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domingo, noviembre 20, 2005

VEINTE DE NOVIEMBRE

Si el calendario no miente, hoy es veinte de noviembre y, por tanto, se cumplen treinta años de la muerte de Franco y del inicio del fin del franquismo. Mal día es este para la reflexión, cuando aún escuece la monumental soba, que nubla el entendimiento, propinada ayer por un imponente Barça –olé la categoría de los Ronaldinho, Eto’o, Xavi y compañía, y olé la deportividad de un Bernabéu que hizo honor al nombre que lleva- al menesteroso Real Madrid que es el equipo de uno (ya ven, español, heterosexual, madridista y liberal... si es que me pilla el toro por todos los lados en estos tiempos). Pero la efeméride lo merece.

Quizá el mero hecho de que la muerte del franquismo como régimen coincidiera con la desaparición física de Francisco Franco –el que no sucediera antes, ni tampoco después- es muy ilustrativa.

Muy ilustrativa, en primer lugar, de la naturaleza personalista del régimen. “Franquismo”, dícese del régimen político en el que manda Francisco Franco. No hay otra definición posible, u otra definición que pueda cuadrar al sistema político imperante en España durante cerca de cuatro décadas, en particular por su capacidad de mutación, manteniendo como solas constantes a la persona de Franco y, por supuesto, una absoluta diferencia con las democracias liberales. De hecho, quizá, la democracia occidental liberal es, de las grandes formas políticas conocidas, la única con la que el régimen de Franco nunca tuvo nada en común. Si se repasan todas las demás y se toma en consideración el franquismo en toda su extensión, desde 1939 a 1975, se hallarán similitudes. Hubo desde marcados ecos totalitarios, hasta coincidencias con los regímenes socialistas, pasando por guiños al populismo y a las dictaduras militares americanas. La desesperación de los aficionados a las taxonomías.

No hace mucho, en televisión, Charles Powell, citando a Juan Linz, afirmaba que España era, en los años sesenta, una anomalía en la regla que ligaba, casi con fuerza de ley en la ciencia política, desarrollo y libertades. Y es que España empezaba a desarrollarse, y muy rápidamente además, pero no se atisbaban cambios sustanciales en la estructura del régimen. Como acabamos de decir, la anomalía es doble, por cuanto no debe concluirse que esa ausencia de cambios verdaderamente profundos se correspondiera con un total inmovilismo. La “dictadura evolutiva”, o cambiante según el viento, podríamos llamarlo.

Muy ilustrativa, por otra parte, la evidencia que muchos se resisten a asumir. Que Franco se murió en la cama, hecho un guiñapo. Hecho una lástima, cierto, pero apartándose del poder única y exclusivamente en las fases de pérdida de consciencia. Es cruel, muy cruel, pensar en el anciano ochentón que, solazándose con viejos cánticos legionarios, firmaba sus últimas sentencias de muerte pasándose las reclamaciones de Su Santidad –que en lo personal dolerían lo que fuera, pero no doblegaron la voluntad del dictador- por salva sea la parte. Y, si le dejan, igual hubiera minado la frontera del Sahara, y sabe Dios cómo hubiera terminado la Marcha Verde. Hubiera bastado con haberle tosido, o darle un empujoncito fuerte... pero nadie se atrevió.

Es interesante reflexionar acerca de por qué aquello duró tanto, sobre lo que hay mucho y muy interesante escrito ya. Existe, claro, la obvia explicación política de que el régimen fue capaz de desarrollar las redes de intereses que son conditio sine qua non para la supervivencia de cualquier aparato de poder. Estuvo también, sí, la lealtad del ejército, que no creo que le faltara a Franco en ningún momento –lo cual no obsta, claro, a que determinados sectores del estamento militar se preguntaran qué podría suceder después de Franco y concluyeran cabalmente que el franquismo no podría continuar- y la de la Iglesia, antes de que decidiera abandonar el barco (recordemos que a S.S. el papa Pío XII, España y Portugal le parecían arquetipos de lo que un estado debía ser –confesional, por supuesto- pero luego vino el Concilio, las misas dejaron de decirse de culo y en latín –esto último, lamentable- y, afortunadamente, las cosas tomaron derroteros más modernos y, sobre todo, más evangélicos).

Pero todo lo anterior, las explicaciones basadas únicamente en un análisis de equilibrio de poderes, tiende a minusvalorar el importantísimo componente sociológico, esto es, la relativa conformidad de los españoles con un sistema que trajo paz y desarrollo, a cambio de una renuncia a libertades y valores que, no estando muy claros para la mayoría, sí se habían encontrado en la raíz de todas las convulsiones de la primera mitad del siglo. Esto es, el franquismo pudo ser sobre la psiqué de una sociedad profundamente traumatizada, que llegó poco menos que a excusar al régimen de su más que relevante papel en la orgía final de violencia en que desembocó el torbellino en que se convirtió la vida española desde la crisis de la Restauración. Orgía, por cierto, que, si hemos de creer a algunos historiadores militares, se prolongó mucho más de lo necesario, no tanto con el fin de superar al adversario como, quizá, de grabar a sangre y fuego en la memoria de la población un muy justificado terror a los horrores de la guerra y, por tanto, sentar las bases de un chantaje permanente (o esto, o el caos) que resultó muy eficaz.

Cuentan aquellos que participaron de un cierto movimiento opositor que, fuera del sindicalismo –que el franquismo sí identificó como peligroso y combatió con saña-, lo más que se podía formar con todos los adversarios del régimen era una tertulia. Es más, desde muy temprano, según algunos, se puso en evidencia que el posfranquismo iba a gestionarse desde dentro del régimen o que, al menos, así iba a intentarse. Tan claro parecía ese estado de cosas que, incluso, la oposición de izquierdas acomete un relevo generacional para dar paso a una nueva hornada de líderes –el más destacado, claro, Felipe González- cuyo denominador común es el ser de dentro, el haber crecido en el seno del país y, por tanto, tener un conocimiento directo de la realidad española. La izquierda más avezada entendió enseguida que la legitimidad del exilio iba a servir de poco en una solución que no iba a pasar por ningún tipo de vuelta al pasado o un restablecimiento de ninguna continuidad, sino por un pacto político que, mirando al futuro, tendría la consecuencia necesaria de dar plena carta de naturaleza al franquismo.

Ése es, en suma, el precio de la transición. El estado español que hoy vivimos no es el estado del 31, sino el del 37, pasado por la Constitución. El sapo que hubo que tragarse es el de dar al franquismo un lugar en la historia, sencillamente porque los españoles se lo habían otorgado. Es una etapa más, que no puede ser revisada, levantada ni ignorada, sino entendida y, sobre todo, aceptada. La ganancia compensa la posible pérdida, y con creces, o eso parecieron entender quienes tenían un inmenso memorial de agravios que decidieron soslayar a cambio de un futuro.

La dichosa “recuperación de la memoria histórica” pretende, alanceando moros muertos, ganar esa batalla, superar la vergonzante –según algunos- aceptación de la realidad, el pragmatismo que caracterizó a aquella época. Ayer, el diario El Mundo recordaba el dato, sólo aparentemente paradójico, que donde las nuevas generaciones ven un agujero negro, en el franquismo (bueno, las que ven algo, que son las generaciones que no vivieron el régimen pero tampoco se educaron con la Logse, es decir, no fechan a Franco como contemporáneo de Espartero), las que vivieron el régimen de Franco, y especialmente las que lo vivieron en sus épocas más crudas, que son los más ancianos, ven una amplia gama de grises. Es un empeño absurdo, una ridícula manera de dar de nuevo alas a un espíritu que yace bajo toneladas de granito.

Personalmente, me duelen las continuas apelaciones a la “democracia” o a la “España nueva”. Pienso que, en suma, hace ya treinta años, que España es una democracia de pleno derecho, consolidada, y que ya no hay, por tanto, “anomalía española”. Pero treinta años es poco para construir una democracia sin demócratas, a la vista está. La anomalía quizá ya no existe a ojos de los extranjeros, pero aún vive con fuerza entre los españoles.

La conclusión, por tanto, es que treinta años es el tiempo justo para empezar a manipular los recuerdos, demasiado lejanos para ser conservados con todos sus matices, pero suficientemente cercanos como para que la demagogia surta efecto. Aún estamos a tiempo, levantemos, junto a la Cruz del Valle, un monolito de doscientos metros, a la inveterada estupidez española. Y que, en lugar de evangelistas, lo flanqueen cuatro espantajos goyescos, representando: la cuestión nacional, la cuestión religiosa, el complejo de inferioridad y la querencia por la soflama. Podríamos terminarlo con una leyenda: aquí yace España, víctima de su propia imbecilidad... eso sí, lo pondremos en todas las lenguas del país. Eso es lo que parecen buscar algunos.

2 Comments:

  • Dos breves apostillas a dos frases de tu análisis, más bien elíptico, del franquismo. 1)"Hubiera bastado con haberle tosido, o darle un empujoncito fuerte... pero nadie se atrevió". Algo más que "empujoncitos" se hubiera requerido para echar por tierra al dueño de los tanques, de las armas, de la administración, del poder, en suma, entero y absoluto. David sólo abate a Goliat en las legendarias fantasías bíblicas, raramente en la realidad histórica. Creo entrever una implícita imputación de pusilanimidad a quienes con determinación tan heroica como suicida se enfrentaron a un régimen tan mutante y escurridizo como se quiera, pero intrínsecamente criminal, despreciable hasta la naúsea. Es un tópico archisobado ese de echarle a la cara a la izquierda española que Franco se les murió en la cama (es decir, se les fue vivo, valga el retruécano). Sí, una mayoría social enferma, anestesiada por el terror y el baboseo conformista apuró el franquismo hasta sus heces. No es como para sentirse orgullosos. Es un fenómeno análogo al de esa mayoría social que, anestesiada por el pánico y la indignidad del ándeme yo caliente sostiene hoy la anomalía moral del nacionalismo en el País Vasco. Quizá eso explica algo de las inseguridades democráticas de una derecha que hunde sus raíces en aquel fariseísmo colectivo, como el nacionalismo vasco arrastrará durante generaciones su hedionda carga de responsabilidad histórica. 2) "... lo más que se podía formar con todos los adversarios del régimen era una tertulia". No serían tantos como hubiera sido deseable, pero sí los suficientes para llenar las galerías de presos políticos de las cárceles durante varias décadas. Muchos o pocos, sólo la mezquindad les puede regatear lo que se les debe: honrar su memoria de genuinos patriotas, reconocer lo elemental: que si hoy gozamos de libertades y podemos discutir de estos asuntos y de cualquiera otros con libertad es porque ellos fueron lúcidos y generosos en tiempos más difíciles. A ninguno de ellos se ha oído nunca pedir ajustes de cuentas. No enterrar la verdad, no pisotear la memoria de las víctimas, no encarcelarlos ni fusilarlos dos veces. Tan pocos como quieras, pero esos pocos nos libran de morir de vergüenza como pueblo, como en aquel hermoso aserto talmúdico que dice que quien salva un alma salva a la humanidad. Que se escupa hoy a la cara de quienes no quieren más que roturar un mínimo lugar para llorar a sus muertos no sólo es repugnante. Es descorazonador.

    By Anonymous Anónimo, at 8:23 p. m.  

  • Dos apostillas a tus apostillas.

    A la izquierda nadie le echa en cara nada (a ese respecto), salvo su sempiterna manía de pretender una ventaja moral por lo que, al fin y al cabo, no se ganó o no se ganó más que otros. Si, como dices y podemos estar de acuerdo, se chapoteó en la inmundicia, me temo que salpicó a casi todo el mundo.

    En efecto, presos políticos hubo muchos, pero me temo que no es tan fácil, hoy en día, identificar a ciencia cierta dónde está su herencia. Desde luego, del lado de muchos que la proclaman, no. No hace mucho, Jon Juaristi decía que el no "es" antifranquista, sencillamente porque ser anti- algo que ya no existe carece de sentido.

    La "memoria histórica" que solicitan algunos poco, o nada tiene que ver con un emocionado recuerdo de los que padecieron. En primer lugar, porque es hemipléjica -¿acaso no merecen ese recuerdo que reclamas los que cayeron víctimas de otras balas y que pudieron ser tan inocentes como los demás?- y en segundo lugar porque es falsa, porque está emputecida, porque está ensuciada no por quienes "la niegan" sino por quienes tienen la desvergüenza de apropiarse de lo que no les pertenece.

    Y es que no es lo mismo catársis que revancha.

    By Blogger FMH, at 10:34 p. m.  

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