CRISIS PALIATIVA, QUE NO CURATIVA
Si hemos de creer a los periodistas de El Confidencial, el Esdrújulo se estaría viendo presionado por el Partido para hacer, a no mucho tardar, una crisis de Gobierno. Así, se trataría de hacer unos cambios aquí y allá, en particular para retirar a algunos ministros que, por su “perfil bajo” dejarían expuesto en exceso al Presidente. Juzgan los entendidos en materia de comunicación que, por su andar agazapados, no cumplen con la función de parapeto o cortafuegos que corresponde a todo cabecera de departamento ministerial que se precie.
Creo que los analistas yerran en el diagnóstico, y la verdad es que me sorprende, porque este tema de la comunicación solía dárseles más que bien, vamos, que daban sopas con honda a los de enfrente, que en esto no han mejorado mucho, la verdad.
No se me entienda mal. No digo que no haya razones para acometer una remodelación del Ejecutivo. Con independencia de otras consideraciones, tenemos un Gobierno malo de solemnidad, incompetente hasta decir basta. Tan es así que, ahora, en estos días tan dados a las retrospectivas, cae uno en la cuenta de que pecábamos de bisoñez al creer malos a otros gobiernos anteriores. Medidos con la vara zapateril, ni el peor de los ministerios de los anteriores treinta años deja de ser un equipo muy pasable. Corruptos, indecentes, antipáticos y con sus errores... pero nada que ver con esta incapacidad a chorros. Ninguno de los gobiernos anteriores ha sido, en acertada descripción de Rajoy –y perdóneseme sino acierto exactamente con sus palabras- como una asamblea de universitarios dirigida por... y aquí ponga cada cual lo que le cuadre.
El cambio de algún miembro de la alegre muchachada monclovita por una persona cabal y sensata –suponiendo que alguien más, ahora que ya se ha visto lo que esto puede dar de sí, quiera seguir los pasos de Solbes- sólo puede hacer bien al país, pero dudo que beneficie al PSOE, que es lo que se está buscando.
Y es que parece que los socialistas aún no se han enterado de que su principal pasivo es el propio presidente del Gobierno. Su problema es exactamente el inverso al que tenía el PP. La derecha tenía un aceptable producto y una pésima estrategia de venta, en tanto que los socialistas, contra lo que puedan pensar, no tienen una estrategia comercial tan mala –y ahí está el aguante en las encuestas para demostrarlo (sí, ellos ven una caída libre, pero es mucho menos que proporcional a la estulticia demostrada)- y sí un producto terriblemente averiado. Obsérvese que es, también, una situación inversa a la que durante mucho tiempo se dio en el felipismo: la figura de González era el último baluarte tras el que guarecerse cuando la crítica arreciaba, de tal suerte que él solito fue capaz de ganar sus últimas elecciones, allá por el 93, con un Ejecutivo terminal.
Es verdad que los ministros no dan la cara lo suficiente, pero es que salvadas la regularización de inmigrantes de Caldera y la debacle de la política exterior, tampoco ellos son muy responsables de las iniciativas que están haciendo más daño al Gobierno. Los proyectos que más escuecen al respetable, y en especial el malhadado estatuto catalán, llevan la firma de esta desventura que nos hace el Cielo y atiende por José Luis. Está en el ojo del huracán porque se ha metido ahí él solito.
El socialismo está, para bien y para mal, impregnado del “efecto Zapatero”. Para mal porque, cuando el problema reside en el timón, es complejo enderezar el rumbo de la nave. Y para bien porque cuando el problema es casi personal, aún hay lugar para la esperanza, para el socialismo y para el país. Si mi tesis es correcta, bajo la espuma zapateril debería seguir habiendo un socialismo igual de malo que sus pares europeos, es decir, anticuado, desnortado, sin ideas... con tantas carencias como sus rivales de la derecha pero aceptable como alternativa. Desde luego algo sustancialmente distinto a la cosa esta indescriptible.
No pretendo, en absoluto, que el fenómeno ZP no pueda causar daños profundos, pero no puede ser que todo el trabajo realizado por la socialdemocracia española durante treinta años haya desaparecido por ensalmo. Algo debe haber ahí aún. Algo en lo que, en su caso, basar esa “gran coalición” de la que hablaba Felipe González. Es seguro que, además, muchos socialistas coinciden con este diagnóstico, y son plenamente conscientes de que es probable que el país no sobreviva a un período prolongado de zapaterismo en vena pero, desde luego, el partido tampoco.
Los Moratinos, Trujillo, Espinosa y compañía son negados... pero su capacidad para el despropósito es como su cartera, departamental. No se les puede achacar el desmoronamiento del Estado, ni el del socialismo español. No tiene talla ni para villano protagonista en una película de serie B.
Creo que los analistas yerran en el diagnóstico, y la verdad es que me sorprende, porque este tema de la comunicación solía dárseles más que bien, vamos, que daban sopas con honda a los de enfrente, que en esto no han mejorado mucho, la verdad.
No se me entienda mal. No digo que no haya razones para acometer una remodelación del Ejecutivo. Con independencia de otras consideraciones, tenemos un Gobierno malo de solemnidad, incompetente hasta decir basta. Tan es así que, ahora, en estos días tan dados a las retrospectivas, cae uno en la cuenta de que pecábamos de bisoñez al creer malos a otros gobiernos anteriores. Medidos con la vara zapateril, ni el peor de los ministerios de los anteriores treinta años deja de ser un equipo muy pasable. Corruptos, indecentes, antipáticos y con sus errores... pero nada que ver con esta incapacidad a chorros. Ninguno de los gobiernos anteriores ha sido, en acertada descripción de Rajoy –y perdóneseme sino acierto exactamente con sus palabras- como una asamblea de universitarios dirigida por... y aquí ponga cada cual lo que le cuadre.
El cambio de algún miembro de la alegre muchachada monclovita por una persona cabal y sensata –suponiendo que alguien más, ahora que ya se ha visto lo que esto puede dar de sí, quiera seguir los pasos de Solbes- sólo puede hacer bien al país, pero dudo que beneficie al PSOE, que es lo que se está buscando.
Y es que parece que los socialistas aún no se han enterado de que su principal pasivo es el propio presidente del Gobierno. Su problema es exactamente el inverso al que tenía el PP. La derecha tenía un aceptable producto y una pésima estrategia de venta, en tanto que los socialistas, contra lo que puedan pensar, no tienen una estrategia comercial tan mala –y ahí está el aguante en las encuestas para demostrarlo (sí, ellos ven una caída libre, pero es mucho menos que proporcional a la estulticia demostrada)- y sí un producto terriblemente averiado. Obsérvese que es, también, una situación inversa a la que durante mucho tiempo se dio en el felipismo: la figura de González era el último baluarte tras el que guarecerse cuando la crítica arreciaba, de tal suerte que él solito fue capaz de ganar sus últimas elecciones, allá por el 93, con un Ejecutivo terminal.
Es verdad que los ministros no dan la cara lo suficiente, pero es que salvadas la regularización de inmigrantes de Caldera y la debacle de la política exterior, tampoco ellos son muy responsables de las iniciativas que están haciendo más daño al Gobierno. Los proyectos que más escuecen al respetable, y en especial el malhadado estatuto catalán, llevan la firma de esta desventura que nos hace el Cielo y atiende por José Luis. Está en el ojo del huracán porque se ha metido ahí él solito.
El socialismo está, para bien y para mal, impregnado del “efecto Zapatero”. Para mal porque, cuando el problema reside en el timón, es complejo enderezar el rumbo de la nave. Y para bien porque cuando el problema es casi personal, aún hay lugar para la esperanza, para el socialismo y para el país. Si mi tesis es correcta, bajo la espuma zapateril debería seguir habiendo un socialismo igual de malo que sus pares europeos, es decir, anticuado, desnortado, sin ideas... con tantas carencias como sus rivales de la derecha pero aceptable como alternativa. Desde luego algo sustancialmente distinto a la cosa esta indescriptible.
No pretendo, en absoluto, que el fenómeno ZP no pueda causar daños profundos, pero no puede ser que todo el trabajo realizado por la socialdemocracia española durante treinta años haya desaparecido por ensalmo. Algo debe haber ahí aún. Algo en lo que, en su caso, basar esa “gran coalición” de la que hablaba Felipe González. Es seguro que, además, muchos socialistas coinciden con este diagnóstico, y son plenamente conscientes de que es probable que el país no sobreviva a un período prolongado de zapaterismo en vena pero, desde luego, el partido tampoco.
Los Moratinos, Trujillo, Espinosa y compañía son negados... pero su capacidad para el despropósito es como su cartera, departamental. No se les puede achacar el desmoronamiento del Estado, ni el del socialismo español. No tiene talla ni para villano protagonista en una película de serie B.
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