ENCUESTAS
Parece ser que un sondeo en un medio tan poco sospechoso de connivencia con los Populares como La Vanguardia da ventaja a la derecha, y permite aventurar que, de celebrarse hoy las elecciones generales, los de Rajoy andarían a unos diez escaños de la mayoría absoluta. El sondeo vendría a reforzar otros ya conocidos con anterioridad, y coincidiría con la insólita circunstancia de que el Pulsómetro de la radio oficial venga anunciando ya desde hace algún tiempo un empate técnico – lo que algunos entienden como una forma eufemística de decir que el PP está por delante.
Conviene poner las cosas en contexto y no lanzar las campanas al vuelo. Sé que cuesta creerlo, pero apenas anda mediada la legislatura, y si algo aseguran estos resultados, en caso de que se vean corroborados por los estudios de los que, sin duda, disponen los partidos políticos, y entre ellos el del Gobierno, es que este penoso devenir del ministerio Zapatero y de todos nosotros con él está condenado a alargarse hasta el ultimísimo segundo. De seguir las cosas así, vamos a tener que aguantar hasta que suene la campana. Sin duda, el Gobierno ha tocado fondo en cuanto a ideas y proyecto, pero nada permite descartar que vaya a comenzar a escarbar, así que preparémonos.
Por otra parte, y aunque los resultados nada deberían tener de sorprendentes, ni debería haber lugar a suspense alguno –toda vez que está bastante demostrado que tenemos el peor gobierno de Occidente y, desde luego, el peor, con mucha diferencia, de la historia contemporánea española-, habrá que ver al votante socialista, retratándose a la hora de la verdad. Según el sondeo citado, uno de cada diez votantes del lado siniestro se habrían pasado al diestro. Permítanme que no me lo crea. Cabe suponer, sí, que unos cuantos del lado zurdo se queden en casa y, por tanto, que al contar el PP con los suyos y dividir entre menos, salga un resultado más favorable. La mayoría de los votantes de izquierda que conozco se dejarían amputar la mano sin anestesia antes de votar a la derecha. Ello no es óbice, claro, para que anden bastante encabronados con el Gobierno, más que nada porque les lleva de ridículo en ridículo y les aboca continuamente a posiciones indefendibles, pero lo dicho, de ahí a la apostasía media un trecho y un trecho largo.
Finalmente, conviene no olvidar que en esta España de nuestros pecados todos los escenarios son de temer. De entrada, una victoria amplia pero no apabullante de la derecha sólo puede crear más frustración en ese lado porque, en primer lugar, se les vedará el Gobierno por el recurso a las alianzas y, lo que es más importante, se les seguirá ignorando. Entre la mitad menos uno, y ninguno, todo da lo mismo. El modelo político zapateril tiene como único fundamento la exclusión de la derecha o, como mucho su reducción a coartada testimonial –la aspiración del socialismo español, como nos recuerdan algunos con acierto, es el priísmo, la dictadura perfecta, la dictadura con oposición, con opositores nominales pero sin posibilidad real alguna de alternancia.
Lo malo es que esto puede ser tan perverso como aquel juego de las siete y media, según le contaba Don Mendo a Magdalena. Si no llegas... ya sabes que eres del otro deudor, mas ¡ay de ti si te pasas... si te pasas es peor! Es pronto para saber cuál podría ser la reacción de Polanco ante una eventual recuperación de la mayoría absoluta por el candidato Popular –lo digo porque este es, sin duda, un elemento clave: así como reaccionen los medios oficiales, reaccionara, amén del PSOE mismo, el complejo cultural-mediático, lo que ordene Cebrián que hay que pensar, lo que proclamen los Francino, las Iglesias, los Gabilondo y los Carnicero, eso será lo que ejecuten los Gran Wyoming y lo que monten los Animalario; así pensará, en suma, la cola del Alphaville- pero, supuesto que sea la esperable, esto es, que se decrete ilegítimo al Gobierno, aun en la hipótesis de que, como de costumbre, muestre su disposición a no anular concesiones ilegales y a no aplicar el estado de derecho (porque ojalá los hechos nos desmientan, pero cabe esperar que en lo primero que pensará un inquilino de la Moncloa sin legitimidad de origen, o sea de derechas –y que no se apellide Aguirre- será en hacerse grato al Jesús del Gran Poder), el país puede entrar en un período de auténtica convulsión.
Naturalmente, la excusa será que el resultado electoral “les aboca” poco menos que a la desobediencia civil y, por supuesto, no será más que la “herencia de la crispación” sembrada pero, ¿qué cabe esperar del nacionalismo catalán, del PNV, de ETA, del “mundo de la cultura”...? ¿Qué cabe esperar de los que han pillado como nunca, de los que saben que nunca, ni por asomo, contarán con semejante oportunidad? La rabia puede ser incontenible.
O sea que, qué quieren que les diga. Lo de que al Gobierno la vaya mal en la opinión le proporciona a uno el regusto de pensar que vive entre conciudadanos pensantes, a los que no les da lo mismo ocho que ochenta. Pero para estar tranquilo de veras, lo que uno echa en falta son signos de cordura. Signos que permitan aventurar que, al fin y al cabo, este país está cuerdo y tan sólo está circunstancialmente dirigido por un incapaz a la cabeza de un equipo que ni en sus sueños más desenfrenados se vio nunca en tamaña empresa. Es decir, lo verdaderamente relevante es conocer si esa enfermedad que se llama zapaterismo, esa descomposición súbita del sistema y los equilibrios políticos de un país, ha envenenado para largo tiempo nuestra vida y nos ha expulsado del mundo occidental o, por el contrario, es el último achaque o, si se prefiere, la última enfermedad infantil en la consolidación de un régimen democrático cuyo arraigo se está mostrando mucho más difícil de lo que cabía esperar.
Conviene poner las cosas en contexto y no lanzar las campanas al vuelo. Sé que cuesta creerlo, pero apenas anda mediada la legislatura, y si algo aseguran estos resultados, en caso de que se vean corroborados por los estudios de los que, sin duda, disponen los partidos políticos, y entre ellos el del Gobierno, es que este penoso devenir del ministerio Zapatero y de todos nosotros con él está condenado a alargarse hasta el ultimísimo segundo. De seguir las cosas así, vamos a tener que aguantar hasta que suene la campana. Sin duda, el Gobierno ha tocado fondo en cuanto a ideas y proyecto, pero nada permite descartar que vaya a comenzar a escarbar, así que preparémonos.
Por otra parte, y aunque los resultados nada deberían tener de sorprendentes, ni debería haber lugar a suspense alguno –toda vez que está bastante demostrado que tenemos el peor gobierno de Occidente y, desde luego, el peor, con mucha diferencia, de la historia contemporánea española-, habrá que ver al votante socialista, retratándose a la hora de la verdad. Según el sondeo citado, uno de cada diez votantes del lado siniestro se habrían pasado al diestro. Permítanme que no me lo crea. Cabe suponer, sí, que unos cuantos del lado zurdo se queden en casa y, por tanto, que al contar el PP con los suyos y dividir entre menos, salga un resultado más favorable. La mayoría de los votantes de izquierda que conozco se dejarían amputar la mano sin anestesia antes de votar a la derecha. Ello no es óbice, claro, para que anden bastante encabronados con el Gobierno, más que nada porque les lleva de ridículo en ridículo y les aboca continuamente a posiciones indefendibles, pero lo dicho, de ahí a la apostasía media un trecho y un trecho largo.
Finalmente, conviene no olvidar que en esta España de nuestros pecados todos los escenarios son de temer. De entrada, una victoria amplia pero no apabullante de la derecha sólo puede crear más frustración en ese lado porque, en primer lugar, se les vedará el Gobierno por el recurso a las alianzas y, lo que es más importante, se les seguirá ignorando. Entre la mitad menos uno, y ninguno, todo da lo mismo. El modelo político zapateril tiene como único fundamento la exclusión de la derecha o, como mucho su reducción a coartada testimonial –la aspiración del socialismo español, como nos recuerdan algunos con acierto, es el priísmo, la dictadura perfecta, la dictadura con oposición, con opositores nominales pero sin posibilidad real alguna de alternancia.
Lo malo es que esto puede ser tan perverso como aquel juego de las siete y media, según le contaba Don Mendo a Magdalena. Si no llegas... ya sabes que eres del otro deudor, mas ¡ay de ti si te pasas... si te pasas es peor! Es pronto para saber cuál podría ser la reacción de Polanco ante una eventual recuperación de la mayoría absoluta por el candidato Popular –lo digo porque este es, sin duda, un elemento clave: así como reaccionen los medios oficiales, reaccionara, amén del PSOE mismo, el complejo cultural-mediático, lo que ordene Cebrián que hay que pensar, lo que proclamen los Francino, las Iglesias, los Gabilondo y los Carnicero, eso será lo que ejecuten los Gran Wyoming y lo que monten los Animalario; así pensará, en suma, la cola del Alphaville- pero, supuesto que sea la esperable, esto es, que se decrete ilegítimo al Gobierno, aun en la hipótesis de que, como de costumbre, muestre su disposición a no anular concesiones ilegales y a no aplicar el estado de derecho (porque ojalá los hechos nos desmientan, pero cabe esperar que en lo primero que pensará un inquilino de la Moncloa sin legitimidad de origen, o sea de derechas –y que no se apellide Aguirre- será en hacerse grato al Jesús del Gran Poder), el país puede entrar en un período de auténtica convulsión.
Naturalmente, la excusa será que el resultado electoral “les aboca” poco menos que a la desobediencia civil y, por supuesto, no será más que la “herencia de la crispación” sembrada pero, ¿qué cabe esperar del nacionalismo catalán, del PNV, de ETA, del “mundo de la cultura”...? ¿Qué cabe esperar de los que han pillado como nunca, de los que saben que nunca, ni por asomo, contarán con semejante oportunidad? La rabia puede ser incontenible.
O sea que, qué quieren que les diga. Lo de que al Gobierno la vaya mal en la opinión le proporciona a uno el regusto de pensar que vive entre conciudadanos pensantes, a los que no les da lo mismo ocho que ochenta. Pero para estar tranquilo de veras, lo que uno echa en falta son signos de cordura. Signos que permitan aventurar que, al fin y al cabo, este país está cuerdo y tan sólo está circunstancialmente dirigido por un incapaz a la cabeza de un equipo que ni en sus sueños más desenfrenados se vio nunca en tamaña empresa. Es decir, lo verdaderamente relevante es conocer si esa enfermedad que se llama zapaterismo, esa descomposición súbita del sistema y los equilibrios políticos de un país, ha envenenado para largo tiempo nuestra vida y nos ha expulsado del mundo occidental o, por el contrario, es el último achaque o, si se prefiere, la última enfermedad infantil en la consolidación de un régimen democrático cuyo arraigo se está mostrando mucho más difícil de lo que cabía esperar.
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