porque no veías cine español... ahora por estarte quieto.

Y ojalá se nos mejore Rodríguez Ibarra.